Lo verosímil aplicado al crimen
Hoy me voy
a detener a explicar todo lo que sé sobre un término que utilizo frecuentemente
y que, quizás, no todos conozcan plenamente su significado; mejor dicho, su
implicancia. Se trata de “lo verosímil”. ¿Qué es verosímil? Aristóteles lo definía
como “el conjunto de lo que es posible”,
entendiendo este posible como un posible real, es decir, lo que es verdadero.
Voy a hacer un pequeño paréntesis para contarles cuándo escuché por primera vez este término y lo que provocó en mí. Estaba cursando Ciencias de la Comunicación, en la UBA, materia Semiótica de los Medios. Dentro de la bibliografía propuesta por la cátedra, y casi al término del cuatrimestre, había una obra, muy cortita, de Christian Metz. Se llamaba “Lo verosímil”, y era sobre cine. Pueden buscarla.
¿Qué tiene que ver el cine con los crímenes? Nada si hablamos de crímenes reales, todo si hablamos de crímenes de ficción o de la representación cinematográfica de crímenes reales. Lo que yo propongo es una adaptación del concepto de verosimilitud, tal cual lo presenta Metz en su libro, para pensar un tema de actualidad: los crímenes intra-hogar, tal como los defino, en su creciente escalada de violencia e incidencia en nuestra sociedad.
Pero antes, sigo con mi anécdota personal. La cierro. Hubo muchos momentos a lo largo de mi cursada (10 años) en los que me sorprendí. Uno de ellos fue cuando escuché por primera vez este término, que claramente no lo conocía y que me dejó boyando. “La censura de lo verosímil” decía el profesor, y explicaba cómo todo el rango de los posibles convencionalizados actuaban como barrera para la irrupción de nuevas ideas. Nunca lo había pensado, justamente. Había más niveles para seguir indagando, siempre hacia atrás. Si algo me enseñaron en la Facultad de Sociales fue a aprender a pensar. Uno cree que sabe, pero no. Te piensan, te hablan. Lo hacen a través tuyo, sin que te des cuenta. ¿Quiénes? Las ideologías dominantes hegemónicas con las que tomamos contacto a diario, muchas de ellas tan micro y tan normalizadas que no las identificamos siquiera, porque no tenemos tiempo de parar a pensar. Y, luego de eso, a repensar.
Entonces, resulta que hay una especie de filtro invisible que actúa, propiamente, reprimiendo lo que uno puede pensar, lo que uno puede crear. Simplemente porque no está “normalizado, institucionalizado, convencionalizado”. Lo resumo: porque no fue dicho. No pasó a discurso. No hay jurisprudencia. No hay antecedentes. “Lo verosímil es, desde un comienzo, reducción de lo posible”, dice Metz.
Claro, él lo pensaba en relación a las artes. Al séptimo arte, concretamente. Todo lo que el autor propone, en cierta forma, insta a cruzar la barrera de lo verosímil. ¿Para qué? Para crear una obra original, con nuevos matices, que escape al género, incluso que cree géneros nuevos. En el caso de los crímenes reales, propongo justamente lo contrario: no cruzar la barrera de lo verosímil. No habilitar nuevos y más monstruosos asesinatos. Que no pasen a discurso, que no se vuelvan verosímiles y, por ello mismo, “posibles”.
Metz menciona tres tipos de censuras: la primera y más evidente, la censura política, o censura propiamente dicha. Es aquella que recorta todo lo “indecente”. Piensen, por ejemplo, en lo que hacía la dictadura con los films que consideraba subversivos. Luego está la censura económica que recorta, básicamente, todo lo que no considera rentable, lo que no va a vender. Y, por último, la censura ideológica que se enfoca en lo inmoral. Estos tres tipos de censuras son externas, es decir operan de afuera hacia adentro. Son institucionales. Y afectan lo que sería “la sustancia del contenido”, lo material.
Pero hay una censura que está más atrás. Y es más efectiva y más poderosa, cuanto más invisible es. Justamente porque no la vemos, no la reconocemos y no nos protegemos de ella. Es la censura que afecta directamente el mundo de lo pensable. Y, por ende, el mundo de lo decible. Siempre palabras que terminan en “able”, la posibilidad. Por eso es importante parar a pensar, y a repensar. De otro modo, estas cuestiones se nos escapan.
Si yo no puedo pensar en una forma de matar a mi ex, o de deshacerme del cuerpo golpeado de mi hijo, voy a tener que hacer un esfuerzo por crear una nueva manera. Que no aprendí, que no me enseñaron, que no vi en ningún lado. Por supuesto vamos a aclarar que los crímenes van a seguir sucediendo. El hecho de no comunicar un crimen macabro en los medios masivos no significa que ese crimen no sucedió. Es real, se ubicó en tiempo y espacio. Lo que intento decir es que, creo, firmemente, que podemos influir, al menos parcialmente, en la no propagación de ese tipo de crimen.
Lo voy a explicar un poco mejor. Fíjense en esta cita de Metz:
“La verdad de hoy puede tornarse lo verosímil de mañana. Lo verosímil estalla en un punto. Un nuevo posible hace su entrada, pero una vez que está allí, se vuelve un hecho de discurso”.
Agrego: se vuelve real. Porque fue dicho. Porque las palabras crean realidades. ¿Se acuerdan que la semana pasada veíamos el caso de María Alejandra Abbondanza? ¿Asesinada, descuartizada y quemada en una parrilla de una casa común y corriente en Campana? Ahí tienen el ejemplo. Ese método, llevado a cabo por Agustín Leonel Chiminelli y comunicado abiertamente a la sociedad por los medios, se convirtió en un nuevo verosímil. Hoy ya no es imposible pensar que alguien pueda prender el fueguito en su casa con un cuerpo humano. Alguien ya lo hizo. Y lo vimos todos. Nos contaron con lujo de detalles cómo fue ese crimen, de principio a fin, dentro de un hogar familiar, utilizando herramientas que puede haber en cualquier casa. Hoy, esa escena macabra, forma parte de nuestros verosímiles. Es un posible más.
O sea que si mañana otra persona utiliza el mismo método, no tengan dudas de que no lo inventó. No necesitó inventarlo, como Agustín. Lo vio en la tele. Le dieron la receta para el crimen. Por eso es tan importante que tomemos consciencia de la necesidad de recortar los detalles que se brindan en relación a un crimen intra-hogar. Habría que escribir un decálogo, una lista de recomendaciones, evaluada por expertos, como existe en el caso de la comunicación de los suicidios, pero aplicada a homicidios. Porque, en definitiva, es lo mismo. Sea para quitarse la propia vida, o la de otros, los métodos para matar(se) y para encubrir un crimen, no deberían ser facilitados. No sabemos quién está del otro lado de la pantalla. No sabemos qué uso particular hace cada televidente de la información que recibe. No podemos ser ingenuos y pensar que todas las personas son buenas y simplemente se horrorizan con lo que ven. Habrá quienes, consciente o inconscientemente, alojen esa información y algún día la activen, en una acción real. Con consecuencias reales.
Propongo este tema de debate, para seguir pensando y repensando. No se trata de censurar a la prensa. Se trata de frenar un instante y pensar que la recepción mediática absolutamente individual de la actualidad merece una emisión mucho más cuidadosa e informada sobre los posibles efectos de sus mensajes. Hoy, cada teléfono celular, en manos de cada persona mayor de 12 años, es una pantalla mediática, mediatizada, fuente de todo tipo de informaciones. No nos sentamos a ver el celular en familia, como lo hacemos alrededor de un televisor. No comentamos lo que vemos cara a cara con algún familiar o amigo. A lo sumo, lo socializamos en redes sociales como Twitter, Instagram, o cualquiera de esas. La recepción es individualizada y solitaria. Y, si vamos a ser francos, no hay una recepción, hay millones de recepciones.
El escenario es complejo, sin precedentes. No podemos seguir pensando como si la sociedad de masas siguiera existiendo. Las teorías del siglo XX son obsoletas. Hay que pensar nuevas teorías, que se adapten a nuestras sociedades actuales. Seguro habrá quienes ya lo estén haciendo. El tiempo corre.

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