¿Cómo se cura una enfermedad social?


Aldous Huxley escribió “Un mundo feliz” en 1932. En 1998, sesenta y seis años después, escribió “Nueva visita a un mundo feliz”, donde hace una recapitulación de todo lo dicho y profesado en esa primera obra, nacida en la previa de la Segunda Guerra Mundial, y de todo lo que se vino después. Para el que no tiene idea de qué estoy hablando, le cuento que “Un mundo feliz” es una fábula futurística en la cual los gobernantes lograron el control total de la sociedad a partir del control de los nacimientos. En ella, los individuos trabajan, cumplen las funciones para las cuales fueron creados y, en su tiempo libre, se toman vacaciones de soma (la droga de la felicidad). No hay conflicto social porque las personas no desean lo que no pueden tener. Se los condiciona desde pequeños para eso. Y, además, porque la libertad sexual sin concepción garantiza placer sin complicaciones. Por último, porque, al no formar parte de una familia, el individuo solo, aislado, termina de trabajar y se droga hasta dormirse. Y se despierta feliz. O eso cree, al menos.

Muy resumido, es eso. Para más detalle, pueden visitar el post anterior donde explicamos punto por punto de esta imaginaria sociedad.

Y decíamos la semana pasada, continuando con el tema, que lo que se abolió en “Un mundo feliz” es la cultura. Veamos:

·       Se derroca la institución de la familia, base de toda sociedad humana, no importa su forma.

·       La educación es estrictamente utilitaria.

·       Se prohíben los libros y todo tipo de arte.

·       El entretenimiento es obsceno: placer inmediato a través del sexo y los sensoramas.

·       No se duela a los muertos ya que la muerte es un proceso fisiológico más.

Todos los elementos que forman parte de nuestro ser y hacer humanos, se diluyen. ¿Habrá pensado el autor que, para llegar al año 2500, de forma pulcra, ordenada y civilizada tendremos que dejar atrás todas esas cuestiones? ¿Será verdaderamente un requisito? Por el sólo hecho de permitir estas preguntas es que traigo la discusión de este libro aquí, a este espacio, donde debatimos sobre la necesidad de frenar los crímenes intra hogar. Porque, verán, en “Un mundo feliz” no hay crímenes. Ya sé que es una historia de ficción pero sirve como metáfora para pensar.

Dice el propio autor:

“La sociedad descrita en un mundo feliz es un estado mundial en el que la guerra ha sido eliminada y la finalidad primera de los gobernantes es evitar a cualquier costo que los gobernados provoquen conflictos. Logran esto legalizando (entre otros métodos) cierto grado de libertad sexual (hecha posible por la abolición de la familia) que garantiza prácticamente a los ciudadanos del mundo nuevo contra cualquier forma de tensión emocional destructiva (o creadora)”.

Tanto para tomar de este párrafo! Vamos por partes. La abolición de la familia es clave justamente porque, al no estar relacionados genéticamente (por sangre) con ninguna otra persona, no hay prohibiciones ni tabúes sexuales. Todo ese morbo que generan las violaciones y los abusos intrafamiliares, mágicamente se esfuma. Ahora bien, el costo de no vivir en familia, con una red de afectos y contención, para un ser humano en esencia sensible como somos nosotros debe ser alto y, me atrevo a decir, en algunos casos, impagable. Pero claro, Huxley pensó en todo. Para cubrir ese hueco emocional, ¿qué se le ocurrió? Una droga, un alucinógeno, un calmante, un fármaco. El soma. Ese narcótico de la India que existe, de hecho. No es un invento. Los mismos protagonistas de la obra, en varios pasajes, dicen: “Un solo centímetro cúbico cura diez sentimientos melancólicos”.

Vamos a volver sobre el tema de la libertad sexual la semana que viene, de la mano de “Totem y tabú”, de Freud. Pero ahora sigamos un poco más. La tensión emocional, dice Huxley, provocada por la represión de nuestras emociones (que sucede como consecuencia de las prohibiciones impuestas por la cultura en la que habitamos) puede ser destructiva o creativa. Y esta última parte la deja entre paréntesis. Las dos caras de la moneda. Así como el conflicto genera destrucción, también es la génesis de todo lo que se puede realmente admirar. Y ese es el dilema. Avanzar hacia una sociedad más ordenada, según esta metáfora, implicaría dejar de ser quiénes somos, quiénes fuimos durante dos milenios.

La pesadilla de la organización total que yo situaba en el siglo VII Después de Ford nos está esperando a la vuelta de la esquina”, dice el autor en El regreso a Un mundo feliz. “Las criaturas en botellas y la regulación centralizada de la reproducción no son tal vez cosas imposibles, pero es manifiesto que continuaremos siendo todavía por mucho tiempo una especie vivípara que se perpetuará  al azar”.

Esas sus proyecciones más recientes. Y agrega información bastante preocupante: “La uniformidad genética de los individuos es todavía imposible, pero el Gran Gobierno y la Gran Empresa poseen ya o poseerán pronto todas las técnicas  para la manipulación de la mente que han sido descritas en un mundo feliz y otras para las que no tuve suficiente imaginación”.

Nótese la brillante forma de rotular al poder político y al poder económico como “el gran gobierno” y “la gran empresa”, primero, y luego, dos cosas: que las técnicas de control social descritas en Un mundo feliz son un hecho en la actualidad, aunque en período de prueba, y que probablemente su imaginación haya sido más humilde que lo que pueden llegar a desarrollar estos dos poderes. Miedo.

Y me dejé lo mejor para el final: el conflicto. El conflicto, como tal, es constitutivo y constituyente de nuestra humanidad. Mejor, que lo explique un psicólogo. El propio Huxley cita, en su recapitulación de Un mundo feliz, al filósofo y psiquiatra Erich Fromm que dice lo siguiente:

Los síntomas neuróticos no son nuestros enemigos, sino nuestros amigos. Donde hay síntomas, hay conflicto, y el conflicto siempre indica que las fuerzas vitales que luchan por la integración siguen combatiendo todavía”.

Sin haber leído a Fromm, es lo mismo que decía en este otro postdonde hago hincapié en un punto central que intento reforzar semana a semana: que los crímenes (y, sobre todo, los intra-hogar), en su creciente incidencia y frecuencia, son el síntoma de la enfermedad de nuestra sociedad. Así como el cuerpo humano, mediante su sistema inmume, avisa y alerta de la intrusión de un virus o bacteria que está afectando al organismo, y que permite a médicos especializados, no sólo detectar, sino tratar esa enfermedad; también el cuerpo social presenta síntomas, que tendrán que ser leídos por especialistas para su correcto tratamiento. Esos especialistas son los sociólogos. Y los síntomas deben ser varios, pero yo veo muy fuerte uno de ellos: los crímenes sin razón.

Decíamos que los gobernantes de Un mundo feliz intentaban a toda costa evitar que los gobernados provoquen conflictos. Y lo lograban mediante la aplicación de todas las técnicas de control social que ya describimos. Entonces, tendríamos que pensar que la única forma de que el ser humano vuelva a convivir pacíficamente (o lo más pacíficamente posible) es anulando el estímulo. Vale decir, quitando de enfrente cualquier tentación que pueda despertar emociones demasiado fuertes o amores demasiado intensos. En suma, dejando de sentir. Viviendo drogado. Trabajando como un autómata. ¿Será ese nuestro único destino posible?

Es muy interesante la incorporación de la figura de “el salvaje” en la fábula, que vendría a representarnos a nosotros, en nuestra modernidad. Él se aferra a todo lo que lo hace humano y propone “resistir”. Yo estoy con él, con la diferencia de que esa resistencia tiene que estar acompañada de un autocontrol más férreo de nuestras pulsiones salvajes. Hay que volver a meter al hombre primitivo en la cueva. Hemos avanzado mucho como para retroceder y tirar todo por la borda. Siglos de cultura edificante y gloriosa, con su contra cara de hambre, pestes, guerras y pobreza, no pueden acabar en un tubo de ensayo. En una reproducción sin amor.

Miren qué paradójico, el propio autor de Un mundo feliz, cita en su relectura de la obra a quien da por tierra con la viabilidad de un ciudadano como el representado en la fábula, al establecer que “uniformidad y salud mental son incompatibles. El hombre no está hecho para ser un autómata y, si se convierte en tal, la base de la salud mental queda destruida”. Esto es lo que dice Fromm. Y yo agregaría algo más, también para discutir la viabilidad de dicho proyecto. Cuando dije recién “reproducción sin amor” no me refería solamente a la inseminación artificial y al control genético, sino también a la crianza. Pregunto, ¿no está confirmado que los seres humanos recién nacidos no logran sobrevivir sin afecto, sin contacto físico amoroso, más allá de que estén bien alimentados y en perfectas condiciones de salud? Ya ven cómo naturaleza y cultura se conjugan una y otra vez en una simbiosis sin escapatoria. La biología define, y la cultura da forma. No estoy segura de que se pueda prescindir de ninguna de ellas en el devenir de la humanidad. Habrá que pensar de qué forma conjugarlas de la mejor manera.

Para cerrar, voy a citar a Fromm hablando de la (a)normalidad:
Donde cabe hallar a las victimas realmente incurables de la enfermedad mental es entre quienes parecen los más normales. Muchos de ellos son normales porque se han ajustado muy bien a nuestro modo de existencia, porque su voz humana ha sido acallada a edad tan temprana que ya ni siquiera luchan, padecen o tienen síntomas. Son normales, no en lo que podría llamarse el sentido absoluto de la palabra, sino únicamente en relación con una sociedad profundamente anormal. Estos millones de personas anormalmente normales viven sin quejarse en una sociedad a la que, si fueran seres humanos cabales, no deberían estar adaptados”.

Quienes me siguen en Instagram (@lore_mauriello) sabrán que mi frase de cabecera (una de ellas) es “No es signo de buena salud el estar bien adaptado a una sociedad profundamente enferma”. Pertenece a Jiddu Krishnamurti y la leí por primera vez hace poco, en un libro de una autora argentina a quién me voy a referir muy pronto. En fin, todo esto para decir, como reflexión final, y siempre evocándonos al tema que nos convoca –los crímenes-, que toda esta discusión teórica sirve para reforzar la idea de que esos locos, asesinos, violadores, abusadores, caníbales, etc; en primer lugar, no son monstruos (son uno de nosotros) y, en segundo lugar, probablemente encarnen el síntoma de nuestra sociedad enferma. Que habrá que saber leer, identificar, poner en primer plano. Previo a quitarnos el miedo. Y que hay que dar gracias por ellos, no por lo que hacen o hicieron, sino porque, siguiendo a Fromm, el hecho de que haya conflicto y que, en consecuencia, haya síntomas, quiere decir que la humanidad aún da pelea. No nos rendimos. Pero debemos sanar, profundamente.

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