Contrarrestar la anomia subiendo la corriente altruista: receta para disminuir las muertes violentas

En anteriores posteos describimos los tres tipos de suicidios que Durkheim identificó en la sociedad de su época: egoísta, altruista y anómico. El primero se relaciona con un individualismo excesivo; el segundo, por el contrario, con un individualismo insuficiente y, el tercero, procede por una desorganización social producto de la falta o incongruencia de las normas sociales. Estas tres categorías se observan en la forma de “corrientes”, dice Durkheim. ¿Cómo sería? Podríamos pensarlo como corrientes de un río, que traccionan los sedimentos hacia una determinada dirección. Así, explica Durkheim, “esas tendencias de la colectividad, al penetrar en los individuos, influyen sobre ellos y los impulsan a matarse. La víctima es un eco del estado moral de la sociedad”.

Por eso mismo el suicidio, más allá de presentar todas las connotaciones de un hecho individual y privado, también reviste un carácter social en la medida en que nadie se suicida sin antes desligarse de las bases sociales. Ya sea por melancolía lánguida (suicidio egoísta), por un renunciamiento colectivo (suicidio altruista) o por un cansancio exasperado (suicidio anómico), lo que Durkheim pudo comprobar es que esas corrientes que, dependiendo del momento histórico, toman formas distintas, son las que inclinan al hombre en determinada dirección. Es decir, su paso a la acción (o no) está directamente influenciado por tendencias sociales. Por eso decimos que las circunstancias inmediatas (supuestas causas) que intentan explicar un acto de suicidio son solo excusas.

Entonces, retomando la tesis de Durkheim sobre el suicidio, que dice que “cada sociedad humana tiene para el suicidio una aptitud más o menos pronunciada y que cada grupo social tiene una inclinación colectiva que le es propia y de la que proceden las inclinaciones individuales”; podemos pensar en la posibilidad de que esto mismo suceda con los homicidios. ¿Será así? ¿Será que las inclinaciones a matar violentamente a otro proceden de corrientes sociales que nos determinan y que, en determinados individuos más permeables a ellas, se traducen en actos?

La psicología social nos puede ayudar a entender mejor este fenómeno. “Las tendencias, así como los pensamientos colectivos, son de otra naturaleza que las tendencias y los pensamientos individuales. Los primeros tienen caracteres que no poseen los segundos”. Si el todo social fuera equivalente a la exacta suma de sus partes –cosa que sabemos no es cierta-, no existiría una vida colectiva independiente de los individuos. La psicología social nos demuestra que el sujeto social tiene sus leyes propias, y que estas leyes no son las de la psicología individual.

Entonces, tenemos dos niveles de análisis: uno micro, al nivel de los sujetos individuales; y otro macro, al nivel del conjunto social. Ambas esferas conviven y se interpelan constantemente.

¿Cómo funciona en la práctica? “Los individuos, al unirse, forman un ser psíquico de una especie nueva que, por consiguiente, tiene su manera propia de pensar y de sentir”. Así lo explica Durkheim desde la sociología. Esto equivale a decir que, de la unión de mí y de ti, nace un sí que nos pertenece (algo así lo entendí de palabras de Rolón). ¿Vieron cuando nos maravillamos por las sesiones de constelaciones en las cuales los individuos que asumen un rol se ven inclinados a actuar de determinada manera que desconocen? Bueno, esas son las tendencias sociales. Lo que se genera en un grupo social que excede las individualidades. Esa es exactamente la fuerza motora que Durkheim intenta describir respecto de la inclinación al suicidio.

Cada uno de nosotros está animado a la vez de un doble movimiento. Nos hallamos arrastrados en el sentido social y tendemos a seguir la inclinación de nuestra naturaleza. Dos fuerzas antagónicas están en presencia: la una viene de la colectividad y trata de apoderarse del individuo; la otra proviene del individuo y rechaza la precedente”. Nuevamente el dúo naturaleza y cultura, presente debajo de cada nueva piedra que levantamos. Determinándonos. Si pensamos este antagonismo de fuerzas como la lucha entre la correcta dosis de individualismo y la correcta dosis de renunciamiento colectivo, encontraremos el equilibrio. Toda fuerza que se encuentra en equilibrio es estable. Dicho de otro modo, los individuos que logran equiparar ambas tendencias, obtienen un grado de estabilidad emocional. ¿Pero qué pasa cuando el ello –hablando en términos de la psicología individual-, se apodera del superyó y hace valer su pretensión? Ese egoísmo primario se impone por sobre las normas sociales, arrasando con ellas.

Esa lucha interna es la que se da en cada uno de nosotros, casi siempre con total ignorancia de nuestra parte. Son procesos psíquicos. ¿Por qué algunos individuos son más permeables que otros a las corrientes suicidógenas (u homicidas)? Habrá que pensar en predisposiciones varias pero, también, en este dato que nos revela Durkheim: “toda clase de corrientes van, vienen, circulan en varias direcciones, se cruzan y se mezclan de mil maneras diferentes y, precisamente porque se encuentran en un perpetuo estado de movilidad, no llegan a concretarse en una forma objetiva”. Además, como la tendencia colectiva encuentra tantas resistencias como sujetos particulares hay, se desgasta en parte en estas luchas múltiples y no nos penetra más que desfigurada y debilitada. Es decir, a las determinaciones propias de la individualidad (genética, historia, contexto) se adicionan las determinaciones sociales.

Resulta interesante la metáfora que utiliza Durkheim para describir a las tendencias colectivas: “son como las fuerzas cósmicas”, dice. Actúan sobre nosotros desde el exterior, determinándonos a obrar. Sería como cuando una sociedad está teñida de un manto de tristeza y decaimiento por algún suceso en particular (pienso en la Argentina de diciembre 2001, los Estados Unidos de septiembre de 2001, la crisis sanitaria por covid19) o, por el contrario, por un impulso alegre y de confianza (Argentina campeona del mundo en fútbol), contagiando los espíritus individuales y su modo de ver y de obrar. Es, también, como cuando una sociedad se ve impregnada de cierto patriotismo o, por el contrario, por la exaltación del individualismo. Estas tendencias colectivas, palpables en el devenir cotidiano y fugaces al punto de volverse inconscientes, son el aire que respiramos. Todos las sentimos, en mayor o menor medida, y somos, como parte integrante del conjunto social, interpelados por ellas. Nadie escapa a lo social; solo el que, cortando todo lazo, se decide por la muerte (propia o ajena).

Podrán creer o no esta teoría. Suena como mucho, lo sé. Pero yo coincido con Durkheim en que el objeto de estudio de las ciencias sociales es el más difícil y complejo. No podés poner a un ser humano debajo de un microscopio, mucho menos a toda una sociedad. No existen técnicas infalibles en sociología. Todo es relativo y, sobre todo, los niveles de análisis se multiplican. Así y todo, me parece fascinante. Y creo también que solo a fuerza de hipótesis con gran poder explicativo se puede ir avanzando. No hay otra manera. Y eso es el estudio de Durkheim sobre el suicidio: una hipótesis dentro de un marco de investigación amplio y riguroso.

Yo creo que habría que aplicar las técnicas y los métodos que utilizó Durkheim para estudiar el suicidio en su época, para investigar por qué crecen los casos de crímenes intra hogar en nuestra sociedad actual. Todo lo mismo que él hizo: el mapa de casos, las tablas demográficas, el cruce de variables, un trabajo investigativo descomunal. Pero primero, ¿podemos convenir que suicidio y homicidio comparten el componente violento de dar muerte, variando únicamente el objeto? Y, si es así, ¿encontraremos las mismas tendencias colectivas que encontró Durkheim a principios del siglo pasado: egoísmo, altruismo y anomia? El autor asegura que estas tres corrientes de opinión existen de forma universal y que, allí donde se atemperan mutuamente, el agente moral está en estado de equilibrio y, por ende, al abrigo de cualquier idea de suicidio.

Y acá viene la parte interesante. Resulta que si una de las tendencias llega a sobrepasar un cierto grado de intensidad en detrimento de las otras, por esta misma razón, al individualizarse, se vuelve suicidógena. Eso es precisamente lo que observó Durkheim respecto del suicidio egoísta, cuya prevalencia en la sociedad de su época servía para explicar el aumento de los casos de suicidios. Si tuviéramos que hacer un ejercicio de traslación de esta teoría a la actualidad, yo me atrevería a decir que (siempre presumiendo que las corrientes se mantienen invariables y las mismas), hoy en día no prevalece la corriente egoísta, sino la corriente anómica. ¿Por qué lo digo? Porque la anomia representa un estado en el cual existe una rotura del equilibrio, una desorganización provocada por la falta o incongruencia de normas sociales. Al igual que el suicidio egoísta, el suicidio anómico se produce por no estar la sociedad lo suficientemente presente en la vida de los individuos. En un caso, dejando al individuo aislarse y, en el otro, dejando de ejercer la función de freno y contención de las pulsiones individuales. La anomia se produce tanto en períodos de crisis como de abundancia, porque no tiene que ver con el resultado de esa búsqueda incansable de progreso, sino con la falta de límites al accionar individual. ¿Se acuerdan que decíamos que el único que está en condiciones de actuar como juez y barrera, es la sociedad en tanto autoridad moral?

Bien, esa autoridad moral con la facultad de reprimir al nivel incluso de las intenciones, se ve desdibujada a partir de la corrupción de los Estados nacionales, de las fallas sistemáticas de una justicia cómplice, incluso de la falta de controles recíprocos al nivel de los individuos. Es decir, podríamos pensar que nuestra sociedad de principios de siglo XXI padece un aumento generalizado de la corriente anómica, resultando en el aumento de las muertes violentas. Cada posteo que armo relatando un caso real y refiriendo cómo esa madre no se pudo contener y mató a golpes a su hijito se inserta en esta explicación teórica global sobre la falta de límites individuales, y por ende sociales, cuya explosión, crimen por crimen, engrosa la lista de pruebas. ¿Por qué la gente no puede contener su violencia? ¿Por qué, por una discusión de tránsito, alguien puede acabar muerto? ¿Por qué a Fernando Baez Sosa le reventaron la cabeza a patadas por derramar un vaso? Todas esas preguntas, a la luz de todo lo expuesto previamente, adquieren un sentido y una lógica.

Por último, dice Durkheim que “una tendencia no se limita por sí misma, no puede ser nunca limitada sino por otra tendencia”. Y en esa escueta línea nos brinda la solución a nuestro problema: para atemperar la corriente anómica, que se volvió preponderante, hay que contrarrestarla con el crecimiento de la corriente opuesta. O sea, para bajar el estado general de desorganización por falta de normas sociales debemos elevar la corriente altruista, esa que habla de un renunciamiento en pos de lo colectivo. Son las conductas desinteresadas, como explica Facundo Manes en este artículo de 2019 donde habla de la importancia y de las bondades del altruismo para cualquier sociedad. El altruismo tiene que ver con fijar las pautas de la conducta fuera del individuo. ¿Dónde es fuera del individuo? En la sociedad. Que vuelva a ejercer la sociedad el rol de autoridad moral, como sucede en el ejemplo extremo del ejército, donde la corriente altruista se dispara fuera de los parámetros. Curiosamente (o ya no para mí), este estado de altruismo se relaciona con los pueblos primitivos, en los cuales el centro de la vida pasaba por lo colectivo. Resumiendo, bajar el individualismo y hacer crecer un estado de altruismo que colabore en fijar las pautas de conducta de manera férrea desde el exterior, anteponiendo el bien común y conteniendo las pulsiones individuales destructivas. Eso sería lo que tendríamos que hacer. ¿Cómo lograrlo? Todavía no llegué a esa parte.

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