No matarás
Quinto mandamiento. Justo en el medio. Después de cuatro
mandamientos que tienen que ver con el amor a Dios y lo políticamente correcto
como ser un miembro de la iglesia, no blasfemar, honrar a padre y madre y
cumplir con todos los protocolos católicos. Curiosamente (o no), el primer
mandamiento que se dirige a prohibir una acción concreta es “no matarás”. Por
debajo de él, aparecen “no cometerás actos impuros” (una violación, por ejemplo),
“no robarás”, “no mentirás”, para cerrar el decálogo de normas éticas y morales
con dos mandamientos orientados al pensamiento pecaminoso (“no tendrás
pensamientos ni deseos impuros” y “no codiciarás los bienes ajenos”).
Sin dudas, el poder de síntesis de la Iglesia Católica para
resumir en tan sólo diez indicaciones las normas que habrán de regir la vida
comunitaria es admirable. Sobre todo, teniendo en cuenta que desperdician al
menos la mitad en cuestiones incomprobables como amar a Dios y tener
pensamientos puros. Ese ámbito personal y privado corresponde a cada sujeto y a
lo que él o ella decida mostrar y compartir. Ahora bien, cuando hablamos de
acciones, ahí se pone interesante. Porque, en definitiva, lo que nosotros vemos
del otro es su conducta, sus actos. Lo que hace, bah. Y, en ese sentido,
tenemos tres claros mandamientos dirigidos a cercenar tres conductas muy definidas.
Además, están ordenados según su importancia evidentemente:
1. No matarás
2. No
cometerás actos impuros
3. No robarás
El “no darás falso testimonio” es medio border ya que implica
un decir, no estoy segura de si se puede catalogar como acción. En cambio,
estos tres que recién enumeramos son actos concretos. Son acciones que no deben
ser llevadas a cabo por ninguna persona de bien: no matar, no hacer nada impuro
(pedofilia, violación, violencia, etc) y no robar. El asesino, el desviado y el
ladrón. Tres estereotipos universales.
¿Se acuerdan cuando hablábamos del individuo a
corregir que definía Foucault en Los Anormales? ¿Y explicábamos que,
en oposición al monstruo -que sucede por excepción y desafía al sistema en su
totalidad-, el individuo a corregir es mucho más frecuente? Todos nosotros
somos, de hecho, individuos a corregir. Proceso que sucede durante la infancia
y la adolescencia a cargo de diversos “agentes normalizadores” como la familia,
la escuela, el barrio, el club, etc. A los monstruos ya los conocemos: son los Jeffrey
Dahmer, los Josef
Fritzl, los Salvador
Ramos y tantos otros. Bien etiquetados y delineados.
Pero, ¿qué pasa cuando –como nos preguntábamos en ese
anterior post-, nos toca ver cada día más y más personas que hacen cosas que no
podemos explicar ni ellos mismos pueden (caso Lucio Dupuy, caso Fernando
Baez Sosa) y, por definición, no podemos encasillarlos en la categoría
de monstruos? Porque el monstruo es la excepción, no la regla. Hablamos de
índice de frecuencia. Entonces, tenemos que pensar que algo está cambiando en
la categoría del individuo a corregir y, más concretamente, en el “proceso de
enderezamiento de lo anormal” -en palabras de Foucault-. Proceso que,
inicialmente, es llevado a cabo por los progenitores, luego por la familia cualquiera
sea su composición. Por eso tanta indignación con los padres de los rugbiers.
Por eso la sociedad entera, con justa causa, los responsabiliza del crimen de
Fernando. Algo falló en ellos como padres y debo pensar que ese algo es aún más
antiguo. Probablemente provenga de sus propias infancias.
Porque, de otro modo, no habría tantos casos de personas sin
antecedentes penales (vale decir, que no son asesinos per se) que un día
deciden matar. Cruzar una línea moral, ética, paralizante. Un límite total y absoluto.
El límite. Son golpes y atrevimientos que, creo, comienzan tímidamente y, al no
encontrar resistencia ni freno, continúan in crescendo. Y cada paliza y cada
golpiza es más feroz y violenta que la anterior hasta que un cuerpo no resiste
más y muere.
Son muchos los motivos y las causas que intervienen en este
complejo fenómeno post moderno de inicios del siglo XXI. Cada uno de ellos
intentamos abordarlos toscamente en este blog. Seguramente haya personas más
capacitadas e iluminadas que puedan arrojar más luz sobre este problema. Yo,
por lo pronto, sigo haciendo preguntas y poniendo sobre la mesa lo que no se
puede continuar ignorando: no estamos todos locos, no son todos monstruos, son
uno de nosotros. Cada una de esas personas que comete un crimen inentendible,
brutal y cruel contra una persona indefensa (adulto o niño), es uno de
nosotros. Es un producto de esta sociedad que nos pertenece a todos. Es, como
ya dijimos, el retorno de la ley de la selva: el más
fuerte contra el más débil. El que mata porque puede matar –y porque además lo
disfruta-, frente al que no tiene chances de defenderse, porque es un
niño o porque lo atacan en manada.
Quiero reforzar varios puntos. En primer lugar, hablamos de
índice de frecuencia. Estos crímenes violentos que no ocurren en ocasión de lo
que conocemos como inseguridad (un robo, una entradera, un ajuste de cuentas)
son recurrentes. Aparecen en las noticias prácticamente a diario. Desde ese
lugar decimos que su capacidad de multiplicación –y yo agrego a riesgo
personal, de contagio-, hace que
se ubiquen en oposición a los crímenes monstruosos típicamente identificados
como únicos y excepcionales. Son, por el contrario, moneda corriente. Están más
del lado del individuo a corregir que del monstruo. Por eso digo que cualquiera
de nosotros puede, potencialmente hablando, estar en ese lugar de dar muerte a
alguien, aunque nos resulte incómodo asumirlo.
Siguiendo con el punto anterior, el hecho de que el crimen no
persiga ningún fin en sí mismo más que dar la muerte a una persona, es un
importantísimo indicador. Estamos muy acostumbrados a enterarnos de robos a
mano armada que terminan con la muerte de la víctima. Y, en relación a eso, hay
que decir dos cosas: que seguirán sucediendo y que no tienen nada que ver con
lo que estamos analizando. El séptimo mandamiento dice “no robarás” y yo no veo
de qué manera se podrían erradicar los ladrones, presentes desde el inicio de los
tiempos. No tengo ningún tipo de respuestas para esa jurisdicción. Lo que sí
puedo decir con toda seguridad es que quien decide matar a alguien por el sólo
hecho de matarlo –sin perseguir ningún beneficio económico encuadrable en
nuestra matrix sistema capitalista-, es alguien a quien hay que mirar de cerca,
porque es una novedad. Nuevamente, siempre en relación a su alto índice de
frecuencia y cotidianeidad.
Asesinos hubo siempre, muertes violentas también. Pero esto
es otra cosa. Ya lo vengo deslizando en previos posts: “A lo que estamos asistiendo hoy en día es a un regreso a condiciones
primitivas en las cuales no había mediación entre el pensamiento y la acción,
en paralelo con una disminución acelerada de las represiones, ese mecanismo
psíquico de nuestra humanidad avanzada propiciado por la cultura que nosotros
mismos edificamos, para protegernos de nosotros mismos”.
Yo me pregunto por qué cada vez más personas se convierten en
asesinos. Por qué desobedecen el quinto mandamiento, ese que todos conocemos
por cierto. Porque nadie puede decir que no sabe que matar está mal. No hay
ignorancia que llegue tan lejos. Y me pregunto también por qué cada vez más
padres y padrastros se violentan de forma absolutamente exacerbada contra sus
propios hijos. ¿Por qué? No son tirones de oreja ni chirlos en la cola (ni
pataditas, como dijo Abigail Paez). Y no es por justificar ningún tipo de
violencia, pero lo digo porque generaciones anteriores se vanagloriaron de
criar con mano firme pero a ninguno de ellos se les fue la mano. Ninguno de
ellos saltó en la espalda de su hijito de cinco años hasta reventarle los
pulmones. No. Ninguno asfixió a su bebé porque no paraba de llorar. Repito,
esto es otra cosa. Lo que está pasando es nuevo, nunca pasó. Por eso me interesa
tanto.
Siguiendo con la teoría católica, les propongo un ejercicio
de comparación. En el mito cristiano, como nos cuenta Freud en Totem y Tabú, el
pecado original de los hombres es un pecado contra Dios Padre. Continúa su
razonamiento diciendo que, si Dios redime a los hombres del pecado original
sacrificando su propia vida, es porque entonces tal pecado era un asesinato.
¿Me siguen? Es decir, que los hijos mataron al padre. Por eso mismo, sólo en el
sacrificio de un hijo encuentra el crimen original expiación suficiente. Por
eso muere Jesús en la cruz.
La comparación sería la siguiente: en el mito moderno
contemporáneo que muy descaradamente presento, el pecado ya no es contra el
padre, sino contra el hijo. La
violencia, que antaño circulaba de abajo hacia arriba, hoy invierte su sentido:
circula de arriba hacia abajo, de padres a hijos, de progenitores a
engendrados. Por eso, si tuviéramos que hacer un ejercicio de traslación
de la teoría original tendríamos que decir que el crimen original actual es el
asesinato de un hijo y que sólo en el sacrificio de un padre/madre encontrará
expiación dicho pecado. Entonces, ¿a qué progenitor vamos a sacrificar? Peligro
de literalidad. ¿Llegará el día de un linchamiento masivo cuando nuestros ojos
ya no puedan tolerar semejantes aberraciones contra criaturas indefensas? Son
sólo preguntas.

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