¿Libertad para quién?

Me tomé el trabajo de leer completo el Manifiesto Libertario porque si vamos a criticar algo, primero hay que conocerlo. Reconozco que fue la lectura más difícil que me tocó hacer. Cuatrocientas veintitrés páginas de argumentos forzados, contradicciones, planteos que rozan lo absurdo, graves omisiones y todo impregnado de un espíritu abiertamente sectario. Un vómito. Pero no voy a brindar mi opinión del libertarianismo, que a nadie le importa, sino que voy a contrargumentar punto por punto.

Empecemos por el principio. ¿Cuándo surge el libertarianismo? O, mejor dicho, ¿qué es el libertarianismo? Resulta prudente diferenciar de entrada el liberalismo clásico del libertarianismo. Por más que estos términos se usen, intencionadamente, como sinónimos, no lo son. De hecho, el libertarianismo nace como oposición y criticando a los liberales clásicos. Los acusan de “dejar de ser un movimiento radical para convertirse en un movimiento conservador, en el sentido de estar conformes con la preservación del statu quo”.

Cuando hablamos de liberalismo clásico nos remitimos a la filosofía de John Locke, entre otros, de fines del siglo XVII. En economía, hablamos de David Ricado y Adam Smith (el de la mano invisible), entre otros. El libertarianismo, como escisión del liberalismo, nace en la década del 70 -hace apenas 50 años o medio siglo-, a partir de un editorial en el New York Times escrito por Murray Rothbard (el autor del manifiesto libertario, también conocido como el señor libertario). Inmediatamente después de su publicación, un editor lo convoca a escribir un libro desarrollando sus ideas.

Este radicalismo de derecha que brega por la ausencia total del Estado, que desprotica contra el keynesiasmo, aquella fórmula aplicada para salir de la depresión de posguerra (la de la obra pública como motor de la economía), le disputa al socialismo nada menos que su espíritu revolucionario. O al menos eso intenta. Según Rothbard, “los liberales dejaron el campo abierto para que el socialismo se convirtiera en el partido de la esperanza y del radicalismo”. De manera que, según él, el socialismo se les escapó a los liberales. Creo que uno de los peores errores que se puede cometer es subestimar al oponente. Por ese mismo motivo, no debemos subestimar a una ideología recauchutada que rápidamente consigue armarse y dar con el poder mediante elecciones democráticas. Pasó en Argentina con Javier Milei, pasó antes en Estados Unidos y está pasando en otros países del mundo. Estas ideas radicales de derecha han encontrado un público cautivo al que seducen con motivos muy específicos que abordaremos más adelante y cuyo ascenso al poder es meteórico y, por eso mismo, llamativo.

Pero detengámonos primero en una palabra clave: “esperanza”. El libertarianismo apunta a demarcarse como un movimiento revolucionario, como lo fue el socialismo en su momento, y convoca a sus seguidores desde la idea de la esperanza. En la esperanza, el tiempo ocupa un lugar central: se trata de esperar, apoyando y apostando en el mientras tanto, por la promesa de un futuro mejor. No hay nada más religioso que este tipo de discurso que pone el eje en el porvenir y no en el presente, al cual se renuncia y se ofrenda a cambio de algo supuestamente mejor en lo que se elije creer. Como decía en un post previo, el voto a Milei es un voto de fe. Tiene que ver con una creencia. Lo caractericé incluso como un salto al vacío. Recordemos además, para terminar de delimitar este discurso, que la propaganda política de la Alemania de 1933 presentaba a Hitler como “la última esperanza”. Nada es casual ni mucho menos ingenuo.

Cabría preguntarse qué pasará cuando los seguidores de la primera experiencia libertaria en Argentina descubran que no hay tal paraíso. Para tener un parámetro de comparación, la primera ministra libertaria británica duró en el cargo apenas 44 días. Luego de aplicar el plan de ajuste brutal y evidenciar rápidamente sus resultados, el parlamento pudo destituirla y corregir el rumbo gracias a su tipo de sistema político. Nosotros no tenemos esas herramientas, por ende me atrevo a decir que el daño en nuestras latitudes será más profundo.

En el manifiesto libertario de Murray Rothbard se presenta el “credo libertario” (seguimos con las referencias explícitas a discursos de tipo religiosos). Son tres principios básicos:

1.       El derecho absoluto de cada hombre a la propiedad de su cuerpo;

2.       El mismo derecho igualmente absoluto a poseer y por ende controlar los recursos materiales que ha encontrado y transformado;

3.       El derecho absoluto a intercambiar o entregar la propiedad de esos títulos.

Creo que con el único que no puedo discutir es con el primero. Los otros dos son polémicos. En primer lugar, identifiquemos que la teoría libertaria es una teoría del pensamiento único, del absolutismo. No hay medias tintas, no hay relatividad, todo lo piensan en términos absolutos. Eso, a mi modo de ver, es uno de los principales obstáculos porque opone una resistencia frente a cualquier circunstancia que no se adapte a esta serie de mandatos férreos e inapelables. Es decir, son ortodoxos, cuadrados, inflexibles.

Pero eso sería lo de menos. Vamos a desarmar el discurso libertario para identificar a quiénes defienden y por sobre quiénes. Hablan de “recursos materiales encontrados”. No comprados, no alquilados, no heredados. Encontrados. Esta figura remite al colono, al pionero, a esas primeras personas que colonizaron y ocuparon grandes fragmentos de tierra…en el siglo XV!! Si hablamos de propiedad legítima de la tierra, no hay referencias en el manifiesto libertario a los dechos de los primeros y reales habitantes: los indígenas, a quienes se despojó y expulsó mediante verdaderos genocidios llevados a cabo en nombre de la razón y la cultura.

Los libertarios partidarios de los derechos naturales son aquellos que tienen una teoría de la justicia según la cual los títulos de propiedad no dependen de decretos gubernamentales”, dicen. Es decir, que no conciben una forma jurídica de legalizar esos títulos de propiedad. No sería necesario desde su punto de vista porque “el primer usuario y transformador de esta tierra es el hombre que primero pone a producir esta cosa sencilla y sin valor y le da un uso social”. De manera que donde ellos dicen que “el productor tomó posesión de la tierra por derecho natural”, yo leo, como corresponde, “apropió”.

Pero si queremos pasar por alto esta desfachatez de defender y ponderar okupas, vayamos a una cuestión técnica y práctica. ¿Qué tierras o recursos quedan “por encontrar”? En un mundo densamente poblado, organizado políticamente en Estados nación soberanos de sus territorios, ¿cómo encaja este nuevo mundo libertario que pretenden promover? ¿Sabían que en el dichoso manifiesto libertario proponen abiertamente y sin sonrojarse vender parcelas de ríos, océanos, mares y hasta el propio aire? Hablan de vender rutas áreas e incluso cada calle del entramado urbano estaría a la venta para pasar a formar parte del patrimonio de individuos o empresas. Yo me pregunto, ¿quién compraría calles en la Villa 31? Un supuesto producto que no tiene rentabilidad, que no es atractivo para el inversor, ¿en manos de quién quedaría?

Cuando Murray se auto pregunta qué pasaría con el derecho a huelga, se auto responde insólitamente que los manifestantes deberían pagar el alquiler de las calles para poder hacer uso de ellas. Así como lo leen. Estaría bueno revivirlo para traerlo a la marcha universitaria del 23 de abril en Argentina con el millón de personas copando cada rincón de la ciudad o al próximo paro del 9 de mayo. Seamos serios.

En mi opinión, uno de los más graves errores en los que incurren los libertarios es no tener en cuenta el factor humano. En sus ecuaciones, en sus cálculos, en sus gráficos, en sus proyecciones no incluyen el signo de pregunta: ¿cómo reaccionará el pueblo? Cuando Milei dijo en campaña que la gente tenía algo así como “la libertad para morirse de hambre”, ¿realmente creyó que frente a los recortes, frente al ajuste, frente a la devaluación, las personas damnificadas por sus políticas se iban a quedar en sus casas (si las tuvieran) muriéndose de hambre? ¿Sigue creyendo esto después de las marchas, los piquetes y las huelgas masivas? ¿Será que piensa ganar por cansancio? El ser humano es un animal y no dudará en desplegar su más acérrimo instinto de supervivencia. Nadie elige morirse de hambre. El suicida decide acabar con su vida por múltiples motivos pero nunca mediante una huelga de hambre. El único personaje de la historia que usaba la autoflagelación del hambre como modo de protesta era un pacifista: Ghandi. ¿A qué voy con esto? A que estamos en manos de 1) improvisados, ingenuos y desalmados o 2) todo se trata de un plan deliberado y oportunista dado el contexto que habilita que este tipo de discursos calen hondo en gran parte de la sociedad (la caída y agotamiento del modelo kirchnerista).

El problema con estos economistas ortodoxos, a mi modo de ver, es que conciben su disciplina por fuera de la teoría social. Ellos creen efectivamente que la economía es una ciencia exacta. Se ve que no prestaron atención en clase cuando les explicaron que la economía es, por definición, una ciencia social. Sin entrar en demasiados detalles, es social porque se desarrolla en el ámbito de una sociedad dada formada por personas humanas cuyo comportamiento posee en forma intrínseca una gran cuota de imprevisibilidad. El problema es aún más grave y es de fondo porque la teoría libertaria llega tan lejos incluso como para negar la existencia misma de la sociedad. En sus palabras: “La sociedad es una abstracción que en realidad no existe. No hay una entidad llamada sociedad, sólo hay individuos que interactúan. Sólo los individuos existen, piensan, sienten, eligen y actúan. La sociedad es un concepto colectivo y nada más, es una convención para designar a un número de personas”. Duelen los ojos, ¿no? El desprecio, la desacreditación de las ciencias sociales como campo de estudio científico es total. Lo más gracioso es que será el vector social el que termine derrumbando su teoría económica.

Pero bueno, vayamos a lo nuestro. A responder y a contrargumentar como sabemos. Aristóteles fue el primero en establecer que “el todo es más que la suma de las partes”, premisa que luego será retomada y profundizada por la teoría de la Gestalt en Alemania, donde nace la psicología social de la mano de Kurt Lewin en 1935. Freud, en Psicología de las masas y análisis del yo, estudió en profundidad las múltiples relaciones que se establecen entre el individuo y las distintas masas a las que se integra y cómo éstas modifican y alteran su comportamiento. A la magnífica teoría del inconsciente de Freud, Carl Jung le sumó el concepto de inconsciente colectivo para denominar todas aquellas experiencias comunes a todos los seres humanos que se transmiten de generación en generación (las sesiones ahora populares de constelaciones se hacen en base a esta teoría con resultados concretos y evidenciables). Durkheim, desde la sociología estudió y probó la existencia de una tendencia colectiva hacia el suicidio en la sociedad de su época.

En resumen, no se puede cancelar todo un siglo de investigación tan solo diciendo “la sociedad no existe”. ¿Dónde están los argumentos científicos que probarían esta supuesta inexistencia? La ciencia no se maneja por decreto sino por investigación. Además, Rothbard recurre en varias oportunidades al término “social” para describir situaciones que no pueden describirse de otra manera que no sea con términos colectivos y esto es así porque las tendencias, así como los pensamientos colectivos, son de otra naturaleza que las tendencias y los pensamientos individuales. Los primeros tienen caracteres que no poseen los segundos. Si el todo social fuera equivalente a la exacta suma de sus partes, no existiría una vida colectiva independiente de los individuos. La psicología social nos demuestra que el sujeto social tiene sus leyes propias, y que estas leyes no son las de la psicología individual.

Voy a señalar dos aspectos centrales del manifiesto libertario que nos permitirán ver con mucha claridad, no sólo las contradicciones y las omisiones tendenciosas, sino también los objetivos ocultos de estos fundamentalistas. En primer lugar, es sabido que la teoría libertaria plantea que el Estado es el principal agresor porque lo que denomina cobro de impuestos no sería más que un robo forzado e inmoral. Es muy curioso que se auto perciben como “el niño de la fábula que se obstina en decir que el emperador está desnudo”. Es decir, los libertarios serían una especie de iluminados con la capacidad de señalar lo evidente pero ampliamente ignorado por el resto de la sociedad. Tengo para responder dos cosas: ¿quiénes seríamos entonces los que vemos al león desnudo y su increíble agilidad para desmantelar al Estado en provecho de unos pocos? Y luego, siempre creí personalmente que el actual y moderno sistema de impuestos era un lavado de cara con respecto al diezmo de la servidumbre feudal. Como bien señalan los libertarios, el cobro de impuestos mantiene el carácter coercitivo pero hay una diferencia fundamental entre ambos modelos y tiene que ver con que todo ese dinero recaudado a través de impuestos vuelve al ciudadano bajo la forma de alumbrado y barrido, seguridad y policía urbana, hospitales y escuelas públicas, etc. El siervo era una especie de esclavo del señor feudal y no contaba con ningún tipo de derechos. Hoy, por el contrario, podemos ver cómo las obligaciones ciudadanas igualan a los derechos adquiridos.

Siguiendo con esta lógica, cuando el libertario pregunta cómo se podría definir al cobro de impuestos de manera que lo diferencie de un robo, yo le contestaría en términos muy simples: la justicia social permite y habilita una redistribución de la riqueza mediante un esquema solidario en el que los que más tienen colaboran con el desarrollo de los que menos tienen. Pero claro, ¿cómo encajaría este modelo solidario en una cosmovisión absolutamente individualista en la cual lo único que importa es el bienestar propio? El libertarianismo plantea una libertad irrestricta individual sin visión de comunidad, por eso probablemente rechazan el término sociedad y todo lo referente a lo social y colectivo porque son las formas que tenemos los seres humanos de agruparnos por un bien común.

Además, este planteo con respecto a los impuestos busca instalar una nueva lucha de clases. Ya no entre trabajo y capital sino entre “aquellos que pagan los impuestos (los contribuyentes) y aquellos que viven de los impuestos (los consumidores de impuestos)”. De entrada vamos a discutir las falacias intrínsecas de este razonamiento. En rigor, todos somos contribuyentes (tómese el IVA por ejemplo, el impuesto más regresivo y que nos atraviesa transversalmente ya que todos lo pagamos con cada bien o servicio que consumimos); y todos, a su vez, consumimos impuestos, desde la policía que nos cuida a todos, pasando por el tendido eléctrico, la sanidad de las calles, la disponibilidad de servicios públicos como educación y salud, entre otros. Entonces, esa guerra que quieren instalar entre quienes se consideran los culpables del exceso del gasto público (recuerden este post sobre los empleados públicos) y las víctimas del poder estatal (atención con esta caracterización) ya está dando sus frutos. Cuando hablábamos en el anterior post de identificar desde dónde las relaciones efectivas de sujeción fabrican sujetos militantes de alguna cuestión (apelando a Foucault), habría que agregar que las promesas de campaña de Milei con respecto a reducir el Estado y el gasto público contaron con el apoyo del voto porque se les hizo creer falsamente a los pagadores de impuestos (que ya vimos que somos todos) que son víctimas del modelo asistencialista. Así lo explica Rothbard: “lo que esperamos es convertir en libertarios a todos aquellos que son víctimas del poder estatal, no a los que obtienen provecho de él. La posición libertaria demanda la total abolición del asistencialismo gubernamental y de la dependencia de la caridad privada, sobre la base de que de este modo necesariamente se ayudará a los pobres merecedores a adquirir independencia lo más rápido posible”. ¿Quiénes serían los “pobres merecedores” y, en consecuencia, a quiénes perfilan como los “pobres no merecedores”? Este discurso es a todas luces elitista, esnobista, exhibe una supuesta superioridad de clase y, en el fondo, oculta el clásico racismo que creíamos enterrado luego del Holocausto.

La segunda cuestión a destacar, y que se conecta con el tema impositivo, tiene que ver con un error conceptual grave que yo califico como omisión tendenciosa. En el manifiesto libertario se plantea el siguiente ejemplo: “Supongamos que el gobierno establece un impuesto bajo y distribuido en forma aparentemente igualitaria para pagar la construcción de una represa. En este mismo acto toma dinero de la mayoría del público para entregárselo a los que son netamente consumidores de impuestos: los burócratas que dirigen la operación, los contratistas y los trabajadores que construyen la represa”. ¿Qué falta acá? Rothbar omite referir una parte fundamental: la entrega de dinero obtenido por impuestos se da a cambio de un trabajo. El Estado paga a los obreros por su mano de obra y obtiene a cambio un resultado tangible, una represa. Es una transaccion comercial que nada tiene de donacion.

Pero entonces, ¿qué es lo que oculta el discurso libertario? Nada más ni nada menos que las condiciones materiales de producción y la lucha de clases, esa que intentan almidonar bajándole el precio y suplantándola por una lucha fláccida entre pagadores de impuestos y supuestos consumidores ociosos de impuestos. El libertarianismo es una una teoría utópica que omite ponderar un tema clave que es el conflicto social. La lucha de clases es inherente al desarrollo de cualquier sociedad y ningún ideal podrá extirpar esa realidad intrínseca y determinante. A menos que, como bien expone el panfleto libertario, solo se tome en consideración a los “hombres libres” como destinatarios únicos de este modelo que son, obviamente, aquellos individuos con la solvencia suficiente para ejercer su libertad. Por eso debemos preguntarnos, ¿libertad para quien? Siempre que haya un ejercicio irrestricto de la libertad individual, esa libertad liberada sin ataduras ni condiciones, chocará, necesariamente, con la libertad del otro. Y ese otro será inevitablemente privado de su libertad porque, como bien nos enseñaron de chiquitos “mi libertad termina donde empieza la libertad del otro”.

Dije previamente que la guerra que pretenden instalar entre los supuestos culpables del exceso del gasto público y sus víctimas ya estaba dando sus frutos. Me refería concretamente a un episodio reciente que sucedió en la capital de Tucumán y que pinta de punta en blanco todo este asunto, a la vez que me permite conectar este tema con el objetivo de este blog que es hablar de violencia social. Estudiantes universitarios de una escuela privada se agarraron a trompadas en la calle con estudiantes de una escuela pública técnica en lo que fue un gran revuelo. Dos medios nacionales levantaron la noticia y miren qué curioso: tanto Infobae como La Nación evitaron informar sobre la causa del enfrentamiento que mantienen como una incógnita para los lectores, aduciendo que se desconocían los motivos que lo originaron. Sin embargo, yo que me enteré del hecho por Twitter a través de ver videos y relatos de testigos oculares del hecho pude saber que la causa de la pelea tenía que ver con un hecho muy concreto: los estudiantes de la escuela privada estaban pidiendo que se recorte el presupuesto provincial para educación pública. Independientemente de quién dio el primer golpe, que por supuesto será un factor muy importante a considerar, lo que me gustaría resaltar de este hecho son dos cosas. En primer lugar, preguntarnos por qué un adolescente que transita su educación privada sin inconvenientes de repente siente una especie de molestia porque otro pibe de su misma edad se eduque en el sistema público. ¿No tendrá que ver con los discursos de odio que emanan sin filtro desde presidencia y desde el partido libertario, del cual estos chicos de la escuela privada decían ser referentes? En segundo lugar, tenemos que poner el foco muy especialmente en la labor de los medios porque el hecho de omitir informar sobre la causa del conflicto, que claramente evidencia una escalada de violencia producto de la política sectaria y racista que impone el gobierno de Milei, no debería pasar desapercibido. Así es como los medios dan legitimidad a un gobierno fascista a la vez que ocultan de la opinión pública los efectos demoledores de sus políticas de exterminio.

Entonces, reitero la pregunta: ¿libertad para quién? Evidentemente para el pibe de la escuela privada por sobre el estudiante de la escuela pública, porque una persona de bajos ingresos sin acceso a la educación como pretenden imponer, difícilmente pueda gozar de la libertad de trabajar de lo que le guste o simplemente vivir dignamente. Las cuestiones materiales, esas que omiten referir en el manifiesto libertario, determinan en forma directa la supuesta libertad de las personas.

Por último, Murray Rothbar cierra su manifiesto diciendo lo siguiente: “crecemos porque las condiciones están maduras. En cierto sentido, como en el libre mercado, la demanda ha creado su propia oferta”. En nuestro caso, la demanda de revanchismo contra el “negro planero” y el “ñoqui estatal” ha creado al primer -y espero último- gobierno libertario argentino.

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