Análisis de Jeffrey Dahmer, la serie. No es una crítica.
"Monstruo: la historia de Jeffrey Dahmer" es la nueva serie de Netflix que arrasa a nivel mundial y genera tantas controversias como sensaciones dispares. Hay tanto para decir sobre esta historia real ficcionada. Tantos guiños y huellas disponibles en la mera superficie de la imagen.
Vamos por
partes. Primero: el título. ¿Cuál es la primera palabra con la que nos
encontramos, que rubrica y enmarca esta historia? La palabra “monstruo”. Es un
cliché, un infaltable, un recurso usado hasta el hartazgo, que no pasa de moda,
que sigue clausurando el sentido.
Cuando tratábamos el tema del tirador de Texas, el
joven Salvador Ramos, que entró a un colegio y asesinó a varios nenes hace unos
meses, decíamos esto: “aquello que no
puedo explicar, aquello que no puedo entender, tiene que salir de los
horizontes de lo normal y rápidamente ser catalogado de locura, enfermedad,
anormalidad”. ¿Será un acto reflejo?
Yo lo veo como un recurso, muy humano. Foucault dice, en Los anormales (1975)
que el monstruo es la excepción por definición. Es el que rompe todo lazo
social. Veamos. Jeffrey Dahmer, el de la vida real, asesinó a 17 personas. Hasta
así sería un asesino serial, de esos que atraen tanto (ya discutimos este tema
acá), pero no
termina ahí. Lo que lo convierte en un monstruo ante nuestros ojos es lo que
hizo posteriormente con esos cadáveres: necrofilia, desmembramiento,
canibalismo. Como siempre digo, si no logramos apartar la repulsión y el
rechazo, no vamos a poder ver lo que estos tipos de crímenes comunican.
Jeffrey declaró en sus testimoniales que, una vez
muerta su víctima, se masturbaba sobre el cadáver. No había necesidad de decirlo,
nadie estaba ahí para verlo ni denunciarlo, ni siquiera el muerto. Sin embargo,
él lo confesó, lo hizo público. ¿Por qué lo hizo? ¿Por qué creen? Yo creo que
personas como Jeffrey Dahmer y Josef Fritzl cruzaron
una línea que divide lo social de lo que está más allá. Y creo, además, que lo gozaron
tanto que nunca pudieron regresar. Ustedes dirán “son locos, enfermos, dementes”.
Un dato: ni el monstruo de Austria ni el monstruo de Milwaukee (Fritzl y Dahmer,
respectivamente) fueron hallados inimputables. Vale decir, se determinó que estaban
conscientes de sus actos. No actuaron movidos por una enfermedad mental como
puede ser la esquizofrenia o la psicosis. Entonces, señores y señoras, no son
locos, son uno de nosotros. Repito y confirmo mi hipótesis una vez más. Estos seres
bestiales que arrojamos fuera de nuestro círculo social, prolijo y pulcro, eran
uno de nosotros y decidieron dejarse llevar por sus instintos más bajos.
Sigamos. Jeffrey Dahmer no tenía una historia de
abusos en su familia. El hecho que más lo afectó y lo marcó fue el divorcio de
sus padres y las peleas familiares. ¿Se imaginan qué caos si todos los hijos de
padres separados que pelean se pusieran a comer cadáveres? ¿A qué voy con esto?
Que no podemos buscar la causa, el origen de su comportamiento, en su historia
familiar. Ni en la genética. Era un tipo solitario, triste, que sentía que
todos lo abandonaban. El hecho de que haya podido hacer todo lo que hizo
durante trece años y que nadie lo descubriera, incluso cuando vivía con su
abuela, habla del gran abandono emocional que sufría. Evidentemente, Jeffrey
Dahmer fue un producto de nuestra sociedad. Fue una consecuencia no deseada de
una familia rota que no supo contenerlo, ni brindarle otras expectativas de
vida. Él buscaba y encontraba placer allí donde se suponía que no debía. Comenzó
diseccionando cadáveres de animales, cuando era niño, ayudado por su propio
padre. Miren qué curioso esto: Dahmer cometió el primer asesinato casi sin
querer, en 1978, y no fue sino hasta nueve años después que cometió su segundo
asesinato, y desde ahí no paró. ¿Qué podemos deducir? Que probablemente intentó
abstenerse, no volver a hacer cosas malas. Lo intentó por casi una década. En ese
lapso, evidentemente no encontró nada que lo encamine, que lo traiga de vuelta
a la civilización. Que lo ate socialmente. Y volvió a recaer en el vicio del
morbo y del placer sexual extremo. En un post previo analizábamos
esta cuestión: según Foucault, un criminal es un déspota que rompe el pacto
social y hace valer su ley. “Es el
individuo sin vínculo social, es el hombre solo”, dice. Podría perfectamente
estar describiendo a Dahmer.
Esos instintos,
evidentemente, son comunes a toda la raza humana. Sucede que muchos de
nosotros, por suerte, logramos dominarlos a la perfección, con una acción
represora férrea e intachable. Pero de vez en cuando, emergen criaturas como
éstas que nos descolocan, por sus actos, por lo que se atrevieron a hacer. Nos interpelan
en lo más profundo de nuestra esencia, nos provocan todo tipo de sensaciones
pero, sobre todo, miedo. Son una amenaza, mejor dicho, representan una amenaza
para todo el orden social. Por eso, casi automáticamente al descubrir lo
aberrante de sus crímenes, les colgamos el cartel de “monstruo”, nos
horrorizamos un rato, los descalificamos desde todos los ángulos posibles y los
archivamos en la historia como casos excepcionales.
Vamos a
recurrir un poco más a Foucault, para que nos alumbre. Más allá de catalogar y
describir la categoría de monstruo, que ya la repasamos, el autor habla del “crimen
sin razón” y dice lo siguiente: “es el
peligro absoluto porque representa una total confusión para el sistema penal,
tan acostumbrado a castigar intenciones y a buscar causas para dar sentido a
los crímenes, para hacerlos entrar dentro del mundo de la razón”.
Jeffrey Dahmer captaba perfectos extraños en la calle o en bares, los llevaba a su casa y luego de pocas horas los asesinaba y disponía de sus cuerpos. ¿Cuál sería el motivo? El móvil, en términos policiales. Ninguno. Puro morbo. Ahora bien, el morbo ¿es motivo suficiente, validado, autorizado, para asesinar? No lo hemos discutido socialmente. Lo que sí se repite una y otra vez es esta cuestión de rápidamente encasillar todo crimen que se asemeja a un estado de monstruosidad salvaje, o que representa el accionar de una persona demente, bajo el rótulo de “monstruo” y, desde ahí, se lo mira con desaprobación, miedo y rechazo. No se habilita un análisis más en profundidad.
Pasemos al
segundo gran eje de discusión relacionado a este tema: el dilema de la
perspectiva. ¿Desde dónde nos posicionamos para contar una historia tan
tremenda como ésta? Se armó todo un debate, con críticas que fueron y vinieron,
respecto de dónde colocar la empatía. Que si la historia se centra en el
asesino, corre el riesgo de “humanizarlo” y generar identificación con él. Que si
se hace foco en las víctimas, se revictimizan y se afecta la sensibilidad de
los familiares. Por supuesto, no es fácil narrar este tipo de hechos. Las críticas
son polarizadas porque incluye tantos temas tabú que no es para menos. Lo que
me interesa puntualizar es lo siguiente. Por ahí leí una crítica de lo más
absurda de un periodista que decía:
"Lo peor de todo es la elección del enfoque del
programa. Lo único bueno que puede hacer una serie como esta es quitar la
atención del asesino y mostrar quiénes eran en realidad estas personas. Pero
'Monstruo' desafortunadamente está, mayormente, demasiado encaprichada con su
estrella principal como para eso".
Es justamente
lo opuesto. Lo mejor que puede hacer una serie sobre un asesino serial, que
además era un caníbal, es contar la historia del asesino porque él es la
noticia. Las víctimas son intercambiables. Cualquier otra persona podría haber
estado en su fatídico lugar. Pero Jeffrey Dahmer, o Josef Fritzl, son
individuos únicos. Son EL OBJETO DE ESTUDIO.
Y, en
definitiva, es como dijo un periodista español, muy acertado en su ironía: “Joder, después de todo lo que nos han
mostrado, si hay espectadores que le ven como el bueno... el problema está en
esos espectadores”. Tal cual! No tengan miedo, es imposible encariñarse con
alguien tan cruel. Pero sí es posible intentar ponerse en su lugar, para tratar
de entender qué lo llevó a desviarse tanto de la norma. Que falló en su
trayectoria como individuo social para que eligiera el camino del salvajismo. Y,
sobre todo, para descubrir qué podemos hacer para que no haya otros Dahmer ni
Fritzl.
Y, por
último, no quiero dejar de hacer hincapié en algo que vengo insistiendo desde
el inicio de este blog: la total falta de responsabilidad al exponer con lujo
de detalles los métodos para acabar con una vida humana y, fundamentalmente en
este caso, para deshacerse del cuerpo. Tiemblo de sólo pensar en todas las
mentes perversas, conscientes o no de su perversidad, que ya tienen en su haber
un montón de información y recursos explicados tipo seminario intensivo para
diseccionar cadáveres, conservar órganos, diluir tejidos, etc. ¿Hasta cuándo?
¿Cómo podría hacer yo, tan anónima, para agitar el avispero y lograr instalar este tema como
debate?

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