Temo, luego odio
Vivimos tiempos de streamings en los cuales la
audiencia se concentra en canales de Youtube desde donde se transmiten en vivo
programas ¿radiales? de muy bajo presupuesto de la mano de personajes famosos
aunque no necesariamente formados. Hablo de Olga, Luzu TV, Gelatina y Carajo,
entre otros, que constituyen expresiones de comunicación audiovisual de alto
rating medible y cuantificable mediante clicks y suscripciones. Es una especie
de hibridación entre la radio y la tele ya que hoy los programas radiales,
curiosamente, se televisan. Antes no necesitábamos ver al locutor de radio, tan
sólo escuchábamos su alocución y nos imaginábamos el resto. Un solo canal: el
del sonido (la imagen anulada). Y otro dato no menor de los streamings: toda la
audiencia, y por ende toda la publicidad, se la lleva el gigante de Google.
Pero no vine a hablar de eso hoy. Olga es un
streaming gracioso, de interés general, apartidario. Lo mismo los programas de
Luzu TV. Por el contrario tenemos, en los otros dos ejemplos, canales de
Youtube fuertemente ideologizados y que buscan copiar el éxito de Olga y Luzu
TV para atraer simpatizantes a sus filas. Hay que prestar especial atención a
la necesidad de rubricar la visualización de sus programas como “la misa”. Esto
marca una adhesión de tipo religiosa feligresa, por eso mismo obligatoria e incuestionable.
Me refiero a Carajo, el canal libertario financiado por el gobierno de Milei, y
a Gelatina, de ideología kirchnerista. ¿Vieron el video de El gordo Dan (Daniel Parisini, jefe de los twitteros de La Libertad Avanza)
diciendo con manifiesto placer y goce que su mayor deleite es “hacer llorar a los kukas”? Kukas le dicen, despectivamente sobra aclarar, a
los kirchneristas. A mí me impactó mucho. Dura apenas cuarenta segundos pero es
muy representativo de los tiempos que nos toca habitar. Más adelante en el
texto volveremos sobre esto.
Forster decía en su libro El palacio de cristal, escrito
en 2020, apenas comenzada la pandemia del Covid 19, que “de la cuarentena no sólo se puede
salir mejor, más crítico y mas solidario, imaginando un mundo reparado; también
se puede salir mucho peor: egoísta ante el mas débil, cargado de resentimiento
contra el otro (migrante, extranjero, pobre, negro, mujer) y deseoso de ser
parte de una genuina comunidad que represente origen y valores, sangre y
pertenencia, comunidad y destino. Es ahí, en el interior de esos miedos,
donde abreva la derecha neofascista”.
Según el autor, el miedo al contagio de la peste,
que no discriminaba clases sociales, nos hizo más iguales. Todos corríamos el
mismo riesgo. Es curioso que Forster pudo adelantar cuatro años antes lo que
pasaría en nuestro país. Él pudo ver las señales. En el mundo ya existía un
Trump presidente de Estados Unidos con su escandalosa idea de construir un muro
para proteger al ciudadano americano nativo de la odiosa inmigración. Ya
existían en Europa manifestaciones de una derecha recargada que calentaba motores.
Se combinaban además dos cuestiones: por un lado, el crecimiento de expresiones
emancipadoras vinculadas a movimientos de izquierda, ecologistas y nacional
populares con el claro objetivo de cuestionar el dominio del gran capital; y,
por el otro, una clase media y baja nativa con una necesidad urgente de volver
a sentirse segura en su propio territorio. Cuando Forster analizaba, allá por
2020, la posibilidad de que el poder económico global se asocie, nuevamente como sucedió en la Alemania de 1933, a la extrema derecha para impedir que se profundice una crítica a su
hegemonía, vislumbraba uno de dos escenarios: o la alianza del gran capital o
un referéndum popular a la ultra derecha. Lo que terminó pasando fue una
conjunción de ambas cuestiones. Tanto el poder económico se alió con nuevas
expresiones de clásicas derechas como la sociedad demandó en varios países,
mediante el voto, la consagración de ideas de retorno al modelo neoliberal
junto con expresiones varias de exclusión de las razas. “La prolongación del miedo -decía Forster-, junto con una pandemia que no retrocede pueden ser una
puerta por la que se cuelen salidas nacionalistas de derecha. El peligro está a
la vuelta de la esquina”. Y no
se equivocó.
Está claro que no hoy no podemos hablar de fascismo
como se hacía a mediados del siglo XX. Sin embargo, la absurda discusión
teórica sobre con qué término referirnos a esta nueva ola de derechas que
arrasa peligrosamente no debe alejarnos del principal objetivo que es entender
de qué manera podemos frenar su avance y el daño que dejan a su paso. Coincido
con una premisa del libro “Neofascismo, ¿cómo surgió la extrema derecha global”
que plantea que “para dar
cuenta de las derechas actuales es necesario captar lo nuevo que hay en ellas,
sin dejar de observar cuánto de eso nuevo rima con el pasado”. No son una absoluta novedad ni surgieron de un
repollo. Los movimientos de ultra derecha que actualmente disputan poder
vuelven a traer sobre la mesa antiguos argumentos y consignas no olvidadas.
La principal diferencia es que no necesitan hacer golpes de Estado para acceder
al poder, sino que logran convencer electores que democráticamente los eligen
para que los representen. Esta es la principal novedad de la nueva derecha, por
eso mismo es hoy más poderosa y eficiente que hace un siglo.
Sartre definía al antisemita como “un hombre que tiene miedo”. “Los
antisemitas pertenecen a la pequeña burguesía urbana que nada posee. Pero es
precisamente irguiéndose contra el judío como adquieren de súbito conciencia de
ser propietarios: al representarse al israelita como ladrón, se colocan en la
envidiable posición de las personas que podrían ser robadas; puesto que el
judío quiere sustraerles Francia, es que Francia les pertenece”. La extrema derecha siempre necesitó definir un
enemigo: el judío y el bolchevique para los nazis, el comunista para las
dictaduras latinoamericanas, los musulmanes y los inmigrantes en general para
los nacionalistas extremos en Europa. Hoy, en los tiempos que corren, el objeto
de odio y resentimiento cambió. Ya no es propiamente el judío, dice Forster,
ahora es el musulmán, el negro, el inmigrante, los refugiados, los cabecitas
negras surgidos del peronismo, los trabajadores polacos o turcos para los
ingleses y alemanes, los latinos para los blancos pobres estadounidenses, los
palestinos para los israelíes, y la lista podría extenderse a medida que
hacemos la cartografía del racismo. Para nosotros, los argentinos, si
analizamos el discurso libertario, podemos decir que el objeto de odio se ancló
en: 1) los ñoquis empleados estatales, en campaña señalados como “la casta que iba a pagar el ajuste”, y
luego de ella despedidos en forma masiva; 2) los “kukas” o kirchneristas, según
el video de El gordo Dan.
Fíjense en una cuestión: venimos hablando del miedo
como central protagonista del racismo expresado en el corazón de las ideas de
ultra derecha. Ese mismo miedo es el que sentimos todos durante la pandemia del
Covid y que se cristalizó luego en gobiernos libertarios inéditos que
parecerían deber su reciente popularidad justamente a que supieron canalizar
esas inseguridades en promesas de futuro. Entonces, del miedo, una emoción
humana básica, se desprendió el odio expresado en las consignas que tanto los
votantes como los partidarios de las ideas de extrema derecha repiten y
profesan cual mantra de auto satisfacción. Es ahí, tal como indica Forster, en
el interior de esos miedos, donde hace su nido la derecha neofascista. Son seres
que temen y porque temen, odian.
“Siempre
hay a la mano -dice Forster-, un chivo expiatorio que canalice
el resentimiento social y lo desvíe de su verdadero causante. La derecha lo
sabe y lo implementa desde las redes sociales. Fantasías digitalizadas y cuerpos
que temen y odian. Ese es el sujeto al que dirigen su narrativa”. A esos sujetos les habla el Gordo Dan: a todos
aquellos que temen parecerse a los kukas. Porque son villeros, porque son seres
despreciables, fracasados y porque están demasiado cerca. Cualquiera de ellos
podría caer en desgracia y pasar a depender de un plan social. El peligro es
inminente. Y el otro tema: el error de creer que el otro que es igual que yo
tiene la culpa de lo que me pasa y no responsabilizar a los verdaderos
culpables, aquellos que tienen el mandato de gestionar en favor del pueblo. Ahí
está el desvío del que habla Forster. El resentimiento social se congestiona
en una única dirección: eliminar al indeseable. Eso es básicamente el
racismo. Todos los discursos de odio definen un claro sujeto que será el
depositario de todas las descalificaciones y acciones de exclusión. “Hacer llorar a los kukas”, como dice el Gordo Dan.
En general, los autores contemporáneos coinciden en
diferenciar dos tipos de derechas contemporáneas: las que se ven a sí mismas
como liberales y democráticas y se presentan a su electorado como “cools y con
onda” (Milei en Argentina que hizo toda su campaña en Tik Tok o Bukele en El
Salvador que incluso dijo hace poco ser de izquierda); y las que podrían
calificarse de extremas o radicales, más en sintonía con las derechas clásicas.
Ninguna de ellas necesita tatuarse esvásticas en el cuerpo para clamar su
adhesión ideológica, son otros tiempos. No por eso deben confundirnos, su
esencia, en rigor, es la misma.
“Una
característica casi pintoresca de las nuevas extremas derechas es un discurso
anticomunista propio de la década de 1950”, concuerdan los autores de Neofascismo. El problema, como bien señalan, es que hoy hay
anticomunistas pero ya casi no hay comunistas. Es una de las contradicciones,
por ejemplo, del discurso de Milei que Cristina Fernández de Kirchner intentó
en vano hacerle entender.
La clave, más allá de toda caracterización caricaturesca
de estas nuevas derechas, es que han logrado articular, mediante un vocabulario
xenófobo, muchas de las demandas desatendidas por los partidos tradicionales. Y
su público ha respondido con el voto, refrendando esas ideas. Por eso, en mi
opinión, lo más preocupante de nuestra época no son los partidos políticos
de derecha sino la inmensa cantidad de personas que se sienten identificadas
con sus reclamos. Dicen en Neofascismo que uno de los éxitos de las
extremas derechas fue “alterar
la agenda de discusión publica, correr las fronteras de lo decible”. Esto podemos evidenciarlo en el discurso anti
diplomático, verborrágico y casi maleducado de nuestro presidente, quien no
retrocede a la hora de insultar a cualquiera que se enfrente a sus ideas
consideradas las únicas verdaderas y válidas. No hay lugar para el disenso,
mucho menos para el debate. Como decíamos hace algunos meses, lo verosímil (el conjunto de lo que es posible) estalla en un punto. Un
nuevo posible hace su entrada, pero una vez que está allí, se vuelve un hecho
de discurso. Vale decir que la agenda
racista establecida por los partidos de derecha, y refrendada por su
electorado, es hoy parte de lo decible. Que un presidente diga públicamente
“tiemblen zurdos hijos de puta” sienta un precedente para los próximos
referentes que vendrán quienes, seguramente y sucesivamente, elevarán la
apuesta.
Los autores detrás de Neofacismo señalan también que
para diseñar una respuesta y una alternativa propiamente política al auge de la
oferta de ideas de ultra derecha debemos darnos cuenta de que la única manera
de luchar contra el populismo de derecha -que sería una adecuada forma de
nombrar a estas expresiones contemporáneas- es dar una formulación progresista
a las demandas democráticas que se presentan con un lenguaje xenófobo. Ese es
el desafío para nada modesto que tienen por delante los partidos políticos
progresistas si quieren volver a ganar el terreno perdido en manos de los
mercenarios de siempre.

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