Todos somos…¿perversos?

Estoy leyendo “El duelo”, de Gabriel Rolón, por motivos personales. Y me encontré con una joya, algo que vengo buscando hace tiempo (un año para ser precisa). Como siempre, la psicología freudiana es capaz de explicar las cosas más inexplicables con una franqueza envidiable. Gracias por Freud!

En el medio de la maraña de palabras que supone explicar qué es un proceso de duelo, abordando antes, casi filosóficamente, qué representa la muerte para nosotros, el autor menciona muy al vuelo unos conceptos teóricos que bien podrían ser la primera conclusión certera a las preguntas que vengo planteando acerca de los crímenes intra-hogar.

Lo cito: “La culpa actúa como dique para limitar la desmesura pulsional”.

¿Eso es todo? No, hay más. Pero esta simple oración, así de corta y concreta resume un año de divague filosófico (mío). Significa, sencillamente, que si yo no siento culpa por lo que voy a hacer –pegarle a un niño, por ejemplo-, entonces no hay NADA que me frene…

Eso es lo que le pasó a Abigail Paez con Lucio, y a tantos otros padres y madres que terminan asesinando a golpes a sus propios hijos. No hay barrera mental, mucho menos física, que frene ese accionar violento. Porque el sentimiento de culpa, no sólo de saber que se está haciendo algo malo sino de sentir remordimiento, es lo que funciona como dique, tal como dice Rolón citando a Freud, para limitar la desmesura pulsional; que no es, ni más ni menos, que la violencia contenida. Pero, en su ausencia, las cosas terminan de la peor manera.

El neurótico paga el precio de la culpa para vivir en la cultura. El perverso, en cambio, al carecer de culpa se entrega sin límites a la satisfacción de sus pulsiones y por eso puede resultar peligroso para los demás”.

¿Se acuerdan cuando hablábamos, bien al inicio de este blog, del contrato social de Rosseau? Tiene que ver con esto justamente, con el tránsito de un estado de naturaleza a un estado civil. Esto sucede cuando el hombre primitivo sustituye el instinto por la razón. Y decíamos, con Foucault, que hay dos tipos de instintos: los automáticos (involuntarios) y aquellos mediados por el cálculo y la razón. Lo que cede, en el paso decisivo hacia la civilización tal cual la conocemos hoy, es el instinto automático. Ese “hacer lo que uno quiere cuando uno quiere”. ¿A cambio de qué? “El hombre culto ha cambiado un trozo de posibilidad de dicha por un trozo de seguridad”, dice Freud. El precio a pagar por esa seguridad física y jurídica es la culpa, con monedas de renuncias pulsionales varias.

Freud alguna vez dijo que todos somos neuróticos. ¿Por qué lo dijo?  Creo que porque la sociedad global de los últimos siglos ha funcionado, de modo general y exceptuando períodos concretos (guerras), con el esquema del contrato social. Es decir, cada cultura dicta sus reglas y éstas se cumplen o se impone un castigo. Y las personas neuróticas logran adaptarse a éste esquema social, medianamente bien. Los únicos que quedan por fuera, según Freud, son los locos.

Ahora, ¿qué pasa cuando vemos que cada día hay más perversos? Los perversos son, siguiendo la cita de Rolón, aquellos que se entregan sin límites a la satisfacción de sus pulsiones. Como Josef Fritzl, Jeffrey Dahmer, Salvador Ramos, Abigail Paez, Máximo Thomsen, etc. Todos ellos mataron de forma cruel y salvaje a sus víctimas, sin sentir culpa por ello, y con el único objetivo de descargar su violencia. Pero atención, porque no son casos aislados, se están multiplicando, y eso es lo que los hace aún más peligrosos. Si creen que lo de perversos es mucho, recuerden el diagnóstico de Abigail, la madrastra de Lucio: “presenta rasgos perversos”, dijo la psiquiatra.

Volvamos a la cita inicial, la de la culpa como dique. La instancia psíquica que encarna los mandatos culturales es el superyó. Tenemos ello, yo y superyó. El ello es el deseo, el superyó es la conciencia moral y el yo actúa mediando entre ambos aplicando el principio de realidad y centrándonos en pensar en las consecuencias de nuestra conducta. El ello busca el placer inmediato sin importar las consecuencias. El yo contiene las demandas caprichosas del ello y, a su vez, intenta bajar las exigencias asfixiantes del superyó. Seríamos nosotros con nuestros ángeles y demonios. ¿A cuál escuchamos? Supongamos un niño que se ensució jugando con barro y luego hace un berrinche porque lo bañan, pero también supongamos un adulto que se enojó porque le derramaron un vaso en la remera y luego mata a patadas a esa persona sin pensar que le aplicarán la condena de prisión perpetua.

Resulta que estas tres instancias psíquicas fundamentales se desarrollan en los primeros años de vida. El superyó es el último en aparecer…a los 3 años!! Surge de aprendizajes asociados a la socialización e integración de normas. ¿Les suena? La crianza! Esa es la instancia decisiva que está fallando. La internalización de los mandatos paternos y culturales, en forma de límites (diques), no se está efectivizando en muchos individuos y los resultados están a la vista. Personas que no pueden controlarse, personas en las que el ello domina al yo. Pero no son bebés, son adultos. Ese es el gran problema.

Los invito a leer nuevamente este post que escribí el año pasado en el cual me preguntaba si los cambios culturales y sociales que operaron en el concepto de familia tradicional -gracias a la conquista de derechos muy valiosos-, no podrían tener, como correlato, como consecuencia no deseada, un desajuste en el proceso de normalización. Reitero la pregunta que me hacía en ese entonces: “¿Y si la liberación de las cadenas que mantenían unidas a las familias más allá de sus voluntades tuvo como contrapartida la liberación de las estructuras que formaban adultos reprimidos y, por ello mismo, más civilizados y correctos que salvajes?”

Podemos, sin miedo, plantear que la crianza en general está fallando pero en un nivel muy estructural. No hay que subestimar el proceso de “enderazamiento de lo anormal” (como le dice Foucault a las tareas de domesticación), dado que constituye la clave para el futuro de la civilización. Hoy, parecería que hay más perversos que neuróticos, se está inclinando la balanza. El neurótico es el que puede conciliar las exigencias de la realidad, la conciencia moral y los impulsos sexuales y agresivos. Conciliar. Mantener en equilibrio las pulsiones. Todas las personas “normales” somos neuróticos. El perverso no logra ese equilibrio, cruza límites. Pensemos, siempre con Freud, que “el ser humano no es un ser manso, amable, a lo sumo capaz de defenderse si lo atacan, sino que es lícito atribuir a su dotación pulsional una buena cuota de agresividad”. Este tema es el que me atrapa hace años. La agresividad salvaje oculta dentro de todos nosotros, pujando por salir, individuo por individuo.

Miren lo que dice Rolón en El Duelo:

Como todo ser vivo, el cachorro humano nace con una cuota de agresividad que se supone necesaria para sobrevivir. Es esperable que los cuidados paternos, los gestos de amor, los límites y la educación vayan domesticando ese impulso. Jamás desaparecerá del todo porque es constitutivo, pero es indispensable aprender a manejarlo, oponerle la razón y la tolerancia. Esto no siempre ocurre y hay quienes presentan una seria dificultad para controlar su violencia”.

Yo me pregunto, entonces, ¿qué pasa con los cachorros humanos que no reciben cuidados paternos, ni gestos de amor, ni límites ni educación? Ah, ya sé lo que pasa: matan. Cuando pueden, cuando son grandes y fuertes, y alguien les hizo algo malo o algo que les molestó, matan. Hieren. Lastiman. Pegan. Como los niños del jardín cuando están en pleno proceso de aprendizaje de límites, con la diferencia de que esa etapa ya la sobrevolaron y nadie puede contener a un adulto fuera de sí.

Rolón dice que es necesario oponer a esa violencia constitutiva, la razón y la tolerancia. Vale decir, convertir un instinto que se presenta como automático, involuntario, que irrumpe en nuestra psiquis, en una conducta esperable y adaptada a normas. Es lo que hacemos todos los días cuando toleramos miles de cosas y factores que nos alteran, sin por ello matar a nadie. Pero hay gente que no puede. O no está pudiendo.

Cierro retomando este relato de ficción que pensé allá por julio de 2022 para intentar explicar todo este lío. Los dejo pensando.

“Una mujer, joven, apática, con claros problemas emocionales producto de una mala relación con sus vínculos primarios, se convierte en madre. No teniendo la estructura mental y emocional preparada para afrontar la dura tarea de cuidar de alguien más -alguien absolutamente indefenso-, se encuentra con que el amor que siente por esa criatura no sobrepasa la tensión que le provoca estar a cargo de ella. Para callar su llanto, el cual no puede atender, se violenta. La frustración la invade. No es el primer día, ni el segundo. En algún momento pega el primer golpe. Y automáticamente siente un efímero pero certero alivio. Se arrepiente, al instante. Invade la culpa. Hasta que vuelve la sobrecarga sensorial, el desborde, la angustia. Y la idea de un segundo golpe, arañazo, sacudón, grito, sobrevuela su mente, ya un poco perversa para ese entonces…”

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