De puño y letra: “Los maté porque me tenían cansado”

Volvamos a los crímenes, que es lo que nos ocupa en este espacio, porque a Milei lo van a votar igual independientemente de lo que digamos. A mi modo de ver, es un proceso que ya no tiene vuelta atrás. Y cuantos más argumentos en contra brindemos, como niños chiquitos, más lo van a votar. Solo resta protegerse para el impacto.

A fines de agosto de este año un hombre de cuarenta años volvió a casa de su trabajo, tomó una maza que había en el hogar (probablemente para hacer algún arreglo de albañilería) y asesinó a mazazos a su mujer de 53 años y al hijo de ella, de 13. Luego, dispuso una soga en el pasillo para ahorcarse no sin previamente colocar los cuerpos en el freezer y redactar una carta explicando lo que había pasado.

Con esta tétrica escena se encontró la policía forense de Olavarría, en la provincia de Buenos Aires. Aclaro que no tengo que buscar estos casos. Vienen a mí. Me aparecen en las noticias de redes sociales o los veo al pasar en la tele. No necesito hacer mucho esfuerzo para encontrar cotidianamente más ejemplos que constatan mi planteo teórico.

El autor del doble crimen relata en su carta con sus propias palabras cómo llevó a cabo los homicidios: “Me levanté sin decir nada, agarré el martillo, entré a la pieza sin mediar palabras y le di 10 martillazos en la cabeza y luego fui al futón y le di otros 10 martillazos al pendejo”. Hasta le realizó el trabajo a la policía científica. No hay nada que investigar. Mató y dejó registrado y explicado cómo mató. Lo más interesante de su discurso es cómo hace alusión a la falta de diálogo. Dice, expresamente, “sin decir nada y sin mediar palabras”, los asesinó salvajemente. Claro que no hubo palabras. Si hubiera intermediado el lenguaje, esa herencia invaluable de nuestra cultura humana, probablemente el conflicto se hubiera resuelto de otra manera. Pero él eligió no hablar. Él eligió pasar directamente a la acción.

¿Qué le pasó a este señor? ¿Estaba loco? No necesariamente. Según él mismo explicó en una carta escrita minutos antes de suicidarse:

·         “Recibía malos tratos por parte de su mujer y de su hijastro”

·         “Estaba cansado de llegar del trabajo y tener que hacer las cosas de la casa”

·         “Thiago, de 13 años, era un maleducado y muy contestador”

·         “Todo era un problema, su mujer se quejaba de todo”

·          “Lo tenían cansado, por eso los mató”

Yo me pregunto si él, en su fantasía auto-creada, habrá imaginado que la policía y, detrás de ella, la sociedad, iba a llegar a su casa y frente a la mutilación de tres cuerpos y leyendo su carta iba a decir “pobre tipo, tenía razón en matarlos, había un motivo”.  Si se fijan en los planteos es como si él quisiera justificar los homicidios. Como si él buscara que entiendan el calvario por el que estaba pasando y que lo llevó a hacer algo que no hubiera querido. Les cuento que eso no lo hace un psicópata. Hay demasiada racionalidad en esas líneas. Esto lo digo para descartar la etiqueta censurante de la enfermedad mental y asumir que fue un crimen planeado y ejecutado con plena consciencia de sus actos y de sus consecuencias. Incluso se tomó el trabajo de explicarlo con palabras en un texto escrito. La siguiente cita no hace más que refrendar esta hipótesis: "Fui un hijo de mil puta. Solo me queda pedir perdón, pero el perdón no arregla lo que hice. No le digan a mi vieja”. Él asume plenamente la culpabilidad, entiende la gravedad de lo que hizo (incluso pide perdón) y el “no le digan a mi vieja” es signo de que sentía hasta vergüenza por lo que había hecho. Todos elementos racionales y conscientes.

Yo pregunto cuántos de ustedes se identifican con los cuatro primeros planteos del asesino. Es decir, estar cansado de discutir con la pareja, de tener que realizar las tareas de hogar, de que el hijo o hijastro no nos haga caso, de escuchar quejas. Todas son escenas de la vida cotidiana que suceden en cualquier hogar. La diferencia que tuvo este caso es que se resolvió de la manera menos esperada.

¿Qué quiero decir con esto? Que lo más lógico hubiera sido que este señor hubiera decidido separarse en buenos términos, abandonar el hogar, rehacer su vida con otra pareja más compatible, ¿no? ¿Por qué él pensó que la única salida a su problema era asesinarlos y suicidarse luego? ¿No había opciones intermedias, menos drásticas? Sucede que, como yo lo veo, la muerte está tentadoramente disponible. Se ofrece como un baño de calma. Un extintor para apagar la llama de esas emociones molestas, que cansan. En lugar de resolver pacíficamente, cultura mediante, los conflictos con los otros, los eliminamos. Los callamos. Para siempre.

¿Por qué dar muerte a un otro es hoy tan frecuente? ¿Tan fácil? Siempre hubo mazas en las casas y cuchillos de camping en los autos y no por eso se asesinaban personas por discusiones rutinarias. Algo está cambiando. Eso es justamente lo que me interesa señalar.

En nuestra época matar es gratis. Porque la cárcel ya no da miedo y aun si lo provocara es posible saltearse el castigo quitándose la propia vida. Como hizo este señor. No se molestó en ser juzgado y condenado por la sociedad, ni en cumplir su pena. Se libró de las dos personas que lo molestaban e inmediatamente después acabó con su vida. Eso sí: tomó el recaudo de dejar los cuerpos en el freezer para brindarle a los familiares la posibilidad de velarlos. Qué considerado señor asesino, ahí mostró su granito de humanidad.

En las marchas que se realizaron para protestar por este horrendo crimen se escuchó la consigna “Paren de matarnos. El Estado es responsable”. Lamento decirles que no, el Estado no es responsable. Este señor no tenía antecedentes de violencia ni había habido ninguna denuncia por parte de su mujer en su contra. Ni el Estado ni nadie tiene forma de prever un ataque de furia y una decisión deliberada de llevar a cabo una masacre en el interior de un hogar particular que es dominio exclusivo de sus habitantes. ¿Qué quiero decir con esto? Que se supone que convivimos con personas afines a las que nos unen supuestos lazos de amor. Sin embargo, la mayoría de los crímenes intra-hogar (como yo los denomino) nos muestran la gran paradoja de este nuevo siglo: no estás seguro en ningún lugar, mucho menos en tu propia casa. Hoy quienes matan son las personas más cercanas: los padres, los padrastros, los hijos, los hermanos. Y lo hacen por cuestiones nimias, imposibles de justificar y mucho menos de entender.

El hecho de tener a disposición elementos que pueden, distorsionando el uso para el que fueron creados, utilizarse para asesinar a una persona no colabora con la problemática. ¿O sea que tendríamos que controlar la venta de tijeras, cuchillos, mazas, martillos, palas y cualquier tipo de herramienta contundente que pudiera utilizarse para masacrar a golpes a alguien? Probablemente sí. Y también deberíamos explorar qué otros métodos caseros de dar muerte podrían emplearse al interior de un hogar. Y aun así no alcanzaría para contener la epidemia de crímenes intra hogar. Porque una paliza a base de golpes de puño y patadas, sin la intermediación de ningún elemento o herramienta, bien puede también ser causal de muerte. Ya lo vimos con Lucio Dupuy y con tantos otros casos. Imagínense entonces si se libera la compra-venta de armas como propone Milei! A una situación social alarmante como la que estamos viviendo se le sumaría un ingrediente mortal: la posibilidad de obtener armas de fuego y allanar aún más la tarea de quien quiere acabar con la vida de otro. Porque sí. No para robarle, ni para vengarse. Simplemente porque “me tienen cansado”.

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