El robo como arquetipo de delito: un vicio a superar
Mi
curiosidad sobre los crímenes me llevó a leer a un autor italiano, Alessandro
Baratta, quien escribió un libro titulado “Criminología crítica y crítica del
derecho penal”. El título me convenció al instante. Porque a mí me interesa
leer sobre los baches que está teniendo el sistema penal desde hace décadas y
cómo esto desemboca en una crisis institucional que ningún gobierno parece
querer resolver. No sólo eso: ni siquiera es un tema que está en agenda con el
énfasis con el que debería estarlo. Y además porque la palabra crítica es lo
que me da la pauta de que no se trata simplemente de una obra descriptiva en
términos históricos sino que, probablemente, entrega una propuesta, una idea
nueva.
El autor
comienza obviamente por relatar el camino de la criminología desde sus
orígenes: partiendo de la teoría liberal clásica allá por los siglos XVIII y
principios del XIX, siguiendo con una etapa clave entre fines del siglo XVIII y
comienzos del XIX de la mano del positivismo con Cesare Lombroso a la cabeza.
Otro italiano. Lo vimos acá. El que
creía que los asesinos nacían con determinadas características fisiológicas
mediante las cuales era posible identificarlos. Por último, en una tercera
etapa que llega hasta nuestros días, y que nace a partir de los años 30, la
sociología, como ciencia y como disciplina, hace su necesaria entrada para
aportar luz sobre fenómenos netamente humanos y culturales: los delitos. En
momentos como los que vivimos en la actualidad, en los cuales tenemos que ver
con tanto dolor como se desprecia y se denosta a las ciencias sociales, con
todo lo que costó fundar ese campo, es importante recordar hitos como, por
ejemplo, el que vamos a relatar.
La teoría
liberal clásica tenía como paradigma el concepto de defensa social. El objetivo
era individualizar las causas que determinaban el comportamiento delictivo y
aplicar sobre el delincuente una pena que tenía como único fin “defender a la sociedad del crimen”. Es
por eso que la idea del castigo penal se pensaba como un disuasivo, una
contramotivación. De manera que la criminología clásica nace básicamente como
una ciencia casi jurídica orientada a ordenar a la sociedad alrededor de normas
y derechos. Luego, el positivismo, de la mano de ciencias más duras como la
medicina, intentó desviar el foco hacia supuestas causas naturales del delito y
planteó al delincuente como un individuo diverso y anormal. Es decir, enfermo.
La influencia del positivismo hizo que, durante un tiempo, se creyera posible
construir al delincuente como una especie de objeto de análisis delimitado y
clínicamente observable.
Ambas
teorías, si se fijan, intentaron identificar las causas del comportamiento
delictivo para, a partir de allí, actuar sobre ellas. Lo que sucede a partir de
la década del 30 es que todo el espectro de los factores sociales y ambientales
entra a completar el panorama y a brindar una explicación más seria del asunto.
Dentro del ámbito de la incipiente sociología criminal se comenzarán a esbozar
una serie de teorías que aportarán diversos intentos de explicación de un
fenómeno social por demás complejo. Por eso son importantes las Ciencias
Sociales. Porque cuando las ciencias duras se quedan sin posibilidad de
análisis y agotan sus recursos, los científicos sociales –esos que se cree que
pierden tiempo y derrochan recursos-, son los que poseen la capacidad de
abordar un objeto de estudio cambiante, complejo y multi determinado como el
sujeto humano. Por eso amo las ciencias sociales y por eso también me duele
tanto ver cómo retrocedimos años como para tener que volver a explicar por qué
somos una ciencia. Milei lo hizo.
Siguiendo
con las teorías criminales, lo que se considera “criminología contemporánea” se
caracteriza por la tendencia a superar las teorías patológicas de la
criminalidad y por desembarazarse de los principios fundadores de la teoría
liberal clásica (aunque no con demasiado éxito en este último caso). No voy a
exponer los lineamientos de la teoría clásica porque no me interesa la
criminología como campo de estudio sino tan sólo en cuanto referencia obligada
para abordar crímenes en la actualidad. Y lo que sigo percibiendo es una
especie de vicio de pensar al delito siempre y en primera instancia como delito
consciente, con intención, de atentado contra la propiedad privada. Es decir,
robo. Todo lo que leo está impregnado de
una matriz en la cual el robo –como arquetipo del delito-, es la principal
motivación. Pero, yo sigo preguntando, ¿de qué manera abordamos a un sujeto
que asesinó a alguien que probablemente amaba sin ninguna otra intención más
que matarlo y sin que medie enfermedad psiquiátrica invalidante? Es decir,
habiendo hoy en día tantos crímenes en los cuales se observa a una persona que,
según sus propios términos, mató a un familiar directo “porque no lo aguantaba más” y no se trata de un psicópata, ¿no
consideran que este tipo de crímenes no debería analizarse de la misma manera
que se analiza, por ejemplo, a un motochorro que, en ocasión de robo, asesina a
una persona? Para mí, son objetos de estudio totalmente diversos. De hecho,
analizarlos con la misma perspectiva solo lleva a empañar la posibilidad de
análisis de un fenómeno en creciente expansión como los crímenes intra hogar.
Hace un
tiempo, un profesor me dijo que no estaba de acuerdo con mi premisa acerca de
que los crímenes intra hogar no están insertos dentro la lógica capitalista. A
lo que yo apunto es a que no están determinados directamente por una cuestión
económica como sí lo está cualquier crimen en el cual alguien comete un
homicidio porque, por circunstancias de su entorno social, vive fuera de la ley. A las teorías
psicoanalíticas del delito se les achaca el ser “ahistóricas” por no insertar
la matriz de análisis en la sociedad históricamente determinada en la cual
suceden. O sea, por no explicar el delito desde una concepción marxista en la
cual el pobre delinque porque es pobre. O el dominado se convierte en
delincuente o asesino por la presión de la dominación. Yo estoy convencida de
que la gran mayoría de los crímenes suceden porque están históricamente
determinados a suceder. Las cuestiones ambientales, sociales y económicas
inciden directamente en la propensión al delito. Claro que sí. Pero me reservo
el derecho de individualizar ciertos crímenes que están sucediendo más allá de
las cuestiones históricas.
¿Qué quiero
decir con esto? Que Lucio Dupuy no murió a
golpes de su madre y madrastra porque la plata no alcanzaba. Tampoco porque
ellas estuvieran locas o fueran psicópatas. Hay una dinámica sucediendo al
interior de los hogares que, en mi opinión, no alcanza a ser explicada en su
totalidad por factores históricos. Hay algo más. El hombre que
asesinó a su padre enfermo, lo descuartizó y
lo metió en una valija porque no lo aguantaba más, no lo
hizo –aunque él lo haya confesado- para cobrar la jubilación. Lo hizo porque,
como bien explicó, “no lo aguantaba más” y su fastidio fue más grande que su
autocontrol. Lo del cobro de la jubilación era una excusa, una justificación
incluso de cara a sí mismo. Hoy la gente común mata, y mata mucho. Mata
cualquiera: el pobre, el rico, el joven, el viejo, el que lo tiene todo y el
que no tiene nada. A medida que decrece
el valor de la vida aumenta, por relación inversa, la facilidad para vencer las
barreras limitantes de la cultura y del superyó.
De hecho,
una de las vertientes de las teorías sociológicas del delito que empiezan a
aparecer a partir de 1930 son las teorías psicoanalíticas, con Freud a la
cabeza. Según la psicología freudiana, “la
represión de los instintos delictivos a través de la acción del superyó no
destruye estos instintos sino que deja que se sedimenten en el inconsciente.
Ellos se ven acompañados en el mismo inconsciente por un sentimiento de culpa.
Precisamente, con el comportamiento
delictivo el individuo supera el sentimiento de culpa y realiza la tendencia a
confesar”. A mí siempre me pareció que el psicoanálisis de Freud es una
teoría que logra explicar acabadamente cuestiones de lo más complejas y
confusas, y esta no es la excepción. Según el autor, el sentimiento de culpa
es, en esencia, la más profunda motivación para cometer un delito. Y atención
con esto: en primer lugar, volver a reforzar que todos tenemos instintos
negativos de tipo criminales (esto ya fue ampliamente demostrado); y, en
segundo lugar, que aquellos que no logran dominar sus pulsiones y pasan por
encima de la culpa acabando en un enchastre de sangre, confiesan, ipso facto, “yo lo maté”. Verán que este es otro de
los motivos que se repiten crimen tras crimen.
¿Qué pasa
luego del crimen según las teorías psicoanalíticas? Sucede que “la pena infligida a quien delinque viene a
contrabalancear la presión de los impulsos reprimidos, los cuales con el
ejemplo de su liberación en el delincuente se fortalecen. La punición
representa una defensa y un reforzamiento del superyó”. Por esto es tan
importante que la justicia sea implacable: porque funciona como barrera para
futuros crímenes todavía en estadio de ideación. Y porque su relajación deriva,
por el contrario, en un fortalecimiento de la idea de impunidad y en una
consecuente luz verde para delinquir. Por eso la cárcel o el método de castigo
que creamos conveniente como sociedad tiene que volver a dar miedo, o respeto,
o lo que sea. Pero tiene que dejar de dar lo mismo.
Otra de las
teorías que realizó un grandísimo aporte a las ciencias criminalísticas es la
teoría funcionalista. Gracias al pionero Emile Durkheim, al que le debemos
tanto, la teoría funcionalista logró instalar una premisa fundamental a la hora
de hablar de delitos, que dice así: “la
desviación es un fenómeno normal de toda estructura social”. Y agrega una
serie de parámetros un tanto difusos para delimitar qué podría considerarse
“normal”: “sólo cuando se hayan
sobrepasado ciertos límites, el fenómeno de la desviación es negativo para la
existencia y el desarrollo de la estructura social. El delito forma parte, en
cuanto elemento funcional, de la fisiología y no de la patología de la vida
social. Sólo sus formas anómalas, por
ejemplo su excesivo incremento, pueden considerarse patológicas. El delito
no es sólo un fenómeno inevitable sino también una parte integrante de toda
sociedad sana”.
Entonces,
Durkheim nos ordena cuestiones preliminares a partir de las cuales construir el
análisis: es una utopía creer que, en algún momento, se podría aspirar a la
ausencia total de delitos en cualquier sociedad dada (por eso Bukele es un
utopista y por supuesto un asesino). Dicho esto, el siguiente paso será
delimitar qué cantidad o qué porcentaje de delitos podrían considerarse
normales y esto tendrá que ver, evidentemente, según las características
propias de cada unidad de análisis. El número de homicidios considerados
normales en un país en zona de guerra seguramente no sea el mismo de un país
neutral. Lo mismo sucederá con las cuestiones de desarrollo y subdesarrollo. En
definitiva, está claro que establecer ese número, fijarlo, constituye una
decisión unilateral y autoritaria en cierto sentido. Pero hay algo que sí
resulta, en mi opinión, un tanto más objetivamente analizable: la sociología de
Durkheim habla de “excesivo incremento (de
un tipo de delito o del delito en general)” y este es un dato concreto,
observable y contrastable que puede servir para empezar a pensar y desarrollar
una problemática. Es justamente lo que señalo en relación a la incidencia en la
actualidad de lo que denomino “crímenes intra hogar”, un fenómeno reciente,
actual y en franco crecimiento. Sólo habría que obtener los datos cuantitativos
que permitan aislar esta cuestión. Como hizo Durkheim en su época con el suicidio.
Casi como
un desprendimiento de la teoría funcionalista aparece otra teoría interesante
denominada “teoría de las subculturas criminales”. El funcionalismo plantea que
la desviación procede de una posible contradicción entre estructura social y
cultura. Esto sería así porque la cultura propone al individuo determinadas
metas que constituyen motivaciones fundamentales de su comportamiento y también
proporciona modelos de comportamiento institucionalizados que conciernen a las
modalidades y a los medios legitimos para alcanzar aquellas metas. Lo que
sucede es que existe una incongruencia entre los fines culturalmente
reconocidos como válidos y los medios legítimos a disposición del individuo
para alcanzarlos. Traducción: la principal meta cultural es tener éxito
económico pero no todos disponen de los medios legítimos (trabajo, estudios)
para conseguirlos, ergo delinquen. Esto redundaría en una crisis de anomia en
términos de la teoría funcioanlista. El modelo del delincuente típico sería el
de una fuerte adhesión a los fines culturales sin el respeto de los medios
institucionales. Por eso, la teoría de las subculturas criminales plantea que existen
valores y normas específicos de diversos grupos sociales (subculturas) que son
interiorizados por los individuos en forma de aprendizaje de la misma manera
que se incorporan los mecanismos de socialización denominados normales. Es
decir, el comportamiento desviado es una conducta más que se transmite de
generación en generación. Nuevamente aquí encontramos el foco puesto en el robo
como arquetipo de conducta delictiva y una clara referencia a los estereotipos
de delincuentes.
El gran
giro en la criminología crítica reciente viene, tal como indica Baratta, de la
mano del “labelling approach”. Lo interesante de esta nueva propuesta es que
viene a cuestionar las representaciones y los sentidos dominantes alrededor de
la cuestión criminológica. Por ese mismo motivo remueve las bases mismas sobre
las cuales se asienta el poder de definición del sistema penal, ese mismo que
exhibe actualmente y escandalosamente la necesidad de su superación. Lo
seguimos en el próximo posteo.

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