Hitler también era alguien nuevo que prometía un resurgimiento nacional
Cualquier
parecido con Milei (no) es pura coincidencia. No sé si a alguien más le pasará,
pero yo cada vez que lo escucho a Milei hablar es como si tuviera un deja vu.
No de algo que haya vivido (tengo 37 años) pero sí de algo que leí o estudié
alguna vez. Y no me siento una exagerada al compararlo con los movimientos
ultra nacionalistas de mediados de siglo. Después de todo, ellos
mismos se reivindican como de una época anterior donde todo era mejor y a la
que pretenden que todos volvamos.
El problema
con volver para atrás es que ya sabemos cómo terminaron esas historias: mal.
Sino pregúntenle a los alemanes. Después de perder la Segunda Guerra Mundial
quedaron avergonzados y humillados, fueron culpados por el enorme exterminio de
ciudades enteras y millones de personas inocentes. Adolf Hitler fue un monstruo
y un fanático pero, para llevar a cabo su plan psicótico, contó con el apoyo y
el consenso de la mayoría de la población de su país. Primero mediante el voto
popular y, luego, una vez en el poder, mediante plebiscitos que refrendaban
cada paso que él quería dar en una dirección concreta: purificar a la sociedad
alemana eliminando a los judíos, a quienes responsabilizaba por todos los
problemas de su nación.
Yo no
sabía, antes de leer el libro “Perfiles del poder” de Ian Kershaw, que en la
cosmovisión personal de Hitler judíos y marxistas eran sinónimos. De hecho,
Hitler comenzó odiando a los zurdos bolcheviques nacidos de la revolución rusa
de 1917 y no tardó en asociar ese perfil con los financieros judíos de la primera
guerra, luego de la cual su amada Alemania había resultado perdedora. Tuve que
volver a leer el libro porque todo lo que veo en la actualidad “rings a bell” (me
suena familiar). Y encontré allí muchas más coincidencias de las que hubiera
querido encontrar.
Como dije,
Hitler era un ferviente anti marxista, anti zurdo, anti judío, anti parásitos.
Era un odiador serial que veía en un conjunto de personas que agrupaba y a los
que se refería en términos de raza, a los culpables de todos los males de su
país. Así como Milei culpa a “los
kirchneristas”, a los “zurdos hijos
de puta” y a la “casta política” por
haber hundido a Argentina.
Antes de
encontrarse con el poder, Hitler era un bicho raro, un tipo solitario, con
pocos amigos, que no se destacaba por nada en especial y que expresaba unos
puntos de vista muy radicales. ¿Qué
impresión causaba Hitler? Siempre la de un chiflado, con su corte de pelo y ese
bigotín. Muy equiparable al peluca de patillas prominentes.
Otro rasgo
llamativo que comparten es que ambos no pertenecían al circuito tradicional de
la política ni tenían experiencia. Hitler era un outsider, una persona ajena a
los círculos convencionales de poder. Igual que lo es Milei. No contaba, en
principio, con el apoyo de los sectores más importantes como la industria, el
comercio, finanzas, agricultura; pero determinadas circunstancias hicieron que
se trabe entre ellos una alianza que sería la base para su posterior ascenso
meteórico, el cual nadie pudo anticipar.
Hitler
logró salir del anonimato y encontrar su misión de vida cuando descubrió que
poseía increíbles dotes para la agitación política. Era un buen orador que
podía condensar en su discurso los prejuicios y resentimientos populistas.
Comenzó agitando pequeñas muchedumbres en las cervecerías de Munich con
discursos cargados de odio racial. “Tenía fobias ideológicas bien arraigadas y
una habilidad poco común para la demagogia que despertaba los instintos
primarios de las masas”, relata Kershaw. Como la fobia de Milei contra “los zurdos hijos de puta”, los
kirchneristas y los comunistas.
Palabras de
Hitler: “toda propaganda política tiene
que limitar su nivel intelectual para que lo entienda el más estúpido del
público. El banal “blanco contra negro”. El tema debe ser explosivo. Nada de
palabras sabias. Hay que despertar la ira y la pasión y echar leña al fuego
hasta que la multitud se vuelva loca”. Imposible no relacionar esta forma
de encarar un discurso político que no remita a las últimas apariciones de
Milei, en las cuales se puede ver claramente que no se apela a la racionalidad
sino a la emoción más pura y salvaje.
Yo sigo
estudiando al votante de Milei y veo repetirse una constante: el voto a Milei
es un voto de fe. Tiene que ver con una creencia. Es casi un salto al vacío.
¿Ustedes sabían que la propaganda política de la Alemania de 1933 presentaba a
Hitler como “la última esperanza”? El
culto que se edificó alrededor de la figura de El Fuhrer tenía que ver con
pensar que él era “el único hombre capaz
de devolver a Alemania su grandeza”. El pueblo alemán que lo puso en el
poder se refería a él como “nuestro
líder, el héroe victorioso de los nuevos combatientes de la libertad”.
Escalofriante, ¿no? Son demasiadas coincidencias. Hablaban de esperanza, de
libertad, con ideas nacionalistas y racistas. Hay más.
Kershaw
cita en su libro a uno de los primeros
admiradores de Hitler –Kurt Ludecke-, quien luego confesó que cuando lo escuchó
hablar por primera vez en 1922 sus facultades críticas se vieron anuladas.
Describió esa experiencia como “una
conversión religiosa”. De manera que, para todos los que estaban
predispuestos a ser atraídos por un tipo de mensaje muy particular, los
discursos de Hitler resultaban electrizantes.
Efectivamente,
cuando Hitler comenzó a darse cuenta del efecto que podía producir en el
público fue cuando despejó su camino hacia la política. Al igual que el
economista devenido en político.
Había en la
Alemania previa a la segunda guerra mundial un clima de época específico
caracterizado por ideas que circulaban de forma preponderante. A ver si les
suena (todo sacado del libro de Kershaw):
·
Una devoción fanática en una visión utópica de un futuro lejano por encima de un plan concreto
de acción
·
La imagen de un futuro heroico para una nación alemana
que, regenerada, renacía de las cenizas
de la destrucción del viejo orden
·
La convicción de que solo Hitler podía poner fin a la
miseria del momento y guiar a Alemania hacia una nueva grandeza
·
Todos esos objetivos solo podían conseguirse bajo el
liderato de un genio. La idea de un
líder heroico, casi mesiánico, era moneda corriente dentro de la
extrema derecha en la Alemania de comienzos de los años 20.
·
Había en la Alemania de esa época una creencia de tipo
pesimista acerca de que Hitler no
podía hacerlo peor que el resto y que también se le podía dar una oportunidad
Todas estas
son transcripciones literales de un libro que explora el perfil de poder de
Hitler, un tipo que vivió y murió hace 80 años. Las semejanzas asustan,
¿verdad? Pero son innegables. Como dije cuando Milei ganó las Paso, las ideas
que él expresa no son nuevas, son viejísimas. Y no se emparentan
precisamente con una época histórica feliz y próspera. Sólo quien esté demasiado enceguecido por una fe absoluta y kamikaze
puede desoír las advertencias.
Hitler se
presentó a elecciones y obtuvo un techo electoral de 37%. El voto popular, si
bien significativo, fue insuficiente para ponerlo en el poder. Sin embargo, el
30 de enero de 1933 le entregaron el mando como salida a la crisis por el ser
el candidato que más escaños había obtenido en las elecciones generales (esperemos
que esto no suceda igual para nosotros). La derecha conservadora y los
distintos sectores de la economía necesitaban a un líder con apoyo popular para
imponer un gobierno autoritario, algo que estaba latente desde hacía varios
años antes de la llegada de Hitler al Tercer Reich. “El error fatal de cálculo consistió en imaginar que se podría domar a
Hitler. Supusieron que serviría a sus intereses durante algún tiempo pero no
tuvieron en cuenta que podía excederse en el encargo”. Atención.
Todavía
recuerdo mi asombro cuando, en una entrevista, escuché responder a Milei que si
el congreso no aprobaba las leyes que él propusiera iba a mandar un plebiscito
para que el pueblo apoye su moción. Pensé “qué forma rara de gobernar”. ¿Se
imaginan lo que sería votar por cada moción de gobierno? La forma republicana y
democrática de gobierno establece que el pueblo elige, mediante el voto, a sus
representantes quienes, por el período establecido, cuentan con su respaldo
para hacer lo que dijeron que iban a hacer cuando estaban en campaña. Esta es
la base práctica para que todo el sistema funcione. Luego, hay división de
poderes y el espíritu que tiñe todas las formas políticas aceptadas es la
negociación. El consenso. Aquello que se gana debatiendo y llegando a acuerdos.
Algo de lo que Milei evidencia no entender nada y no querer entender.
¿Saben
quién gobernaba por medio de plebiscitos? Sí, adivinaron: Hitler. De hecho, fue
uno de los rasgos más significativos de su forma de ejercer el poder. Los
plebiscitos más importantes fueron el abandono de la Sociedad de las Naciones y
la ocupación de Renania. Estos plebiscitos le otorgaban un amplio consenso y
legitimación a su gobierno, tanto internamente como en materia de política
exterior.
Sucede que
Hitler, al igual que nuestro candidato Milei, era un profundo anti burócrata.
No creía en el sistema parlamentario y tenía una profunda aversión por los
procedimientos burocráticos y por las rutinas de trabajo administrativo
convencionales. En la concepción hitleriana, el Estado no era más que un medio
para lograr un fin: la destrucción del marxismo (“tiemblen zurdos hijos de puta”). No hace falta decir que el estilo
anti burocrático del gobierno de Hitler desembocó en la generalización de un
desorden gubernativo estructural y en el deterioro y la corrosión gradual de
los patrones formales de gobierno y administración. ¿Hacia ese destino quieren
ser conducidos por el creador del plan motosierra?
Por último,
Hitler hablaba en términos biológicos. Su lenguaje violento y provocativo en
grado extremo presentaba constantes referencias a la erradicación de los
gérmenes. La función de la policía era supervisar la salud política de la
nación y “extirpar todos los síntomas de
enfermedad y gérmenes destructivos”. La casta política parasitaria de
Milei.
Con el
diario del lunes, todos sabemos que Hitler fue posible, en primer lugar, por
los desaciertos y la vacancia de otros líderes más positivos y, en segundo
lugar, por la tolerancia y la inacción de varios sectores del poder y de la
sociedad civil. Entonces yo me pregunto
cuántos somos los que vemos en Milei un camino de no retorno y no necesitamos
ver el desastre para poder anticiparnos a él. Y si resulta que los que no
lo ven son más, entonces vamos camino a una experiencia complicada. Qué lástima
que no se use a la historia como ciencia consejera y previsora de eternos
futuros repetidos.
Hitler fue
un oportunista político, al igual que lo es Milei. Supo hallar el momento
preciso en el que sacar partido de la debilidad ajena. Esperó pacientemente su
momento para emerger y, una vez en el poder, fue letal. Él sabía perfectamente
que necesitaba del apoyo del ejército más que de cualquier otro elemento del
Estado. Al igual que Milei sabe que necesita a Victoria Villarruel como socia
política y compañera de fórmula. Nada es casual. Si pretenden hacer lo que
dicen que van a hacer, la única forma de lograrlo es por la fuerza. Con un
gobierno autoritario, violento y déspota, como describiré la semana que viene.
Los que voten y apoyen estas iniciativas no podrán decir luego que no sabían,
serán cómplices como lo fueron los miles de alemanes que permitieron que Hitler
se convierta en el personaje más siniestro de la historia de su nación.

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