El dictador más cool del mundo mundial

Así se autodenomina Nayib Bukele, el presidente electo de El Salvador. Es curioso que, habiendo ganado las elecciones legítimamente en 2019, se presente como dictador. Hitler también llegó al poder mediante los votos y luego logró instaurar un gobierno absolutamente verticalista y autoritario… pero eso fue hace cien años! Bukele vendría a ser una especie de dictador moderno casi rozando la caricatura. ¿Qué sabemos de él? Varias cosas porque su inocultable vanidad necesita verse reflejada en la cámara y en la fama. En primer lugar, es un presidente joven. Nació en 1981 y fue electo presidente a sus apenas 38 años. Viste ropa casual, mayormente jean y sweaters. Intenta mostrarse descontracturado aunque sostiene con mucha firmeza sus posturas políticas. Es religioso y muchas veces lo oirán usar el nombre de Dios en vano para justificar muertes y atropellos institucionales.

¿Cómo llegó al poder? Fundó un partido político en 2017 llamado “Nuevas ideas”. Conveniente el título, sobre todo por lo vago. Quizás si hubiera detallado qué implicaban esas nuevas ideas hubiera tenido más resistencia, pienso. A ver, hay que decir esto: sí es cierto que El Salvador tenía un problema muy grave de delincuencia y crímenes, perpetrados mayormente por una organización internacional de pandillas criminales denominada “Maras Salvatrucha” (cuya abreviación es MS). A tal punto se habían expandido en el territorio salvadoreño que, en marzo de 2022, cuando Bukele declaró el “régimen de excepción”, se contabilizaban alrededor de 90 homicidios diarios. Estas bandas se dedicaban a diversos ilícitos, entre ellos violación, narcotráfico, extorsión, contrabando de armas, secuestros, robos y asesinatos por encargo. Es decir, había una situación de descontrol, desorden y pánico. Era necesario poner orden. Ahora bien, todo lo que vino after Bukele es un show mediático de despliegue punitivista tipo circo que derriba las paredes con tanto esfuerzo construidas alrededor de los derechos humanos.

Los Mara Salvatrucha utilizan los tatuajes para registrar lealtades en su piel. Por eso habrán visto un video que recorrió el mundo, sumamente armado, guionado y montado, donde los visten a todos con el mismo calzoncillo blanco, los dejan en torso descubierto para que se vea que son todos iguales, que no hay ningún inocente allí, y los hacen ingresar con la cabeza gacha, corriendo, a apilarse uno sobre otro en el ingreso a “la cárcel más grande América”. Ya vamos a hablar en detalle de ese tema, que es EL tema pero, antes, un poco más de contexto.

Decíamos que, en marzo de 2022, Bukele decretó el “régimen de excepción” que le permitió realizar arrestos arbitrarios a “sospechosos” (¿de qué?) sin orden judicial. Básicamente, una persecución. Ellos lo denominaron “estrategia de control territorial”: cercaban un área y entraban militarizados a “extraer” (chupar, en lunfardo) a los delincuentes. También bajaron la edad de imputabilidad de 16 a 12 años y se dice que en las cárceles hay más de 1000 niños en prisión preventiva. Digo “se dice” porque la única información disponible es la oficial, manejada por el gobierno, que de eso precisamente no habla. Y la prensa no tiene acceso a fuentes de otro tipo.

Ya se cumplió un año de la instauración de ese estado de excepción y, como su mismo nombre lo predice, debería tener un fin acotado, de otro modo se convertiría en un estado permanente, y ciertamente conveniente para sus detentores. Sin embargo, Bukele festejó el aniversario de lo que él considera la salvación de su pueblo sin ninguna alusión al restablecimiento de las leyes y, cotidianamente, se mofa en redes sociales de haber reducido el crimen a 0%. “Registro de homicidios diarios = 0”, dicen las placas retwiteadas en su perfil oficial. Me pregunto cuántas muertes se registrarán del otro lado, en la cárcel que alberga a más de 66.000 personas en condiciones de insalubridad alarmantes.

Las cárceles ya no serán los centros de mando de los delincuentes, ya no habrá drogas, ni prostitutas”, afirma Bukele. Y es cierto que, en el pasado, la connivencia de criminales y policías era un cóctel que redundaba en muertes ya imposibles de contabilizar. Ahora, yo me pregunto, ¿por qué nos cuesta tanto encontrar un punto medio? ¿Un sector de acuerdos y consensos? Porque, de una situación donde la balanza estaba totalmente inclinada a favor de los delincuentes, quienes podían hacer y deshacer lo que quisieran, pasamos a un “Estado corrector” administrado por Bukele en el cual se amenaza abiertamente en transmisión pública con quitarle las dos raciones de comida diarias a los presos si exhiben mal comportamiento. “Quien se tuerce, será torcido”, reza el lema que propugna esta ¿nueva ideología? que se parece mucho a la extrema derecha.

Resulta que, al parecer, Bukele cuenta con el 90% de aprobación popular. Yo, honestamente, ese número lo tomaría con pinzas. No descreo de las elecciones pero me hace ruido encontrar videos de youtubers famosos que se atajan constantemente de no haber sido contratados, haciendo notas retratando y entrevistando a la gente de El Salvador en claro apoyo al presidente. Me huele a rancio. Pero, por supuesto, no tengo pruebas. No dudo de que, para muchos ciudadanos, poder transitar las calles de su país sin miedo a estas pandillas debe ser una bendición y un alivio. Pero, ¿a qué precio? Ya volveremos sobre este punto.

Todo ese apoyo popular va en la cola de este nuevo Estado salvadoreño empoderado que rectifica y controla. Bukele está sumamente coacheado, hay mucho telón de fondo detrás de él. Por ejemplo, hablando a nivel discursivo, el hecho de haber asociado en el imaginario popular a las maras salvatrucha con terroristas fue la premisa y la condición para poder avanzar sobre ellos sin ningún tipo de miramientos. No hay lugar para las dudas, ni para el análisis. Puro efecto colateral. Quiero decir que, si alguno o varios de esos 66.000 detenidos en calidad de sospechosos de ser criminales, no lo fueran, no hay vuelta atrás. “Los que entran en las cárceles de máxima seguridad, no van a salir nunca más”, dice abiertamente el jefe del penal que responde directamente a Bukele.

Siguiendo con el análisis discursivo, podrán notar que toda la estructura de lo que dicen está planteada en el binomio clásico “buenos versus malos”. Los buenos son las personas honradas y trabajadoras, y los malos son los pandilleros. “Los derechos humanos de la gente honesta son más importantes que los de los delincuentes”, le responde Bukele a los organismos de derechos humanos. En línea con esa postura, exhiben las nuevas condiciones en las que vivirán los guardia cárceles: camas marineras con colchones, baños nuevos con duchas individuales, comedor, gimnasio y sala de recreación. Todo pulcro, todo blanco, todo a estrenar. “Invertimos la balanza”, dice Bukele. “Antes, los delincuentes estaban en las prisiones con celulares, play stations, prostitutas y desde allí daban las órdenes para matar. Ya no será así”.

Decíamos que el nuevo Estado salvadoreño es un Estado empoderado pero, aunque le pese a Bukele, sigue formando parte de la macroestructura económica global. Por eso, y para evadir las reprimendas de un país defensor de los derechos humanos como Estados Unidos, el presidente tomó una drástica decisión: reemplazar a la moneda oficial -que era el dólar-, por el bitcoin, la moneda virtual. No soy economista y desconozco las implicancias de semejante cambio a nivel estructural pero me animo a decir que basar la economía de todo un país en algo ficticio e intangible es, cuanto menos, riesgoso e irresponsable.

Pero Bukele está dispuesto a todo. Y los que están detrás de él, más aún. Apenas asumió la presidencia presionó a la asamblea para que apruebe “un préstamo para reprimir a las pandillas”, así de disparatado el pedido. Como se lo negaron, cual nene caprichoso, militarizó la sesión. Entonces, podemos decir que primero intentó por las buenas (extorsionar para él debe ser pedir por favor) y, luego, como no pudo, no se sabe de dónde (pero es factible deducirlo) consiguió la financiación para en apenas siete meses construir el “Centro de confinamiento del terrorismo”, una mega cárcel tipo ciudad que tiene el tamaño de siete estadios de fútbol. Construida en las afueras de la capital, la prisión consta de varios módulos, vigilados por 19 torres al estilo panóptico, cercos electrificados, varios anillos de seguridad y la presencia del mismísimo ejército en el perímetro externo. Por favor no dejen de ver este tour virtual en el que el propio Bukele oficia de anfitrión mientras sus delegados le muestran, con sentido orgullo, cada rincón del flamante edificio.

Hay una perlita en el video. Si se fijan, en el momento en el que llegan a la parte de las celdas de los reclusos, hay dos cruces marcadas en tiza blanca en el piso. Bukele mira donde debe pararse, porque está todo guionado, y se para justo encima de la cruz, frente a la celda, mientras el jefe del penal da detalles de la misma. Por supuesto que la cámara no entra a la celda, porque cada una de ellas tiene capacidad para 100 prisioneros hacinados con dos inodoros, camas de hormigón sin colchón y apenas dos lavabos. Luego, muestran las celdas “de castigo” (como si las anteriores no lo fueran), totalmente selladas, sin luz. Y, para que no se crea que no son justos, hay una sala con videoconferencia para que cada preso tenga “su debido proceso”, en audiencia con los jueces. Menos mal!

La información sobre los datos de los costos de construcción de la cárcel que mandó a construir Bukele son “reservados”. Es decir, no se sabe quién puso la plata ni cómo se financia mensualmente la mantención de dicha infraestructura. No podemos ser ingenuos y pensar que Bukele actúa solo. O bien hay inversores externos en las sombras o el presi saqueó las arcas de su país. En cualquier caso, debería ser materia de investigación. Lo que sí queda claro de plano es que lo que está pasando en El Salvador es una especie de proyecto piloto de lo que se viene: una oleada de derechas. Lo que comentábamos la semana pasada. Esta mega cárcel llamada centro de confinamiento del terrorismo busca ser materia prima de exportación, por eso el video detallado con el recorrido sector por sector explicando cada medida de seguridad incorporada. No nos hablan a nosotros, simples mortales. O sí, pero atrás del montón le hablan a los siguientes ejecutores de centros de detención de máxima seguridad. Vendría a ser como un manual con el paso a paso para construir una prisión-ciudad, una receta para acabar con la inseguridad.

El Salvador es, actualmente, el país con mayor cantidad de población encarcelada del mundo. Casi 70 mil detenciones arbitrarias. Persecución a los opositores. Siempre me pregunto, en estos casos, algo que no puedo comprender: ¿por qué las fuerzas armadas, que son ciudadanos igual que cualquiera, obedecen órdenes sin ningún tipo de cuestionamiento? Ni Hitler, ni Bukele ni ningún otro hubieran podido hacer lo que hicieron sin un ejército de entes obedientes.

Para ir cerrando, quiero puntualizar en un par de cositas. Bukele es un líder carismático marketinero. Fíjense en la edición de los videos que envían al ciberespacio mundial: tomas aéreas con drones, guión, montaje, musicalización, discurso potente, empatizador. Es una película para vender un modelo. Es, también, una puesta en escena de despliegue punitivista. Puedo ver, en el reflejo, el éxtasis y el placer de aquellos ojos ávidos de represión y venganza. Sí, las derechas se empiezan a regodear, volvió su turno. “Ningún reo se va a poder escapar de acá”, se vanaglorian Bukele y equipo del sistema de seguridad inviolable.

En esta tecnología expuesta del orden y la disciplina decidieron incorporar fábricas “para que los presos trabajen a la par que purgan su pena”. El término purgar me remite muy atrás en el tiempo, fíjense cómo todo el lenguaje que utilizan está empapado de significados que construyen un sentido particular. El problema es que está mal enfocado. Todo. El trabajo en la cárcel no debe ser pensado como un castigo al recluso, sino que es un derecho. Máxima número 4 de los reformadores del siglo XVIII: “El trabajo penal no debe ser considerado como una agravación de la pena, sino realmente como una dulcificación. Nadie puede ser obligado a permanecer ocioso”.

Y, en conexión con esto último, quiero decir que yo no defiendo a los criminales ni a los pandilleros. Considero que deben recibir un castigo y deben ser retirados de la sociedad si no pueden insertarse en ella debidamente. Pero también creo firmemente en la necesidad de una justicia legal. Porque, verán, somos seres evolucionados, pasaron muchos siglos de historia y de cultura. No podemos volver a la ley del talión. Me rehúso a creer que volvemos para atrás, descartando toda posibilidad de aprendizaje de tantos errores. Y, sobre todo, me pregunto con franqueza, y por eso decidí escribir hoy sobre el modelo Bukele, qué va a pasar cuando, en algún momento, los sobevivientes o descendientes de los maras salvatruchas (porque los habrá) comiencen a formar un sentimiento de venganza. ¿Cómo volverán al asedio? ¿Con qué fuerza y con qué odio? Porque eso es lo van a generar, como contra efecto, las maniobras punitivas de Bukele y futuros colegas. Es decir, no sólo no van a resolver el problema sino que van a plantar un germen aún más destructivo en el futuro.

Entonces, para resumir, el extremismo de derecha, de pretender “hacer desaparecer” lo que molesta, aquello con lo que no sé qué hacer (visto en el nazismo y en los procesos dictatoriales varios), funciona como un parche en una pileta pinchada. Te controla el problema, pero es sólo en forma temporaria. La pileta está pinchada: hay que arreglarla, pero de verdad. Hay que vaciarla, coserla, reforzarla y volver a llenarla. Eso lleva mucho tiempo, mucho esfuerzo y es más costoso. Pero es la única solución viable a largo plazo. Todo lo demás, es una pérdida de tiempo.

Todos pretendemos lo mismo: bajar los niveles de violencia social y el número de homicidios. La cárcel tiene que volver a dar miedo, para que actúe disuadiendo la idea de los ilícitos, pero no puede ser un lugar del que nunca nadie sale, porque ese único lugar es la muerte. Las cárceles tienen que funcionar como reformatorios, el fin de las mismas debe ser la reinserción social. De otro modo, deberíamos sincerarnos y llamar a las cosas por su nombre: pena de muerte.

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