Milei, el hijo de la pandemia
Hace meses vengo pensando y dándole vueltas a una
pregunta: ¿Milei era inevitable? En octubre
del año pasado, cansada de esgrimir los más vehementes argumentos en contra
del voto a Milei me encontré resignándome, sabiendo que él y su espacio
político ganarían las elecciones contra todo pronóstico. Y así fue. Nada de lo
que vino después fue una sorpresa para mí. A contramano de lo que creía la
mayoría -que él no iba a hacer lo que decía que iba a hacer y que, en cualquier
caso, el Congreso lo detendría- yo sabía perfectamente que venían por todo. Y creo
también que la gran mayoría de las personas aún siguen sin comprender el enorme
peligro al que nos dirigimos.
Sin ánimos de exagerar ni de sonar apocalíptica, ya
revisamos las preocupantes
coincidencias de un actor político como Milei con respecto a extinguidos
líderes fascistas de las más oscuras huestes de la historia. Todo coincide. La
bibliografía que estoy leyendo, más actual, sobre el posfascismo me advierte
sobre el error teórico de caer en emparentar el presente con un pasado
irrepetible (dicen), pero yo sigo creyendo que, en primer lugar, la discusión teórica
sobre el término o concepto más adecuado nos hace cómplices de evadir la acción
necesaria en términos políticos e históricos y, en segundo lugar, no sólo no creo
que el pasado es irrepetible (prueba de ello es la increíble falta de memoria
de pueblos que vuelven a caer en las mismas trampas), sino que incluso lo están
superando.
Cuando decía en el
anterior posteo que la ultra derecha es hoy más poderosa y más eficiente
que en el siglo pasado porque no necesita recurrir a golpes de Estado ni a
ningún tipo de violencia para imponerse, porque logran llegar al poder
conquistando conciencias que se traducen en votos legítimos dentro del esquema
democrático, me refería justamente a esto. Las consignas racistas de
derecha, que son siempre las mismas, y que hoy tienen el foco en las políticas
anti inmigratorias a nivel mundial, vuelven a disputar hegemonía desde un lugar
muy incómodo para quienes tenemos la obligación de enfrentarlas. Y digo
incómodo porque se trata de gobiernos electos democráticamente, es decir, que
cuentan con la connivencia y el apoyo de sus pueblos. Ahí radica, en mi
opinión, el principal problema. No son los referentes racistas de ultra derecha
los demonios eternos, culpables de toda culpa, monstruos sin corazón y sin escrúpulos,
los que se ponen al frente de la batalla, sino que usan de escudo a poblaciones
densamente manipuladas y programadas para repetir eslóganes.
Lo vimos en la campaña de Milei en nuestro país,
que se desarrolló íntegramente en redes sociales, principalmente Twitter y Tik
Tok donde predominan los jóvenes, y que se basó en una especie de sketches casi
cómicos en los cuales el candidato de La Libertad Avanza arremetía con mucha
vehemencia y verborragia contra los culpables de todos los problemas. Los llamaron
“la casta”. Milei se jactaba de destruir ministerios con la misma facilidad con
la que se quita un sticker de una pizarra y de dilapidar recursos públicos al
servicio de los más necesitados empleando una motosierra que todo lo
aniquilaría a su paso. Esa fue su propuesta y el 56% de los argentinos decidió
apoyarla sin cuestionarse ni por un segundo si semejante despliegue de violencia
mezclada con goce podía considerarse “algo original” o simplemente un
disparate.
La cuestión es que la muerte del kirchnerismo
como espacio político, hundido en el desprestigio fruto de sus acciones de corrupción
detalladamente expuestas en los medios de comunicación, sumado a un agotamiento
de un modelo que llevaba demasiados años en el poder sin lograr revertir
algunos de los problemas más estructurales de la Argentina, como la pobreza y
la inflación, resultó en que un personaje como Milei, con todas sus fallas
lastimosamente expuestas, ganara las elecciones aún sin contar con el equipo
técnico y humano para llevar a cabo la gestión. Y ahí vino el segundo responsable
de la debacle: Macri y su oportunismo político. Cual si fuera una apuesta de
salón, y al verse arrebatado del poder ya que su candidata había quedado fuera
del ballotage, decidió hacer algo que nos perjudica mucho a todos los
argentinos: le brindó a Milei, no sólo los votos que necesitaba para ganarle a
Massa, sino que luego, una vez asumido, le puso a disposición toda su red de
gobernación expandida por todo el país, en una alianza que huele a rancio y
donde presumiblemente se negociaron varias cuestiones que hoy exhiben una tensión
latente. Lo próximo que tendremos que ver es si, fruto de esta alianza mafiosa
y vanidosa, La Libertad Avanza fagocita al PRO o si, por el contrario, Victoria
Villaruel, aliada con Macri y compañía, logra su gran objetivo que es hacerse
con el poder para fines de reivindicación de sus orígenes militares y
autoritarios.
Mientras toda esa novela política sucede a ojos de
los que nos preocupamos por ver las cosas como son y no como nos las cuentan, un
millón de niños se va a la cama sin comer, según datos que recientemente
difundió Unicef. Particularmente no necesito ver el spot publicitario para que
me desgarre el alma. Lo veo todos los días en la calle con actores reales. Decenas
de personas totalmente caídos del sistema, sin ningún tipo de oportunidad, casi
a la espera de la rendención de la muerte. Yo te pregunto, si estás leyendo
esto, ¿no te llama la atención que te digan que no hay plata y luego procedan a
auto otorgarse presupuestos millonarios para actividades reservadas y de espionaje?
Y a la par que hacen eso retienen comida en situación de ser donada a quienes
padecen hambre pero deciden no repartirla con excusas que exceden lo inmoral y
obsceno. Entonces, si un millón de chicos en nuestro país, que es productor
mundial de alimentos, padece hambre y se va a dormir con la panza flaca, ¿por
qué el presidente Milei habla de política monetaria, de las elecciones en
Venezuela, de los zurdos, los boluprogres, los periodistas y la mar en coche?
¿Acaso no le importan los pobres? La respuesta, evidente, es que no. Y el problema
mayor es que a vos que estás leyendo y votaste a Milei tampoco te importa. Es más,
lo votaste para que le quiten los planes a los negros. Por eso, la campaña
de Unicef sobre el millón de niños que no come solo va a conmover a quienes no
tengan en el interior de su corazón un miedo letal al avance de la pobreza en
tanto amenaza hacia ellos mismos.
Por eso el temor, el miedo, como decía la
semana pasada y como se encargan de explicar los que saben, es la
condición de posibilidad del odio más asqueroso que se esconde detrás de
consignas racistas que lo único que persiguen es, lo digan expresamente o no,
la exterminación del otro. Del indeseable. Del inmigrante. Del negro, del
pobre, del planero. Del ñoqui.
Por eso Trump increíblemente va a volver a ganar las elecciones en Estados
Unidos gracias a su promesa grandilocuente -como le gusta hablar a estos nuevos
referentes de la clásica derecha- de “la
mayor deportación de la historia”.
El candidato republicano se compromete con su vil electorado a ir a buscar a
los inmigrantes ilegales a las escuelas, desovillando la trama de la inmigración
desde su último eslabón: los niños. De la misma manera que Javier Milei prometió
“el mayor ajuste de la
historia” y le respondieron
adelante, para luego vergonzosamente reconocerse víctimas de dicho ajuste. Y aquí
retomo lo del lugar incómodo. Cuando un gobierno accede al poder legítimamente
e implementa las consignas de campaña que obtuvieron el refrendo en las urnas,
¿con qué herramienta también legal se lo combate? ¿Acaso no está haciendo lo
que dijo que iba a hacer? Cuando Menem en la década del 90 dijo su célebre
frase “síganme, no
los voy a defraudar” y procedió a privatizar
todas las empresas públicas, cosa que no había adelantado en campaña, uno podía
decir que el presidente había engañado a su electorado. Les había mentido. Aplicó
el 1 al 1 pero omitió decir que el resultado inevitable de esa farsa sería la
crisis del 2001. En una entrevista, muchos años después, el propio Menem
reconoció que si hubiera dicho lo que iba a hacer, no lo hubieran votado. Tal parece
que treinta años después vino un candidato que no tuvo miedo ni pudor de
exponer las consignas más racistas y de ultra derecha, reivindincado el modelo neoliberal
que nos había costado la crisis más profunda de la que teníamos memoria y, esta
vez sí, fue beneficiado con un voto de confianza. Entonces, a lo que voy es que
la legitimidad de este gobierno y su núcleo de apoyo aun fuerte nos deja en el
incómodo lugar de no poder combatirlo si no es por fuera del sistema democrático.
Y ese es un lugar al que nadie quiere volver. Y el punto es que no
deberíamos.
Respondiendo la pregunta con la que inicié este
artículo, yo creo que efectivamente Milei era inevitable. Era algo que nos
tenía que pasar. Estaban dadas todas las condiciones para que un líder de ultra
derecha libertario se alce con el poder por primera vez en la historia de
nuestra nación. La pandemia lo parió. Más precisamente la cuarentena.
Y prueba de ello es que aún hoy, con la caída libre del consumo, del empleo y
de la pobreza, con el millón de niños que no come, importan más los affaires
bochornosos del ex presidente en la Casa Rosada y la Quinta de Olivos que la
realidad que nos toca vivir cada día. Una nueva cuarentena donde circulamos libremente
pero no compramos nada, porque no hay plata. La libertad de llegar a fin de mes
estaría coartada. Y la clave de ese odio, de ese resentimiento al kirchnerismo,
de la última gota que rebalsó el vaso de la tolerancia, es la foto del bendito
cumpleaños de Fabiola, una herida sangrante que no cicatriza y que la
derecha, apuntalada por los medios de comunicación, sabe explotar una y otra
vez para desviar la atención mientras continúan con el saqueo. La pregunta es,
¿cuánto más tardarán en perdonar y olvidar ese brindis nefasto para poder
ocuparnos de lo que está pasando y de lo que viene? Todos sabemos del descaro y
de lo cruel que resultó la pandemia combinada con la corrupción en todo sentido.
Claro que duele. Pero por favor, dense cuenta cuando los están manipulando. Como
le repito una y otra vez a las personas que me rodean: Milei no es mejor que el
kirchnerismo. Es mucho, mucho peor. Pero para cuando alcancen a darse cuenta y
dimensionar, estaremos transitando otro duelo, más doloroso y más ruin, que involucra
a todas las personas que se está dejando morir adrede, producto de la retirada
del Estado del bienestar que mucho trafica y coimea pero que tanto ayuda
también. No se trata de kircherismo o mileismo (que trágico que haya impuesto su
apellido), se trata de, al menos, no estar peor que antes, ¿no?

Comentarios
Publicar un comentario