Los Morlocks
Es una novela corta. Sencilla. Directa. Pero, a mi modo de
ver, tan compleja y con tanto para analizar que sobrepasa sus apenas 120
páginas. Es de esas historias que se encallan en el tiempo y perduran por
siempre, porque lo que comunican va más allá del propio autor, más allá de cada
línea, de cada frase. Ya sabemos que las palabras son mágicas pero, a veces,
inclusive, pueden llegar a crear mundos nuevos ¿imaginarios? Por supuesto les
recomiendo enfáticamente que lean La máquina del tiempo, pero el análisis que
vamos a proponer acá, si bien comienza y se basa en esa historia, la excede
bastante también. Los invito a pensar.
Es de noche. Mel Gibson maneja en su auto por la autopista.
Va solo, muy angustiado pues han secuestrado a su único hijo. El manos libres
le revela la voz del secuestrador, deformada para no ser reconocida. “¿Leíste La máquina del tiempo?”- le
pregunta. Su desesperación es tal que apenas puede entender de qué le está
hablando. Entonces continúa: “es una
historia de ciencia ficción, sobre el futuro, donde sólo hay dos clases de
personas. Los Eloi y los Morlocks. Los Eloi viven arriba, son todos rubios,
visten togas, comen uvas. En cambio, los Morlocks viven debajo de la tierra con
todas las máquinas. Son feos y desagradables. Ellos se ocupan de trabajar y de
asegurarse de que los Eloi tengan todo lo que necesitan. Así que es genial ser
un Eloi. Pero hay sólo un problema. De vez en cuando, los Morlocks suben a la
superficie y se llevan a un Eloi. Ellos no son vegetarianos, son caníbales y
comen Elois. Cuando pienso en La máquina del tiempo me recuerda a Nueva York.
Verás, tú eres un Eloi. Tú y tus amigos viven la gran vida sin tener idea de lo
que pasa abajo. ¿Eso me hace un morlock?”
El autor ¿fabula? un futuro en el cual los seres humanos
viven plácidamente, sin lucha de clases, sin presencia de virus contagiosos ni
enfermedades de ningún tipo. Curiosamente, su vaticinio es que en ese lejano
futuro, imaginado por él a fines del siglo XIX, la población es enteramente
vegana. En el libro se usa el término vegetariano pero, en rigor, no es
correcto ya que se indica que esos seres futurísticos son frugívoros, es decir,
se alimentan únicamente de frutas. Unas frutas deliciosas, por cierto. En su
visión anticipatoria, los animales, todos ellos, se extinguieron, como los dinosaurios.
Sí, no hay rastros de vida animal. Sólo vegetación y humanos. El protagonista
se ilusiona y plantea que lo que sucedió, finalmente, fue una completa
conquista de la naturaleza. Pero todavía le faltaba descubrir el lado B de ese
supuesto paraíso.
Resulta que, debajo de la tierra, en inmensos y oscuros
túneles subterráneos viven otra categoría de seres humanos: los Morlocks. Ellos
son los encargados de hacer todo el trabajo duro, allí, junto a las maquinarias
indispensables para fabricar ropa, calzado y demás productos de consumo
inherentes a nuestra raza y modo de vida. Lo que cambia radicalmente, en este
supuesto futuro, y en forma superlativa y polarizada, es la división de los
mundos. Esa división que siempre está, pero que se puede hallar más acá o más
allá, más visible o más tenue. ¿A qué me refiero? A la división del trabajo,
por supuesto. A la diferencia de clases. Está claro que esta obra tiene una
directa lectura política, brillante, pero no me voy a meter con eso. La tomo
por lo que significa sociológicamente la metáfora empleada para plantear el
futuro de la sociedad en cuanto al crimen refiere.
Me sigo explicando. Los Morlocks, más allá de vivir
subterráneamente, en condiciones deplorables (no muy distintas a una villa
miseria, podríamos pensar), cumplen otro rol. El protagonista puede ver, de
primera mano, cómo estos seres de oscuridad ascienden a la superficie por las
noches para captar a un Eloi y llevarlo a su mundo. Con horror, el viajero del
tiempo comprueba que, así como sobre la tierra todo es frutas y sol, debajo de
la tierra los Morlocks comen carne. Sí, ellos son carnívoros. Pero, como les
conté que los animales se habían extinguido, la carne que consumían era,
indefectiblemente, humana. Se habían convertido en caníbales.
Tengan en cuenta que esto es una fábula. No hay que tomar al
pie de la letra los hechos relatados. Son metáforas que nos ayudan a pensar
ejes temáticos. Son disparadores. ¿Cómo lo interpreto yo? ¿Vieron que siempre
refuerzo la teoría de que las personas que cometen crímenes atroces contra sus
propios familiares, en la intimidad de los hogares, son uno de nosotros? Bueno,
eso. Quiero decir que los Morlocks, o los padres que matan a sus propios hijos,
son despreciables, sí. Pero son humanos, también. No son extraterrestres. Son
seres oscuros, llenos de pensamientos deplorables, faltos de códigos, de
moralidad. Todo lo que quieran. Pero no son de otra raza. Son uno de nosotros.
¿Por qué insisto tanto con esto? Porque hasta que no veamos,
y no aceptemos, que aquello que nos horroriza, también nos pertenece, no
podremos hacerle frente. Es más fácil echar a los Morlocks bajo tierra, y a los
asesinos a la cárcel, pero eso, les pregunto, ¿resuelve algo? ¿Acaba con los
crímenes? ¿Reduce la crueldad, intrínsecamente y desesperadamente humana?
Así como el detective Jimmy Shaker se sabía y se reconocía a
sí mismo como un Morlock que un día secuestró a un niño Eloi, hijo de un
millonario, para matarlo y cobrar un rescate, así también debería ser la
conciencia de nuestro lado oscuro. A nivel social, no individual. No somos
todos iguales, ni somos todos capaces de las mismas cosas, pero sí compartimos
un lazo y un futuro en común. Y ese futuro, en mi opinión, depende, entre otras
cosas, de cómo logremos dominar la violencia constitutiva e innegable que nos
acompaña desde siempre, desde el inicio. Y que, si bien logramos, mediante la
cultura especialmente, aplacar muchos de esos impulsos destructivos, hay que
reconocer que algo de ese mecanismo está fallando para que haya tantos crímenes
que no podemos explicar. Que nos duelen. Pero sobre todo, que nos producen algo
que se llama morbo. Curiosidad. Asco. Hay que poner especial atención ahí.
A modo de cierre, y como antesala de lo que se viene la
semana próxima, les cuento que Herbert Wells asistió a la Universidad de
Londres donde estudió Ciencias Naturales con…Aldous Huxley!! ¿Lo tienen? El
autor de la emblemática “Un mundo feliz”, otro pedazo de obra de ciencia
ficción que se mete en el centro de mi análisis del crimen en la sociedad actual.
Desde ya que la vamos a abordar con lujo de detalles porque es, sencillamente,
perfecta. Muy avanzada para su época. Injustamente poco valorada.
Y también quiero contarles que La máquina del tiempo fue la primera obra de Wells, un becado universitario que se inició en la literatura con la novela de ciencia ficción y debutó con una historia que (no puedo evitar pensar) pudo haber sido un sueño despierto, una premonición, quizá relacionada a sus estudios de ciencias naturales. ¿Qué piensan? ¿Se puede ser tan creativo o, por oposición, estamos hablando de alguien que, con capacidades superiores ignoradas por sus coetáneos (1895), pudo anticiparse a un futuro absolutamente lejano para su época y un poco más verosímil para nosotros, habitantes del siglo XXI?

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