“Tome, señora, aquí está la compensación por el crimen de su hijo”
En un mundo plenamente libertario como
pretenden Milei y compañía, la idea de justicia sería bastante distinta a como
la conocemos hoy. Es sabido que todos estos profetas del libre comercio tienen
una manifiesta discapacidad que les impide ver las cosas sino a través de la
lógica de la rentabilidad. Así sería también con los actos de justicia y con
los delitos.
Entonces, tomando como ejemplo un caso
icónico y emblemático, y que apenas ayer contó con una novedad por demás
llamativa -la publi
nota de Máximo Thomsen desde la cárcel-, según el manifiesto libertario que escribió Murray Rothbard, a Graciela y
Silvino los condenados deberían aportarles una cuantiosa suma de dinero como
modo de compensación y reparación por el crimen perpetrado contra su familia.
No estoy exagerando. La biblia que recita
Milei constantemente dice expresamente: “En la sociedad libertaria no habría fiscales que
enjuiciaran a los criminales en nombre de una sociedad inexistente, actuando
incluso contra los deseos de la víctima del crimen. Ésta decidiría por sí misma
si presentar cargos o no. Además, en un mundo libertario se podría iniciar un
juicio contra un malhechor sin tener que convencer al fiscal para que proceda. En
este sistema penal no se pondría el acento, como sucede ahora, en el hecho de
que la sociedad mande a prisión al criminal sino, necesariamente, en obligar a
éste a restituir a la víctima por su delito. En el actual sistema, la
víctima no es compensada sino que además tiene que pagar impuestos para
sufragar el encarcelamiento de su agresor”.
Ya repasamos en el anterior posteo el negacionismo de la sociedad como tal, todo lo cual les da el impulso
para degradar todas las formas de ciencias sociales. Aquí lo vemos en conexión
con el sistema judicial. “No habría
fiscales que actuaran en nombre de una sociedad inexistente”, eso quiere decir que el crimen de
Fernando Baez Sosa, por ejemplo, sería un conflicto entre partes privadas. La
sociedad, es decir todos nosotros, no tendríamos derecho a opinar, mucho menos
a tomar parte.
Imagínense si a Graciela le dijeran “tome
señora, aquí está la compensación por el crimen de su hijo”, mientras los
culpables, luego de reunir los fondos suficientes, pudieran seguir con su vida
como si nada. Yo me pregunto qué diría la señora. ¿Ustedes creen que estaría
conforme? Resulta que Graciela y Silvino son seres humanos de carne y hueso,
con un corazón latiendo fuerte, con valores y ética a la vista. Ningún dinero
puede igualar el valor de una vida humana. Pero claro, ¿cómo explicarle eso a
personas con semejante tara mental que no pueden sino analizar cada situación a
partir de variables económicas?
Pero si el más común de los sentidos no
alcanza para refutar esta tesis social absurda y cruel, analicemos cuestiones
prácticas. Si los fiscales no actuaran en beneficio de la sociedad y el orden,
sino como mandatarios particulares a sueldo, todo quedaría reducido a,
nuevamente, transacciones comerciales entre las partes. Oferta y demanda. El
que pueda pagar el mejor fiscal con los mejores recursos ganará el caso. Pero
además, si todo el sistema judicial fuera de naturaleza privada, ¿cómo se
garantizaría la objetividad a la hora de juzgar? ¿Cómo esconderían los
conflictos de intereses? Y yendo aún más lejos, ¿qué justicia obtendría alguien
que no pudiera pagar por ella?
Como ven, vuelvo a insistir en que todo el
planteo libertario es infantil, tirado de los pelos, forzado con calzador y
abiertamente sectario y cruel. Es una apología del sálvese quien pueda,
en la forma más literal que lo puedan pensar. Llegan tan lejos como para
proponer que la policía sea privada, que los tribunales sean privados. Pero no
me crean a mí. Lean. Busquen en esas horribles páginas estas ideas que
transcribo, para exponerlas y denunciarlas. ¿Cómo podría un simple trabajador
como cualquiera de nosotros pagarse su propio sistema individual de seguridad y
defensa? ¿Con qué plata?
Hablan de “reembolsar” a la víctima, de
deudores y acreedores. ¿Cómo se imaginan explicarle a una madre que le mataron
al hijo que la justicia que recibirá sera una compensacion económica? Insisto,
esta gente no tiene corazón, se lo extirparon.
Lo más triste de todo esto es que si Milei
no fuera presidente, probablemente ni siquiera estaríamos al tanto de estas
“propuestas” de reordenamiento social (aclaro que este capítulo de la justicia
no se divulgó todavía pero no creo demore mucho). Me atrevo a decir que incluso
serían objeto de burla y desacreditación. Pero, infortunadamente, nos gobierna
una persona que es un fiel acólito de estas ideas y que, de la manera más
inexplicable, logra convencer y cooptar a cada vez más ciudadanos que apoyan
vehementemente estas políticas, probablemente sin una cabal comprensión de sus
implicancias. Por eso es peligroso.
Para cerrar, no sé si vieron la entrevista
que dio Thomsen a Telenoche. Si bien los periodistas se encargaron de dejar en
claro que la única víctima de este caso es aquel que yace bajo tierra, para
asegurarse que no les salte toda la sociedad encima, quedó en evidencia la
onerosidad de esa nota, la estrategia judicial de cara a una posible liberación
a manos del nuevo y costoso abogado contratado. También se vio el coaching
administrado al condenado, a quién dirigir las balas. Incluso tuvo el tupé
Thomsen de acusar al muerto, el que no puede defenderse. De señalarlo como el
que inició la pelea, el que dio la primera piña, el que continuó burlándolos en
la calle. Como si todas esas cuestiones pudieran en algún recóndito lugar de
fantasía avalar o justificar la agresión de la que fue víctima después.
Pero quiero resaltar una frase en particular
que dijo el entrevistado: “lo que más deseo es volver el tiempo atrás para que nada de esto
hubiera pasado”. Yo
creo que ese es un deseo genuino y auténtico. Lo que más les pesa a estos
rugbiers no es haber matado a alguien sino la perpetua. Y, en ese sentido, si
vuelven el tiempo atrás y no matan a nadie, no están en la cárcel. Por eso,
cuando todo el tiempo en este humilde blog hablamos de contener las pasiones,
de dejar lugar a la razón por sobre el deseo, al superyo por encima del ello,
de reprimir las tendencias hostiles que brotan como lava interna, hablamos de
esto precisamente. De prevenir crímenes.
Yo también creo, con Thomsen, que ellos no
querían matar a Fernando. Pero no porque les importara la vida de él, sino la
propia. El problema estuvo en que tenían tan pero tan corrida la línea del límite,
coqueteaban tanto con la muerte y el exceso, lo gozaban tanto como para
filmarlo y convertirse en vouyeres de sus propios vicios, que un día un cuerpo
no resistió y caducó. Y lo que vino después fue lo que los trajo de vuelta al
centro del entramado social. Quedaron captados por la sociedad como deudores,
pero no tan solo de Graciela y Silvino por el hijo que le arrebataron, sino también
de todos los millones de espectadores (directos, indirectos, virtuales, presenciales)
que tuvimos que ver la impunidad con la que remataron a un pibe de 18 años en
la vía pública, delante de todos. Y lo que nos deben, evangelistas libertarios,
no es dinero. Nos deben tiempo de castigo. Porque la justicia penal nada tiene
que ver con lo monetario.
El caso de Fernando Baez Sosa es uno de los
ejemplos más concretos que explican y muestran la enfermedad
social, a partir de exponer sus síntomas. Un grupo de pibes criados
fuera de la norma, por los motivos que sea, que acumulan una serie de
antecedentes fortuitos que no prendieron la alarma de nadie y que solo
sirvieron para acrecentar su sentimiento de impunidad. El día que murió
Fernando, ¿saben por qué pudieron hacer lo que hicieron, comer una hamburguesa
y desplomarse en la cama? No lo digo yo, lo dice Freud: “la
culpa actúa como dique para limitar la desmesura pulsional”. Ellos no sentían culpa de
hacer lo que hacían. Al contrario, sentían placer, éxtasis, adrenalina. Por
eso no fue sino hasta que se vieron tras las rejas, con el resto de su vida
truncada, que comenzaron a comprender, lentamente, lo que habían hecho.
El límite que no llegó a tiempo lo terminó
poniendo la sociedad entera, ese ente que los libertarios desprecian pero que,
en este tipo de ocasiones, termina convirtiéndose en el padre que enseña lo que
está bien y lo que está mal. Imagínense la anarquía de vivir todos nosotros sin
reglas claras, sin prohibiciones expresas, tan solo guiados por el “espíritu
irrestricto de libertad” como proclaman los libertarios. Sería una guerra. Si hoy,
con el sistema cultural aún funcionando, ese que nos trajo hasta acá, estamos
viendo grietas romperse y quebrarse con cada nuevo crimen sin razón, piensen
cuánto más rápido se desmoronaría la estructura social sin esa contención.

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