Nadie está a salvo II (Brasil)
Imagínate esta situación: es miércoles, te levantás temprano,
desayunás, preparás a tus hijos y los llevás a la guardería. De ahí, directo a
tu trabajo. Entre café, reuniones y mails, a eso de las 9 de la mañana te entra
una llamada de la escuela de tu hijo. Pensás que pasó algo, capaz se siente
mal, capaz se lastimó. Pero no, lejos de eso. Te llaman para que vayas urgente
a retirarlo porque una persona saltó la pared y agredió a los niños con un
hacha. De repente, todo tu mundo, toda tu supuesta seguridad se desmorona.
Esto es lo que les pasó a varias familias de Blumenau,
en el sur de Brasil, el pasado 5 de abril. El año anterior tomamos el
caso de Salvador
Ramos, el joven texano que entró a una escuela en Uvalde y asesinó
a sangre fría a 19 niños y 2 maestras, con un arma que compró en el
supermercado apenas cumplidos sus 18 años. Previo a ese atentado, intentó
asesinar a su propia abuela. Claro que, en Estados Unidos está lleno de
Salvadores Ramos. Pero, en Brasil, según consta en la propia noticia elaborada
por medios locales, “no estaban acostumbrados a estos actos
violentos”.
No estaban acostumbrados, pero tuvieron que familiarizarse
rápidamente con el horror porque este hecho, aberrante y escalofriante, sucedió
apenas 10 días después de que un adolescente de 13 años matara a cuchilladas a una profesora e
hiriera a otras cuatro personas en un colegio de San Pablo. Si se
la bancan, entren a la nota y vean los videos filmados por las cámaras de
seguridad, donde se ve al menor acuchillando por la espalda a su profesora y
agrediendo a una maestra que, tirada en el suelo, le ruega que deje de
agredirla.
¿Vieron cuando hablamos de efecto
contagio? Bueno, acá se ve claramente. No podemos relajarnos en la
hipótesis de la casualidad. No existen las casualidades. Existe algo, que no sé cómo definir, que funciona como una influencia a
nivel social, en cierto individuos, proclives a la acción violenta. Ya voy
a llegar al fondo de la cuestión.
Mientras tanto, sigamos analizando crímenes. “En los últimos meses se han venido
repitiendo agresiones similares en
otros centros educativos de Brasil”, se lamenta la prensa local. Además de
este hecho que se cobró 4 víctimas fatales (niños de 4, 5 y 7 años), y el
anterior en el que falleció una docente de 71 años; el 25 de noviembre del años
pasado, un adolescente de 16 años mató a tiros a cuatro personas en dos ataques
sucesivos a dos escuelas cercanas a Aracruz, en el sureste de Brasil; y, dos
meses antes, un hombre armado con un revólver y dos cuchillos invadió una
escuela cívico-militar y mató a una estudiante con discapacidad, en el estado
de Bahía (noreste). Como verán, los ataques se repiten de norte a sur en un
país inmenso y sin experiencia ni antecedentes, por lo menos, en este tipo de
crímenes en particular.
El presidente brasileño, Lula Da Silva, calificó el hecho de
“monstruosidad”. Típico. Lo mismo hizo Biden. Recordemos cuando decíamos que “aquello
que no puedo explicar, aquello que no puedo entender, tiene que salir de los
horizontes de lo normal y rápidamente ser catalogado de locura, enfermedad,
anormalidad”. El rótulo monstruo tan sólo logra clausurar
el sentido. Eso significa que no le damos la oportunidad a estos hechos de que
nos hablen. De que nos muestren el complejo circuito por el que atraviesa una
persona que decide cometer este tipo de crímenes. Que no son típicos, ni
casuales, ni normales. Son específicos. Tienen una lógica específica.
Cuántas personas escuchamos a
diario, en nuestro país, decir que se van de Argentina en busca de mejores
oportunidades y mayor seguridad. Emigran a Europa, Estados Unidos, etc.
Seguramente la economía sea más estable, el dólar accesible, la inflación
moderada, menos pobreza, más trabajo. Eso redunda, probablemente, en una menor
tasa de crímenes por inseguridad, esos que suceden cuando alguien sale a robar
y, en ocasión de robo, mata. En esos casos, el móvil principal, lo que moviliza
la actividad delictiva, no es el homicidio per se, sino el atentado contra la
propiedad privada. Entonces, te protegés de la inseguridad, pero no podés hacer nada para protegerte del
señor del hacha que elige el jardín de tu hijo al azar para llevar a cabo una
masacre. Ni tampoco de los adolescentes como Salvador Ramos en Estados
Unidos ni el chico de San Pablo, de quien no sabemos el nombre porque tiene tan
sólo 13 años.
Esos crímenes, puntualmente, están
latentes. Son un signo de nuestra época. Un llamado de atención. La tendencia fuertemente arraigada en
Estados Unidos, de crímenes sin razón, de un desconocido a otros desconocidos,
en espacios públicos, con el sólo fin de dar muerte, ya llegó a Latinoamérica,
aterrizando, primero, en Brasil. Mis queridos compatriotas: no crean que no
veremos pronto sucederse estos escenarios de horror en nuestras latitudes. Es
una marea, que invade y se lleva todo a su paso. Que deja preguntas, casi
retóricas. ¿Por qué? Eso es lo que tenemos que poder interpretar. Es hora de
que los científicos sociales nos pongamos este tema odioso al hombro y
trabajemos juntos para, primero entender, y luego combatir. Porque la violencia
es sistémica. Está impresa en la propia estructura de nuestras sociedades y se
esparce como un virus.
Poco importará la ecología, el
sistema financiero, las revoluciones sociales, los cambios de modelos, si no
protegemos la vida. Esa que está todo el tiempo amenazada por factores
intrínsecamente internos. Porque, como decimos siempre, ese señor del hacha que
mató a sangre fría a niños en un jardín de infantes, es -aunque nos cueste
asumirlo-, uno de nosotros. Y no está loco, me atrevo a decir.
Se llama Luiz Henrique de Lima, tiene
25 años y, previo a atacar y matar a 4 niños con un hacha, acuchilló a su
padrastro y a su perro. Estaba ensayando, parece. Lastimosamente, a pesar de
sus 4 cargos y antecedentes penales, estaba libre. Dispuesto a matar. Luego de
su gran obra, se entregó voluntariamente a la policía para cumplir su condena. Más
allá de estudiarlo a él, habrá que acelerar procesos porque, si buscan, verán que
homicidios de este tipo se repiten en todo el mundo. No hay un país seguro
contra la violencia. Esa que espera, agazapada, por sus dos minutos de fama.

Comentarios
Publicar un comentario