Fernando y Lucio deberían ser nuestros nuevos "NUNCA MÁS"
Acabo de regresar de mis vacaciones de verano en la costa.
Voy a Gesell desde muy chica. Con mi familia pasábamos veranos enteros entre
dunas y cuatriciclos. Siempre fue un lugar alegre, donde los chicos y no tan
chicos íbamos a divertirnos. Aún hoy, a mis treinta y siete años y con dos hijos,
sigo yendo de vacaciones al mismo lugar. Porque me siento en casa. Conozco la
ciudad como pocos. Todo es familiar, incluso a pesar de los avances del tiempo
y la modernización. Pero hay algo nuevo: hay un santuario justo enfrente de la
puerta de Le Brique, uno de los boliches más emblemáticos de la ciudad
balnearia.
Algo cambió en Villa Gesell y en toda la Argentina a partir
del 18 de enero de 2020. Mataron a un pibe de 18 años en vivo y en directo
frente a decenas de testigos y cámaras de seguridad. Las imágenes de la golpiza, segundo a segundo, se repiten una
y otra vez en cada una de nuestras mentes, que las vieron infinidad de veces,
amplificadas y reiteradas por los medios de comunicación.
Un crimen tan impune, tan asqueroso y cruel, tiene que funcionar
como bisagra. La muerte de Fernando no puede ser en vano. Él fue la gota que
rebalsó un vaso que venía llenándose de violencia y ataques en manada, en
distintos puntos del país. Él no fue el primero, pero sí espero que sea el
último. El último muerto por golpes y patadas de muchos contra uno.
Al caminar la clásica avenida 3 todavía se pueden vislumbrar
en varios locales los afiches de ese primer verano de 2021 –en plena pandemia-,
cuando se pedía al unísono “Justicia por Fer”, con su foto de primer plano.
Esas fotocopias que coparon pancartas y pedidos de justicia siguen estando en
los comercios de video juegos, confiterías, restaurantes. Siguen ahí,
inmóviles, aún luego de la sentencia de cadena perpetua para la mayoría de sus
asesinos.
El cantero contra cuyo filo de ladrillos le reventaron la
cabeza y se la llevaron de trofeo hoy se convirtió en una especie de homenaje
permanente; lleno de flores, cartas, velas, globos. La gente se para a mirar, a
sacar fotos, algunos rezan. Incluso pude ver turistas hablando en inglés y
comentando el caso. El crimen de Fernando Baez Sosa trascendió las fronteras.
Lo dije en algún momento, este caso
es completo y atrapante porque tiene todos los condimentos, no omite
ningún criterio de espectacularización. Así como lo fue el homicidio de Ángeles
Rawson en su momento. Pero con Fernando y con Lucio Dupuy hay, en mi opinión,
una vuelta más.
Por primera vez pude ver muchísima gente indignada, pasando
su precioso tiempo comentando en redes sociales incansablemente y pidiendo
justicia por esos cuerpos. Que además eran jóvenes, y que además eran hombres.
Vi enojo, miedo, frustración, desesperanza, angustia, cansancio. Quizás estos
dos casos, que escalaron en violencia a niveles hasta ahora impensados, hayan
funcionado como pivote para dar paso a una nueva realidad. Una en la cual la
sociedad no va a permitir que queden impunes, como se ha visto tantas veces.
Con jueces coimeados y justicia cómplice. ¿Cómo lo van a hacer? Presionando.
Nunca hay que subestimar el poder de la opinión pública. Lo dijo la mamá de
Máximo Thomsen: “todo es culpa
de ustedes”. Lo retomé en Twitter porque me pareció brillante. Muchos
le contestaron, con justa razón, acusándola de no reconocer el accionar de su
hijo, causante de la desgracia, pero yo leí más allá de esas líneas. Ella
culpaba a la opinión pública y a los medios como garantes por haber hecho del
caso un “circo mediático”. Porque si, por el contrario, no hubiera tenido la
trascendencia que tuvo, muy probablemente con su dinero (que se le fugó en el
abogado Tomei) y con sus contactos políticos, hubiera podido sacar a su hijo
por la puerta de atrás. Pero no, esta vez no se pudo. Cristina Kirchner, el
intendente de Zárate y todos los secuaces le dijeron “lo siento, no podemos
hacer nada por su hijo”. Ningún político va a sacrificar su intencionalidad de voto
poniéndose en contra a la opinión pública ni por una chacra ni por una montaña
de dólares. Game over Rosalía Zárate. Toca pagar con cárcel.
En el caso de Lucio no había dinero. Eran dos pibas anónimas
sin recursos. Pero los condimentos para que ese caso sea completo y atrapante
fueron los detalles de la autopsia y de la profunda vejación que soportó un
nenito que podría ser el hijo de cualquiera de nosotros, y el hecho de que las
asesinas fueran simpatizantes de la logia feminazi. El crimen de Lucio no midió
tanto en rating como el de Fernando, pero fue trending topic en Twitter durante
muchos días. Tampoco tenía al súper abogado mediático Burlando de su lado. Como
verán, ambos
casos, cada uno en su género, son –como lo anticipé-, ejemplos perfectos de lo
que denomino “crímenes intra hogar”. El homicidio de Lucio se ajusta a
cada una de las pautas:
·
Intra hogar
·
Método: golpes
·
Asesinas sin antecedentes
El homicidio de Fernando sólo varía en que, como se mata a un
desconocido –y no a un familiar-, no sucede dentro de un hogar sino en la vía
pública. Pero el registro es el mismo:
·
Método: golpes
·
Asesinos sin antecedentes
Ambos crímenes
“sin razón”, como diría Foucault. Matar a alguien por derramar un vaso o
lo que sea que haya pasado dentro del boliche, o a un nene simplemente por ser
un nene que actúa como tal, no es motivo para matar. Son excusas.
Retomo esta frase de Foucault de Los Anormales porque me
parece que resume a la perfección lo que estamos puntualizando: “si la
premisa de que cualquier individuo debe vivir, no fue lo
suficientemente fuerte para actuar como principio de bloqueo de esa
necesidad de matar, esa pulsión de matar, si tenemos que vérnosla con alguien
que tiene frente a sí a quien ni siquiera es su enemigo y acepta matarlo, a la
vez que sabe que con eso mismo condena su propia vida, entramos así en un campo
absolutamente nuevo”.
Fernando y Lucio no eran enemigos de nadie. Sus homicidas los
fabricaron como enemigos, los imaginaron en un lugar de oponentes y acabaron
con ellos. Sobre la pulsión de
matar hablamos mucho, no voy a ser reiterativa. Y la consciencia
del castigo remite, por un lado, al título de este blog y a la fantasía de la
impunidad. Que en estos casos no pudo ser tal. Tanto los asesinos de Fernando
como los de Lucio fueron condenados a cadena perpetua. Por eso digo que estos
hechos podrían y deberían ser nuestros próximos “NUNCA MÁS”. Así como desde
1983 levantamos las banderas de la democracia y cumplimos nuestra promesa de
nunca más volver a ese estado de violencia militarizada por parte del Estado, y
por más que hubo fantasmas y operadores, nunca pudieron volver a imponerse
porque la sociedad no lo permite; tampoco permitamos que ningún otro asesino
cruel y violento lastime y hiera de muerte a un cuerpo inocente. No podemos
garantizar que no va a volver a pasar, porque no depende de nosotros, pero sí
podemos garantizar que no habrá más impunidad. Que este mensaje sirva para los próximos
que quieran matar a golpes a su hijo o a cualquiera que les pinte porque sí.
Que sirva y FUNCIONE como elemento de disuasión. Que cumpla una función
preventiva del crimen. Porque la
pena le habla más a los posibles siguientes acusados, que al sentenciado que
tiene frente a sí. Y porque la cárcel tiene que volver a dar miedo pero,
para eso, tiene que haber sentencias firmes irrevocables.
Hay algo más que cambió a partir de estos dos crímenes. El
pedido de sustitución de la jueza que otorgó la tenencia a Magdalena Espósito y
las investigaciones a todo el equipo pedagógico a cargo de Lucio en su paso por
la escolaridad son hitos claves. ¿Por qué? Porque la semana pasada, en la
reunión habitual previo al comienzo de clases, la maestra del jardín de mi hija
hizo hincapié en que si un nene falta más de dos días al jardín, ellos deben
llamar para ver qué pasa con ese nene. Porque “la escuela es garante de los
derechos del niño”. Esto siempre fue así pero sólo ahora, después de Lucio,
cobra fuerza y efectividad. ¿Por qué? Porque nadie quiere perder el laburo.
Porque eso da miedo. En ese sentido, las sentencias de condena de Abigail y
Magdalena, y de los rugbiers, son tan pero tan importantes. Porque sientan un
precedente y le hablan al futuro. A los casos que vendrán, si se atreven.
Cierro con esto: decíamos más arriba que los casos de
Fernando y Lucio escalaron en violencia a niveles hasta ahora impensados. Es
decir, inverosímiles. Ojo porque, a partir de ahora, nuestra
nueva base de verosimilitud en materia de crímenes arranca en
genitales mordidos, pulmones aplastados, cabezas reventadas a patadas. Todo eso
ya pasó, al igual que la mujer
que asesinaron con una mancuerna y prendieron fuego en una parrilla dentro de
un hogar familiar. Todos escenarios ya probados y ensayados disponibles para
nuevos y atrevidos asesinos. A menos que “la
representación de la pena y de sus desventajas sea más viva que la del delito
con sus placeres”. Entonces habrá que ver, por ejemplo, cómo transita el hijo pródigo
Máximo Thomsen sus 35 años de prisión, sin libertad condicional, y rogar que su
ejemplo sea suficiente para disuadir a otros narcisistas omnipotentes.

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