“Represión de tendencias hostiles…a marzo!”

En este posteo vamos a recapitular todo el jugo que le extrajimos a Tótem y Tabú, de Freud, para dar un cierre, aunque siempre sigamos citando fragmentos ineludibles de este maravilloso escrito.

Voy a presentar una fórmula, expresada por supuesto en la obra mencionada, que bien puede servir para medir nuestro presente, para dar un cálculo de dónde estamos parados. Dice así:

si consideramos la represión de tendencias como una medida del nivel de cultura…

Freud continúa la frase refiriéndose a la vida primitiva y reconociendo, finalmente, que pudo haberse equivocado al  menospreciar los progresos y desarrollos de la fase animista, postura que comparto. Creo que, efectivamente, los hombres primitivos eran infantiles y supersticiosos pero algo es seguro: tenían bien identificado el origen de los males y sabían perfectamente qué hacer para mantenerse alejados de ellos. Su arma secreta era el tabú y las restricciones que imponía a los miembros de una comunidad. Estas restricciones se manifestaban, justamente, como prohibiciones (represiones).

Freud agrega que con la psicología de los pueblos pudo haber pasado algo similar a lo que pasó inicialmente con la vida anímica infantil: “que su riqueza y su sutileza no han sido justamente estimadas”.

Ahora bien, con respecto a la fórmula que mencionamos al principio, podríamos decir, con toda certeza, que nuestra generación está reprobando la materia “represión de tendencias”, y por eso la nota para “nivel de cultura” ha decaído de forma importante.

Traduzco: si el nivel de cultura o de civilización de una generación puede medirse en porcentaje de la represión de tendencias –estamos hablando de tendencias hostiles por supuesto, de violencia concretamente-, podemos apreciar una caída del nivel cultural cristalizado en los cientos de crímenes crueles, macabros y sin razón que forman parte de las noticias de cada día.

Porque si hubiera un mecanismo afianzado de represión de tendencias agresivas, Fernando Baéz Sosa hoy estaría vivo. No habría sido asesinado a golpes y patadas por derramar un vaso adentro de un boliche. Si Máximo Thomsen hubiera podido reprimir toda esa violencia contenida, hoy no estaría preso e incluso, quizás, su madre no tendría cáncer ni hubiera tenido que renunciar a su trabajo. Si otro de los rugbiers no hubiera colaborado con la golpiza, probablemente el negocio de su padre no estaría a punto de quebrar por falta de clientes. Miren cuántas desgracias se hubieran EVITADO si esos diez chicos que jugaban al rugby se hubieran abstenido de usar la cabeza de Fernando como pelota.

Sigo. Si Magdalena Espósito y su novia hubieran reprimido la violencia que les generaba que el pequeño Lucio de cinco años “interfiriera en su relación” –tal como ellas mismas declararon-; si hubieran encontrado la manera de criar con respeto, pidiendo ayuda probablemente, hoy Lucio estaría yendo a la colonia con sus amigos. O a la playa con sus abuelos. Si esta pareja gay feminista militante hubiera podido separar su militancia de la vida real, y hubieran comprendido que ningún hombre, sólo por ser hombre, no es malo, no hubieran abrigado un odio tan fuerte contra una criatura sin malicia posible.

Entonces, mis queridos lectores anónimos, tenemos que concluir –sin bajar los brazos y con el mero propósito de establecer un diagnóstico de partida-, que nuestro nivel cultural decae con cada nuevo crimen violento que no ocurre en situación de inseguridad. Es el matar por matar. Matar por placer.

En ninguno de los crímenes que relato y me ocupo de analizar en detalle en este blog, el crimen ocurre como consecuencia de un objetivo económico; es decir, robar algo. Tampoco son ajustes de cuenta (venganza). No, el móvil es otro, mucho más vil por cuanto más injustificado es. Se mata porque se decide, en ese mismo instante, matar. Y la elección de matar o dar muerte a otra persona procede porque no se reprimen las tendencias hostiles que todos tenemos y que tenemos la forma de reprimir, gracias a un mecanismo estructural de nuestra psiquis llamado conciencia moral o superyó.

Del otro lado del superyó está el ello, “una masa de impulsos que lucha por salir del inconsciente”. Este es el mecanismo que está fallando. Como me dediqué a exponer la semana pasada:

“A lo que estamos asistiendo hoy en día es a un regreso a condiciones primitivas en las cuales no había mediación entre el pensamiento y la acción, en paralelo con una disminución acelerada de las represiones, ese mecanismo psíquico de nuestra humanidad avanzada propiciado por la cultura que nosotros mismos edificamos, para protegernos de nosotros mismos”.

Sigamos, un pasito más. Hemos hablado durante varios posts que Freud asemeja a los neuróticos obsesivos de la etapa contemporánea con el hombre primitivo, porque encuentra en ambos lo que él califica como “infantilismo psíquico” (la preponderancia de un pensamiento fuertemente sexualizado). Lo que nos revela Freud, al final de Tótem y Tabú, es que no es del todo cierto que todo cuanto aflige a un neurótico obsesivo sean puras realidades psíquicas. Mejor, que lo explique él:

“No es cierto que los neuróticos obsesivos, que en nuestros días sufren la presión de una supermoral, no se defiendan sino contra la realidad psíquica de las tentaciones y se castiguen tan sólo por impulsos no traducidos en actos. Tales tentaciones e impulsos entrañan una gran parte de realidad histórica. Estos hombres no conocieron en su infancia sino malos impulsos, y en la medida en que sus recursos infantiles se lo permitieron, los tradujeron más de una vez en actos. Durante su infancia pasaron, en efecto, por un período de maldad, por una fase de perversión”.

¿Se acuerdan cuando hablábamos de Jeffrey Dhamer, el caníbal de Milwaukee, a propósito de la serie de Netflix y decíamos que “el buscaba y encontraba placer allí donde se suponía que no debía”? La serie nos muestra claramente cómo, de pequeño, comienza a diseccionar cadáveres de animales, ayudado por su propio padre. Ésta sería su etapa de perversión precoz, avalada y motivada por su padre. Probablemente lo mismo haya pasado con Marcial Thomsen o el padre los Pertossi, quienes sabían que sus hijos salían a golpear en patota todos los fines de semana y, aunque sea omitiendo reprimenda, otorgaban el visto bueno. Desconozco la historia personal de la mamá de Lucio y de su novia pero sí me puedo basar en el informe psiquiátrico del perito que las evaluó y confirmó encontrar en ellas “rasgos perversos”.

Como verán, algo está pasando en las infancias. En las actuales, que mueren a manos de sus propios padres o cuidadores. Y en las pasadas, porque esos hombres y mujeres que hoy matan sin miedo al castigo, sin mediación del pensamiento a la acción, sin represión de las tendencias hostiles, pasaron probablemente por una fase de perversión en su propia infancia. Vuelvo a repetir, estos crímenes son el síntoma de nuestra sociedad enferma.

Lo seguiré repitiendo hasta que alguien tome nota y prosiga con el trabajo que yo no puedo hacer. No quiero ningún crédito, simplemente quiero ver notificados a los responsables directos de propiciar cambios y alarmados a todos los actores que sientan que su involucramiento pueda aportar para comenzar a revertir esta situación.

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