Dos bebés, dos muertes violentas.
Uno tenía seis meses de gestación, era todavía un feto. Apareció incinerado en un basurero de José León Suarez. El otro logró vivir cuatro meses fuera de la panza de su mamá. Murió por una lesión neurológica causada por el “síndrome del bebé sacudido”. Ambos fueron asesinados por sus propios padres biológicos. Las dos noticias trascendieron el mismo día, en la misma edición de noticiero.
Tomo estos dos casos simplemente al azar para
intentar ilustrar cómo la teoría que sostengo se puede evidenciar todos los
días. Las noticias de bebés y niños muertos a manos de sus padres son ya moneda
corriente. Se acumulan formando una pila inmensa de atrocidades. Son tantos y
tan frecuentes que corremos el riesgo de naturalizarlos, restarles la
importancia y la total atención que merecen.
Si bien ambas noticias se dieron a conocer el mismo
día, los crímenes no son contemporáneos. El hallazgo del feto quemado en un
basural es reciente, y la noticia del bebé de cuatro meses asesinado por su
padre es más antigua, pero trascendió ahora porque se dio a conocer el
veredicto de la justicia. Es interesante ponerlas en paralelo y compararlas ya
que ofrecen distintos ángulos para observar el mismo fenómeno.
Veamos. ¿Qué se supo del bebé incinerado? Poco y
nada. Fue encontrado por un peatón que circulaba por esa zona de basurales de
José León Suarez, en el gran Buenos Aires profundo. Estaba apenas tapado, sobre
un montículo de tierra donde se presume que sus propios progenitores lo
prendieron fuego. La autopsia determinará si murió, o lo mataron, antes de
quemarlo, o si lo quemaron vivo. La hipótesis principal es que se trató de un
parto casero ya que no hay registros en ningún hospital de la zona. Dado el
tiempo de gestación del bebé, se trataba de un nacimiento prematuro, que pudo
provocarse naturalmente o inducirse. Es evidente que la madre participó en el
descarte del cuerpo, siendo la principal protagonista, y es muy probable que
haya actuado con ayuda de alguien, tanto para parir como para llevar el cuerpo
hasta el basural y quemarlo. Pudo haber sido el padre de la criatura, o
cualquier familiar o allegado.
Los medios recalcaron la velocidad de la policía en
llegar al lugar de los hechos, y yo me pregunto, ¿de qué sirve esa velocidad?
Ese bebé no tenía chances de sobrevivir. No sabemos concretamente qué pasó el
día que el feto salió del cuerpo de su mamá, pero lo que sí sabemos es que, en
lugar de obtener sepultura como un ser humano que es, terminó siendo descartado
como si fuera un pedazo de basura. Su cuerpo, sus órganos, su alma, no tenían
ningún valor para los gestantes de esa vida. Podemos pensar que era una pareja
joven, o ignorante, o sin recursos, o incluso una madre soltera, que en la
desesperación creyó que lo mejor era deshacerse del cuerpo, hacer como si nunca
hubiese existido.
Supongamos dos escenarios posibles y disímiles entre
sí. Vayamos con el de máxima, primero. La madre sufre un aborto espontáneo. Por
motivos indescifrables no concurre a un hospital sino que da a luz en su casa.
Ese bebé, prematuro, nace muerto, o muere naturalmente al poquito tiempo de
haber nacido. La madre, con ayuda de alguien de su entorno, por miedo,
ignorancia, comodidad o pura indiferencia, acude al basural a desechar a su
hijo muerto. Para borrar evidencias, le prenden fuego al cadáver.
Hipótesis de mínima: una mujer embarazada es
fuertemente golpeada por su pareja, lo cual le produce un parto prematuro. O
bien ambos progenitores acuerdan inducir el parto para darle muerte a ese bebé
que se estaba formando y que no tenían intenciones de recibir en sus vidas. El
bebé nace con vida y con posibilidades de supervivencia. Pero es asesinado
(ahogado o estrangulado) por sus propios padres, quienes luego se dirigen al
basural para desecharlo como basura orgánica, a la que prenden fuego.
Yo sé, es todo muy macabro. Pero hay que seguir. Hay
que mirar de frente estas situaciones, con todo el horror y con todo el morbo
que implican, porque no son casos aislados. Están funcionando como signos de una época en la cual el precio
de la vida, al igual que el de la economía en general, está devaluado.
Todo lo relatado es lo poco que se sabe y que se
sabrá de este hecho. La policía no tiene herramientas, ni ganas, ni tiempo, de
ahondar en la muerte de un feto de seis meses cuando es muy probable que, pocas
horas después, tenga nuevos casos esperando a no ser resueltos. Y digo “no ser
resueltos” porque la sociedad y la cultura llegan, a través de sus
instituciones, cuando ya no hay vida. Llegan a trasladar un cuerpo a la morgue,
para analizar, en forma póstuma, qué pasó con ese ser humano, y elucubrar
hipótesis que de nada sirven ya. No hay
posibilidad, aún, de prevención de este tipo de crímenes, los “crímenes
intra-hogar”, como yo los llamo.
Vayamos al segundo caso. Este asesinato no es
reciente. Sucedió en el año 2019, pero se dio a conocer ahora, el mismo día que
el bebé incinerado en el basural, porque trascendió la pena que le cabe al
padre, el responsable del hecho. Fue acusado de homicidio culposo, lo cual
significa, según la justicia, que no tuvo intención de matar; se considera más
bien un accidente. Vamos con los hechos: una madre que tenía que ir a rendir un
examen, dejó a su bebé de cuatro meses al cuidado de su pareja, el padre del
bebé. En la intimidad de ese hogar, sólo el hombre y la criatura saben lo que
verdaderamente pasó. El señor argumenta que el bebé se le resbaló mientras
intentaba bañarlo. Inmediatamente lo trasladó a una clínica para que lo
atiendan porque notaba que algo no estaba bien. Los médicos que lo recibieron
detectaron un problema neurológico que asociaron al “síndrome del bebé
sacudido”. Esto sucede cuando un bebé muy pequeño es violentado por sus
cuidadores, agitando su cuerpo y su cabeza de manera tal de ocasionar un
derrame cerebral. Las consecuencias pueden ser irreversibles, como en este
caso. El bebé falleció unos días después, dado que no hubo forma de reanimarlo.
En este caso sí pudieron identificarse a los
responsables de la muerte de la criatura, se les pudo poner nombre y rostro, se
los pudo citar a declarar. Se pudo reconstruir el hecho, aunque de manera
deficiente e incompleta seguramente. Esta es la primera y principal diferencia
con respecto al feto incinerado. Sin embargo, las similitudes son más que una.
Ambos bebés murieron en manos de sus progenitores. Ambos, también, murieron de
forma violenta. Asesinados, quemados, golpeados. En los dos casos, las muertes
se produjeron en el interior de los hogares, en la intimidad y el silencio
entre un niño y su padre o madre. Ninguno de los dos obtuvo justicia por su
crimen. El primero, por no poder identificar a los progenitores; el segundo,
por no poder probarse el delito doloso.
Así que ya ven. Un día de noticiero. Un rato nomás.
Dos casos. Dos crímenes. Intra-hogar. Padres contra hijos. El más fuerte contra
el más débil. La muerte más anti natural que puede existir. Los que dan vida,
son los que también la quitan. Son dioses todo-poderosos con la capacidad de
traer al mundo personas que luego descartan de la manera más brutal, cruel e
impune. Y la justicia, tan lenta, pesada e incapaz, como se presenta en la
actualidad, no ofrece ninguna alternativa; no sólo de condenar y juzgar con
todo el peso de la ley, sino mucho menos de actuar de forma anticipada. No hay prevención de este tipo de crímenes,
que cada día son más. A su vez, los medios, al mostrar la cotidianeidad de
estos hechos, al revelar las circunstancias, los modos y sus desenlaces, tan
sueltos de culpa y cargo para los responsables; colaboran, en mi opinión, con
la propagación de los mismos. Sin saberlo, y sin querer probablemente,
alimentan la verosimilitud y la naturalización de los crímenes más anti
naturales y aberrantes jamás pensados, y hoy atestiguados día y noche como
nuevos casos policiales, sin resolver, claro.

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