A esto me refiero. NADIE está a salvo.
Todo el sentido de este blog es contextualizar e intentar explicar hechos como el que acaba de ocurrir en Texas, Estados Unidos. El martes de 24 de mayo, como todos habrán leído ya, Salvador Ramos, un joven de 18 años entró a una escuela primaria y asesinó a sangre fría a 19 niños y 2 maestras. Previo a eso, intentó asesinar a su abuela de un disparo en la cara, pero la señora, increíblemente, sobrevivió.
Analicemos parte por parte
este caso. Hay mucha información para bajar y analizar minuciosamente. Como
verán, mi objeto de estudio es la vida real. Hechos que se repiten una y otra
vez y que no hacen más que confirmar esta teoría que planteo. Tristemente, la
evidencia llega de parte de nuevos cadáveres, más personas asesinadas que se
seguirán apilando hasta que logremos hacer algo para frenar esta epidemia.
Primero, los hechos. ¿Qué
sabemos del tirador? Yo les voy a dar datos mucho más elocuentes de los que
brindan los medios. ¿No les llama la atención que cada vez que pasa algo así
salen decenas de notas periodísticas tituladas “Quién era…”? Como armando un
perfil, una historia de vida. Les voy a decir algo: esas notas son la primera
respuesta evidente de alguien que no entiende lo que está pasando, que lo
primero a lo que atina es a intentar explicar, a través de su hoja de vida, por
qué esta persona hizo algo tan atroz. Y además, y esto es lo más importante,
instalan la idea del monstruo. Aquello que no puedo explicar, aquello que no
puedo entender, tiene que salir de los horizontes de lo normal y rápidamente ser
catalogado de locura, enfermedad, anormalidad.
Todas esas notas
periodísticas relatando la masacre de Texas con una foto del tirador frente al
espejo, que claramente muestra que era una persona que tenía evidentes
problemas, van directo al blanco: catalogar al culpable de raro. Es una
tragedia, algo único, atención: que no se repetirá. No es un hecho común. “Estamos hablando de una persona con
problemas mentales”, así se excusan las autoridades policiales y
gubernamentales.
Yo les voy a decir cuáles
eran los problemas mentales de Salvador. El padre lo abandonó, la madre era una
drogadicta con quien mantenía una relación violenta, vivía en casa de sus
abuelos, con quienes evidentemente tampoco se llevaba bien, pues intentó
asesinar a su abuela, y para rematar, en el colegio sufría bullying por su
forma de vestir y de hablar, ya que padecía tartamudez y ceceo. ¿Alguien se
identifica con este perfil? Como pueden ver, lo que le pasaba a Salvador no era
algo extraordinario, fuera de lo común. Su triste realidad es, de hecho, a mi
parecer, bastante vulgar.
¿A qué voy con esto? Que hay
muchos Salvador en el mundo que, al igual que él, y dadas las circunstancias
especiales que estamos atravesando como sociedad (leáse, todo lo que venimos
refiriendo en anteriores posts), pueden simplemente un día terminar de borrar
la lánguida línea que separa lo permitido de lo prohibido, lo aceptable de lo
no aceptable, y darse el gusto de romper todo.
Sigamos. Hablemos de la
impunidad y de cuán roto está nuestro sistema que tantas personas defienden y
magnifican. Salvador, antes de cometer los crímenes que cometió, anticipó sus
planes en las redes sociales. Concretamente, en Facebook. Ustedes me dirán:
nadie ve Facebook por eso nadie se enteró. Lo publicó, gente. Y no sólo eso, intentó
adelantárselo a una chica que no se entiende qué tipo de relación tenía con él,
y que para mí claramente está mintiendo, porque por mensaje privado le dijo lo
que iba a hacer…¿a una desconocida? ¿O era una chica que le gustaba?
Analicemos sus frases, sus
últimas palabras. “Estoy a punto”, le
dijo a su ciber “amiga”. Y en una especie de jerga, agregó ““Ima air out”, que significa, atención: “disparar
a un grupo de personas o airear un espacio”. ¿Entienden que lo dijo sin rodeos,
textual, aunque fuera una jerga? Y el “estoy
a punto” sólo lo puedo pensar en términos de placer, con ayuda de Freud. Es
como si se regodeara en la idea de lo que iba a hacer. Esos pensamientos lo
excitaban a punto tal de que no podía esperar a que llegara el día.
Sigamos con la impunidad, y
esto es algo que tiene que ver exclusivamente con el país donde sucedió el
hecho. Es de público conocimiento que Estados Unidos tiene una política
liberal, también en relación a la compra-venta de armas. Es muy interesante
analizar esto. Salvador esperó a cumplir su mayoría de edad -18 años-, para ir
corriendo al supermercado, presentar su dni, y comprar armas, municiones y
equipo táctico. Sí, porque entró al colegio con chaleco antibalas. Esto da
cuenta de la planificación, por supuesto, era un crimen premeditado. Pero todo
mi punto es que, y perdón si alguien se ofende (los psiquiatras sobre todo): no
era un psicópata. El perfil de Salvador 1) no es excepcional, ni extraordinario
2) se relaciona más con el placer que con la locura.
En el siguiente post vamos a
profundizar en el trasfondo político de este hecho, que es bastante denso y muy
interesante para analizar. Pero sigamos con Salvador. “Mi hijo no era un monstruo”, declaró la madre. ¿Por qué lo dijo?
Simple, porque, como relaté al principio, los medios se ocupan, casi por
rutina, por protocolo, de rápidamente identificar y asociar este tipo de
tragedias con hechos únicos, aislados, perpetrados por seres extraordinarios.
Como si, en el fondo, lo que se quisiera ¿involuntariamente? es dar
tranquilidad de que no se repetirá, al menos no frecuentemente. Como si eso
sirviera de consuelo. Quizás a los espectadores, pero no ciertamente a las
víctimas.
“Todos tenemos algún momento de rabia, algunas personas más que otras”,
dijo la madre del tirador. Sí, señora, es verdad. Pero lo de su hijo no fue un
momento de rabia. Él estaba deseando que llegue el día. Cuando entró al aula de
cuarto grado, los niños de 10 años que sobrevivieron al ataque le escucharon
gritar “llegó la hora de morir”.
Uvalde es un pueblo de
16.000 habitantes, en su mayoría inmigrantes latinos. Nadie entiende nada. El
mundo entero relata el hecho, con espanto. “Pensábamos
que Uvalde estaba a salvo”, dijo una vecina, “ahora sabemos que no es seguro”. No, NADIE está seguro en ningún
punto del planeta. Porque está lleno de Salvadores Ramos a punto de matar.
Porque las barreras de lo permitido se están borroneando. Porque todos los días
vemos en los medios cómo otros como yo se animan a romper todo, porque está
habilitado, porque no son hechos aislados, únicos, irrepetibles.
Y yo me sigo preguntando por
el efecto de los medios en dar a conocer estas noticias. En el posible efecto
sobre otros futuros y próximos Salvadores Ramos. Y, por favor, que se entienda
que no intento justificar al asesino, mucho menos defenderlo. Intento
entenderlo. Si seguimos tildando a los Salvadores Ramos de monstruos,
echándolos de nuestra conciencia y entendimiento, y pretendiendo que con eso
resolvemos algo, estamos equivocados. El primer paso es asumir que el autor de
esa masacre es un chico común, que nació sin maldad, que vivió una vida de
mierda y que, como dijo un compañero suyo de la escuela, sólo necesitaba una
relación más cercana con su familia, y amor.

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