El crimen es el mensaje
Un pequeño guiño a los estudiantes de Comunicación. Este título parafrasea la inmortal definición de Marshall McLuhan: “el medio es el mensaje”. ¿Se acuerdan? ¿A qué se refería con eso? Bueno, pues, a que la forma en la que se percibe un mensaje está directamente relacionada al medio que lo transmite. Sería algo así como “somos lo que vemos”, en sus propias palabras.
Me interesa el aforismo
porque justamente plantea una relación simbiótica entre un objeto (que sería el
crimen en este caso) y lo que ese objeto comunica. ¿Qué comunica, entonces, el
crimen? Como ya deslicé en previos posts, “el crimen es el síntoma del estado de
enfermedad de la sociedad”.
¿Se acuerdan cuando
empezamos este blog hablando del contrato social de Rousseau y lo citábamos
para decir con él que “en un estado bien
gobernado hay pocos castigos, no porque se concedan muchas gracias, sino porque
hay pocos criminales. La excesiva frecuencia de crímenes asegura su impunidad
cuando el Estado decae”.
Ahora vamos a completar esta
idea con el fabuloso texto de Foucault, “Los Anormales” (1974). Él dice, y
cito: “el criminal y, sobre todo, la frecuencia de los crímenes
representan en una sociedad algo así como la enfermedad del cuerpo social”.
¿Vieron por qué insisto tanto con el tema de las estadísticas? Porque no sólo
es el crimen, sino el crimen asociado a su capacidad de repetición y
frecuencia. No se trata de crímenes aislados, que siempre los hubo y siempre
los habrá, se trata de una tendencia. Una tendencia en alza; sostenida,
alarmante, preocupante.
Entonces, como bien señala
Foucault, 1) el crimen se presenta en forma de síntoma de un cuerpo enfermo (el
cuerpo social, la sociedad entera), 2) hay que prestar especial atención a la
frecuencia de aparición de los crímenes. Es decir, a más cantidad de crímenes,
más impunidad, más retroceso del Estado, más anarquía. ¿Y cuál sería el
problema de vivir en la anarquía social? Imagínenselo.
Imaginen que las leyes no
coaccionaran a ningún individuo. Que la justicia no condenara a ningún
culpable. Que la policía no detuviera a ningún violento. ¿Estamos cerca, no?
Sí, estamos muy cerca de
llegar a la anarquía total que describe Rousseau como la caída del Estado.
Claro, él lo piensa en términos políticos. Sumémosle la perspectiva sociológica
y psicológica: caos.
Lo interesante es ver cómo
dos teorías que en principio parecen no tener nada que ver –me refiero al texto
político de Rousseau y al enfoque más global de Foucault-, se relacionan
intrínsecamente, reafirmándose mutuamente. Me explico: para Foucault, “el criminal es quien, tras romper el pacto que suscripto, prefiere su interés a las
leyes que rigen la sociedad a la que pertenece. Vuelve entonces al estado de
naturaleza, porque ha roto el contrato primitivo. Como el crimen es, por lo
tanto, una suerte de ruptura del pacto, afirmación, condición del interés
personal en oposición a todos los demás, podrán ver que el crimen es
esencialmente del orden del abuso de poder. En cierta forma, el criminal es
siempre un pequeño déspota que hace valer su interés personal”.
Sí, ya sé, esta cita no
tiene desperdicio. Ahora bien, Foucault hace referencia a que el primer
criminal, el primero en romper el pacto social, es el tirano. Justamente por su
abuso de poder, por ser un déspota. Su arbitrariedad, dice, “es un ejemplo para los criminales posibles
e, incluso, en su ilegalidad fundamental, una licencia para el crimen”. Es
decir, ¿por qué nosotros, simples mortales, tenemos que obedecer las leyes si
la propia justicia, los propios magistrados, senadores, funcionarios públicos,
hasta el propio presidente, no las respetan? Ahí pueden entender un poco más
por qué fue tan indignante la fiesta de cumpleaños de Fabiola en plena
pandemia. Por qué hoy la gente no respeta ni se somete a protocolos ni
aislamiento cuando tuvo que ver con sus propios ojos cómo los mismos que
imponían las leyes, se escapaban de ellas.
Esa pequeña digresión,
volcándolo a un tema de actualidad, es simplemente para ilustrar el punto. En
definitiva, lo que dice Foucault con un poco más de énfasis y contundencia, es
lo mismo que leemos en Rousseau: “en un
Estado bien gobernado (…) hay pocos criminales”. O sea que la cantidad y
frecuencia de los crímenes depende, en parte, de la calidad institucional. Como
todo fenómeno complejo, habrá que sumar otros factores, pero éste se encuentra
en la base misma. La corrupción del sistema político habilita el crimen. Le da
luz verde. Algo que parece tan simple y lógico y que, sin embargo, no está del
todo expuesto ni clarificado.
Sigamos. “Un criminal es quien rompe el pacto cuando
lo necesita o lo desea, cuando su interés lo impone, cuando en un momento de
violencia o ceguera hace prevalecer la razón de su interés, a pesar del cálculo
más elemental de la razón. Déspota transitorio, déspota por deslumbramiento,
déspota por enceguecimiento, por fantasía, por furor, poco importa. El déspota
puede imponer su voluntad a todo el cuerpo social por medio de un estado de
violencia permanente. Es el fuera de la ley permanente, el individuo sin
vínculo social. El déspota es el hombre solo. Es aquel que, por su existencia
misma y su mera existencia, comete el crimen máximo, el crimen por excelencia,
el de la ruptura total del pacto social por el cual el cuerpo mismo de la
sociedad debe poder existir y mantenerse”.
Por “cálculo más elemental
de la razón” debemos entender las consecuencias que dicho acto criminal acarrea
para quien lo comete. Entonces, el criminal que decide romper el pacto que lo
une con la sociedad a la que pertenece, como bien lo describe Foucault, se deja
llevar por sus intereses más personales (por sus pulsiones, diría Freud) y hace
valer “su ley”. Por eso Foucault lo define como un déspota, e identifica en la
figura del rey al primer monstruo jurídico.
¿Qué interesante, no? Como
todo está escrito y dicho, simplemente hay que readaptar las fichas para que
encajen en nuestra realidad actual, sumando datos y nuevos enfoques. Me quedo
con esta frase también: “(el criminal) es el individuo sin vínculo social”. De
manera que, necesariamente, para salirse del pacto social y atentar contra la
sociedad mediante sus crímenes, el criminal debe primero aislarse; romper lazos
de tipo afectivos. Puede hacerlo literalmente o simplemente en su mente, pero
debe haber un momento de separación. Esa distancia física y/o emocional es la
que habilita la violencia más desmesurada. De otro modo, estaría atentando
contra sí mismo como parte constitutiva del enjambre social.
Imaginemos cuán peligroso
es, y va a ser cada vez más, contar con personas desligadas del cuerpo social,
escindidas emocional y mentalmente sin ninguna barrera cultural ni represión
psíquica que frene sus instintos más violentos, esos que vienen de muy adentro
y de muy atrás en el tiempo. En el próximo post vamos a ahondar en este tema,
mediante la noción de instinto.
Pero ahora, para cerrar esta
idea, quiero referirme a lo que es el centro de todo mi análisis y al que
Foucault alude en “Los Anormales”. Se trata del “crimen sin razón”. Un crimen
que, tal como él lo identifica, es el peligro absoluto. ¿Por qué? Bueno, para
empezar, porque representa una total confusión para el sistema penal, tan
acostumbrado a castigar intenciones y a buscar causas para dar sentido a los
crímenes, para hacerlos entrar dentro del mundo de la razón. Todo lo que
podemos volver inteligible, podemos por tanto manejarlo, meterlo dentro de
nuestros horizontes mentales. Pero, ¿qué pasa cuando algo escapa a la razón?
Por costumbre, comodidad y falta de creatividad, se lo ha catalogado de locura.
Entonces, todo crimen que se asemeja a un estado de monstruosidad salvaje, o
que representa el accionar de una persona demente, se cataloga como tal y se
mira desde un lugar de desaprobación, miedo y rechazo.
Yo propongo que cambiemos
esa mirada. Y me voy a apoyar en un ejemplo que el mismo Foucault provee. Él
hace mención a una diferencia que operó entre el tratamiento de los leprosos,
hacia fines de la Edad Media, y la transición hacia el modelo de la peste, a
comienzos del siglo XVIII. Antes de que se pregunten qué tiene que ver esto con
el crimen, síganme en el razonamiento. A este cambio histórico Foucault lo
llama “la invención de las tecnologías
positivas del poder”. Positivo porque antes, en la época de la lepra, era
absolutamente negativo. ¿Cómo? Creo que es de común conocimiento que a los
leprosos se los excluía, se los rechazaba con manifiesto asco. Incluso ciertas referencias
relativas a este tema han permanecido en el lenguaje hasta nuestros días, ¿me
equivoco? La reacción que se tenía frente a la lepra era una reacción netamente
negativa, de rechazo total.
Ahora bien, cuando la peste
tomó el lugar que había dejado vacante la lepra, el escenario había cambiado.
Los actores cambiaron, como si hubieran aprendido algo. Ya no fue una reacción
negativa, de rechazo, sino positiva: de inclusión. Se incluía a los apestados,
dividiéndolos, supervisándolos, controlando la expansión, formando saber
alrededor del acontecimiento. Podemos tranquilamente relacionarlo con la
reciente pandemia del coronavirus. Esta tecnología de poder aplicada sobre los
individuos es de tipo productiva. No tiene como función principal reprimir,
rechazar, anular, prohibir, aislar, sino más bien incluir, desde la
observación, el análisis y el tratamiento adecuado.
¿A qué voy con esto? A que
cuando digo una y otra vez que los asesinos son “uno de nosotros”, digo
justamente, y por ese mismo motivo, que excluirlos, sin hacernos cargo como
sociedad de nuestros productos, es irresponsable y filosamente peligroso. No
hace más que acumular miles y miles de excluidos que arañan una y otra vez las
débiles bases de nuestro ordenamiento social.
Que mirar al delincuente con
rechazo, horror, espanto, desaprobación, desde una mirada altiva y ajena, es
como excluir a un leproso, cultivando en él un resentimiento sin límites. Es no
darle ninguna oportunidad de reinsertarse. Es despreciarlo, sin reconocerlo
parte del mismo sistema que nos contiene a todos.
Pronto voy a dedicar un post
a uno de los libros más maravillosos que leí: “La máquina del tiempo”, de
Herbert Wells. ¿Lo conocen? ¿Les suenan los morlocks? Bueno, creo que son una
excelente metáfora, bien gráfica, para identificar la sociedad del futuro. Es increíble
como el autor, en el año 1895, imaginó con tanta claridad, lo que hoy podemos
pensar más como una posible realidad que como ciencia ficción. Lo dejó ahí por
ahora.
Entonces, resumiendo,
propongo una mirada positiva frente al crimen. No de aprobación, por supuesto,
pero sí de análisis, de observación, de respeto. Esos crímenes son el síntoma
de nuestra sociedad enferma. Nos están hablando, nos están interpelando.
Tenemos que actuar como médicos frente al enorme desafío de diagnosticar una
nueva enfermedad, desconocida y temible.
Con respecto a la definición
de crimen sin razón, me interesa puntualizar algo. Foucault lo plantea así: “si la premisa de que cualquier individuo
debe vivir, no fue lo suficientemente
fuerte para actuar como principio de bloqueo de esa necesidad de matar,
esa pulsión de matar, si tenemos que vérnosla con alguien que tiene frente a sí
a quien ni siquiera es su enemigo y acepta matarlo, a la vez que sabe que con
eso mismo condena su propia vida, entramos así en un campo absolutamente nuevo”.
Coincido plenamente con la
novedad, y agrego algo: un asesinato por robar un celular o por una simple pelea
entre vecinos, incluso entre esposos, también deberíamos considerarlo sin
razón. Por lo menos no es una razón válida para matar. Se corrieron los
límites. Es como si cualquier excusa sirviera de disparador para eyectar la
violencia contenida, irrefrenable, imparable.
Otros crímenes sin razón:
adultos contra niños. El crimen absurdo. No hay resistencia. Es David contra
Goliat. Los crímenes contra desconocidos: las masacres que venimos viendo en
Estados Unidos y el mundo en general. ¿Qué podríamos pensar como motivo válido
(no justificable) para matar? Se me ocurre un móvil fuerte como la venganza,
una respuesta a un crimen previo. Y no mucho más.
Por último, la conciencia de
que, con ese crimen, se auto-condenan, no es menor. Es nuevamente referirnos al
título de este humilde blog (“La cárcel ya no da miedo”). Ese elemento, que
debería ser de peso, como en la época de los suplicios, ya no desequilibra la
balanza. No juega ningún rol. No amedrenta, no atemoriza, no hace dudar, no
interviene -como resistencia-, en la premeditación del crimen.
Quiero cerrar con una
reflexión que es la causa y el móvil de este pequeño proyecto editorial, y que
nadie lo puede plantear mejor que el maestro Foucault:
“¿No nos toparemos, en el caso del criminal, con un personaje que será, a
la vez, el retorno de la naturaleza al interior del cuerpo social que renunció
al estado natural por el pacto y la obediencia a las leyes?”
Se acuerdan que, en el primer post, donde me
presentaba, les hablé de un título que escribí hace muchos años, que se quedó
en un título sin desarrollar, hasta hoy. Ese título era “Salvajes por naturaleza, sociales en la corteza”. Esa es mi
hipótesis, mi base de investigación, mi obsesión, mi mayor interés y pasión.
Descubrir qué hay detrás de estas iniciales presunciones y conjeturas, qué hay
de cierto, y cómo se podría colaborar en el armado de políticas públicas
tendientes a mejorar el problema situación al que nos enfrentamos.
Por eso insisto en cambiar
la mirada, en dejar de ver monstruos y locos donde sólo hay naturaleza humana
originaria y primitiva hablando fuerte y claro.

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