¿Cómo se cura una enfermedad social?
Y decíamos la semana pasada, continuando con el tema, que lo
que se abolió en “Un mundo feliz” es la cultura. Veamos:
· Se derroca la institución de la familia, base de toda
sociedad humana, no importa su forma.
· La educación es estrictamente utilitaria.
· Se prohíben los libros y todo tipo de arte.
· El entretenimiento es obsceno: placer inmediato a
través del sexo y los sensoramas.
· No se duela a los muertos ya que la muerte es un
proceso fisiológico más.
Todos los elementos que forman parte de nuestro ser y hacer
humanos, se diluyen. ¿Habrá pensado el autor que, para llegar al año 2500, de
forma pulcra, ordenada y civilizada tendremos que dejar atrás todas esas cuestiones?
¿Será verdaderamente un requisito? Por el sólo hecho de permitir estas
preguntas es que traigo la discusión de este libro aquí, a este espacio, donde
debatimos sobre la necesidad de frenar los crímenes intra hogar. Porque, verán,
en “Un mundo feliz” no hay crímenes. Ya sé que es una historia de ficción pero
sirve como metáfora para pensar.
Dice el propio autor:
“La sociedad descrita en un
mundo feliz es un estado mundial en el que la guerra ha sido eliminada y la
finalidad primera de los gobernantes es evitar
a cualquier costo que los gobernados provoquen conflictos. Logran esto
legalizando (entre otros métodos) cierto grado de libertad sexual (hecha
posible por la abolición de la familia) que garantiza prácticamente a los
ciudadanos del mundo nuevo contra cualquier forma de tensión emocional
destructiva (o creadora)”.
Tanto para tomar de este párrafo! Vamos por partes. La
abolición de la familia es clave justamente porque, al no estar relacionados
genéticamente (por sangre) con ninguna otra persona, no hay prohibiciones ni
tabúes sexuales. Todo ese morbo que generan las violaciones y los abusos
intrafamiliares, mágicamente se esfuma. Ahora bien, el costo de no vivir en
familia, con una red de afectos y contención, para un ser humano en esencia
sensible como somos nosotros debe ser alto y, me atrevo a decir, en algunos casos,
impagable. Pero claro, Huxley pensó en todo. Para cubrir ese hueco emocional,
¿qué se le ocurrió? Una droga, un alucinógeno, un calmante, un fármaco. El
soma. Ese narcótico de la India que existe, de hecho. No es un invento. Los
mismos protagonistas de la obra, en varios pasajes, dicen: “Un solo centímetro cúbico cura diez
sentimientos melancólicos”.
Vamos a volver sobre el tema de la libertad sexual la semana
que viene, de la mano de “Totem y tabú”, de Freud. Pero ahora sigamos un poco
más. La tensión emocional, dice Huxley, provocada por la represión de nuestras
emociones (que sucede como consecuencia de las prohibiciones impuestas por la
cultura en la que habitamos) puede ser destructiva o creativa. Y esta última parte
la deja entre paréntesis. Las dos caras de la moneda. Así como el conflicto
genera destrucción, también es la génesis de todo lo que se puede realmente
admirar. Y ese es el dilema. Avanzar hacia una sociedad más ordenada, según
esta metáfora, implicaría dejar de ser quiénes somos, quiénes fuimos durante
dos milenios.
“La pesadilla de la
organización total que yo situaba en el siglo VII Después de Ford nos está
esperando a la vuelta de la esquina”, dice el autor en El regreso a Un
mundo feliz. “Las criaturas en botellas y
la regulación centralizada de la reproducción no son tal vez cosas imposibles,
pero es manifiesto que continuaremos siendo todavía por mucho tiempo una especie
vivípara que se perpetuará al azar”.
Esas sus proyecciones más recientes. Y agrega información
bastante preocupante: “La uniformidad
genética de los individuos es todavía imposible, pero el Gran Gobierno y la
Gran Empresa poseen ya o poseerán pronto todas las técnicas para la manipulación de la mente que han sido
descritas en un mundo feliz y otras para las que no tuve suficiente imaginación”.
Nótese la brillante forma de rotular al poder político y al
poder económico como “el gran gobierno” y “la gran empresa”, primero, y luego,
dos cosas: que las técnicas de control social descritas en Un mundo feliz son un
hecho en la actualidad, aunque en período de prueba, y que probablemente su
imaginación haya sido más humilde que lo que pueden llegar a desarrollar estos
dos poderes. Miedo.
Y me dejé lo mejor para el final: el conflicto. El conflicto,
como tal, es constitutivo y constituyente de nuestra humanidad. Mejor, que lo
explique un psicólogo. El propio Huxley cita, en su recapitulación de Un mundo
feliz, al filósofo y psiquiatra Erich Fromm que dice lo siguiente:
“Los síntomas
neuróticos no son nuestros enemigos, sino nuestros amigos. Donde hay síntomas, hay conflicto, y el conflicto siempre indica que
las fuerzas vitales que luchan por la integración siguen combatiendo todavía”.
Decíamos que los gobernantes de Un mundo feliz intentaban a
toda costa evitar que los gobernados provoquen conflictos. Y lo lograban
mediante la aplicación de todas las técnicas de control social que ya describimos.
Entonces, tendríamos que pensar que la única forma de que el ser humano vuelva
a convivir pacíficamente (o lo más pacíficamente posible) es anulando el
estímulo. Vale decir, quitando de enfrente cualquier tentación que pueda despertar
emociones demasiado fuertes o amores demasiado intensos. En suma, dejando de
sentir. Viviendo drogado. Trabajando como un autómata. ¿Será ese nuestro único
destino posible?
Es muy interesante la incorporación de la figura de “el
salvaje” en la fábula, que vendría a representarnos a nosotros, en nuestra
modernidad. Él se aferra a todo lo que lo hace humano y propone “resistir”. Yo
estoy con él, con la diferencia de que esa resistencia tiene que estar acompañada
de un autocontrol más férreo de nuestras pulsiones salvajes. Hay que volver a
meter al hombre primitivo en la cueva. Hemos avanzado mucho como para
retroceder y tirar todo por la borda. Siglos de cultura edificante y gloriosa,
con su contra cara de hambre, pestes, guerras y pobreza, no pueden acabar en un
tubo de ensayo. En una reproducción sin amor.
Para cerrar, voy a citar a Fromm hablando de la
(a)normalidad:
“Donde cabe hallar a las victimas
realmente incurables de la enfermedad mental es entre quienes parecen los más
normales. Muchos de ellos son normales porque se han ajustado muy bien a
nuestro modo de existencia, porque su voz humana ha sido acallada a edad tan
temprana que ya ni siquiera luchan, padecen o tienen síntomas. Son normales, no
en lo que podría llamarse el sentido absoluto de la palabra, sino únicamente en
relación con una sociedad profundamente anormal. Estos millones de personas anormalmente normales viven sin quejarse en
una sociedad a la que, si fueran seres humanos cabales, no deberían estar
adaptados”.
Quienes me siguen en Instagram (@lore_mauriello) sabrán que mi frase de cabecera (una de ellas) es “No es signo de buena salud el estar bien adaptado a una sociedad profundamente enferma”. Pertenece a Jiddu Krishnamurti y la leí por primera vez hace poco, en un libro de una autora argentina a quién me voy a referir muy pronto. En fin, todo esto para decir, como reflexión final, y siempre evocándonos al tema que nos convoca –los crímenes-, que toda esta discusión teórica sirve para reforzar la idea de que esos locos, asesinos, violadores, abusadores, caníbales, etc; en primer lugar, no son monstruos (son uno de nosotros) y, en segundo lugar, probablemente encarnen el síntoma de nuestra sociedad enferma. Que habrá que saber leer, identificar, poner en primer plano. Previo a quitarnos el miedo. Y que hay que dar gracias por ellos, no por lo que hacen o hicieron, sino porque, siguiendo a Fromm, el hecho de que haya conflicto y que, en consecuencia, haya síntomas, quiere decir que la humanidad aún da pelea. No nos rendimos. Pero debemos sanar, profundamente.

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