“La tía Cósima (y su humano abusador)”

En algún momento de este híbrido blog les comenté que iba a referirme a una escritora argentina, autora de excelentes fórmulas para pasar el rato y para fomentar el hábito de la lectura en quienes no tengan la dicha de tenerlo. Porque eso es lo que desarrolló Florencia Bonelli: una fórmula. Un esquema de novela con personajes que cambian pero estructuras que se repiten. Y está muy bien. Realmente te los devorás los libros, y eso que son enormes y de muchísimas páginas. Sería algo así como la Danielle Steel argentina. Bien por ella. Claro que de literatura…poco y nada. Es puro entretenimiento. Pero qué bueno que un libro rosa pueda ocupar el espacio de una serie, una película, un jueguito del celular, incluso las redes sociales; todo lo cual está mediado por pantallas. Mediatizado.

Los libros son una de las primeras fuentes de entretenimiento de la historia. En conjunto con las revistas, los folletines, los diarios. Todo lo que va impreso en papel. Eso que a los enfermos de la lectura como yo nos apasiona. Eso que reverenciamos y que nunca va a pasar de moda, mucho menos dejar de existir. No importa cuántos nuevos dispositivos se inventen para modernizar la lectura. El placer de leer un libro, de pasar sus hojas, de oler sus páginas -máxime con los pies en la playa y el mar de fondo-, debería tributar impuestos. Es demasiado éxtasis. Si tengo que nombrar mi top tres de cosas favoritas en el mundo entero, las tengo muy claras:

1.       Leer

2.       Caminar en la playa

3.       Estar con la gente que amo

En ese orden. ¿Ustedes? ¿Lo tienen claro? Si se fijan, ninguna de mis tres pasiones involucra dinero ni nada material. Comprar el libro, ponele. Pero hasta ahí. Dame esos tres puntos siempre y no necesito mucho más.

Volviendo a Florencia, les decía que es una escritora inteligente, astuta, que supo desarrollar un método propio (tendría que leer alguna novel de Danielle Steel para ver si le robó la fórmula, pero me da pereza, lo asumo); y que lo repite, disfrazado, en cada nueva obra, porque sabe que es lo vende. Es una escritora comercial. Como hay pintores comerciales (Milo Lockett) que incluso traban alianzas de marketing con empresas para vender su arte en objetos de merchandising. No estoy siendo irónica, ni es mi intención criticarlos. Está muy bien perseguir el éxito económico y la fama. Quizá sea la única manera. Pero estoy segura de que si hicieran caso a su artista nato interior, sus obras serían mucho más profundas, más complejas, y, por ello mismo, probablemente, anónimas.

Como dije en mi primer post: “no prostituyas tu pasión”. Si te gusta escribir, pintar o bailar, hacelo con el corazón, no para vender. La plata se consigue fácil, haciendo cualquier otra cosa.

A Florencia Bonelli llegué por mi mejor amiga, que me prestó dos de sus libros, que nunca hubiera comprado por dos motivos: leer el resumen de contratapa y ver el precio. Pero me los prestaron, por eso los leí. Y debo reconocer que me atraparon como te atrapa una serie o una peli tonta. No digo que las historias sean tontas, digo que son efectivas, son entretenimiento puro. Y está genial y ojalá haya muchos más libros así y muchos más autores similares que ofrezcan entretenimiento en formato lectura. Porque leer es necesario. Para tu cerebro, para tu alma, para tu imaginación y para tu cultura general. Esos días que me devoré El hechizo del agua y La tía Cósima me acostaba a leer hasta que me picaban los ojos o mi marido me pedía que apague la luz. Por un mes, reemplazó a Netflix, mi otra fuente de historias y entretenimiento. Así que enhorabuena!

Les hablaba de una fórmula que encontré en esos dos libros, que imagino debe estar presente en los restantes, o al menos en la mayoría: la protagonista en una mujer. Claro, porque Florencia Bonelli escribe para lectoras mujeres. Pero tiene la astucia de perfilar a su heroína como una “mujer real”, al estilo de la publicidad icónica del jabón Dove. Mujeres normales, como cualquiera de nosotras, con trabajos normales, con complejos con su cuerpo, que no son barbies perfectas con vidas perfectas. Ese es el primer acierto. De esa manera logra que sus lectoras se identifiquen plenamente con la protagonista. Eso que le pasa a Cósima, por ejemplo, le puede pasar a cualquiera de ellas, al menos en su imaginación. Ese es el primer gancho.

El segundo gancho es el sexo. Son novelas donde, sin llegar a ser Cincuenta Sombras de Grey, las lectoras pueden imaginar escenas cachondas subidas de tono con lenguaje explícito autoerotizante y ratonero. Finalmente, el tercer gancho tiene que ver con cómo monta la narración: en capítulos y partes que van y vienen ágilmente en el tiempo, que no permiten que en ningún momento la historia se vuelva monótona, o aburrida que es lo mismo. Esto no es ninguna novedad, por supuesto. Series como Lost han explotado este recurso al máximo.

Luego incorpora elementos temáticos de los que evidentemente sabe y le gustan: la astrología, muy presente en todo lo que refiere a los signos zodiacales. Las esencias, aromas, hornitos. Van a ver que todo ese repertorio se vuelve a utilizar. ¿Por qué piensan? Porque vende. Porque encontró una veta: Florencia Bonelli le habla a mujeres acomplejadas que buscan el amor de su vida o una aventura de sexo vuela peluca (o ambas).

Como ven, es una receta para un plato exquisito con la capacidad de fomentar su continuidad de compra. Sigue los pasos y respeta las estructuras porque cada nueva protagonista va a pasar por las mismas cosas, independientemente del desenlace. ¿Por qué volvemos a comer una y otra vez las hamburguesas de Mc Donalds? Porque nos ofrecen la seguridad de lo mismo. No hay cambios en las estructuras básicas que identifican esa pieza de comida. Puede variar un ingrediente pero la base será siempre la misma. ¿Por qué? Porque es un éxito y los éxitos no se cambian. Por eso mismo las próximas novelas de Florencia Bonelli repetirán fórmula y seguirán siendo best sellers. Porque todo ese público que ya enamoró y cautivó quiere ir a comprar la misma hamburguesa o el mismo libro y volver a sentir las mismas cosas que le hizo sentir el anterior.

Dicho todo esto que, repito, no es una crítica, sino una valoración personal, les cuento por qué elegí hablar específicamente de La Tía Cósima en este blog que va de asesinos y muertes. Resulta que este libro, aparte de ser rosa y altamente comestible, trae un elemento nuevo a la escena. Algo que valoro y que me ocupo de presentar en este blog, con palabras menos bonitas que las que emplea Bonelli. Cuento brevemente la trama sin spoilear para que se entienda el punto: Cósima es una chica que, en su adolescencia, se enamora del más lindo, hijo de millonarios, siendo ella casi huérfana, gorda y fea (según su propio punto de vista). Ignacio Lanz Reuter es ese chico lindo que también se enamora de Cósima pero, como su madre no la aprueba, ve prohibido su objeto de amor y se dedica durante toda su adolescencia a humillarla, cargarla y molestarla. A hacerle bullying, en términos modernos. Muchos años después, ya de adultos, se reencuentran. Ya no son niños. La madre de Ignacio no puede decirle con quién salir y con quién no. Cósima es una profesional exitosa, mucho más linda, con una autoestima reconstruida. Lo que pasa entre ellos es lo que pasa entre cualquier pareja que se atrae, con la única diferencia de que él fue su abusador. Incluso una vez intentó violarla. ¿Cómo se puede enamorar una mujer de su (casi) violador? Pregúntenle al que creó la novela peruana “Leonela, muriendo de amor”, basada en un libro de la autora Delia Fiallo. Año 1997. Yo tenía tan sólo doce años. Recuerdo ver la novela con mi mamá y quedar con los ojos como dos huevos duros, muerta de miedo. ¿Quién la vio? Era súper morbosa. Un hombre viola a la protagonista que una noche caminaba sola por la playa. Producto de esa violación, nace un hijo. Ahorrando todos los detalles, en el final terminan juntos, enamorados y en familia.

Es un poco lo que pasa en La Tía Cósima. Entonces, ¿a qué me refiero puntualmente? A que, en varios capítulos, la autora ensaya el punto de vista del hombre. Narra desde su personaje, lo que él siente, lo que piensa. Y lo hace considerándolo “uno de nosotros”, no un monstruo capaz de hostigar a una persona. Incluso cuando narra desde el punto de vista de Cósima, también lo humaniza. Porque ella nunca lo ve como un monstruo. Ella lo ama y en todo momento puede ver a través de su fachada. Porque lo conoce desde chico. Lo vio quebrarse cuando sus padres se separaron y, luego, cuando murió su hermana. Ella sabe que es humano. Y lo ama a pesar de todo el dolor y sufrimiento que le hizo pasar.

Es un primer paso. Lo que el personaje ficticio Ignacio Lanz Reuter le hizo a Cósima fue un abuso. De todas las categorías de hostigamiento y violencia, sin restarle importancia, es la más leve. ¿Con esto quiero decir que hay que humanizar a los abusadores? Por supuesto que no. Pero sí hay que entender y asumir que no son extra terrestres. Son uno de nosotros. Personas como cualquiera que, por diversos motivos, llegan a hacer cosas muy malas y dañar a otras personas. Como Abigail Paez, cuando desde su propio recuerdo, le pegó unas pataditas en la cola a Lucio porque se mandó un moco. Como Máximo Thomsen cuando le rompió la cabeza a patadas a Fernando Baez Sosa y luego vomitó cuando le dijeron que había muerto un pibe. Estas cosas pasan y seguirán pasando en la medida en que logremos encontrar el botón para desactivarlas. Primer paso: hacer lo que hizo Florencia y lo que intento hacer yo también. Humanizar a nuestros monstruos. Incluirlos. Son parte y producto de nuestra sociedad. No son nuestros residuos. No podemos seguir despachándolos, sin gestionar lo que ocasionan. Sin prevenir futuros casos.

A Ignacio Lanz Reuter se lo escucha pensar su arrepentimiento, sentirse una mierda por lo que le hizo a Cósima. Florencia se toma el trabajo de relatar y exponer esos sentimientos, esa culpa, de ese personaje que hizo todo mal. Máximo Thomsen llora sin parar y busca la lástima y la compasión de toda la sociedad diciendo que se va a quitar la vida porque nadie lo quiere. ¿Le creemos? Es indistinto. Nada cambia su crimen y que debe pagar por ello. Pero, si me preguntan, prefiero que haya remordimiento y culpa a que no haya nada.

La violencia en todas sus formas es una parte intrínseca de la sociedad porque es, ante todo, una parte intrínseca del ser humano. Eso que decíamos de arranque: “sociales en la corteza, salvajes por naturaleza”, y lo que dice Freud: El ser humano no es un ser manso, amable, a lo sumo capaz de defenderse si lo atacan, sino que es lícito atribuir a su dotación pulsional una buena cuota de agresividad”.

Entonces, Ignacio Lanz Reuter es un excelente ejemplo para empezar a pensar a nuestros antiguos monstruos desde otro lugar, con mayor apertura de sentido. Es clave sentir menos miedo frente a ellos. En lo posible no sentir nada. Son objeto de estudio y de posterior reforma. Así, la próxima vez que haya casos reales como Salvador Ramos y tantos otros, en lugar de decir “el monstruo de…” (completar con la cuidad), diremos su nombre, su historia e intentaremos primero comprender, luego evitar juzgar, y finalmente pensar cómo cambiar esa y tantas otras historias de violencia fatal.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Las madres no

Laura se fue, se desconectó del lazo social que la unía a la vida

Yo vi inmigrantes encadenados