Primer aviso (made in USA)

La Paz es un pueblo de doce mil habitantes a escasos cien kilómetros de Mendoza capital. Una tranquila mañana de septiembre, como cualquier otra, la calma del lugar se vio alterada. Una adolescente de 14 años sustrajo el arma de su padre (policía jubilado) y entró a la escuela decidida a matar a la seño Raquel, profesora de matemáticas. Como su ingenio e inexperiencia fortuitamente le marcaron, previamente mostró el arma a un compañero al cual también amenazó de muerte. Fue este alumno quien, rápido de reflejos, dio aviso a los adultos y, de esa manera, se pudo evacuar rápidamente toda la institución poniendo a resguardo a las personas involucradas.

Tuvo que intervenir un negociador, traído especialmente para dialogar y contener a la menor, junto con un equipo de psicólogos y psiquiátras entrenados para hacer frente a estas situaciones de máxima tensión. La nena no sólo hurto el arma de su casa, la ingresó a la escuela y amenazó con usarla sino que, según dicen los testigos, disparó dos veces al aire. Mientras escribo estas líneas desconozco cuál será el desenlace de esta historia. Ojalá logren contenerla y sacarla de ese estado de extremo peligro para ella misma, ya que quedó sola y atrincherada siendo su vida la única en riesgo. Pero, más allá del final, hay muchas cuestiones para destacar de este caso.

En primer lugar, estamos asistiendo a un primer aviso de lo que se viene. De hecho, si somos francos, el primer aviso en forma de planificación amateur vía whatsapp sucedió en Ingeniero Maschwitz, en abril de este año, cuando se identificó a tiempo un chat donde algunos alumnos de una escuela secundaria planeaban un tiroteo que se apagó antes de iniciar. Un mes antes, en marzo, un alumno de 15 años sacó un arma en plena clase y se la mostró a sus compañeros, en Hurlingham, provocando el espanto de toda la comunidad educativa. Lo que estos hechos aislados nos comunican, en forma de anticipo, aviso, adelanto, son las futuras masacres al mejor estilo estadounidense, donde son furor hace décadas sin que ningún operativo de control o prevención pueda anticiparse ni llegar a tiempo para salvar vidas. No sabés, en rigor de verdad, donde se iniciará abruptamente el próximo foco, por eso nadie está a salvo en ningún lugar del planeta: ni en Uvalde, un pueblito tranquilo de Texas, donde Salvador Ramos acribilló a varios niños y docentes, ni en Blumenau, Brasil, donde un tipo saltó el muro de un jardín de infantes y descuartizó criaturas con un hacha. Tampoco La Paz, en Mendoza, es un pueblo que haga honor a su nombre. Ya no más.

Si nos remontamos mucho en el tiempo, encontraremos el antecedente de Carmen de Patagones, ¿se acuerdan? Hace más de veinte años, el adolescente Rafael Solich, de quince años (también hijo de policía), asesinó a tres compañeros e hirió a varios más, supuestamente por ser víctima de bullying. “El múltiple crimen dentro de la escuela de Patagones no tenía antecedentes en el país y dejó al descubierto la ausencia de dispositivos para prever este tipo de hechos así como severas fallas en el abordaje de la situación posterior”, dijo la prensa en su momento. Entonces, Rafael fue el primero en Argentina y, milagrosamente, durante más de veinte años, no tuvo réplicas. Creíamos estar a resguardo del efecto contagio, tan palpable en Estados Unidos desde la masacre de Columbine en 1999. Pero ese paraguas se acaba de cerrar. Ya tenemos, en lo que va del año, tres casos sencillos, contenidos, pero que seguramente funcionarán como nuevos verosímiles para los próximos que vendrán. Y tampoco vamos a estar preparados para atenderlos, sino máxime para organizar sus despojos y colillas.

El mayor peligro, decía Foucault, es el crimen sin razón. Y su mayor riesgo reside en la incapacidad (nuestra) para clasificarlo, entenderlo, atribuirle motivos y razones y, a partir de ahí, juzgarlo. El crimen que intentamos describir es ese que aparece, intempestivo, sorpresivo, siempre acechando, camuflado bajo la apariencia de la más chata normalidad. Foucault expuso el caso de una mujer joven que se ofreció a cuidar a la bebé de su vecina para, una vez a solas con la niña, degollarla sin que mediara motivo o explicación lógica. Pero, sin ir tan lejos, también estamos hablando de una persona que explota un día, un segundo, luego de una secuencia agotadora de achaques, para dejar nada atrás. Para arrasar. Para clavarle un cuchillo de camping en el corazón al que le chocó el auto, por ejemplo.

No estoy diciendo que una persona abusada en cualquiera de sus formas no tenga un motivo válido para explotar y querer romper todo. Cuando decimos crimen sin razón nos referimos a razones que no necesariamente se resuelven asesinando. Que el actor involucrado en un conflicto se decida por la muerte es una decisión drástica que toma entre tantas otras. Y esa aparente libertad de decisión, con todas las facilidades sobre la mesa, es lo que más debería asustarnos. Ya no alcanzan las restricciones auto impuestas. La muerte, como resolución de conflictos, se exhibe tentadoramente disponible. Es un verosímil de nuestra época.

Estas bombas auto detonadas, por las características con las que se presentan, dificultan enormemente cualquier esfuerzo de prevención. Yo veo cómo la criminología, las ciencias en general y el aparato del Estado se preocupan obsesivamente por detener y contener el crimen de la calle, el de la inseguridad, el históricamente determinado, y dejan en total soledad a las víctimas de crímenes sin razón. Sin razón de robo, hurto, venganza, ajuste de cuentas. Cuya única motivación (la del homicida) es acabar con la vida de ese ser despreciable que lo atormenta. Como la seño Raquel que hoy, por estar ausente, se salvó de la muerte.

Mi punto es que, lo que observo como un signo nuevo de nuestra época, es la absoluta disponibilidad del homicidio en forma casera y amateur, ejercido por cualquiera con la voluntad de cruzar esa línea. Siempre la muerte estuvo disponible, lo novedoso es que hoy forma parte de las opciones más elegidas. ¿Por qué? ¿Por qué no se pueden ensayar otros métodos de resolución de conflictos? ¿Por qué cada vez más personas deciden matar a la fuente de sus disgustos? De sus rabias, de sus emociones que de tan fuertes se vuelven incontrolables. Eso, ¿por qué no podemos contenernos? Y por supuesto no me refiero solamente a esta nena de 14 años de Mendoza, sino también al papá que acaba de asfixiar a su hijo de 8 años en Lomas de Zamora por una discusión con su mujer; a la máma que asesinó a su hijo de seis años porque no podía lidiar con su autismo; a la otra mamá que asesinó a su beba y luego se colgó del living de su casa porque tenía muchas deudas. ¿En qué momento la muerte se volvió una salida verosímil? Y digo más: tentadoramente resolutiva.

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