Abuelito, no me mates.


Domingo Faustino y Brian Batalla. Qué nombres! Son los personajes de un reciente hecho policíaco que terminó con la vida del más joven de ellos. Brian era el nieto. De 29 años, con una enfermedad mental declarada desde los 6 años, según contó su mamá. El diagnóstico era trastorno de la conducta y de la personalidad. Había logrado terminar el secundario hacía poco, con mucho esfuerzo, y se desempeñaba como empleado de limpieza.

La relación con su abuelo siempre había sido conflictiva. Domingo, un militar retirado de 77 años, fue señalado por su propia familia como una persona que había ejercido la violencia durante toda su vida. Su hija, Mariel –la madre de Brian-, no tenía relación con él, de hecho. Según ella mismo contó, sus padres nunca asumieron el diagnóstico de Brian y la culpaban por lo que le pasaba al joven.

De vuelta, todo muy normal, ¿no? Una vez más, no son hechos extraordinarios. Son relaciones familiares tensas, que no fluyen de la mejor manera. Como pasa en tu casa. Como pasa en la mía. Disparadores que a veces se activan y terminan con el peor escenario posible.

Aparentemente había una pelea por dinero (¿cuándo no?). El abuelo le reclamaba al nieto una plata que supuestamente le debía. Además, había interferido en el trabajo de Brian, ocasionándole un problema. Esos fueron los disparadores. Comunes, pero que seguramente se acumulan sobre una montaña de conflictos previos. No hay que ser investigador profesional para darse cuenta de esto. Lo importante es lo que pasó ese lunes 13 de junio en la ciudad de Bahía Blanca. Ese día algo cambió.

Fíjense qué interesante. Tenemos una persona insana mentalmente y, frente a él, alguien sin ningún trastorno, por lo menos no diagnosticado. ¿Quién mata de los dos? ¿Quién pierde todos los estribos y en un rapto de furia emocional acribilla a balazos a la fuente de sus estímulos más molestos? Es el abuelo, quien escondiéndose detrás de la excusa de la defensa propia, al ver el desborde de su nieto -que no paraba de agredirlo físicamente-, logra entrar a la casa y, cuando ya estaba seguro, vuelve a salir, pero esta vez, no sale solo. Con su bicicleta y sus 77 años. No, sale con un arma en la mano y dispara a quemarropa, a corta distancia, sin mediar palabra.

Fin del asunto. Ese hecho fue, evidentemente, la gota que rebalsó su vaso de tolerancia. La excusa, el disparador, para que toda esa violencia contenida, en forma de frustración, saliera sin ningún tipo de freno inhibitorio. No fue un tiro. Fueron cinco. En abdomen, tórax, cuello, mejilla y hombro.

Me causa bastante indignación que, frente a la evidencia que proporciona el propio video de la cámara de seguridad de la vivienda, que registra cada movimiento de ese fatídico día, estemos discutiendo si Domingo Faustino actuó en legítima defensa o no. Por supuesto que no! Legítima defensa es un tiro en la pierna para inmovilizar a alguien, señores. Y, lo que es peor, en este caso, ni siquiera eso era necesario. El abuelo había logrado entrar a su hogar, detrás del portón de madera. Aunque el nieto pegara cientos de patadas, no iba a llegar a él antes de que la policía viniera a arrestarlo.

No, acá lo que pasó es lo que vengo describiendo post a post. La total liberación de instintos pulsionales de lo más oscuros y reprimidos, manifestándose una y otra vez. Mariel declaró, “hubo premeditación”. Y sí la hubo, claramente. Entró a la casa, tomó el arma, salió y disparó. De vuelta, 5 tiros. No había chance de que sobreviva. Brian era una molestia para Domingo, era la mosca en su sopa. No le era indiferente lo que pasaba con él, de otro modo no se habría entrometido en su vida tantas veces, lo hubiera abandonado. Pero no, él quería corregirlo. Él quería hacer el trabajo que su hija, según él mismo consideraba, no había hecho bien. La culpaba por la enfermedad de Brian, como si la locura fuera un efecto de la crianza. Un niño que, desde los 6 años, recibía asistencia psicológica y luego psiquiátrica, que hacía años dependía de una medicación específica para poder funcionar en sociedad, no es uno más del montón. Es alguien verdaderamente especial, que necesita una atención especial. Sin embargo, y a pesar de haber reventado de violencia dándole palazos y piñas a su abuelo, que no estaba en condiciones de defenderse (al menos no de la misma manera), no se convierte en asesino. Este caso es EL ejemplo de que la locura no es lo que está en la base causal de los homicidios que salen como pan caliente todos los días. El que mata es el que no puede contener sus emociones, el que “decide” levantar la represión que pesa sobre lo pulsional. Eso que pide a gritos salir, como descarga, mediante acciones reales, que alivian ese estado de ¿sufrimiento? por un estímulo que no puedo, ni quiero, seguir tolerando.

Domingo Faustino decidió ese día, luego de ser molido a palos por su nieto, que ese era el fin. “Marta, metete para adentro”, le dijo a su mujer; otra ficha del tablero inmóvil e incapaz de cambiar algo de lo que estaba a punto de pasar. Él puso fecha de caducidad a la vida de su nieto. De la forma más trágica, más violenta, más cruel y cruda posible.

Me voy a meter un poco en el trabajo de la justicia, mediante la figura del fiscal. Nuevamente, es muy interesante lo que declararon públicamente. Todo es materia de análisis y fragmentos de prueba de la teoría que intento construir. El fiscal general explicó: “el Estado no ampara los homicidios, no le es irrelevante que una persona mate a otra. Lo que ocurre es que en ciertas situaciones conflictivas el Derecho se resigna a otorgar un permiso para realizar una conducta que en principio estaba prohibida. Aquí parte la calificación de legítima defensa”.

O sea que, según el propio código penal, está permitido matar cuando mi vida depende de mi capacidad de defenderme. Algo así, ¿no? Bien, este caso no se encuadra en una legítima defensa. El señor ya estaba puesto a seguro dentro de su hogar, desde donde podía llamar a la policía para que venga a asistirlo. A pesar de esta evidencia y del más claro sentido común, catalogaron el hecho de “homicidio culposo con exceso en la legítima defensa” y le dieron libertad condicional por su avanzada edad. Realmente creo que no suma nada discutir si es justo o no; por supuesto que el señor tiene que pagar por lo que hizo, pero concretamente hablando de este caso, ¿de qué sirve que vaya preso? Si está en la puerta de salida. El que se quedó con la mitad de la vida sin vivir fue Brian, eso no se compensa. Además, según declararon sus propios hijos, si llega a ser condenado, por la propia vergüenza, es capaz de matarse. Se saltearía la pena. Total, él ya mató. Se quitó las ganas. Todo ese deseo perverso contenido ya fluyó.

Por último, fíjense la joya que aporta la fiscalía: “hay que analizar cuáles son las circunstancias personales, esta persona todavía no declaró, no sabemos qué explicación tiene para haber disparado 5 veces. No sabemos qué pensó en ese momento”.

Digo joya porque muchas veces pasa que leemos la teoría y medio como se queda ahí, es difícil pasarlo a la vida real. Con Foucault, analizábamos cómo la justicia busca entender las causas de un crimen para poder darle sentido y, desde ese lugar, condenarlo. Es decir, se condenan las intenciones, las motivaciones. Se trata de emparentar, hacer coincidir, a un criminal con su crimen. Por su vida previa, por cómo se comportaba. Esos antecedentes darían cuenta del crimen que termina cometiendo y por el cual se lo termina juzgando. Por eso también, cuando entra la locura, sale la criminalidad. Mejor, en palabras de Foucault (Los Anormales):

No hay ni crimen ni delito si el individuo se encuentra en estado de demencia en el momento de cometerlo. La pericia debe permitir hacer la división entre enfermedad o responsabilidad, entre hospital y prisión. Principio de la puerta giratoria: cuando lo patológico entra en escena, la criminalidad, de acuerdo con la ley, debe desaparecer”.

Es decir que, si el crimen hubiera sido a la inversa, si el nieto hubiera matado al abuelo, por su condición de enfermo mental, no podría ser condenado. En ese caso, su patología “explicaría” su crimen. Pero justamente no fue así. Una persona “sana” frente a un loco es el que termina disparando a quemarropa  a su familiar sin evidencia de ningún remordimiento.

 

Y con esto me despido por esta semana. Dice el fiscal, y repito: “no sabemos qué explicación tiene para haber disparado 5 veces. No sabemos qué pensó en ese momento”. Si encuentran la respuesta, ¿me la pasan? Es justo lo que estoy investigando.

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