Menos mal que llegó a pagar el fiado
No era necesario. Nunca lo fue. Hoy sí. Me refiero al pibe de 27 años que ahorcó a su padre jubilado de 65 años en Chaco porque no quería darle la jubilación que recién había cobrado para comprar droga. No era necesario convivir cinco días con el cadáver en descomposición colocado en una heladera que no funcionaba. No era necesario mentir a sus hermanos que buscaban a su padre desesperadamente. La droga es un flagelo mundial, es el opio de los pueblos, es un negocio millonario y es también la vía de descarte para cientos de miles de personas que sobran en un sistema capitalista tecnologizado que no tiene empleos ni vidas dignas para ofrecerles.
Pero mi punto es que, hasta hace poco, convertirse en parricida no era necesario. No veíamos todos los días en las noticias casos de personas que decidieron, por el motivo que fuera, cruzar esas líneas. Parricidios y filicidios. Muertes y crímenes intrahogar. Se mata al cuerpo que se tiene a mano. El que molesta, el que irrita, el que no para de llorar o de mandarse “ mocos ” (Abigail dixit), el que no me da lo que quiero , ese cuerpo que simplemente me cansó , que no lo aguantaba más.
Vean la nota de Crónica . Los periodistas, inmersos en el sentido común de la sociedad que habitan, no pueden evitar remitirse a la salud mental y, a partir de allí, vapulear a la nueva ley de salud mental por no permitir las internaciones contra voluntad que antaño se usaban como depósito humano y hasta incluso como estrategia de estafa familiar. No pueden evitar tampoco cargar todo en la cuenta de la drogadicción y las adicciones, ese fantasma que se cierne sobre cada ciudad en cada país del mundo, que constituye uno de los negociados más antiguos y más afianzados y que ciertamente no encontrará su regulación mientras los poderes económicos y políticos se alimentan de él. Este caso de Chaco importa al análisis que planteo porque, si somos honestos, y dejamos las excusas que funcionan como pretextos para el crimen de lado, podremos ver que la droga existió siempre y no por eso los adictos asesinaban a sus padres y los metían en el congelador. No era algo común, no era verosímil . ¿Por qué hoy sí lo es? ¿Por qué es común encontrar cada día relatos salvajes ocurridos en el interior de los hogares familiares donde el que muere lo hace a manos de su propia sangre? Brutal y macabramente, además. No son crímenes limpios, profesionales, despojados de emotividad. Son crímenes cuerpo a cuerpo. Se mata con las manos, con los pies, con cuchillos de cocina, con mancuernas, con cascos de bicicleta, con herramientas de jardín. Se descuartizan cuerpos que se introducen en valijas y se despojan en plazas públicas. O se queman en la parrilla. O se meten en la heladera.
En el caso de Marcos Gauna, hijo de Rogelio Gauna,
vecinos del conurbano de Resistencia, la capital de Chaco, tenemos que
preguntarnos: ¿Marcos consiguió lo que quería? ¿A qué costó? ¿Ese costo le
importó? ¿Lo puso en la balanza? ¿Lo analizó? ¿Actuó con libre albedrío y
consciente de las consecuencias de sus actos o simplemente se dejó llevar? ¿Cuánto
tiempo le duró la panzada de droga? Cinco días, y luego cadena perpetua. A la
cárcel. Un cuerpo muerto en últimos instantes de horror de saberse asesinado
por su propio hijo y una vida descartada. Hermanos destruidos por la angustia y
la tristeza. Desazón. Impotencia. Claro que al Estado no le importa nada de
todo esto, y menos a este Estado de la era Milei que está en retirada y es
víctima a su vez de la motosierra asesina.
Pero ese tampoco es el punto. Porque los Estados
anteriores por más voluntad que pusieran tampoco podían contener el flagelo de
la droga. Por eso vuelvo a preguntar: ¿qué es lo que cambió? Cambió el
paradigma de criminalidad. Hoy es, no sólo verosímil, sino plausible y posible
que cada vez más personas se conviertan en un instante sin demasiada reflexión
ni planificación en homicidas amateurs. Que matan con lo que tienen a mano,
a resguardo de cualquier intervención institucional porque los hechos suceden
en territorios privados, detrás de los muros de los hogares particulares, donde
la policía, hasta tanto no haya un cadáver, no tiene jurisdicción.
Eso es lo que cambió. La total disposición a matar
y masacrar cuerpos cercanos por personas cada vez menos contenidas que cruzan
límites que hasta hace poco no se cruzaban. O por lo menos no salían en las noticias (habrá que ver que fue
primero, si el huevo o la gallina). Tan amateurs son estos “nuevos asesinos”
que ni siquiera saben cómo encubrir el crimen, cómo escaparse, cómo zafarse del
castigo. Los fiscales lo tienen demasiado fácil, basta apretarlos un poco en el
interrogatorio para que terminen confesando un crimen del cual no podrán
escaparse. Y ese es otro dato a prestar atención: no son asesinos de
profesión, se convierten, en un instante caprichoso, en asesinos de ocasión.
Pero no lo hacen con cualquier cuerpo por cualquier motivo. Se convierten en
asesinos del cuerpo con el que conviven, ese que se presta, que se exhibe, que
se encuentra tán fácilmente disponible para la descarga.
“Brutal parricidio”, titula Crónica en su videograph,
una vez más. Oscilamos entre filicidios y parricidios porque esa es la nueva
tendencia en crímenes. No son homicidios en ocasión de robo. Basta de
preocuparnos por la inseguridad de la calle. Esa ya pasó a segundo plano, es un
bebé de pañales al lado de estas nuevas realidades que escalan en espanto y
horror. Hoy es más probable morir a manos de un familiar o vecino enojado que
en manos de un ladrón.
Rogelio Gauna era un jubilado que hacía changas de
carpintero y de mecánico y que sacaba fiado del almacén de barrio. Tenía una
casa precaria, sin revestimiento, con un muro perimetral tipo fortín y varias
cámaras de seguridad. ¿Entienden el sinsentido? Probablemente cobraba la mínima
y el día del cobro del mes de agosto de 2025, salió del banco y, como su
derechura le mandaba, fue directo a pagar sus deudas del mes anterior y luego a
su casa, a morir en manos de su odiado hijo por unos pocos pesos. “Parece una película de terror”, dice el
conductor de Crónica. Y sí efectivamente lo es, pero es mucho más que eso. Son signos
de una época que atraviesa cambios muy profundos, en la cual los límites de lo
que creíamos verosímil
en materia de crímenes se están corriendo.

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