Trascender la vida, destruyéndola
¿La vieron? The Vanishing (El rapto) es una
película de 1993 protagonizada por Sandra Bullock, Jeff Bridges y Kiefer
Sutherland (si no la vieron, les dejo el link). Al igual que me pasó con Rescate,
con Mel Gibson, esta película que vi de muy chica me quedó permanentemente en
la memoria. Y al igual que esa película basada en la novela de Herbet Wells, La
máquina del tiempo, en este film el malo encarnado por Jeff Bridges revela el
origen de su maldad a quien sufre la pérdida de su ser querido mientras va
manejando en la carretera.
Barney
es un hombre de mediana edad, casado y tiene una pequeña hija a quien adora. Él
le va a relatar al novio de la chica que secuestró y desapareció por qué lo
hizo. Y, para hacerlo, mientras conducen con destino a develar su paradero,
comienza a narrarle una anécdota de su infancia. Jeff no quiere oír nada de su
vida, no entiende la relación ni la conexión con la desaparición de su novia
tres años atrás pero Barney insiste. El origen de esta decisión que tomé se
remonta a cuando era niño, le confiesa. Un día común y corriente Barney, que
leía tranquilamente en el balcón de su casa, se preguntó qué pasaría si
saltara. Sin pensarlo mucho más, se arrojó al vacío. Sobrevivió a la caída
aunque debió recuperarse de las secuelas. Transcurrieron los años y nunca
volvió a tener un pensamiento como ese. Hasta que en uno de sus cumpleaños, su
hija y su esposa celebraron su vida y él sintió que debía hacer algo para
merecer el amor de su hija. En sus palabras: “Tenía que demostrarme a mí mismo
que era capaz de hacer una bondad como de hacer una auténtica maldad, de lo
contrario no merecería el amor de mi hija”. Esto le confesó el secuestrador
de Diane a su desesperado novio.
En el
anterior posteo empecé a exponer la obra Psicoanálisis
de la sociedad contemporánea (1955) del psiquiatra Erich Fromm. Como vimos,
él plantea, al igual que lo hago humildemente yo, que nuestra sociedad está más
enferma mentalmente que la sociedad del siglo XIX, incluso a pesar de los
enormes avances en vastas áreas. Y lo demuestra a través de argumentos construidos
con datos de la realidad que funcionan, tal como lo veo yo también, como
síntomas de un cuerpo enfermo: el cuerpo social.
“Solo hay una pasión que satisface la necesidad que
siente el hombre de unirse con el mundo y de tener al mismo tiempo una
sensación de integridad e individualidad, y esa pasión es el amor. El amor es
unión con alguien o con algo exterior a uno mismo, a condición de retener la
independencia e integridad de sí mismo. En el sentimiento del amor reside la
salud. El narcisismo es la esencia de todas las enfermedades psíquicas graves.
La forma mas extremada de narcisismo se encuentra en todas las formas de
locura. El hecho de que el fracaso total en el intento de relacionarse uno con
el mundo sea la locura, pone de relieve otro hecho: que la condición para
cualquier tipo de vida equilibrada es alguna forma de relación con el mundo.
Pero entre las diversas formas de relación, solo la productiva, el amor, llena
la condición de permitir a uno conservar su libertad e integridad mientras se
siente, al mismo tiempo, unido con el prójimo.
Hay
otra manera de satisfacer esa necesidad de trascendencia: si no puedo crear
vida, puedo destruirla. Destruir la vida también es trascenderla. En el acto de la
destrucción, el hombre se pone por encima de la vida, se trasciende a sí mismo.
Creación y destrucción, amor y odio, no son dos instintos que existan
independientemente”.
Algo
de esto vimos con Freud cuando habla de la ambivalencia
afectiva como dos caras de una misma moneda. Fromm intenta despegarse de
Freud porque no comparte la postura del padre de la psicología con respecto a
que la agresividad del hombre es inextirpable y que la vida en sociedad, en
tanto frustra los instintos naturales del hombre, es la causa de todas las
enfermedades mentales. Debo conceder que tiene razón cuando señala que, a
diferencia de lo que creía Freud en su época -que si disminuyera mucho la
represión sexual disminuirían, en consecuencia, las neurosis y todas las formas
de enfermedad mental-, hoy podemos afirmar que vivimos en una época de gran
avance de las minorías y de libertades sexuales ampliamente legitimadas y, sin
embargo, no se observa una mejora en la calidad del tejido social.
El personaje
de Jeff Bridges -Barney- podría entrar en la definición de Fromm de “indolente”,
una persona que sufre de tedio al no saber qué hacer de su vida. Nada lo
conforma. Tiene trabajo, familia, amigos, una vida ordenada y feliz pero él
necesita trascender. Necesita algo más… ¿para sentirse vivo? Por eso un día
elabora un plan macabro. Siendo él claustrofóbico no puede imaginarse una forma
más trágica de morir que enterrado vivo. Planifica su crimen con detalle y
elige a su víctima ideal, quien casi se arroja a sus manos por puro capricho
del destino. Diana (Sandra Bullock) se detuvo en una estación de servicio con
su novio a cargar nafta y se dirigió al autoservicio a comprar unas bebidas. Como
su billete era rechazado por la máquina, le pidió ayuda al señor que tenía al
lado que infortunadamente era alguien abocado secretamente a la cacería de su
conejillo de indias. El final se lo podrán imaginar.
¿Por
qué traigo esta película a este blog? Porque mientras Barney le cuenta lo que
hizo al novio de Diane lo hace con alegría, con orgullo. Su proyecto de vida,
lo que él hizo para impresionar a su hija y ser digno de su amor, consistió en
destruir la vida de otra persona. Esa fue la forma que él encontró para
trascender-se. Entonces, dejando de lado la ficción, me pregunto: ¿cuántos Barneys
habrá allí sueltos desarrollando este mismo tipo de ideas? Yo insisto con que, más
allá de que los psiquiátras puedan, en toda ley, diagnosticar de psicópata a
una persona que realiza este tipo de acción donde no se evidencia la presencia
de la más mínima empatía, hay una cuestión subyacente, más de fondo, más
estructural que no tiene que ver con los síntomas mentales visibles sino que es
de raigambre social. Así como Durkheim
pudo estudiar en detalle el fenómeno del suicidio -que no es ni más ni menos
que atentar contra la vida de uno mismo-, tenemos que empezar a ver en los
crímenes que no se originan en las condiciones materiales e históricas (es
decir, aquellos que no tienen ninguna conexión con el atentado contra la
propiedad privada o robo, sino que entran en la categoría de “crímenes sin
razón” en palabras de Foucault), una conexión con la estructura social que
sostiene y me atrevo a decir propicia dichos crímenes.
“Creación
y destrucción, amor y odio, no son dos instintos que existan independientemente”,
dice Fromm. En ese sentido, los padres que con amor crean a sus hijos, con el
mismo odio los destruyen, golpeándolos y violándolos hasta morir. Ya no se
trata de películas de Hollywood. Como se dice usualmente, la realidad supera a
la ficción. Estamos rodeados de crímenes que exhiben una crueldad inmensa y que
no tienen nada que ver con robo, venganza, hambre ni ninguna pasión que se le asemeje.
No. Son otra cosa. Se parecen más a crímenes en los cuales el que se coloca
en el lugar del asesino se convierte de repente en alguien todopoderoso con la
capacidad de destruir otra vida humana. Ese poder hacer, que
hasta hace un par de décadas no se trascendía con tanta frecuencia, sino más
bien quedaba rezagado a las siempre presentes excepciones, hoy asoma cada vez
con más presencia y es así donde debemos identificar los síntomas de una
sociedad enferma que se rompe, como siempre, por los elabones más débiles.

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