La nueva anormalidad: morir por una discusión callejera

Vamos con un poquito de actualidad, para que vean que la teoría sigue al trote a la realidad. Ocurrió hace pocos días una escena muy casual, muy típico de ciudad sobrepoblada. Un señor estacionó su camioneta en un lugar no permitido, donde había una entrada de garaje. Esto pasó en Villa Urquiza, Ciudad de Buenos Aires. El dueño del garaje salió a increparlo, discutieron. Hasta acá todo muy normal. El desenlace, sin embargo, fue bastante atípico. El dueño de la entrada de garaje sacó un cuchillo que tenía escondido entre sus ropas, a la altura de la cintura, y lo acuchilló. El dueño de la flamante camioneta mal estacionada agonizó varios días en el hospital hasta que finalmente perdió la vida.

Hay tanto para decir de esta escena urbana! Vamos por partes. ¿Por qué este crimen no entra dentro de lo que denomino crímenes intra hogar? Ustedes me dirán: porque no sucedió en el interior de una vivienda, sino en la calle. Wrong. Hay crímenes que suceden en la vía pública que perfectamente encajan en la descripción de crímenes violentos que intento tipificar. El asesinato de Fernando Baez Sosa, por ejemplo, sin ir más lejos. Pero hay un crimen que expuse hace unos meses que es la exacta contracara de éste. Es ideal para compararlo y, a través de ese espejo, delinear a cada uno.

Primero, hay tres motivos muy importantes por los cuales este señor que asesinó a cuchilladas a un tipo que le tapó el garaje no entra dentro de la categoría específica de asesinos violentos que planteo:

1.     Ausencia de premeditación: es indispensable que no haya premeditación para matar. De otro modo, el crimen ya no es automático. El hecho de que él cargue consigo un cuchillo, o que lo haya agarrado en el momento previo a salir a discutir, habla de su premeditación. Sino, no lo tendría a disposición.

Foucault nos explica, en Los Anormales, que hay dos tipos de instintos: el que podría catalogarse de automático (es decir, involuntario) y, por otro lado, tenemos los instintos mediados por el cálculo y la razón. ¿A qué voy con esto? A que los crímenes en los que yo veo un patrón, son asesinatos que suceden sin premeditación (la idea de matar sobreviene en el momento, es imposible refrenarla y segundos después el crimen ya es un hecho). Son instintos de los más salvajes los que dominan este tipo de conducta. Como cuando Freud nos explica lo siguiente sobre los hombres primitivos:  “Cuando a un ser humano primitivo le sobreviene la desdicha, no se atribuye a sí mismo la culpa, sino que se la imputa al fetiche, que no hizo lo debido, o lo hizo mal, y lo aporrea en lugar de castigarse a sí mismo”. Es exactamente lo que hizo el señor del cuchillo, excepto que la premeditación embarra el cuadro. Él es, sin dudas, un primitivo. ¿En el siglo XXI? ¿Cómo llegó hasta acá?

2.   Ausencia de antecedentes: según trascendió el señor del cuchillo tenía, al menos, tres causas por agresiones armadas. Es decir, no era su primera vez. La otra clave para definir los crímenes pasionales salvajes que identifico en la jungla posmoderna, es justamente ésta: el asesino mata por primera y única vez. No tienen experiencia. No son asesinos a sueldo, ni motochorros expuestos a todo. Es, por ejemplo, una mamá que termina matando a golpes a su hijo o hija. Como Abigail y Magdalena, con Lucio Dupuy. Vale decir, entonces, que el señor del cuchillo está más del lado de la psicosis que de la nueva anormalidad. Locos como él existieron y existirán siempre. Son excepciones, por ahora. Pero las personas violentas que no pueden activar su mecanismo psíquico de represión de tendencias hostiles, son la tendencia, la nueva anormalidad.

3.      Ausencia de enfermedad: es clave que quien mata no sea un enfermo mental. Que no padezca ninguna patología porque, en ese caso, no hay nada que debatir. La enfermedad explica la conducta. Leí que Pedro Brandan, el señor de 42 años que acuchilló a Juan Ignacio Graña, de 38, era un paciente psiquiátrico hacía quince años. Esto lo leí luego de redactar este post donde ya asumía, sin saber el dato concreto, que este caso no se encuadraba en un crimen violento sino en un típico crimen a cargo de una persona enferma. Incluso leí que el garaje ni siquiera era de él. Más argumentos para sostener la idea de que esa noche, Pedro salió a buscar a su víctima.

Vayamos con el comparativo que prometí. ¿Se acuerdan de este caso? “Un cuchillo de camping directo al corazón”. La escena es prácticamente la misma. Una discusión callejera entre dos extraños, que termina con uno acuchillado. Pero hay una diferencia crucial: mientras el señor de Villa Urquiza con antecedentes salió a discutir con un cuchillo en su cintura; este otro señor, que era de Córdoba, y no tenía antecedentes, se bajó del auto recaliente y luego de unos segundos de discusión, se acordó que tenía el cuchillo de camping en el auto, lo tomó y se lo clavó al otro en el corazón. Las acciones son las mismas, pero los instintos que las dominan no. El primero contaba con la premeditación (el cálculo o la razón), o al menos la intención de matar. El segundo, improvisó. Yo arriesgaba incluso en ese post que, de no haber contado con el cuchillo de camping, probablemente le hubiera aporreado la cabeza con un adoquín o piedra del suelo. En mis palabras: “No pudo contener la emoción violenta que le generó la discusión y dejó fluir ese torrente contenido, derribando cualquier barrera represora, y acabando en una fugaz pero concreta descarga pulsional”.

Esto es lo que está pasando: violencia incontenible. Personas incapaces de someterse al imperio de las represiones, y que terminan matando, presumiblemente sin querer. O al menos, sin ser plenamente conscientes de ello. Hay una fuerza interna que puede más. Una voz interior que habla más fuerte. Un instinto salvaje que emerge, otra vez.

Tengo una costumbre últimamente: cada vez que sale una noticia de este estilo, me dedico a leer los comentarios en redes sociales. Realmente no tienen desperdicio. Miren lo que me encontré en relación a este caso de Villa Urquiza:

·         “Es inaceptable que por un capricho de no querer sacar el auto mal estacionado frente a un garaje haya perdido la vida”

·         “El garaje estaba en desuso”

·         “Hay que estacionar donde corresponde”

·         “Tapar un garaje = muerte”

Como verán, hay que hacer un esfuerzo enorme para traer a estas personas al cuadro de realidad, al foco de la cuestión.  Poco importa si el garaje estaba en uso o no, si el vecino tenía razón o no, las leyes de tránsito y otras yerbas. Lo que es inaceptable -le contesto al primer comentario-, es que una persona acuchille a otra por el motivo que sea. Fin. Ni siquiera se arrima otro comentario que decía “la culpa del asesinato es del asesino”, porque habla de culpa que es un término relacionado a lo moral y que nada tiene que ver acá. La RESPONSABILIDAD PENAL por el crimen es del que mató. Y no hay ningún motivo que justifique su accionar. De otro modo, no se podría discutir con nadie o tener un cruce de palabras por miedo a acabar en la morgue. Para eso, justamente, vivimos en sociedad, regidos por leyes. Para que estas cosas no pasen. Pero pasan. O están pasando.

Otro tema que encontré en los comentarios en redes sociales versan sobre el dilema de la defensa propia. Algo de lo que ya hablamos cuando tocamos el tema del abuelo que mató a su nieto de cinco tiros a quemarropa. Un usuario comenta: “si ves el video lo ataca en defensa de un ataque. El muerto empezó todo. Estacionó mal y se hizo el picante cuando le recriminaron”. Yo vi el video y lo único que se ve es que el señor del cuchillo lo tiene tomado del brazo todo el tiempo y cuando el otro intenta escaparse, incluso atinando a pegar un golpe, es cuando el dueño del garaje desenfunda su cuchillo y lo remata. Ese supuesto ataque que creen ver los comentaristas fue la excusa que necesitó el asesino para iniciar el único y verdadero ataque: el que acabó con la vida de la víctima. Y no importa quién empezó, no estamos en jardín de infantes. Somos adultos que tenemos que tener la capacidad de controlar nuestras reacciones, sino, lamentablemente, se va todo al tacho. La vida en sociedad implica renuncia de lo pulsional a cambio de seguridad. Ese sería el resumen del contrato social y es justamente lo que está fallando. Cada vez más personas se dejan llevar más por sus impulsos que por la razón y el deber. Como Domingo Faustino cuando se hinchó las pelotas de su nieto y lo acribilló en la puerta de su casa. En ese caso, se habló mucho de que el anciano había actuado en defensa propia, porque el nieto lo había agredido previamente. Pero yo me dediqué a demostrar que no había tal defensa porque la reacción que el señor tuvo fue absolutamente desmedida en relación al ataque inicial. No se defendió para sobrevivir, porque ya había logrado ingresar a su hogar y ponerse a resguardo detrás del portón. Fue a buscar su arma y volvió a salir para, actuando sobre seguro, con un arma en su mano, liquidar a su nieto. Desquitarse, vengarse. Fue premeditado. Igual que este vecino de Villa Urquiza que salió dispuesto a matar. Y lo hizo, sin más.

En síntesis, podemos sacar en limpio que existe una nueva ley de la selva posmoderna: “estacioná bien o sos pollo”. Puede pasar.

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