Bebés olvidados en los autos: ¿homicidio culposo o forma legal de matar y evitar el castigo?


En anteriores posts hablé muy por arriba del efecto contagio de los crímenes, y de cómo la difusión en los medios de comunicación puede resultar muy peligrosa, como cuando se le da visibilidad a un hecho terrorista.

Y dije que lo iba a explicar. Bueno, aquí vamos. Es sólo una hipótesis, que quede claro. La única forma de hacer ciencia en un terreno en construcción es ir de conjetura en conjetura, hasta empezar a pisar firme. Después es todo mucho más fácil, supongo.

Cuando digo “contagio”, me refiero a la multiplicación de casos. Si nos basamos en la acepción médica, tendríamos que hablar de un hecho inconsciente, involuntario. Pero vamos a referirnos a contagio como una especie de “efecto dominó”.

Esto quiere decir que, un caso inicial, de amplia repercusión, empieza a hacer ecos en otros lugares y con otros protagonistas. Y para eso, el rol de los medios de comunicación es clave. ¿Por qué? Porque además de informar, como creen que hacen, y que está muy bien, también, sin querer, están pasando una receta. ¿A quién? A gente que del otro lado de la pantalla, de pronto, se siente inspirada a hacer lo mismo.

Lo voy a apoyar en hechos concretos, construyendo, como les dije, una hipótesis, una posibilidad de análisis.

El 5 de octubre de 2018 una noticia llega desde España: una beba de 21 meses muere asfixiada luego de ser olvidada en el auto durante siete horas por su padre. Tremendo. El hombre, como todos los días, salió de casa para ir a trabajar, previo dejar a sus hijos en la escuela. La más pequeña, que asistía a la guardería, era la última parada antes de dejar el coche estacionado frente a la boca de subte que lo llevaba a su domicilio laboral.

La madre se presenta a las 16 horas en la guardería, como todos los días, para retirar a su hija. Y ahí mismo le informan que la niña no había asistido. Inmediatamente, llama a su esposo y le pregunta dónde está su hija. “Dónde va a estar? En la guardería!”. No está acá!”, le responde ella, furiosa. “Pero si yo la dejéoh no! Está en el auto!”

Llanto. Culpa. Desesperación. Incomprensión. La criatura falleció asfixiada y deshidratada. No hubo forma de reanimarla. Como les digo siempre, dejemos de lado la tragedia y las emociones, y analicemos los hechos lo más objetivamente posible. Lo que viene después es lo que más me interesa contarles.

El padre fue aprehendido por la policía por “homicidio imprudente”. Les transcribo textuales de la nota: “El conmovedor testimonio y la versión que ofreció ese hombre, hundido por la culpa, bastaron para que los agentes del Grupo V de Homicidios zanjaran el asunto. Ni siquiera le hicieron la prueba toxicológica”.

Este es el caso A. Esto pasó en octubre de 2018 en España y la noticia se difundió en varios países, incluido el nuestro. A partir de ese caso A, en nuestro país, durante los meses de noviembre y diciembre de 2018, ¿curiosamente? se empiezan a registrar varios casos similares.

El primero sucede exactamente un mes después, el 6 de noviembre de 2018 en la localidad bonaerense de Santos Lugares. Mismo caso. O muy parecido. Una pareja sale de su casa temprano, con su beba de un año, rumbo al trabajo de la mujer, y luego a la guardería.

El hombre vuelve a su casa y estaciona el auto al frente de la misma. Sale en dos oportunidades de la vivienda, alrededor del mediodía. El auto no se mueve. Está al rayo del sol. Cerrado. Con vidrios oscuros. Es verano en Argentina y hace mucho calor.

A eso de las 5 de la tarde, 9 horas después, el señor vuelve a abrir el auto para ir a buscar a su beba a la guardería y se encuentra con el horror. La nena habría sobrevivido alrededor de cinco horas y finalmente terminó muriendo por hipertemia y asfixia, según reveló la autopsia.

Es el mismo padre quien, en medio de un ataque de llanto y de nervios, llama al 911 para pedir una ambulancia porque encontró a su hija sin signos vitales en el asiento trasero de su auto.

La fiscal asignada al caso ordenó la detención e imputación por homicidio culposo del papá de la criatura, y pidió también que quede incomunicado, para evitar que hable con su esposa y condicione su declaración. Al momento de declarar, el señor esbozó todos estos motivos para olvidarse a su hija en su auto:

- que había sufrido un ACV hacía tres años

- que estaba estresado por un cambio de trabajo

- que estaba atravesando una situación complicada producto de una herencia familiar

- que no se dio cuenta

 

"Yo pensé que la había llevado a la guardería. Estaba convencido", dijo y repitió varias veces ante la fiscal. Al cabo de una semana, fue liberado.

Todos los hechos que menciono en este post pueden buscarlos en internet. De ahí extraje toda la información. Yo tenía 33 años cuando pasó esto. Recuerdo, como si fuera hoy, asombrarme al ver la cascada de casos de bebés olvidados en los autos que empezaron a suceder inmediatamente después.

En el mes de diciembre de 2018, se registran e informan en los medios de comunicación de nuestro país al menos tres casos de niños olvidados “intencionalmente” (atención con esta diferencia) por sus padres en el interior de sus vehículos;  que por suerte fueron rescatados, ya que la sociedad, indignada frente al aumento de estas tragedias evitables, comienza a estar alerta e informar a la policía, que rápidamente rompe vidrios para rescatar a las criaturas.

En Córdoba, una mujer deja a su nene de un año y cuatro meses en el auto durante una hora para ir a la peluquería. Un vecino que pasaba por ahí, escucha el llanto del nene y llama a la policía. La mujer fue presa, y luego liberada.

En Ciudadela, un matrimonio deja a su nene de tres años en el interior del vehículo, con los vidrios cerrados, para ir a hacer las compras en un supermercado híper famoso. Otros clientes advirtieron la situación y llamaron a la policía, que rescató al nene y lo llevó de inmediato al hospital, sin que sus padres se enteraran de lo que estaba pasando en el estacionamiento. El episodio quedó caratulado como "averiguación de ilícito". Y en eso se quedó, en una carátula.

Finalmente, y ya cerrando el año 2018, una mujer del coqueto barrio de Palermo dejó a su nena de cuatro años sola en su auto y se fue con su hija mayor de diez años a hacer compras. Cuando volvió, se enojó con la policía porque le rompieron el vidrio del auto para rescatar a su hija que estaba en una crisis nerviosa. Se ordenó la detención de la mujer por "averiguación de lesiones". ¿Se imaginan en qué quedó esa averiguación? Averigüen.

¿A qué voy con todo esto? ¿A que algunos padres quieren matar a sus propios hijos? Sí, y no. Por supuesto no cuento con ninguna evidencia para decir lo que voy a decir. Nadie puede meterse, por ahora, en la cabeza de otra persona. Yo lo que ví en esta seguidilla de casos, fue un patrón. Muy probablemente, el caso A, el de España, haya sucedido tal cual lo relatan los protagonistas. Pero el hecho de que el señor “de verdad” se haya olvidado a su beba en el auto y, llorando desconsoladamente, y diciendo “yo estaba seguro que la había dejado en la guardería”, termina siendo absuelto, no es un dato menor para alguien que, viendo esta historia en el sofá de su casa, encuentre el plan perfecto.

Esta ahí frente a sus ojos, servido en bandeja. Está el paso a paso, el cómo actuar, el qué decir, sólo hay que replicarlo, y ser el mejor actor posible, para que se crea. ¿Quién no le va a creer a un padre que, producto de todo el estrés cotidiano, se olvidó a su beba en el auto y accidentalmente termina matando a su propia hija? Habría que ser muy desconfiado. Capaz si hubiera esperado un poco más de tiempo, sería menos sospechoso. No lo conozco al señor, no sé si quiso matar a su hija intencionalmente o no. Tampoco puedo afirmarlo, nadie puede de hecho. Lo que sí sé es que el caso se replica en forma idéntica un mes después, y con el mismo desenlace. Vamos a decir que este no fue el caso de alguien con deseos de matar, que encontró en los medios de comunicación la receta para llevarlo a cabo, pero sí podemos afirmar, con toda seguridad, que podría ser factible.

Las herramientas, los recursos, todo está expuesto. Los casos de olvidos intencionales del mes de diciembre sin duda son malas copias, mal ejecutadas, hasta probablemente no plenamente conscientes, pero copias al fin. Se sabía, se hablaba y se veían en los medios, noticias de bebés olvidados en el auto que terminaban muertos, y sus padres libres de toda culpa. Ya estaba ensayado y probado. Estaba habilitado.

Por último, no voy a dejar de hacer una referencia al hecho de que las muertes de menores por olvidos de sus padres (traduzco: negligencias) son mucho más frecuentes, lamentablemente, de lo que pensamos. En Estados Unidos, la estadística es verdaderamente alarmante. Ocurre entre 30 y 50 veces al año. Evidentemente, deben estar muy estresados los yanquis, porque se olvidan a sus hijos en el auto todo el tiempo.

En fin, yo sé que suena muy loco. Yo sé que podrán decirme, ¿cómo te atrevés a culpar a alguien de algo tan atroz sin tener pruebas? Y lo entiendo. Pero pensemos esto: si mi hipótesis es cierta, y alguien, no importa quién, toma un caso de un crimen difundido por los medios de comunicación, para inspirarse a realizar un crimen propio, ¿qué pruebas podríamos tener para acusarlo, alguna vez? Si está todo en su mente. Es una intención, mental, que encuentra su desarrollo y procedimiento en una idea externa, que llega a través de una noticia de policiales.

No hay forma de probarlo, pero sí podemos estudiar patrones de conducta a nivel social. Y haciendo conjeturas e hipótesis osadas como la que les acabo de presentar, podríamos avanzar en un plan que, por lo menos, intente concienzudamente contener la escalada de violencia. Empecemos por lo básico: no demos ideas. Si alguien quiere matar a una persona, que lo haga como pueda, si puede. Pero lo que no puede pasar es que se saltee la pena. No debería haber excusa ni absolución para alguien que premeditadamente acabe con la vida de alguien. ¿Hay forma de probarlo, en estos casos mencionados? Difícil. Lo que sí podemos hacer es observar cómo hay cientos de personas, entre nosotros, con instinto asesino, ávidos de ideas y formas de llevar a cabo sus planes macabros. ¿Qué tal si empezamos por no ayudarlos?

Ustedes dirán: ¿censura periodística? No lo sé, pensémoslo. La labor de los medios es muy importante, pero lo que yo veo con respecto a los crímenes, es que podría ser contraproducente darles tanta visibilidad, sobre todo contar cómo hizo el asesino, cómo se salió con la suya, de qué manera atacó, cómo consiguió los recursos, etc. Creo que toda esa información debería ser resguardada. De la misma manera que se hace habitualmente con los actos terroristas. Pensemos, con Rousseau, que justamente alguien que viola el pacto social, cometiendo un ilícito, por grande o pequeño que sea, se convierte por ese mismo hecho, en un enemigo. “Peor que un enemigo”-, dice Rousseau, “puesto que sus golpes los asesta desde el interior de la sociedad y contra esta misma: es un traidor, un monstruo”.

No alimentemos más a nuestros monstruos. Ya están enormes, gigantes. Nos van a devorar a todos. Es hora de empezar a pensar seriamente, no en acabar con la violencia -eso sería ingenuo-, pero sí en cómo evitar que siga creciendo y difundiéndose, convirtiéndose, por eso mismo, en algo habitual, común e inevitable.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Las madres no

Laura se fue, se desconectó del lazo social que la unía a la vida

Yo vi inmigrantes encadenados