El suicidio y el crimen como vías de entrada para estudiar la anomalía social
Emile Durkheim es considerado uno de los padres fundadores de
la sociología, junto con Max Weber y Karl Marx. Nacido en Francia en 1858,
desarrolló una obra muy prolífica y fundamental para una disciplina que estaba
en ascenso y tenía que ganarse su lugar frente a las ciencias duras, que la
descalificaban. Establecer el positivismo como método de análisis de lo que él
bautizó los “hechos sociales” fue el gran aporte de Durkheim para distinguir a
las Ciencias Sociales como una disciplina merecidamente académica.
Yo me enamoré de las Ciencias Sociales en la secundaria.
Cursaba en un colegio con orientación contable y casi muero del aburrimiento.
Por eso le pedí seriamente a mis padres que me cambien de escuela. Fui la única
de mis hermanos en hacer tal cosa. Poco me importó estar a apenas dos años de
graduarme. Mis dos últimos años de secundaria fueron los mejores y es una de
las pocas decisiones de las que no me arrepiento.
Allí tomé contacto con la historia, con el arte y con las
humanidades. Todo mucho más analítico, puro texto y mucha interpretación. De
números, nada. Fechas, a lo sumo. Y de ahí directo a la facu. Después de un
breve traspié por la facultad de Derecho, llegué a mi casa: la facultad de
Ciencias Sociales de la UBA, donde estudié Comunicación Social durante casi
diez años.
Yo no sé si me equivoqué o no al elegir mi carrera. Muchos
deciden en función del mercado laboral, siempre con el objetivo puesto en ganar
mucha plata y desarrollarse. Yo elegí estudiar lo que me entusiasmaba, lo que
me apasiona hasta el día de hoy. En ese sentido, disfruté mi paso por la
universidad. No lo padecí en ningún momento. Sentarme a estudiar, prepararme
para un parcial o un final, era una fiesta. Mate, resaltador y dale que va.
Miles de páginas leídas y releídas. Pensamientos desconectados que lograban
unirse y formar una nueva idea, propia. Eso fue la facu para mí. Y sigue,
porque pienso seguir estudiando hasta que la salud me lo permita. Con el único
objetivo de divertirme y aprender. Qué hippona resulté!
Volviendo a Durkheim, en Las reglas del Método Sociológico
definió a los hechos sociales como el objeto de estudio específico de la
sociología en tanto “modos de actuar,
pensar y sentir externos al
individuo y que poseen un poder de coerción
en virtud del cual se imponen a él”.
Los seres humanos tenemos un plus con respecto a los
animales: toda una vida psíquica, moral y emocional vasta, amplia y compleja
que nos eleva a la vez que nos complica la existencia. Somos seres sociales,
vivimos en comunidad y eso implica convivir con nuestros pares en todos los
ámbitos. Pero no siempre resulta de la mejor manera, como ya sabemos. Estos
“hechos sociales” externos a nosotros, que suceden en el devenir social, nos
dominan de manera tal de influenciar nuestros propios pensamientos y acciones.
Pensemos un ejemplo: en el festival de Viña del Mar, en Chile, es sabido que
diferentes artistas son convocados a cantar y realizar su show musical, luego
de lo cual reciben el aplauso o el bochorno. Supongamos que yo vi la
presentación de fulanito y me gustó pero, para mi asombro, la generalidad de la
tribuna comienza a abuchearlo. Este hecho social externo a mi propio sentir
termina provocando que me una a los silbatazos o simplemente calle. De ahí la
coerción (si me lee algún profe, espero no estar diciendo una burrada).
La cuarta obra de Durkheim se titula “El suicidio” y es la
que vamos a abordar con gran detalle en este blog que va de muertes violentas
porque tiene mucho para aportar a la teoría que se intenta construir. Fue
escrita en 1897 y, por ende, hay muchas cuestiones que no son aplicables al
presente porque, claro está, la sociedad de fines del siglo XIX difiere mucho
de la actual. Pero, más allá de eso, el método que utilizó Durkheim para
analizar las muertes voluntarias resulta sumamente interesante e instructivo.
Él considera a los suicidios como la puerta de entrada para estudiar la
enfermedad de la sociedad, de la cual ellos son el síntoma y el resultado. Lo
mismo planteo yo (rubor), en el presente, con respecto a los crímenes intra
hogar.
Veamos. Durkheim parte de un hecho observable y, además,
cuantificable: “el anormal progreso de
los suicidios”. Es decir, en las fechas que él establece su corpus de
investigación, nota un aumento llamativo de las muertes voluntarias. Lo mismo
puedo decir, en la actualidad, respecto de los crímenes intra hogar. Según el
filósofo francés, este hecho “atestiguaba
una profunda deformación de la estructura social”. Estas son sus primeras
aproximaciones al fenómeno:
“Es preciso que nuestra
organización social se haya alterado profundamente en el curso de este siglo
para haber podido determinar tal aumento en el porcentaje de suicidios. Se
puede afirmar que resultan, no de una evolución regular, sino de una conmoción enfermiza que ha
podido muy bien desarraigar las instituciones del pasado, sin poner nada en su
lugar. Lo que atestigua la marea ascendente de las muertes voluntarias, no es
el brillo creciente de nuestra civilización, sino un estado de crisis y de perturbación que no puede prolongarse
sin peligro. Todas las pruebas coinciden en hacernos considerar el enorme
aumento que se ha producido, desde hace un siglo, en el número de las muertes
voluntarias, como un fenómeno
patológico que se vuelve más amenazador cada día que pasa”.
Análogamente, desde este blog se plantea, semana a semana que “el
crimen es el síntoma del estado de enfermedad de la sociedad”. Durkheim dedicó
mucho tiempo a investigar el fenómeno del suicidio en su época histórica. El
libro está plagado de datos estadísticos, cruzados y vueltos a cruzar. Es una
suma apabullante de información concreta y fiable, puesta en diálogo para
extraer las más elocuentes conclusiones. Confieso que leerlo no fue fácil. Lo
compré en la costa en las vacaciones de verano, en febrero, y lo terminé en
mayo. Son apenas 300 páginas pero la densidad de datos es tal que no permite
avanzar rápidamente.
Yo creo que debe haber pedido las estadísticas de toda Europa del siglo
XIX en relación a los suicidios reportados y, comenzó, a partir de allí, a
buscar asociaciones. En primer lugar, el autor se dedica a enmarcar claramente el
tipo de fenómeno que va a abordar: el suicidio es un hecho social. Para
entender, dice, las causas productoras del mismo, es preciso partir de los
suicidios individuales pero, a la vez, elevarse por encima de ellos y percibir
lo que produce su unidad:
“Si en lugar de no ver
en ellos más que acontecimientos particulares, aislados los unos de los otros,
y que deben ser examinados con independencia, se considera el conjunto de los
suicidios cometidos en una sociedad dada, durante una unidad de tiempo
determinado, se comprueba que el total así obtenido no es una simple adición de
unidades independientes, o una colección, sino que constituye por sí mismo un
hecho nuevo y sui generis, que tiene su unidad y su individualidad, y como
consecuencia, su naturaleza propia, y que además esta naturaleza es
eminentemente social”.
A partir de la visualización de los mapas del suicidio, Durkheim pudo ver
que el mismo se presenta en grandes masas homogéneas. Esto es así porque el
medio social tiene, por lo general, la misma naturaleza en grandes extensiones
de territorio, más allá de los límites definidos por las ciudades y los países.
Según él, existe, para cada pueblo “una
fuerza colectiva, de una energía determinada, que impulsa a los hombres a
matarse. Los actos que el paciente lleva a cabo y que, a primera vista, parecen
expresar tan solo su temperamento personal son, en realidad, la consecuencia y
prolongación de un estado social, que ellos manifiestan exteriormente”. De
nuevo lo externo, lo visible. El síntoma de la enfermedad social haciéndose
carne en muertes violentas. En este caso, auto-producidas.
Toda la primera parte del libro es una búsqueda exhaustiva por evaluar
cada factor que puede contribuir con el desarrollo del suicidio, como la raza,
el género, el clima, las estaciones; realmente no deja variante sin abordar.
Todo lo acompaña con cifras y estadísticas. Llega a la conclusión de que el
medio social es el único determinante a la hora de tomar la decisión consciente
de darse muerte, lo sepa la víctima o no. Queda descartada la locura como única
explicación de un acto suicida (gracias!), así como la raza, ya que, por
ejemplo, el hecho de que los alemanes se maten más que otros pueblos no tiene
que ver con la sangre que corre por sus venas sino con el tipo de civilización
en el que fueron criados.
Durkheim propone, entonces, que hay una tendencia colectiva
al suicidio, propia de cada pueblo, de la que proceden las tendencias
individuales y todo el problema consiste en saber cómo actúa. Pero hay una cosa
que es indudable: en tanto la sociedad no cambia, el número de los suicidios continúa
invariante. Vale decir, para que haya
menos suicidios (u homicidios, en nuestro caso), la sociedad, estructuralmente
hablando, debe reformarse.
En el siguiente posteo vamos a meternos en los 3 tipos de
suicidios que plantea Durkheim: egoísta, altruista y anómico. Pero, les
adelanto que el tipo de suicidio más extendido en su época y en la nuestra es
el egoísta, caracterizado por un estado de depresión y de apatía, producido por
una individualización exagerada, muy en consonancia con nuestro paradigma
global. El individuo se aísla porque los lazos que lo unían a los otros seres
se aflojaron o incluso se rompieron. ¿Se acuerdan cuando citábamos a Rolón la semana
pasada? El suicida, desde el punto de vista psicológico, es alguien que se ha
desconectado de la palabra y del deseo. En cualquier caso, hay un quiebre, una
separación. ¿De qué? De lo social, de esa gran segunda dimensión que nos complementa
y de la cual no podemos prescindir.
Sociológicamente, lo que se observa en estos casos es un
relajamiento del tejido social, una falta de cohesión interna que produce
grandes anomalías. Curioso es que el homicidio depende de condiciones opuestas al
suicidio: es un acto violento que no se produce sin pasión. Otra vez esa
palabrita tan potente. Esas pasiones salvajes imposibles de ser refrenadas.
Esos golpes y patadas al nenito de cinco años que no para de llorar y molestar.
Esa descarga de patadas sobre la cabeza del pibe que me tiró la bebida en la
remera…
Dice Durkheim: “la
corriente homicida es tanto más violenta cuanto menos contenida está por la
conciencia pública (es decir, se les atribuye menor gravedad). He aquí porque,
en las sociedades inferiores, son a la vez numerosos y poco reprimidos. El
menor respeto de que gozan las personas individuales las expone más a las
violencias, al mismo tiempo que hace parecer esas violencias menos criminales”.
En síntesis, cuanto menos castigo reciben las agresiones,
menos justicia se percibe, y más se naturaliza la violencia. Que sigue
escalando. ¿Por qué? Simple: porque no hay nada que la frene. “Todo aflojamiento anormal del sistema
represivo tiene por efecto el de estimular la criminalidad y darle un grado de
intensidad anormal”. La cárcel ya no da miedo, el título de este blog,
nuevamente haciéndose presente.
Durkheim reconoce que, tanto el crimen como el suicidio, son
fenómenos sociales ineludibles. Esto quiere decir que siempre van a existir;
las
condiciones fundamentales de la organización social los implican necesariamente. El tema es en qué proporción se van a desarrollar.
Toda la cuestión estriba, entonces, en encontrar ese punto de
equilibrio, de "salud social", mediante la cual se podría vivir en armonía, con
cierto porcentaje minoritario de conflictos sociales, debidamente atendidos y
sofocados. Por lo pronto, seguiremos analizando causas estructurales de los
crímenes intra hogar y posibles soluciones. El estudio del suicidio de Durkheim
nos ha dado varias pistas.

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