La sociedad al diván
Desde que empecé a escribir este blog lo hice con
una idea clara y con un horizonte igual de transparente: plantear la necesidad
de un diagnóstico preciso sobre el estado de enfermedad evidente de la sociedad
contemporánea. Allí donde se multiplican los crímenes sin razón, esos que Foucault
denunciaba como el mayor de los peligros, tenemos que ver los síntomas de esa fiebre
social hablando fuerte y claro.
Ahora bien, ya sabemos que no podemos tratar a la
individualidad de la misma manera que tratamos al cuerpo social. Son sujetos
diferentes, con leyes diferentes. El filósofo y psiquiatra Erich Fromm, desde
el campo del psicoanálisis humanístico, escribió un libro titulado
“Psicoanálisis de la sociedad contemporánea”. Ya lo habíamos citado previamente
porque el autor de Un mundo feliz -Aldous Huxley-, lo
refiere en su obra para dar cuenta de la imposibilidad del automatismo de los
seres humanos en lo que sería una confirmación de su profecía literaria. Fromm
habla de la normal anormalidad exhibida en millones de personas
perfectamente adaptadas a una sociedad enferma.
En el libro que referí previamente, el autor se
ocupa de exponer los argumentos que le permiten afirmar su diagnóstico. Para
llegar a ello realiza una interesante comparación entre la sociedad del siglo
XIX y la del siglo XX y encuentra que, a pesar de todos los avances médicos,
científicos y políticos, “el
mundo de mediados del siglo XX está mentalmente más enfermo que el de mediados
del siglo XIX”.
Veamos por qué:
1.
A
principios del siglo XIX, las cuatro quintas partes de la población ocupada
eran hombres de empresa que trabajaban para sí mismos (es decir, había un 80%
de la población en situación de independencia económica). Actualmente, solo el
20% de nuestra población trabajadora labora para sí mismo, el resto trabaja
para algún otro y la vida del hombre depende de quien le paga un salario.
2.
A
diferencia de anteriores estadios del capitalismo, hoy la estructura de las
relaciones económicas es regulada íntegramente por el dinero, expresión
abstracta del trabajo. La consolidación del capitalismo financiero, con sus
burbujas ficticias no respaldadas por activos físicos ya de ningún tipo, es una
expresión cabal de esta abstracción. “Mientras nuestros ojos y nuestros oídos reciben impresiones
solo en proporciones humanamente manejables, nuestro concepto del mundo ya no
corresponde a nuestras dimensiones humanas”, dice Fromm. La consecuencia de este fenómeno es que “vivimos en cifras y abstracciones
y, puesto que nada es concreto, nada es real”.
3.
En
relación al consumo, consumimos como producimos: sin una relación concreta con
los objetos que manejamos. Consumir es hoy esencialmente satisfacer fantasías
artificialmente estimuladas. Nuestra manera de consumir tiene por consecuencia
inevitable que nunca estemos satisfechos. Anteriormente, el consumo era un
medio para un fin (el de la felicidad). Ahora se ha convertido en un fin en sí
mismo. Todo el mundo procura el modo de crear una nueva necesidad en los demás,
a fin de someterlos. Nuestra ansia de consumo ha perdido toda relación con las
necesidades reales del hombre.
4.
Cambios
en el tipo de autoridad: durante los siglos XVIII y XIX se trató de una
autoridad franca y manifiesta mientras que a mediados del siglo XX ya no vemos
una autoridad manifiesta sino anónima, invisible, enajenada (la ganancia, las
necesidades económicas, el mercado, la opinión pública).
5.
El lugar
del deseo: todo deseo debe ser satisfecho inmediatamente, no debe frustrarse
ninguno (la generación de los Pedidos Ya). Somos un sistema de deseos y de
satisfacciones, tenemos que trabajar para satisfacer nuestros deseos al tiempo
que esos mismos deseos son constantemente estimulados y dirigidos por la
máquina económica-publicitaria.
Los argumentos que presenta Fromm para sostener su
hipótesis son datos duros de la realidad. Si se fijan, el primer punto indica
que hubo una inversión de la proporción entre independientes y asalariados. ¿Y
por qué este hecho es importante para diagnosticar la supuesta enfermedad
social? Siempre me pregunté por qué diablos los médicos, que cuando yo era
chica atendían en sus consultorios particulares (muchas veces un sector de sus
propias casas adaptado a tal fin) y eran uno de los estratos sociales más acomodados
económicamente, aceptaron rescindir tal independencia para convertirse en meros
empleados de las prepagas. Luego entendí que el sistema capitalista los
absorbió: la formación de empresas de medicina con grandes capitales dejó a los
profesionales en la incómoda necesidad de plegarse y entregar sus saberes
arduamente adquiridos para formar parte de estos monopolios que suscribieron a
cada familia con una tarjeta de membresía sin la cual nadie se puede atender. Y
de esa manera los otrora profesionales independientes, representantes
irrefutables del éxito social (y del latiguillo eterno “mijo el dotor”), pasaron a engrosar la lista de piqueteros
reclamando por aumentos salariales en la puerta de hospitales al mismo estilo
de cualquier otro trabajador sin ningún tipo de formación académica. ¿Lo
estamos viendo, no?
Para dar cuenta de los puntos 2 y 3, Fromm recurre
al concepto de enajenación, un fenómeno previo a la modernidad pero
llevado a su extremo en la actualidad. Fromm plantea su objetivo claramente: analizar
el carácter social contemporáneo en su relación patológica con el sistema
dominante (el capitalismo). Es interesante como él describe “la patología de la normalidad en la
sociedad occidental contemporánea”
en tanto estar perfectamente adaptados a un sistema que, a todas luces, es
patológico nos demuestra el alto grado de enfermedad de los individuos integrantes.
De
la misma manera que Durkheim entendió al suicidio como un fenómeno colectivo,
Fromm establece que “si
el individuo está o no está sano, no es primordialmente un asunto individual
sino que depende de la estructura de su sociedad. La sociedad puede desempeñar
ambas funciones: puede impulsar el desarrollo saludable del hombre y puede
impedirlo. En realidad, la mayor parte de las
sociedades hacen una y otra cosa, y el problema está solo en qué grado”. El tan codiciado balance.
Según Fromm, el capitalismo tiene efectos concretos
sobre la personalidad individual y colectiva y estos efectos se materializan en
el fenómeno de la enajenación exacerbada. ¿Qué entiende el autor por
enajenación?
“Un
modo de experiencia en que la persona se siente a sí misma como un extraño. Ha
sido enajenado de sí mismo, no se siente como centro de su mundo, como creador
de sus propios actos. La persona enajenada no tiene contacto consigo misma, lo
mismo que no lo tiene con ninguna otra persona”.
En un extremo, la persona psicótica es la persona
absolutamente enajenada. Pero sin llegar a patologías psiquiátricas de
excepción, lo que el autor está señalando es que en la manera en la que
consumimos y habitamos el mundo, en el tipo de relaciones que establecemos con
nuestros semejantes, lo que se observa es que todo el mundo es una mercancía
para todo el mundo. El reinado del mercado como ley sagrada también fuera
del ámbito económico. “La
enajenación entre hombre y hombre tiene por resultado la pérdida de los
vínculos generales y sociales que caracterizaban a la sociedad medieval y a
casi todas las sociedades precapitalistas”, afirma Fromm.
¿Entonces nuestros antepasados estaban más sanos?
En parte sí. Y aquí conectamos con los puntos 4 y 5.
“Mientras
hubo autoridad manifiesta, hubo conflictos y hubo rebeliones contra una
autoridad irracional (la monarquía, los señores feudales, etc). En la lucha
contra la autoridad irracional, se desarrollan la personalidad y
particularmente el sentimiento de sí mismo: yo dudo, yo protesto, yo me rebelo.
Aun cuando me someto, me siento a mí mismo como yo: yo, el vencido. Pero si no
tengo conciencia de la sumisión ni de la rebelión, si me gobierna una autoridad
anónima, pierdo el sentido de identidad. La falta del sentido de identidad
es un fenómeno patológico”.
De esta manera vamos desovillando la cuestión. A
diferencia del modelo de la autoridad manifiesta, el mecanismo mediante el cual
opera la autoridad anónima es la conformidad (“debo hacer lo que todo el mundo hace”). La autoridad anónima y la conformidad de autómata no están
desconectadas entre sí, son en gran parte resultado de nuestro modo de
producción que exige obediencia sin necesidad de recurrir a la fuerza. Por otro
lado, la falta de inhibición de los deseos del punto 5 conduce al mismo
resultado que la falta de autoridad manifiesta: la parálisis y finalmente la
destrucción de la personalidad o del yo. “Si no aplazo la satisfacción de mi deseo no tengo conflictos
ni dudas, no tengo que tomar decisiones, nunca estoy a solas conmigo mismo,
porque siempre estoy ocupado, ya en trabajar, ya en divertirme”.
¿Les suena? Es la fábula del mundo feliz de Huxley,
en la cual los seres humanos son autómatas perfectamente adaptados al
sistema de producción con total ausencia de conflictos. Pero claro, en el
mundo feliz de Huxley está el soma: la droga alucinógena que el propio gobierno
distribuye a la población para evitar disturbios. Verdaderamente Huxley lo
pensó todo. Sin el soma, esos seres automátas, en los breves momentos en los
que no estuvieran trabajando, se encontrarían consigo mismos, como dice Fromm.
Por eso los sensoramas y el sexo sin control se ofrecen como compensaciones del
extremo grado de automatismo incorporado a las rutinas productivas.
¿Cómo puede desarrollarse la conciencia cuando el
principio de la vida es la conformidad? Esto se pregunta Erich Fromm. La
conciencia es, por su misma naturaleza, disconforme. Debe poder decir no cuando
todos los demás dicen sí. Con el advenimiento de la democracia y el sufragio
universal se pensó que se resolverían todos los problemas. Sin embargo, hoy
constatamos cómo los pueblos, sin voluntad ni convicción propias, son fácilmente manipulados por las grandes maquinarias condicionantes. Así, sus gustos, opiniones y preferencias son
moldeados para favorecer el siempre próspero avance de la rentabilidad
financiera. Lo vemos en los países en los cuales se está asentando una
derecha extrema que sólo promueve un ajuste contra las clases más
desafavorecidas al tiempo que los convence de su supuesta conveniencia. Y
estas gentes acompañan estos discursos sin la capacidad de auto cuestionarse la
veracidad de los mismos, mucho menos la voluntad de decir no a políticas que
directamente los perjudican. A la docilidad de los cuerpos se le sumó la incapacidad
de respuesta.
No es casualidad que en aquellos países en los
cuales el ideal capitalista de una vida materialmente confortable ha sido más
acabadamente concretado -icónicamente Estados Unidos-, sean hoy los países que
muestran los síntomas más graves de desequilibrio mental. Desde los asesinatos
en lugares públicos -los crímenes sin razón, como el de la masacre de Texas y
tantos otros-, hasta la epidemia de adictos al fentanilo y otras drogas de
evasión de la realidad. Allí convergen las presiones por un mayor automatismo
rentable y conforme, a total contramano de la esencia humana.
Por eso Fromm asevera que Occidente evoluciona
rápidamente hacia el mundo felix de Huxley mientras que Oriente es hoy 1984 de
George Orwell. Todo el mundo está feliz salvo que no siente, ni razona, ni ama.
“El peligro
del pasado estaba en que los hombres se convirtieran en esclavos. El peligro
del futuro está en que los hombres se conviertan en robots o autómatas”.
El diagnóstico clínico de Fromm es que el hombre
corriente de hoy puede tener una buena cantidad de diversión y de placer pero,
a pesar de eso, está fundamentalmente deprimido (aburrido). La misma persona
que se considera sana en las categorías de un mundo enajenado, desde el punto
de vista humanístico, parece la más enferma porque la salud mental se
caracteriza por estar plenamente despierto. En ese sentido, la persona
enajenada no puede estar sana puesto que se siente a sí misma como una cosa. Carece,
en consecuencia, del sentido del yo y esta carencia crea una profunda ansiedad.
“En la medida en que yo soy
como usted me desea, yo no soy, estoy angustiado, dependo de la aprobación de
los demás”. El consumo exacerbado es
una manifestación de esta máquina humana eternamente deseante e incompleta.
Por eso mismo la indolencia, lejos de ser normal,
es un síntoma de desarreglo mental. Una de las peores formas de sufrimiento
mental es el tedio, afirma Fromm, que consiste en no saber qué hacer de sí
mismo ni de su vida. En el campo de la psicopatología, la persona que no tiene
interés en hacer nada es considerada como gravemente enferma. Y resulta que
existen personas que encuentran la forma de trascender sus vidas -una necesidad
inherente a todos nosotros- mediante la destrucción de la vida. Vamos a ver en
el siguiente posteo un ejemplo con una película viejita de la década del 90 con
Sandra Bullock y Jeff Bridges.
Para ir cerrando, y antes de pasar a las propuestas
humanistas de Erich Fromm para revertir la patología de la sociedad occidental
contemporánea, me quedo con esta pregunta qué viene resonando en mi cabeza
últimamente: ¿cuánto falta para que charlar con la Inteligencia Artificial de
Meta sea más entretenido, cómodo y satisfactorio que con una persona de carne y
hueso? Si hablamos de automatismo, no veo nada más antinatural que entablar una
conversación con una máquina, muchas veces incluso en presencia de personas que
nos pueden ofrecer respuestas más inquietantes, que nos pueden desafiar en
nuestra inteligencia emocional, pero que como la máquina nunca podrá, nos harán
sentir vivos y conscientes? Entonces, por favor, no le preguntes a la AI,
preguntale al que tenés al lado.
Y una cosa más: cuando todos te presionen para que
exprimas al máximo tu tiempo en búsqueda de mayores ganancias económicas,
siguiendo la corriente del ideal capitalista, vos resérvate cada vez un poco
más de tiempo de ocio. Sí, de ocio totalmente improductivo. De hacer lo que te guste
sin obtener dinero a cambio, tal como les decía el primer día. Esos
placeres que nos retribuyen con goce, una sensación legítimamente humana y adrede
desplazada por hereje. Creo que por esa alcantarilla se nos está escapando
nuestra humanidad no patológica.

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