¿Quién da más por la prevención de la violencia?

En mis vacaciones de verano me llevé un paper para leer, de una autora chilena que me topé en el proceso de armado de mi tesina de grado. Se llama Lucía Dammert  y es investigadora del Centro de Estudios en Seguridad Ciudadana de la Universidad de Chile. Captó mi atención cuando la leí hablar de “efecto pedagógico negativo de los medios”, algo que voy a mencionar en mi tesis muy por arriba pero que, en este blog, sin embargo, es el centro de gravedad. Me refiero a la capacidad de los medios de brindar “recetas para el crimen”, algo de lo que hablamos acá y también acá.

Resulta que, hurgando e investigando como siempre (porque la curiosidad no me da tregua), me encontré con varios escritos de ella en los que habla de la palabra mágica: “prevención” (en materia de crimen). Sin dudarlo, me metí de lleno a ver si allí podía encontrar respuestas a mis preguntas. ¿Cómo prevenimos el crimen? ¿Cómo podemos hacer para bajar las tasas de crímenes de violencia intrafamiliar? Eso de lo que nadie habla. Bueno, Lucía lo pone en primer plano, directo en el título, pero el contenido del texto decepciona un poco. No porque esté mal (¿quién soy yo para criticar a una profesional?), sino porque da cuenta de cuánto falta aún por recorrer en el camino de la teorización de esta materia tan actual.

Leí ansiosa cada línea esperando encontrar algo que se menciona fugazmente, pero que no encuentra desarrollo teórico. El texto “Participación comunitaria en la prevención del delito en América Latina. ¿De qué participación hablamos?”, va de ladrones, delincuentes y chorros. El robo a la propiedad privada nuevamente como centro de lo que se considera EL –y prácticamente único-, delito a combatir. La autora presenta tres casos de países latinoamericanos en los cuales se desarrollaron, con cierto éxito, estrategias de participación comunitaria con vistas a prevenir el delito. Uno de esos países es el nuestro. Toma el caso de las juntas vecinales de la provincia de Córdoba que hoy son una realidad en todas las ciudades más importantes del país. Las que presentan mayores índices de delitos, por cierto. Siempre hablando, en líneas generales, de robos.

Dammert habla de “cambio de paradigma” en la seguridad pública relacionado a una ampliación de la responsabilidad por la prevención y el control del crimen. Ya no es sólo tarea de la policía, sino que involucra también a los ciudadanos. “En las últimas décadas se ha evidenciado un notable cambio en la forma como se aborda la prevención del delito en el mundo”, dice. En ese sentido y con ese objetivo, surgen las asociaciones comunitarias que, en todos los casos que releva la autora, “se materializan en una propuesta concreta de formación de espacios de reunión de los principales actores políticos y sociales de la comunidad así como los vecinos en general”. Nótese el uso de la palabra “vecinos”, no es casual. Pregúntenle a TN sino.

En este universo de sentido que ubica a los vecinos unidos contra el crimen, ¿quién está del otro lado? Atención: “la consolidación de una comunidad participante es vista como un proceso ligado a la disminución de los delitos y de las oportunidades para cometerlos, a la defensa frente a los extraños o a la formación de un espacio social homogéneo y por ende seguro”. Los que están en la vereda de enfrente son los “extraños”. La otredad en su máxima expresión. Las palabras son poderosas porque crean realidades. Yo me pregunto y le pregunto a la autora: ¿dónde ubicamos a una mamá, vecina de un barrio normal, que mata a golpes a su hijo/a? ¿Y a un papá que viola y asesina a su hija o hijastra? ¿Y qué pasa con ese esposo clase media, empresario, que golpea sistemáticamente a su mujer hasta que un día la mata? Y por último, para no ser pesada, ¿dónde ubicamos a los pibes que, aburridos o por pura diversión, se agarran a trompadas con otro pibe y lo rematan? Porque todos ellos son criminales, vecinos, y están de este lado. No son extraños, son uno de nosotros que, en la oscuridad de su hogar o de su vida privada, toman la vida de otro a manos de la violencia. ¿Qué hacemos con ellos? Todavía no se escribió un paper que los tome como protagonistas, o yo no lo encontré. La propia Dammert dice, muy al pasar, que las denuncias de delitos que involucran violencia física han escalado por sobre los otros, lo que muestra “una problemática social aún más compleja”. Sí, claro que es compleja. De las más complejas. Por eso hay que atenderlas, porque siguen creciendo. Que no sepamos todavía qué hacer no nos exime de seguir buscando incansablemente posibles soluciones.

Dammert habla de cosas que a mí particularmente me interesan mucho: “prevención de la criminalidad”, “prevención del delito”, incluso menciona “prevenir la violencia”. Pero, honestamente, no veo cómo una junta vecinal local, con tareas de capacitación, líderes comunitarios, alarmas vecinales, solidaridad entre vecinos, y todo lo que quieran agregar, pueda mitigar un problema social como el que estamos padeciendo. No digo que no ayude. Por supuesto que toda tarea de capacitación y concientización abona un futuro mejor. Pero el problema es un muy de fondo. Creo, humildemente, que hacen falta otras herramientas, otros recursos, más transversales. Me refiero a políticas públicas avaladas y monitoreadas por un equipo de profesionales interdisciplinarios entre sociólogos, psicólogos, comunicadores, médicos, trabajadores sociales, abogados, todos. Porque el problema es de todos nosotros. De la sociedad entera.

Como dije varias veces, esos crímenes tan particulares que se repiten día tras día en los noticieros y que –va para Dammert y compañía-, no suceden en ocasión de robo! son la tendencia y el enigma. Son casos de pura violencia irrefrenable, incomprensible. Se mata al que supuestamente se ama pero no se tolera. Se mata al extraño que me derramó un vaso o me dijo una puteada. Se mata sin razón y por puras excusas. Se mata porque no se consigue refrenar el instinto salvaje que habíamos escondido en el fondo de nuestra especie luego de siglos de cultura. Se mata porque matar, en esas condiciones, es el síntoma. Es la fiebre.

La autora chilena también habla de “la necesidad de controlar los factores de riesgo del crimen”. Y nuevamente nos encontramos con la pelota afuera de la cancha cuando ubica como centrales el consumo de alcohol y el porte de armas. Que por supuesto que lo son, pero también son netamente factores externos. ¿Quién va a hablar de los factores internos? Esos que habitan la mente y el alma del que comete un crimen pasional, muchas veces incluso sin ser plenamente consciente de ello. Porque, repito, los crímenes que más crecen son los que suceden mediante la aplicación de violencia física. Es decir, golpes, patadas, estrangulamiento. No es un señor a una señora que hizo toda la vuelta de comprar o conseguir un arma para, cómodamente y sin ensuciarse, y premeditadamente, dispararle a su víctima. No. Es un cuerpo a cuerpo. Son crímenes sumamente difíciles de prevenir porque son, en muchos casos, impredecibles. No porque no haya señales a las que se pueda atender (moretones, conducta de la víctima), sino porque estamos muy acostumbrados a mirar para un costado. Como pasó con Lucio Dupuy.

Hay otra cuestión. Como bien señala la autora, esta especie de estrategia de prevención del crimen basada en asociaciones comunitarias de vecinos tiene más la pinta de reunión de consorcio que otra cosa. Y, en el fondo, como advierte Dammert, “se corre el riesgo de convertir la participación en un mecanismo para obtener seguridad privada y para mejorar el espacio local”. Por eso, insiste y hace hincapié en la necesidad de que esta estrategia de prevención se traduzca rápidamente en políticas públicas que avalen y den sustento institucional a los recursos de prevención. Es más, pienso yo que habría que empezar planteando qué entendemos por prevención del crimen. Pensar y debatir filosóficamente si es incluso posible prevenir este tipo de crímenes concretos: los intra hogar.

Y me dejé lo mejor para el final. Siempre un texto remite a otro y un autor te presenta, citándolo, a otro autor. Así es como me encontré con el señor Adam Crawford, a quien en mi próxima vida me gustaría tener como profesor de Criminología en la Universidad de Leeds, Inglaterra. Qué lujo! Dammert lo convoca en su artículo porque él, ya desde el año 1997, viene poniendo en duda las posibilidades a largo plazo de las estrategias de prevención del crimen a partir de asociaciones comunitarias. Y dice lo siguiente: “el crimen por sí mismo puede no ser el foco más apropiado sobre el cual organizar comunidades abiertas, tolerantes e inclusivas. Por el contrario, es más probable que genere mayor defensa y exclusividad. La conformación de comunidades tolerantes, sus instituciones y estructuras debe ser organizada sobre discusiones y focos que sean realmente integradores”. Vean que él habla de tolerancia, inclusión e integración. Yo pienso exactamente lo mismo. Cada vez que refuerzo que los criminales o asesinos son uno de nosotros, estoy diciendo justamente eso. No se los puede excluir del discurso ni mucho menos de la sociedad. Dammert lo retoma, al final, como conclusión: “es preciso desalentar la estigmatización del otro, del delincuente, del extraño, ya que el problema de la seguridad ciudadana es un tema que involucra a todos y en torno a él no se puede estimular la división y la estigmatización social”. Sí señora. No hay una guerra de vecinos contra chorros. Ni de personas trabajadoras contra drogadictos. O sí la hay, pero no importa dado que el gen de la violencia viene de mucho antes. Está en el seno de cada hogar. Donde se cría con violencia. Donde día a día mueren niños y bebés torturados por sus propios padres, padrastros, abuelos, tíos. Tenemos que entender que el problema nos atañe a todos. Ya se dieron algunos pasos: los casos de Fernando Baez Sosa y Lucio Dupuy dejaron asomar la punta del iceberg. Toda esa indignación ciudadana volcada a las redes y a las calles, es una primera alerta. Algo se está moviendo, pero demasiado lento. Mientras tanto, más personas siguen muriendo sin ningún tipo de defensa posible porque, en la selva posmoderna que habitamos, siempre gana el más fuerte (corporalmente hablando).

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