“Un nuevo contrato social”, dijo el presidente
Finalmente,
tal como
predije en octubre, antes de las elecciones generales, Javier Milei se
convirtió en el flamante presidente de todos los argentinos. Incluso tuvo el
privilegio y la yapa de llegar al poder aplaudido y vitoreado. Todo un lujo
teniendo en cuenta que se dispone a poner en práctica políticas de exterminio
económico contra las clases más desprotegidas. Esas mismas que lloraron en la
plaza del Congreso mientras su líder les decía que no había plata y que iban a
pasar hambre y miseria. Para mí resulta absolutamente paradójico haber
observado a cientos de personas repetir un discurso armado tipo casete con
cifras que desconocen y que sólo buscan justificar un ajuste que se promete
sobre la casta pero que, a horas de haber asumido, se desplegó con toda la
fuerza bajo la forma de una mega devaluación sobre los mismos de siempre: los
trabajadores.
Otra vez
Caputo como ministro de Economía. El mismo que tomó la deuda más grande del
FMI a nombre del pueblo argentino
durante el gobierno de Macri. El mismo que, a horas de ser revelado como el
misterioso Ministro de Economía que Milei no quería adelantar a la prensa, se
condona a sí mismo una deuda millonaria de sus empresas privadas y las de sus
colegas y amigos (Macri, siempre Macri) y la traslada ¿a quién? Obvio, al
pueblo argentino. El que siempre paga. El eterno deudor.
Promesas
rotas, volantazos en sentido contrario de las premisas de campaña a días de
saberse en el poder; todas anécdotas de la historia que se repite una y otra
vez. La de volver a confiar en los mismos personajes, con ideas maquilladas que
son las mismas feas de siempre. Contradicciones, mentiras despiadadas,
impunidad. Como bregar por un dentro de la ley absoluto pero fuera de la ley
cuando se trata de favorecer a los propios. Como la hermana tarotista ahora
devenida en secretaria general de presidencia con un sueldo millonario.
No me
quiero detener en detalles que resultan reiterativos y aburridos justamente por
eso. Hay una frase, sin embargo, que dijo Milei en la plaza, de espaldas a los
legisladores en lo que significó todo un símbolo de lo que será su gobierno
(spoiler: un total desprecio de las instituciones democráticas), que resonó en
mi cabeza como cacerolas en forma de platillos: “Hay un nuevo contrato social,
elegido por el pueblo”. Se refiere, claro, al 56% de los votos que lo llevaron al poder
ejecutivo nacional. Al que le otorga legitimidad a su propuesta de gobierno.
Es innegable
que el funcionamiento democrático supone que el candidato con mayor caudal de
votos obtenga un refrendo popular de las que alguna vez fueron simples
propuestas de campaña. El problema es que esas alocadas –a mi modo de ver-,
propuestas que Javier Milei desfiló por cuanto programa televisivo le puso una
cámara delante (como
la dolarización, los vouchers educativos, la venta de órganos, la libre
portación de armas, etc) hoy corren el riesgo de materializarse. Entonces,
desde ese lugar, el “nuevo contrato social” al que alude Milei nos interpela
directamente al 44% de argentinos que responsablemente no lo votamos. Y esto no
se trata de ser malos perdedores. Hay mucho en juego cuando la apuesta es muy
grande.
Milei, como
me dediqué a exponer en los meses de campaña por la ansiada presidencia, es una
persona con ideas muy radicalizadas a punto tal de volverse casi dogmas que sus
fieles y seguidores repiten sin ningún tipo de análisis ni crítica. No se
cuestiona la fe. En Milei creen como en un salvador que va a devolver a la
Argentina a su supuesto pasado de grandeza (de
la misma manera que los alemanes creyeron en Hitler y con el mismo fervor ciego).
Como los libros de historia no mienten pero Milei sí, cada vez son más los
intelectuales que protestan contra la
falacia de hacer creer a los argentinos del siglo XXI que durante los inicios
del siglo XX Argentina fue una potencia mundial. Hay que repetirlo una y
otra vez porque la única trampa de volver hacia atrás es perder de vista el
futuro. Estos nuevos personajes de La Libertad Avanza no son sino viejos
revanchistas que vienen por todo, especialmente por la reescritura de la
historia nacional a favor del sector que representan; ese que creen perjudicado
por una versión de la historia que los tilda de fachos, asesinos y pésimos
economistas. En definitiva, son una secta.
La otra
cuestión del contrato social es que, como tal, representa las bases mismas de
los acuerdos sociales más básicos y fundamentales. Entonces, que el presidente
diga, en su discurso inaugural por demás atípico –en sintonía con él mismo,
como no podía ser de otra manera-, que con su mandato se inaugura un nuevo
contrato social implica expresamente una línea revisionista no precisamente
positiva. Resumiendo: este nuevo gobierno se dispone a cuestionar –y no sólo
eso-, sino también a reformar el contrato social vigente. El tácito. El que nos
rige a todos sin que siquiera lo sepamos concienzudamente. Ese del que hablé en
este
viejo post.
Resulta que
hay aspectos parciales del pacto o contrato social que necesariamente deben
reverse y reformarse (como el sistema penal en su conjunto según mi opinión),
pero hay otros tantos aspectos que forman parte del quorum. Es decir, hay
acuerdos compartidos, aceptados y refrendados conjuntamente que funcionan como
red. Son precisamente los que nos unen como sociedad. Por ejemplo: el “nunca
más” de 1983. La validación del sistema democrático como único sistema de
gobierno posible, a pesas de sus fallas y falencias. La creencia compartida de
no aceptar nunca más un gobierno autoritario impuesto por la fuerza. Esos mismos
consensos son los que hoy solapadamente se proponen revisar. Como la cifra de
los desaparecidos o el rol positivo/negativo de las fuerzas de seguridad en la
década del 70. ¿Ven que peligroso resulta habilitar un revisionismo histórico
de las bases mismas de nuestro sistema democrático? Es imperativo que la mayoría
de los argentinos tome conciencia del peligro de abrir esa puerta. Porque por
ahí empiezan, ¿y por dónde creen que seguirán? Si la historia se reescribe o se reformula en favor de los opresores,
¿quiénes creen que volverán a ocupar el lugar de los oprimidos?
Este blog
habla de violencia. Me interesa sobremanera la violencia doméstica, esa que
surge en el interior de los hogares y que arrasa con los más débiles en
términos físicos (los niños). Me interesa porque, sobre todo, cristaliza y
expone un abuso de poder, una vuelta a una prehistoria en la cual ganaba el más
fuerte. La raza humana logró, a lo largo de los siglos y cultura mediante,
oponer razón a violencia. Y ese fue un logro cultural inmenso. Pero también me
interesa, y sobre todo ahora, en este momento histórico en particular, la
violencia más macro. La que circula más ampliamente. La violencia que cae en
picada desde el Estado hacia las bases populares.
Mentir es
violencia. Usar el Estado para revanchas políticas es violencia. Confundir a la
gente con cifras dudosas y reiterativas terminará resultando en una violencia
sin frenos. Reprimir una protesta o huelga democrática es violencia por parte
del Estado y es, sobre todo, abuso de poder. Ser cómplice de un gobierno
autoritario y cruel es, por el contrario, pura imbecilidad. Ojalá se curen.

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