La democracia en duda

Después de exactamente 100 posteos y con una mudanza en el medio, vuelvo al ruedo. O a la escritura, que es lo que más me apasiona, después de la lectura. En este tiempo, además de reorganizar mi vida y darle un giro descomunal, una patada de tablero cósmica, estuve atenta a las mismas señales que me atormentan. No pude desligarme, por más ocupada que estuviera, ni dejar de ver ni de entender la peligrosidad del rumbo que toma, no sólo nuestro humilde país, sino el mundo entero.

Ganó Trump como confiadamente aseguré y dijo todas las cosas que presumiblemente iba a decir (no hubo sorpresa por ahí). Lo mismo me había pasado con el imprevisible Javier Milei. A veces pienso el presente como si viajáramos en un tren con el boleto picado, sabiendo de forma inerte hacia dónde vamos y, sin embargo, con los músculos de la reacción dormidos y anestesiados. En este punto confirmo mi impresión de que Milei era inevitable para nosotros, lo mismo que Trump para los americanos y Bukele para los salvadoreños, por nombrar sólo algunos ejemplos. Vivimos la era de la reconquista autoritaria, en términos de Ariel Goldstein.

Les cuento que me mudé a mi amada Patagonia, a uno de los lugares más hermosos del planeta: Villa La Angostura. Desde este pequeño paraíso planeo dedicarme a lo que más disfruto: leer, estudiar, pensar y, eventualmente, escribir. Será mi refugio de silencio, mi distancia obligada para analizar los hechos que hostigan mi pensamiento y a los cuales pretendo dedicarles mi más profunda atención en los años que me queden por vivir. Como dije en el primer posteo, no estudio para ganar plata ni prostituyo mi pasión. Tengo un trabajo X que me da un dinero Z y me deja el suficiente tiempo libre para dedicarme a aquello que me desvela. Hete ahí una persona sabia e inmensamente rica. La clave no es tener plata sino tener tiempo.

¿Qué vi en estos meses? ¿Qué mensajes nocivos detecté? En primer lugar, escucho con mucha tristeza a varios representantes del oficialismo desproticar contra la única estrategia sanitaria capaz de evitar la mayor cantidad de muertes: la cuarentena. ¿Recuerdan cómo, al inicio del brote de Covid 19, allá por marzo de 2020, se aplaudía con lágrimas en los ojos a los médicos que arriesgaban su vida para asistir a los contagiados? ¿Recuerdan los aplausos en los balcones? ¿Cómo es posible que hoy, apenas unos pocos años después y al resguardo del aire libre de virus mortales, todas esas mismas personas desagradezcan e incluso protesten contra las decisiones que los mantuvieron a salvo? ¿De tan corto plazo es la memoria popular? ¿Es la misma memoria popular que se deja anular sus vivencias de la década del 90 para cuestionarse si en verdad Menem fue lo mejor que nos pasó y por eso debe considerarse un prócer? Nunca resultó tan fácil manipular a la opinión pública. Como leí hace poco de boca de un científico indignado: “Si logran convercerte de que la Tierra es plana, ¿de qué no podrán convencerte?”.

Es claro que las consecuencias de la cuarentena prolongada fueron letales, sobre todo a nivel económico. Eso es incuestionable. Pero aprovecharse de ese resentimiento, de esa falta de lucidez y de racionalidad de tantas personas para encauzar consignas autoritarias me parece de lo más canalla. Es un aprovechamiento. Se aprovechan básicamente de tu incapacidad (temporaria espero) para matizar y poner en perspectiva cuestiones sumamente complejas. ¿Cómo creen ustedes que se gestionaron pandemias anteriores? La peste negra, la viruela, el sarampión, la gripe española, sólo por nombras las más significativas, todas ellas altamente contagiosas, debieron someterse al estricto control sanitario de las autoridades para frenar o intentar mitigar, al menos, su avance. Cuando el Covid 19 ya era un hecho imparable, la OMS no tuvo más opción que aplicar el protocolo de pandemia global para enfermedades infecciosas. Y gracias que lo hicieron!

Hagan un ejercicio. Con el diario del lunes, en la comodidad de un 2025 libre de virus mortales, comparen la gestión de la pandemia de EEUU, con Trump en la presidencia, contra la de Argentina, con el socialdemócrata Alberto Fernández al mando. Es muy vil criticar a quienes debieron hacer frente a una catástrofe mundial. Todos se equivocaron en mayor o menor medida. No fue un asiento cómodo para nadie. Ahora bien, comparen el número de muertos. Fosas comunes contra estadísticas de bajo rango a nivel mundial. A los hechos me remito. Estados Unidos tuvo un presidente que abogó por la libertad de cada ciudadano de hacer lo que quisiera, no restringió la circulación y el virus hizo estragos. ¿Ese es el modelo a seguir? ¿El de la libertad de morirse cuando uno quiera? La reciente salida de Argentina de la OMS es otro duro golpe del gobierno de Milei a los pocos parachoques que nos quedan. Los mismos que reniegan de la cuarentena son los que dejarán sin vacunas a los niños porque no las consideran necesarias. Y entonces volveremos a la discusión, totalmente saldada, del huevo o la gallina. Si no hay sarampión o viruela, pandemias que azotaron a la población mundial hace años, es porque la población está inmunizada gracias a las campañas de vacunación. Pero claro, ¿cómo explicarle eso a un antivacunas que cree que la Tierra es plana de la misma manera que se cree en Dios o en Alá, por pura fe ciega?

Pasemos a los símbolos. No es ingenuo ni menor el énfasis puesto en renombrar todo. En las palabras reside, como un posavasos, el poder. Por eso de un lado y otro de la grieta se disputan los signifcantes tanto como los significados. Que si lenguaje inclusivo, que si va con e o con o, que si Centro Cultural Kirchner o Palacio Libertad, que si AFIP o Arca. Todo está en disputa. Todo se cuestiona. Es una época de replanteos. No necesariamente tiene que ser algo negativo pero atención: hay símbolos que no se tocan. La deliberada intención de remover la historia, de reveer en pos de una supuesta memoria completa, como abogan Villaruel y compañía, la historia nacional de la década del 70 es un arma de doble filo. Desterrar o intentar dañar el consenso democrático del “nunca más” que nos sostiene como sociedad democrática inalterable desde hace 40 años es sumamente peligroso. Que intenten convencer a la sociedad de lo contrario es tendencioso y faccioso. Esas dos palabras (nunca más) nos separan y, cual salvavidas, nos protegen de la repitencia.

Pero, incluso, el tema de la simbología va mucho más allá. En la reciente asunción del flamante nuevo presidente de Estados Unidos, Donald Trump, uno de los sujetos más tétricos de nuestra época actual, el magnate Elon Musk -elegido por Trump para formar parte de su gabinete-, cerró su discurso público con el saludo típico de la Alemania nazi. Por supuesto intentaron desmentirlo, minimizarlo, excusarlo pero ese tipo de símbolos no se tapan con un dedo. Están presentes en la memoria colectiva de toda la humanidad. Esos símbolos y todo lo que representaron están impresos a fuego en cada libro de historia que recabó los hechos más oscursos del siglo anterior. Luego, “nazi las pelotas” dijo Milei, porque Hitler era zurdo. Y ahí es donde hay que poner un stop. Una cosa es que influencien o tergiversen los hechos con un fin ideológico y otra cosa es que la tengan tan fácil al punto de manipular a la opinión pública porque sencillamente son burros. Yo puedo entender que los argentinos no tengan la historia de cien años atrás fresca en la memoria y se dejen convencer con respecto a la década infame, en la cual gobernó la oligarquía sobre una sociedad cuasi esclavista, y que repitan con Milei que esa época fue gloriosa y exitosa y que tenemos que volver a esos valores. Yo lo puedo entender, de verdad. Pero la Segunda Guerra Mundial la estudiamos todos. Y muchos que aún viven la padecieron o la vieron en directo. Entonces, ¿Hitler era zurdo? ¿El mismo Hitler que perseguía, cazaba y asesinaba a los judíos marxistas?

Insisto que el problema ya no son ellos sino nosotros. ¿Tan distraídos estamos? Y si alguno se cuestiona por qué es tan importante o relevante que Musk haya hecho ese gesto, que en todo caso puede caracterizarse como un saludo amistoso, a ese distraído habrá que explicarle que los símbolos preceden a las acciones. Hitler no empezó a matar el día uno. Fue un proceso democrático de varios años que lo llevó a ir escalando peldaño por peldaño, convenciendo a su nación, para llegar a ejecutar su plan asesino y delirante con la connivencia de cientos de miles de ciudadanos alemanes. Todos cómplices del genocidio, por acción u omisión.

Finalmente, estos nuevos representantes de la ultra derecha mundial, que gozan de una inusitada popularidad y la están aprovechando al máximo, juegan con el lenguaje a gusto y piacere. Dicen y desdicen. Provocan y mienten. Falsean datos. Son los padres orgullosos de las fake news. Todo se vale a la hora de cumplir el objetivo que se autoimpusieron: ganarle la batalla cultural a una izquierza escondida en los recovecos de la cultura, agazapada detrás de lo que ellos consideran el “correctismo progresista”, la “dictadura de la corrección”, que obtura y cancela el derecho a ser facho y con orgullo.

De ahí que sea tan fácil y tan gratis hoy atacar a las minorías: los inmigrantes, los gays, los pobres, los por siempre vulnerables. Prácticamente hay una invitación a golpearlos, hay un goce en la exclusión y el desprecio. Son ellos o nosotros, piensan. Y se equivocan, pero el prejuicio es más grande.

Por último está la base material, ineludible. Yo me pregunto y les pregunto: ¿la economía es sólo inflación? ¿Sólo ese aspecto la define y la abarca? Yo creo que, en un esfuerzo sinecdótico, se toma el todo por la parte para anular una visión más global y, por ello mismo, más compleja del todo social. Podemos tener inflación y ser exitosos también. Estados Unidos lo es y supuestamente es el modelo a seguir por quienes nos gobiernan. El tema es, como siempre, la magnitud. El cómo. El cuánto. Los matices. Algo que cuesta mucho cuando uno tiene un pensamiento absolutista y rígido.

Todas estas revisiones históricas y conceptuales se mueven en el lodo de los resentimientos y la ignorancia, de los cuales se nutren para encolumnar consignas neo autoritarias que logran convencer y seducir a muchos de nosotros. Por convencimiento o por puro arrastre, lo cierto es que estas ideas anti democráticas por definición ganan terreno en el discurso y luego en lo hechos. Lo que a mí me sigue llamando la atención se puede resumir en la siguiente pregunta: ¿dónde está la clase obrera trabajadora con conciencia de clase que no se deja oprimir? ¿Estarán jugando al candy crush con las narices pegadas al celular? ¿O quizás dando me gusta a alguna pavada en Facebook, Instagram o Tik Tok? ¿Dónde están? ¿Son los mismos que votaron a Milei, el que les prometió un ajuste feroz a sus bolsillos? Se entiende perfectamente que los ricos y poderosos apoyen un gobierno neoliberal pero, los abajo, ¿por qué lo harían? ¿qué beneficio les aporta? Si las personas ya no votan pensando en su economía, ¿qué otros factores movilizan el voto? Hago todas estas preguntas porque me niego a creer que ya llegamos a esa parte de la historia en la cual somos todos zombis manejados a control remoto.

En todo este contexto por demás desolador, en la calma previa a la tormenta, resta preguntarnos, ¿en dónde queda la democracia? Ese noble sistema pensado y estrenado por los griegos en los albores de la sociedad occidental, que supo perfeccionarse y traernos hasta acá, con cierta dignidad. ¿En dónde queda? En duda. La democracia como sistema de gobierno está en duda porque está siendo severamente atacado y cuestionado por sectores que buscan recomponer los privilegios que ostentaban cuando la democracia no existía. Por eso se habla todo el tiempo de volver para atrás. Porque antes era mejor, pero para ellos. Esa es la parte que no te dicen. Entonces, cuando te inviten a ir para atrás, al granero del mundo, al saludo nazi, hay un escudo que te protege contra esas pseudo invitaciones: se llama libro. Ahí podés consultar cómo era la Argentina de principios de siglo XX, qué lugar ocuparías vos en un eventual retorno de ese esquema social en el cual la mayoría de la población era analfabeta. También podés volver a leer quién era Hitler, qué hizo, cómo asesinó a 6 millones de personas, incluidos niños y ancianos, en cámaras de gas. Cómo obligó a su ejército a asesinar a cientos de personas por día y arrojarlos a fosas comunes mientras debían emborracharse para tolerar el horror. El revisionismo está bien cuando lo que se revisiona tiene como objetivo una mejora hacia el futuro. Pero cuando el objetivo del revisionismo es volver hacia una época oscura y ruin, por favor preguntate, cuestionate por un minuto, ¿por qué querríamos volver allí?

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