¿Qué tienen en común un hombre primitivo y un obsesivo compulsivo (TOC)?
Seguimos con Totem y Tabú, by mi querido Freud. ¿Ustedes
sabían que el título o la bajada del texto dice: “Algunos aspectos comunes entre la vida mental del hombre primitivo y
los neuróticos”? ¿Qué?! Siempre voy a admirar su capacidad de ir más allá,
sin pedir permiso. De sorprender sin medir el alcance de lo que propone.
Básicamente, él está diciendo, a lo largo de toda la obra, que es posible
estudiar la psiquis del hombre primitivo -nuestro antepasado-, a través del
psicoanálisis con personas neuróticas contemporáneas.
¿Por qué el doctor se anima a hacer esta afirmación? Porque,
a lo largo de todos sus años de experiencia en consultorio, pudo encontrar
huellas mnémicas -concretamente en los neuróticos obsesivos-, de cierto
infantilismo psíquico atribuible a las primeras generaciones de humanos. Habrán
escuchado hablar del “trastorno obsesivo compulsivo”, me imagino. Incluso se
han hecho comedias que burlan este tipo de comportamientos. Son “personas que se han creado por sí mismas prohibiciones tabú individuales y que
las observan tan rigurosamente como el salvaje a las restricciones de su tribu
o de su organización social, y -agrega
Freud-, si no estuviese habituado a
designar a tales personas con el nombre de neuróticos obsesivos hallaría muy
adecuado el nombre de enfermedad del tabú para caracterizar sus estados”.
¿Viste, por ejemplo, la señora que no para de limpiar, y que
todo lo ve sucio? Yo tenía una vecina que se la pasaba todo el día limpiando,
justo enfrente de mi casa. Se notaba su obsesión. Contrataba a una empleada de
limpieza y se ponía a limpiar a la par de ella. Incluso un día casi me desmayo
de risa cuando la vi pasándole el trapo al frente de la casa. Se los juro.
¿Vieron cómo se pasa el trapo en los pisos, con algún desinfectante? Bueno,
ella estaba haciendo eso pero en vertical, sobre la pared y portón de la
fachada de la casa. Eso que le pasaba a esa señora -ahora lo entiendo a través
de esta obra de Freud-, eran “escrúpulos morbosos”.
“Hemos hallado -explica
Freud-, que el neurótico obsesivo sufre
de escrúpulos morbosos que aparecen
como síntomas de la reacción, por la que el enfermo se rebela contra la
tentación que le espía en lo inconsciente y que a medida que la enfermedad se
agrava se amplifican hasta agobiarle bajo el peso de una falta que considera
inexpiable”.
Digamos que este proceso se puede ilustrar como si fuera una
moneda, que tiene dos caras: una cara consciente y una inconsciente. Lo
inconsciente es lo reprimido, que siempre es un deseo de algo prohibido. Y lo
consciente son todas las acciones que el individuo lleva a cabo para disminuir
la tensión proveniente de lo inconsciente, que puja por obtener la
satisfacción. Así, el neurótico obsesivo, a través de rodeos, responde al
avance de la libido reprimida, con actos sustitutivos (los famosos tocs), cuya
razón de ser es compensar la privación de lo prohibido. Cuanto más avanza la
enfermedad, más obsesiva se vuelve la persona ya que cada acto sustitutivo lo
coloca más al servicio de su deseo prohibido.
Entonces, para que quede claro, lo que Freud encuentra es una
actitud ambivalente del sujeto con respecto al objeto: “mientras que la prohibición es claramente consciente, la tendencia
prohibida, que perdura insatisfecha, es por completo inconsciente y el sujeto
la desconoce en absoluto”.
Este mecanismo psíquico es el que Freud observa tanto en la
tribu australiana con sistema totémico, como en los neuróticos obsesivos, y
constituye la primera premisa de trabajo. La única diferencia es que el tabú se
manifiesta en restricciones y prohibiciones que aplican para toda la sociedad,
mientras que los neuróticos obsesivos se imponen a sí mismos prohibiciones tabú
individuales. Fascinante. Por eso el tabú, decíamos la semana pasada, es una
formación social y la neurosis, por el contrario, es una formación asocial.
Ampliaremos sobre este tema más adelante.
Entonces, para ir hilando ideas, “diríamos que los neuróticos han nacido con una constitución arcaica,
representativa de un resto atávico cuya compensación, impuesta por las
conveniencias de la vida civilizada, los fuerza a un enorme gasto de energía
psíquica”. O sea, ¿entienden que este texto me está dando la
respuesta a la pregunta que me agobia desde hace años? Sí, hay
una naturaleza salvaje palpable, observable, en muchas personas en la
actualidad. No sé si son concretamente neuróticos obsesivos, entiendo que
neuróticos somos todos. Pero lo que sí puedo ir confirmando es esa humilde
apreciación de que, debajo de una corteza supuestamente social, civilizada y
avanzada, se esconde un animal salvaje, primitivo, violento, con instintos muy
poderosos que van ganando terreno por sobre las debilitadas capacidades de
represión o autocontrol.
Sigamos, que falta mucho. Así como en el individuo neurótico,
según Freud, es posible identificar estos procesos psíquicos, también es
esperable extender estas observaciones a los pueblos. Freud postula “la existencia de un alma colectiva en la que
se desarrollan los mismos procesos que en el alma individual”, y esta es la
segunda y fundamental premisa de trabajo. Sin ella, sería imposible teorizar.
Esta es la base epistemológica sobre la que se van a apoyar todas las
conclusiones que deriven del trabajo empírico del psicoanálisis.
La psicología de los pueblos se basa en la hipótesis de un
alma colectiva. Por mi parte, no encuentro fallas en las siguientes
afirmaciones:
“Si los procesos psíquicos de una
generación no prosiguieran desarrollándose en la siguiente, cada una de ellas
se vería obligada a comenzar desde un principio el aprendizaje de la vida, lo
cual excluiría toda posibilidad de progreso en este terreno. El problema se nos
mostraría aún más intrincado si pudiéramos reconocer la existencia de hechos
psíquicos susceptibles de sucumbir a una represión que no dejase la menor
huella de ellos. Pero sabemos que no existen hechos de esta clase. Las más
intensas represiones dejan tras de sí formaciones
sustitutivas deformadas, las cuales originan a su vez determinadas
reacciones. Habremos, pues, de admitir que ninguna generación posee la
capacidad de ocultar a la siguiente hechos psíquicos de cierta importancia”. ¡Menos
mal!
Gracias a estas sistematizaciones teóricas es que Freud llega
a las trascendentales y abrumadoras conclusiones que presenta en su obra “Totem
y Tabú”. Yo no sé si se le ha dado a este escrito la relevancia que le es
inherente. Para mí, concretamente, es una fuente de luz en tanta oscuridad ya
que no veo a nadie estudiando ni ocupándose de la escalada de violencia, muerte
y asesinatos a nivel intra familiar, ni intentando descifrar sus códigos.
Para cerrar, la tercera premisa que permite equiparar al
hombre primitivo con las generaciones actuales es el hecho, demostrado, de que
los instintos más primitivos del hombre son, a su vez, los más duraderos. “Las fuentes verdaderas del tabú nacen en el
lugar de origen de los instintos más primitivos y a la vez más duraderos del
hombre; esto es, en el temor a la acción de fuerzas demoníacas. Prohíbe el tabú
irritar a dicha potencia”.
El hecho de que esos instintos perduren hasta el día de hoy,
y sigan perdurando, probablemente porque son una parte constitutiva de nuestro
ADN de especie, hace posible justamente poder estudiar el origen y observar el desarrollo
de esas tendencias. Cuando decía la semana pasada que, en mi opinión, los
hombres primitivos eran infantiles pero igualmente sabios, me refería a esto:
ellos identificaron la fuente de los problemas. Lo trabajaron con mitos, con
magia, con tabúes, todo infantil y garabato. Ok, pero 1) lo tenían claro,
frente a sus narices y 2) sabían cómo combatirlo o, al menos, protegerse de
ellos.
Nosotros, seres del segundo milenio, estamos lejos de 1)
saber concretamente de dónde vienen esos impulsos violentos seguidos de muerte
hacia personas de nuestra propia familia y 2) tener algún plan de acción para
combatirlos. Así que más respeto a los primitivos.
Las semanas siguientes nos vamos a meter de lleno en lo más
interesante de todo: qué se esconde en ese deseo reprimido ancestral que es el
big bang social.

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