Fernando es “Alba”
Alba es una chica joven, de un pueblo pequeño de Alicante,
España. Está de novia con Bruno, un estudiante oriundo de su mismo pueblo con
quien se reencuentra en Madrid mientras ambos están allí por motivo de sus
estudios. Alba es una chica como cualquier otra. Pero una noche, todo cambia.
Igual que para Fernando.
Los amigos de Bruno son hijos de poderosos y millonarios que,
típicamente, se llevan el mundo por delante. Muy acostumbrados a tener todo lo
que quieren y no recibir nunca un no por respuesta. Alba disgusta de los amigos
de Bruno, pero lo respeta. Ella los conoce del pueblo, porque son famosos,
aunque no personalmente. Una noche de verano, todos deciden ir a bailar. Alba
va con su amiga de la infancia y arregla encontrarse con Bruno dentro del pub
Kevin. Bruno va a la salida de su trabajo, solo. Cuando llega al pub se
encuentra con sus tres amigos, saliendo del lugar. Lo invitan droga y lo
convencen para irse a otro lugar, a pesar de que él les dice que adentro está
su novia, a quien les quiere presentar.
Alba amanece en la playa, sola, con la ropa desgarrada, un
terrible dolor de cabeza y ningún recuerdo de cómo llegó hasta ahí. Se dirige
al hospital para constatar que fue violada.
“Alba” es una serie que pueden ver en Netflix. La tomo por
dos motivos: primero porque, al verla, pude entender cómo probablemente fue
todo el manejo de los familiares de los rugbiers (ya les explico por qué), y
segundo porque sirve para comparar con el caso de Fernando Baez Sosa.
Alba es violada en manada. Fernando es golpeado en manada.
Una víctima, múltiples agresores. Todo el morbo y todo el placer sádico y
perverso revolviéndose en esos minutos de éxtasis puro, de transgresión de la
norma. Los victimarios son chicos jóvenes repletos de todo que necesitan subir
la apuesta constantemente. Hasta que una última víctima les pone un freno. Alba
es la primera en denunciarlos. Fernando muere.
Y ahí empieza la parte más gráfica de la serie. La reacción
de los familiares. ¿Vieron cuando todos les reclamamos a los padres de los
rugbiers que ellos tienen la culpa, por la crianza que les dieron? ¿Y cuando no
entendemos por qué no piden perdón? Bueno, vean
Alba por favor. Cuando la denuncia se hace pública, se convoca a una
reunión familiar donde los adultos tratan el tema como si fuera un ítem en la
agenda de la compañía, un problema a resolver. En ningún momento les preguntan
a los chicos qué hicieron, muchos menos les reprochan algo. El enojo va a
dirigido a que hayan generado un problema justo cuando estaban por cerrar un
acuerdo millonario con un inversor. Les preocupa la imagen de la familia y de
la empresa, no les preocupa la víctima. Los primos y herederos Jacobo y Rubén
se mofan de haber tenido una orgía en la cual “la chica lo gozó” y la tratan de loca por denunciarlos. De la misma
manera que los rugbiers siguen diciendo, hasta el día de hoy, que participaron
de una pelea. No hay un registro del otro, al que disminuyen a la categoría de
fetiche, puro objeto de placer. Usado y descartado.
La madre de Rubén es la directora de la compañía familiar. Muy
avanzada la serie le pregunta por primera vez a su hijo qué hizo, y si
efectivamente la violó. A lo cual Rubén responde, por supuesto, que no. En su
imaginación, Alba quería hacerlo, aun cuando le habían puesto burundanga en su
bebida sin que se dé cuenta. La eligieron adentro del boliche, igual que a
Fernando. Escogieron a su víctima. Esperaron el momento oportuno para plantar
la droga en el vaso. A Fernando lo tropezaron con un vaso que se derramó. Esa
fue la semilla. Luego, todo continuó afuera. Cuando Alba salió del boliche,
apenas podía caminar. Sus depredadores la estaban esperando. La siguieron por
unos callejones, se acercaron, ofrecieron ayudarla mientras tanteaban si la
droga había hecho efecto. Y ahí empezó el horror. La tumbaron sobre el piso
detrás de un paredón y la violaron por turnos mientras uno de ellos filmaba
todo. Se arengaban mutuamente. “Dale así,
tocale allá, te gusta perra”, y otras barbaridades. Como Lucas Pertossi, el
camarógrafo del ataque, y Ayrton Viollaz, el que arengaba a Thomsen a rematar a
Fernando.
Cuando el abogado de la familia le ofreció a la mamá de Rubén
ver el video, ella se negó. No era necesario. Lo vio luego a solas, y lloró al
comprobar que Alba estaba inconsciente, y no estaba gozando como le había dicho
su hijo. Así y todo, jamás dejaron de defenderlos. “Hay que apoyar a los chicos”, decían. “Hay que sacarlos de esta” y “yo
no voy a permitir que mi hijo vaya a la cárcel”. Todas frases imperdibles,
dichas por quienes deberían ser el primer reproche. Así como las redes de apoyo
de los rugbiers hablan de que son chicos y no pueden pasar el resto de su vida
en la cárcel, y que “la vida les jugó una
mala pasada”. Todo igual.
De un lado, el dolor. El sufrimiento, la angustia, la
violación de los cuerpos. Del otro, la impunidad. Lisa y llanamente: impunidad.
Negación de los hechos. Lo hago, lo gozo y no me hago cargo de las
consecuencias. No pido perdón porque yo no la violé (ella quiso), y porque yo
entré a una pelea y “un chico de nuestra
edad murió”.
Cuando pasó el crimen de Fernando, en el verano de 2020, lo
primero que hice fue arremeter contra los padres, como muchos de ustedes. Dije
en redes que me daba mucho más miedo que mi hijo fuera Thomsen a que fuera
Fernando. A ese nivel llega mi conciencia de culpa. Conciencia de culpa que los
ni Pertossi ni los Thomsen claramente ostentan. “Mi hijo no es un asesino”, se dicen a sí mismos. Yo no sugiero que
no apoyes a tu hijo, pero los primeros que tienen que poner el límite son los
padres. Los primeros que tienen que decir “te equivocaste” son los padres.
Porque si lo hubieran hecho oportunamente, cuando empezaron a desviarse,
probablemente hubieran podido hacer mucho para evitar el fatal desenlace.
Y vean, nuevamente, una elocuente coincidencia más: ni los violadores
en manada, ni los golpeadores en manada, eran inexpertos. Resulta que Jacobo
coleccionaba la ropa interior de todas las chicas a las que violaba y
participaba de un foro de violadores como Jacobo5, número que actualizaba cada
vez que sumaba una más a la lista. Y los rugbiers, como todos sabemos ya,
tenían varios antecedentes en Zárate. Todos esos crímenes previos fueron la
antesala, la condición, para que los crímenes de Alba y de Fernando sucedieran.
Y todos ellos pasaron de largo porque no hubo ninguna autoridad, ni parental ni
social, que los detenga.
La única diferencia en este ejercicio de comparación es que
Alba sobrevive para contarlo y pedir justicia y Fernando no. Quedan sus padres
a cargo de esa noble y dolorosa tarea. Y la otra diferencia que espero -a horas
de conocer la sentencia-, que se cumpla es que los violadores de Alba obtienen
la nulidad del juicio. Eso mismo que pide Tomei (el abogado de los rugbiers) desde el principio. Lo que consiguió la mamá de Rubén coimeando y acostándose
con el juez de la causa. Ansío, de todo corazón, que no suceda lo mismo.
Necesitamos, más que nunca, que la justicia cumpla su rol y condene a los
culpables. Para saldar el crimen de Fernando pero, fundamentalmente, para darle
un mensaje a futuros agresores. “La pena le habla más a los posibles siguientes
acusados, que al sentenciado que tiene frente a sí”. De eso
hablamos cuando intentamos hablar de prevención del crimen. Porque la cárcel
tiene que volver a dar miedo.

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