Detrás de las palabras: la trampa del eufemismo
Si
continuamos con el ejercicio de comparación que supone contrastar un posible
gobierno de Javier Milei con gobiernos anteriores de personas que profesaban
sus mismas ideas, nos vamos a encontrar con grandes decepciones. Por ejemplo,
en la Alemania Nazi, las ideas de la libertad no alcanzaron a los intelectuales
que fueron los primeros que debieron irse, perseguidos por expresar sus ideas,
y mucho más por exponer sus críticas. En general, toda la oposición fue
reducida y destruida en un plazo record de seis meses. Hitler gobernó con el
sistema de partido único, rodeado de una tribu de aduladores incapaces de
señalarle sus errores o de proponer algo distinto. Hubo una férrea represión de
todo tipo de disturbios y huelgas que fueron aplastados por medio de la
violencia y el miedo. Muy pronto, Hitler se estableció cómodamente en un poder
político absolutamente personalizado y tallado alrededor de su figura e imagen.
En las
democracias capitalistas tradicionales se gobierna mediante consensos, es
decir, mediante negociaciones de los distintos sectores que acuerdan ceder en
ciertos aspectos para lograr objetivos propios y conjuntos. En cambio, en un
poder de tipo despótico, como el que demuestra querer ejercer Milei, no hay
lugar para la negociación. Se gobierna mediante la coerción. Se trata de un
estado policial que persigue y aplica por la fuerza medidas de gobierno tomadas
sin concurso de los otros poderes republicanos y democráticos. Es exactamente
lo mismo que está haciendo Bukele en El
Salvador, a quien muchos de nuestros con-ciudadanos idolatran sin tener pleno
conocimiento de lo que defienden. No es casual que este gobierno latinoamericano
contemporáneo de extrema derecha haya creado, casi como primera medida de
gobierno, tribunales especiales para resolver de forma rápida los delitos. ¿Saben
de dónde lo copió? Claro, de Hitler. Según relata Ian Kershaw en su libro, Hitler
fue incluso más allá ordenando redactar un nuevo código penal basado en el
principio de castigar la intención de cometer un delito. ¿Les suena la película
Minority
Report, con Tom Cruise? Allí se muestra un sistema tecnológico
futurista que permitiría atrapar a los asesinos antes de que cometan un crimen.
Los tribunales especiales de Hitler y Bukele no son tan sofisticados, son pura
inquisición. Se trata de acusar a alguien deliberadamente, sin pruebas
contundentes y condenarlo sin ningún tipo de posibilidad de defensa o
contra-argumentación. Es decir, un procedimiento totalmente ilegal y autoritario.
Propio de un dictador.
Dice
Kershaw que en la Alemania nazi “cuando
las normas legales convenían a los propósitos de la jefatura, se empleaban,
pero cuando conllevaban obstáculos, se evitaban, se pasaban por alto o
simplemente se deshacían de ellas”. ¿Saben qué otro rasgo es híper
característico de un gobierno
carismático, según
describimos en el anterior posteo? El refrendo plebiscitario, ese que Milei
quiere emplear en caso de que el Congreso no apruebe sus leyes de dolarización
y asociadas. Como ven, los conservadores
de ultra derecha, a lo largo de la historia, conforman un estereotipo bien delineado,
se copian entre ellos, utilizan las mismas fórmulas con los mismos fines:
imponer su visión.
Hitler no
participaba de las reuniones de su propio gabinete. Como relatamos
anteriormente de la mano de Kershaw, quien realizó un exhaustivo perfil del
poder de Hitler, el Fuhrer
era un confeso anti-burócrata. Tenía una profunda aversión por
las rutinas de trabajo administrativo. Por eso mismo, y sin su presencia, su
propio equipo de trabajo se fue desintegrando y ese fue el fin del gobierno
colectivo. Las leyes se aprobaban sin ningún tipo de debate previo. Se
redactaba un borrador que circulaba hasta alcanzar un acuerdo mínimo pero
Hitler se reservaba el derecho de aprobar o vetar la legislación, de manera que
concentró en su figura y en su persona todo el poder estatal. Los resultados, a
la vista de los sucesos, fueron catastróficos.
Por último,
me reservo el derecho a seguir sorprendiéndome. Todo lo que dice Milei y cómo
lo dice es provocativo. Tiene esa connotación impresa y esa finalidad
explícita. Ahora bien, él se anima a cruzar límites que incluso otros nazi
fascistas no se han animado, por lo menos no públicamente. Nuevamente, encontramos en su discurso la trampa del
eufemismo. Esa de revestir de logicismo cuestiones absolutamente ilógicas y
perversas. Ya lo señalamos con respecto a la compra-venta
de órganos: “el problema de la compra-venta de órganos es que configura
un abuso de poder del que puede comprar una no mercancía sobre el que no
dispone de otra cosa para vender que su cuerpo”. Por medio de ese argumento de
supuesto liberalismo, se hace creer que
uno es libre de vender sus órganos y que eso sería algo positivo cuando en
realidad lo que se esconde detrás de ese planteo tiene que ver con tipificar
como mercancía libre de cambio un bien material esencial para la propia
supervivencia. Solo alguien presionado por circunstancias externas extremas
podría decidir vender un órgano y especular con esa desesperación es
simplemente cruel y abusivo. Es la presión del que tiene los medios versus el
que no. Siempre la misma historia.
En la misma
línea, cuando escuchen decir sandeces como que “la gente tiene derecho a morirse de hambre” (sí, lo dijo Milei),
piensen lo siguiente, razonen por favor: nadie elige morirse de hambre. El que
muere de hambre lo hace porque no tuvo otra opción, porque no tuvo los medios
para obtener alimento y otros bienes necesarios para su supervivencia más
elemental. Es sencillamente cruel hablar en esos términos porque lo único que
logra ese tipo de discurso es desembarazar al Estado de su rol protector y
eliminar las redes de solidaridad que unen a los individuos pertenecientes a un
grupo social. Nadie debe morirse de hambre y esa es la cuestión. Si un
drogadicto se pasa de dosis y recae, sin poder hacerse cargo de su propio
cuerpo y de su vida, sí tenemos que pagar la cuenta señor Milei, para que se
rehabilite, se cure de su enfermedad y pueda reintegrarse a la sociedad. Porque
ese drogadicto, ese nene hambriento trabajando en un semáforo o ese anciano que
no llega a pagar el alquiler puede ser cualquiera de nosotros o las personas
que amamos. Es muy necio creer que solo a los indeseables e irresponsables les
pasan cosas malas y son los artífices de su presente empobrecido y ruin. Hay
determinaciones macro sociales que influyen y condicionan las vidas de millones
de personas y eso es algo que nos involucra a todos. Porque ese drogadicto
pasado de merca, o ese nene que tiene hambre, sueño y agotamiento, puede ser el
morlock que viene
por tu vida o la de tu hijo. ¿Entendés?
Fíjense cómo,
si hilamos bien finito, todos los argumentos de Milei decantan en una especie
de aspiración al modelo de selección natural de Darwin, por medio del cual sólo
los más fuertes y aptos lograrían permanecer, mientras que los carentes de
recursos perecerían. “Los ejemplares mejor
adaptados sobrevivirán la lucha por la vida y transmitirán sus características
exitosas a sus descendientes”, esto expresaba Darwin en su área de trabajo:
la biología. Hitler no sólo creía en la teoría darwiniana sino que la aplicaba
entre sus súbditos. Cuenta Kershaw que cuando dos generales entraban en disputa
por alguna cuestión, Hitler los dejaba pelear para que ganara el más fuerte. Lo
mismo profesaba respecto de la raza aria, aquella que según su visión re
engendraría las bases de su amada Alemania, luego de la depuración
judío-marxista.
¿Saben lo
que fue “la acción de la eutanasia”? Resulta que en 1939, un padre acongojado
le escribió una carta al Fuhrer pidiéndole autorización para desconectar a su
hijo en estado vegetativo irreversible. Hitler aprovechó la ocasión para
proponer la eutanasia sobre 70.000 enfermos mentales y con malformaciones. Este
hecho constituye un ejemplo, explica Kershaw, de cómo una iniciativa homicida
podía tomar forma en el Tercer Reich. ¿Por qué menciono esto? Porque la
sociedad alemana creyó votar por un líder que iba a hacer resurgir de las
cenizas a la acabada Alemania de la post guerra; luego creyó, junto con ese
líder, que los marxistas judíos eran los enemigos de la nación y apoyó o
simplemente fue cómplice de su aniquilamiento y, también, se creyó cada mentira
disfrazada y adornada con los más retorcidos argumentos que propiciaron la
muerte de miles y miles de personas, como en la acción de la eutanasia. Entonces,
cuando Milei diga cosas llamativas como “tiemblen
zurdos de hijos de puta”, “voy a
aniquilar a la casta política”, “cada uno tiene derecho a morir como quiera”, “los
órganos deberían poder comerciarse”, y tantas otras más, piensen que hubo
una vez una sociedad que se tragó las mismas ideas y que, al día de hoy,
habiendo pasado casi un siglo, siguen cargando con el peso de la vergüenza por
haber permitido que un demente psicópata dirigiera el destino de toda una nación.

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