No quiero estar en el velorio de mi hijo


Esta frase la habrán escuchado recientemente. La dijo Marina Charpentier, la mamá de Chano, el músico líder de la banda Tan Biónica.

Fuerte, ¿no? Si tuviéramos que definir la palabra “prevención”, yo creo que podría resumirse perfectamente en esa oración. Es sintética, cruda, va directo al grano. Prevenir es eso: evitar la muerte. Una muerte que viene siendo anunciada. En el caso de los adictos, la situación, aunque desesperante, es mucho más clara. Toda la evidencia está expuesta. Como bien relata Marina, hundida en su dolor de madre, “la adicción es falta de proyecto, tristeza y desolación”.

No se puede explicar mejor. Sólo alguien que lo vive, como ella, hace 20 años, puede describirlo de forma tan exacta y tan real. Ustedes saben que toda la idea de este blog va en contra de pensar que la locura actúa como partícipe necesario en los crímenes de tipo pasional que observamos a nivel intra-familiar. Pero me interesa abordar el tema de la reforma de la ley de salud mental, sobrevolándola con el caso Chano, porque tiene que ver con un aspecto central de mi análisis: ¿qué hacemos con los locos? Esta pregunta tiene siglos de antigüedad. Michel Foucault, a quien admiro, y a quien cito constantemente (ya lo habrán notado), dedicó gran parte de su obra justamente a este tema. Actualmente estoy leyendo, de hecho, “Historia de la locura en la época clásica”. Son 3 volúmenes.

Lo que sí les puedo decir es que toda la idea de la reforma de la Ley de Salud Mental es un debate que nos tenemos que dar como sociedad: ¿qué hacemos con los locos?, ¿qué hacemos con los adictos? Y agrego, ¿qué hacemos con los asesinos?

La ley 26.657 fue sancionada en 2010 y reglamentada en 2013. Básicamente, el cambio radical que introdujo fue incorporar la perspectiva de derechos humanos en el tratamiento de las personas mentalmente insanas y, por eso mismo, ordenar el cierre definitivo de los hospitales monovalentes para el año 2020. Esto quiere decir, “no más manicomios”.

Un manicomio es una institución donde se deposita a una persona enferma, para que transite toda su vida en ese lugar; contenida, controlada, sin riesgo para sus familiares y para la sociedad entera, y sin ninguna posibilidad de recuperación. O sea, un tacho de basura. Donde arrojamos, descartándolo, aquello con lo que no sabemos qué hacer.

Lo mismo sucede con los criminales. ¿Dónde los desechamos? En la cárcel. Hete aquí que el problema de los manicomios, al igual que las prisiones, es la forma de vida insalubre, desalmada e inhumana a la que son sometidos los que allí habitan. Ustedes dirán: “los presos se lo merecen, algo habrán hecho para estar ahí, que sufran”. Bien, lo tomo. Y los locos, ¿qué hicieron para vivir encerrados en un lugar tétrico donde se ha comprobado que los vulneran y maltratan? No hicieron nada para merecerlo, porque estar enfermo no es un crimen, y ciertamente no es una elección.

Entonces, la premisa “no más manicomios” es un avance. ¿Hacia dónde? Actualmente, los tratamientos de salud mental se basan en internación ambulatoria o en clínicas especializadas más medicación (psicofármacos). Sin ser médica ni especialista, creo que, sin dudas, este escenario actual es mejor que la institucionalización indefinida, pero también creo que podríamos seguir avanzando, mejorando, con vistas a la total o parcial reinserción social de los enfermos mentales, de manera tal que su vida no sea tan sólo un tránsito, sino que puedan, ellos también, lograr cosas y ser felices. ¿Qué opinan?

Lo que propone la mamá de Chano, y detrás de ella, cientos de madres que viven la misma situación, tiene que ver con que se modifique el tema de la internación voluntaria en aquellos casos en los que el enfermo no esté en condiciones de velar por sus propios intereses y sea un riesgo inminente para sí mismo o para terceros. Tiene lógica. Por supuesto, acá lo interesante es la letra chica y, fundamentalmente, cómo va a ser la aplicación, porque esto no funcionaba anteriormente porque no se podían garantizar las libertades individuales. Resulta que, en el pasado, se habían comprobado casos de personas internadas contra su voluntad con órdenes médicas firmadas por oftalmólogos y firmas de jueces comprados. Los familiares, curiosamente, pasaban a tener total control del patrimonio del supuesto enfermo. Un escándalo. Todo el sistema corrupto y vidas arruinadas.

Yo leí el texto de lo que se propone y tiene mucho sentido. La internación tiene que ser avalada y recomendada por médicos psiquiatras, que son justamente los especialistas en salud mental. No ya por los jueces, que de salud mental, claro está, no saben nada. O no tienen competencia, para decirlo más diplomáticamente. Sí debe intervenir la justicia para garantizar los derechos del enfermo y constatar que dicha internación “involuntaria” esté justificada y no suceda lo que pasaba antes. ¿Y esto para qué? Para salvar vidas. Como la de Chano. Como la del neurólogo amigo de Felipe Pettinato, que murió incinerado. Y tantos otros, no famosos.

La semana pasada hablábamos del caso de Brian Batalla Vera, el chico de 29 años acribillado por su abuelo en Bahía Blanca. Lo expuse y lo abordé porque me pareció sumamente interesante por los roles que cumplió cada uno. Brian era justamente un enfermo mental. Diagnosticado desde los 6 años. Bajo tratamiento psiquiátrico toda su vida y dependiente de psicofármacos para poder “funcionar” en sociedad. Curiosamente, en ese altercado, en esa discusión familiar con su abuelo, no es él quien mata. Ni a sí mismo, ni a su abuelo (aunque quedó claro que quería molerlo a palos). No, el que mata es el “sano”. Que claramente muy sano no estaba para disparar a quemarropa cinco tiros a su propio nieto. Pero bueno, eso ya es anécdota.

Podríamos pensar: si Brian hubiera estado internado, no hubiera ido a buscar a su abuelo para pelearse con él por un dinero o un trabajo, o lo que sea; no lo hubiera agredido y su abuelo no hubiera usado ese hecho como excusa para deshacerse de él. Ok, pero Brian estaba intentando reinsertarse. Había terminado el secundario, estaba trabajando. Lo estaba intentando. Su familia no lo ayudó, no lo acompañó o, incluso peor, le jugó en contra. Desestabilizándolo. Cuánto tenemos que aprender como sociedad y como humanos a integrar las diferencias. A ampliar e incrementar nuestra tolerancia frente a lo que nos asusta, nos descoloca, nos da miedo.

Porque vuelvo a lo mismo: Brian, Chano, Domingo Vera, Felipe Pettinato, todos ellos y todos nosotros, somos lo mismo. Somos parte de un todo social que nos incluye y nos pertenece. De nada sirve arrojar afuera lo que nos incomoda. Porque, ya lo están viendo, vuelve como rebote. Con el doble de violencia con la que fue expulsado. No sirve excluir. Hay que incluir. De la manera que sea, aunque cueste. Porque es el camino más difícil, pero es el único que hay. Ya vimos que los otros caminos no conducen a nada bueno.

Y con respecto a los asesinos, está claro que son los más difíciles de integrar. Además, a diferencia de lo que sucede en las adicciones o en las enfermedades de salud mental, el tipo de asesino que vengo perfilando y describiendo, es un asesino sorpresivo. No se puede prever, por lo menos no a simple vista. Está oculto, en medio de la rutina y la cotidianeidad. En la maraña de gente que se levanta todos los días a hacer las mismas cosas una y otra vez. En ese tumulto, donde nada se distingue, hay hogares que se encienden con las llamas de un fuego que ya quemó todo. Que se llevó vidas que no vuelven.

Por eso hablo de prevención, o de intento de prevención. ¿Cómo podríamos hacer, en el caso de los asesinos silenciosos, para seguir el modelo de Marina Charpentier y decir “no quiero estar en el velorio de…”? Si ni siquiera sabemos quién será la próxima víctima…

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