Los Morlocks


“La máquina del tiempo”, de Herbet Wells. Ya les hablé de este libro. No tiene nada que ver con la saga “Volver al futuro” de Spielberg. Es incluso mejor, de hecho. ¿Qué tiene de especial esta obra? Por empezar, es una historia de ficción, de ciencia ficción específicamente, en la cual el autor imagina cómo sería el futuro si un personaje –el protagonista-, pudiera viajar al año 802.701. ¿Se imaginan? Yo no puedo ni siquiera albergar la esperanza de que la Tierra siga existiendo para ese entonces. Bueno, el planeta quizá sí, los humanos como especie…dudoso.

Es una novela corta. Sencilla. Directa. Pero, a mi modo de ver, tan compleja y con tanto para analizar que sobrepasa sus apenas 120 páginas. Es de esas historias que se encallan en el tiempo y perduran por siempre, porque lo que comunican va más allá del propio autor, más allá de cada línea, de cada frase. Ya sabemos que las palabras son mágicas pero, a veces, inclusive, pueden llegar a crear mundos nuevos ¿imaginarios? Por supuesto les recomiendo enfáticamente que lean La máquina del tiempo, pero el análisis que vamos a proponer acá, si bien comienza y se basa en esa historia, la excede bastante también. Los invito a pensar.

Es de noche. Mel Gibson maneja en su auto por la autopista. Va solo, muy angustiado pues han secuestrado a su único hijo. El manos libres le revela la voz del secuestrador, deformada para no ser reconocida. “¿Leíste La máquina del tiempo?”- le pregunta. Su desesperación es tal que apenas puede entender de qué le está hablando. Entonces continúa: “es una historia de ciencia ficción, sobre el futuro, donde sólo hay dos clases de personas. Los Eloi y los Morlocks. Los Eloi viven arriba, son todos rubios, visten togas, comen uvas. En cambio, los Morlocks viven debajo de la tierra con todas las máquinas. Son feos y desagradables. Ellos se ocupan de trabajar y de asegurarse de que los Eloi tengan todo lo que necesitan. Así que es genial ser un Eloi. Pero hay sólo un problema. De vez en cuando, los Morlocks suben a la superficie y se llevan a un Eloi. Ellos no son vegetarianos, son caníbales y comen Elois. Cuando pienso en La máquina del tiempo me recuerda a Nueva York. Verás, tú eres un Eloi. Tú y tus amigos viven la gran vida sin tener idea de lo que pasa abajo. ¿Eso me hace un morlock?”

¿La vieron? Es una película viejita, se llama “El rescate”. Actúan Mel Gibson y Gary Sinise, tremendo actor. Capaz lo tienen más de Forrest Gump, donde interpretó al inolvidable Teniente Dan, el que perdió las piernas en Vietnam y luego se embarcó con Forrest en un barco camaronero. Bueno, en esta película, que para mí es excelente, Sinise interpreta al detective Jimmy Shaker. Y esta escena que les relaté es especial y resume casi poéticamente todo lo que planteamos en forma dura y teórica a través de cada posteo. Les confieso que desde que la ví (en el ’96 tenía apenas 11 años) quedé impactada. Por supuesto, en ese momento no sabía por qué.

El autor ¿fabula? un futuro en el cual los seres humanos viven plácidamente, sin lucha de clases, sin presencia de virus contagiosos ni enfermedades de ningún tipo. Curiosamente, su vaticinio es que en ese lejano futuro, imaginado por él a fines del siglo XIX, la población es enteramente vegana. En el libro se usa el término vegetariano pero, en rigor, no es correcto ya que se indica que esos seres futurísticos son frugívoros, es decir, se alimentan únicamente de frutas. Unas frutas deliciosas, por cierto. En su visión anticipatoria, los animales, todos ellos, se extinguieron, como los dinosaurios. Sí, no hay rastros de vida animal. Sólo vegetación y humanos. El protagonista se ilusiona y plantea que lo que sucedió, finalmente, fue una completa conquista de la naturaleza. Pero todavía le faltaba descubrir el lado B de ese supuesto paraíso.

Resulta que, debajo de la tierra, en inmensos y oscuros túneles subterráneos viven otra categoría de seres humanos: los Morlocks. Ellos son los encargados de hacer todo el trabajo duro, allí, junto a las maquinarias indispensables para fabricar ropa, calzado y demás productos de consumo inherentes a nuestra raza y modo de vida. Lo que cambia radicalmente, en este supuesto futuro, y en forma superlativa y polarizada, es la división de los mundos. Esa división que siempre está, pero que se puede hallar más acá o más allá, más visible o más tenue. ¿A qué me refiero? A la división del trabajo, por supuesto. A la diferencia de clases. Está claro que esta obra tiene una directa lectura política, brillante, pero no me voy a meter con eso. La tomo por lo que significa sociológicamente la metáfora empleada para plantear el futuro de la sociedad en cuanto al crimen refiere.

Me sigo explicando. Los Morlocks, más allá de vivir subterráneamente, en condiciones deplorables (no muy distintas a una villa miseria, podríamos pensar), cumplen otro rol. El protagonista puede ver, de primera mano, cómo estos seres de oscuridad ascienden a la superficie por las noches para captar a un Eloi y llevarlo a su mundo. Con horror, el viajero del tiempo comprueba que, así como sobre la tierra todo es frutas y sol, debajo de la tierra los Morlocks comen carne. Sí, ellos son carnívoros. Pero, como les conté que los animales se habían extinguido, la carne que consumían era, indefectiblemente, humana. Se habían convertido en caníbales.

Tengan en cuenta que esto es una fábula. No hay que tomar al pie de la letra los hechos relatados. Son metáforas que nos ayudan a pensar ejes temáticos. Son disparadores. ¿Cómo lo interpreto yo? ¿Vieron que siempre refuerzo la teoría de que las personas que cometen crímenes atroces contra sus propios familiares, en la intimidad de los hogares, son uno de nosotros? Bueno, eso. Quiero decir que los Morlocks, o los padres que matan a sus propios hijos, son despreciables, sí. Pero son humanos, también. No son extraterrestres. Son seres oscuros, llenos de pensamientos deplorables, faltos de códigos, de moralidad. Todo lo que quieran. Pero no son de otra raza. Son uno de nosotros.

¿Por qué insisto tanto con esto? Porque hasta que no veamos, y no aceptemos, que aquello que nos horroriza, también nos pertenece, no podremos hacerle frente. Es más fácil echar a los Morlocks bajo tierra, y a los asesinos a la cárcel, pero eso, les pregunto, ¿resuelve algo? ¿Acaba con los crímenes? ¿Reduce la crueldad, intrínsecamente y desesperadamente humana?

Así como el detective Jimmy Shaker se sabía y se reconocía a sí mismo como un Morlock que un día secuestró a un niño Eloi, hijo de un millonario, para matarlo y cobrar un rescate, así también debería ser la conciencia de nuestro lado oscuro. A nivel social, no individual. No somos todos iguales, ni somos todos capaces de las mismas cosas, pero sí compartimos un lazo y un futuro en común. Y ese futuro, en mi opinión, depende, entre otras cosas, de cómo logremos dominar la violencia constitutiva e innegable que nos acompaña desde siempre, desde el inicio. Y que, si bien logramos, mediante la cultura especialmente, aplacar muchos de esos impulsos destructivos, hay que reconocer que algo de ese mecanismo está fallando para que haya tantos crímenes que no podemos explicar. Que nos duelen. Pero sobre todo, que nos producen algo que se llama morbo. Curiosidad. Asco. Hay que poner especial atención ahí.

A modo de cierre, y como antesala de lo que se viene la semana próxima, les cuento que Herbert Wells asistió a la Universidad de Londres donde estudió Ciencias Naturales con…Aldous Huxley!! ¿Lo tienen? El autor de la emblemática “Un mundo feliz”, otro pedazo de obra de ciencia ficción que se mete en el centro de mi análisis del crimen en la sociedad actual. Desde ya que la vamos a abordar con lujo de detalles porque es, sencillamente, perfecta. Muy avanzada para su época. Injustamente poco valorada.

Y también quiero contarles que La máquina del tiempo fue la primera obra de Wells, un becado universitario que se inició en la literatura con la novela de ciencia ficción y debutó con una historia que (no puedo evitar pensar) pudo haber sido un sueño despierto, una premonición, quizá relacionada a sus estudios de ciencias naturales. ¿Qué piensan? ¿Se puede ser tan creativo o, por oposición, estamos hablando de alguien que, con capacidades superiores ignoradas por sus coetáneos (1895), pudo anticiparse a un futuro absolutamente lejano para su época y un poco más verosímil para nosotros, habitantes del siglo XXI?

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