Crimen de Morena: casting de asesinos en vivo y en directo
Yo no les
voy a contar el caso de Morena; su foto, historia y últimos minutos de vida
saturan los medios. Yo voy a hacer un análisis como me gusta hacerlo a mí,
desde afuera. Y me voy a meter excepcionalmente con este homicidio porque tiene
algunos elementos que se relacionan con la línea de pensamiento que sigo en
este blog y porque, además, conecta directamente con lo que hablábamos la semana
pasada. Según decíamos, podemos
distinguir a los homicidios según persigan un fin material o no. El crimen
de Morena, de 11 años, se enmarca en el primer tipo. Es decir, su muerte
sucedió como consecuencia de un típico robo a cargo de motochorros. Los asesinos, antes que asesinos, son
ladrones. El objetivo principal del ataque no es matar, sino robar. Un
celular, en este caso. Y la mochila con la que iba a escuela primaria, llena de
útiles escolares.
Los
atacantes la agreden físicamente para quitarle sus pertenencias. El frágil
cuerpo de una nena de 11 años no resistió la brutalidad de los golpes
recibidos, que fueron pocos y que duraron segundos. Pero alcanzaron para
dañarle gravemente dos de sus órganos vitales. El golpe de gracia, sin embargo, se lo dio el sistema. Cuarenta minutos
tardó la ambulancia en llegar. El propio director del Hospital Evita, donde
recibieron a Morena, ratificó, desde su
experiencia y conocimiento médico, que “la
muerte se podría haber evitado si los tiempos hubieran sido otros”. La
muerte de Morena era evitable. En primer lugar, deteniendo la inseguridad y
la violencia que azotan a nuestra sociedad sin descanso. En segundo lugar,
recomponiendo cuestiones estructurales que hacen de la pobreza y de la
corrupción los principales ejes de la problemática.
El crimen
de Morena está históricamente determinado, de principio a fin. No puede leerse
por fuera del sistema capitalista y de sus grietas sangrantes. Morena vivía en
Villa Diamante, partido de Lanús. Una zona muy carenciada. Iba a la escuela
pública, caminando. Del otro lado, los hermanos Madariaga, de 25 y 28 años, con
largo historial de condenas por robo, pedidos de captura y una breve estadía en
la cárcel. Ellos también, como Morena, probablemente fueron a la escuela
pública de su barrio, caminando, cuando tenían 11 años. Voy a decir dos cosas:
1. Morena y
sus agresores son igualmente víctimas del sistema
2. Bajar la
edad de imputabilidad y saturar de policías la calle no resuelve nada porque el
problema es de fondo
Yo no voy a
caer en el típico recurso de empatizar con la víctima y su familia y caer con
todo el odio y la culpa contra los Madariaga. Esa es una trampa. Hay que salir
de ahí y ver el problema de forma global. Y más en este caso, que se cruza
peligrosamente con la política, a escasos días de las elecciones. Nada de lo
que pasó, después de que Morena falleció, es casual. Este domingo, en Lanús, se
vota por el actual intendente, como candidato nada más ni nada menos que a
gobernador de la provincia de Buenos Aires, y por Diego Kravetz, su segundo,
como su sucesor en la intendencia. La puja política entre los dos partidos más
polarizados (Cambiemos y el kirchnerismo) es brutal y descarnada. Tanto es así
que cuentan las malas lenguas que el propio Grindetti, desesperado por la
posibilidad de que este hecho, que rápidamente escaló a los medios, le arruine
la campaña, llamó él mismo a las redacciones para desviar la bala hacia el
terreno enemigo. ¿Cómo lo hizo? Simple: como tanto los policías como los
gobernantes conocen de cerca a los delincuentes, actuaron rápido yendo a buscar
a la banda que actúa en esa zona. Capturaron a Marcelo Alvarez, un niño de 14
años que previamente había sido defendido por la actual candidata a diputada
nacional por el Frente de Todos, Natalia Zaracho, cuando la policía intentaba llevárselo
preso, una vez más. No se pierdan. Sigue así: el niño Marcelo fue paseado
amablemente frente a las cámaras y obligado a autoincriminarse para usar esa
información rápidamente con un objetivo claro: desviar todo el odio y la indignación por el crimen de Morena hacia los
supuestos defensores del supuesto asesino. Y ahí explotó Twitter y todas
las redes sociales agrediendo a esta tal Natalia Zaracho y culpándola
directamente por el crimen de Morena. Vean con qué facilidad manejan a la
opinión pública.
Lo cierto
es que pocas horas después, Marcelo sorpresivamente se retractó y dieron con
los reales atacantes de Morena: los hermanos Madariaga. Pero claro, el debate
de un menor de 14 años robando y matando ya se había instalado y ya sabemos lo
que pasa cada vez que un menor comete un crimen. Salen todos los ultra
defensores de la pena de muerte, la baja de la imputabilidad, los fachos, los
nazis, el Ku Klux Klan y compañía. Una ensalada de frutas. Con respecto a
Marcelito, voy a plantear tan solo lo siguiente:
·
Tiene 14 años y 21 entradas a la comisaría ¿?
·
La pregunta que todos nos tenemos que hacer como
sociedad con respecto a él es: ¿por qué no está en la escuela, en el mismo
patio de recreo que Morena? Ambos son niños.
Como saben,
me encanta leer los comentarios a las notas y los hilos de Twitter cada vez que
explota un caso así. Te permite leer de primera mano las impresiones generales
y los sentidos circulantes. Una persona escribió lo siguiente: “es un delincuente (por Marcelito) y un
parásito que necesita ser expulsado de esta sociedad”. Este tema me remite
a cuando hablábamos del pacto
social y yo les contaba cómo antiguamente se castigaba a los infractores de
las normas con el destierro. Las ciudades eran mucho más pequeñas y el control
poblacional, consecuentemente, revestía menor dificultad. Así y todo,
explicábamos en ese momento cómo esta supuesta técnica de control social no
reparaba el problema de fondo, sino que simplemente le trasladaba el
delincuente, con estampilla y todo, a la siguiente ciudad. Entonces, si
desterrar a alguien no es posible por cuestiones técnicas actuales y porque,
además, no soluciona el problema, ¿qué sigue? La cárcel, por supuesto, de la
cual Marcelito entra y sale como si fuera su casa. Nos queda la pena de muerte
entonces. Creo que no estamos preparados aún como sociedad para volver a
instancias como la Ley del Talión o los suplicios. Tantos años de democracia y
república funcionan aún como valla para frenar este tipo de avances punitivistas. En consecuencia,
el problema de qué hacemos con los
infractores de las normas sigue tan irresuelto como siempre. Con la diferencia
de que hoy los crímenes y los delitos se multiplican a una velocidad imparable
con nuestra inercia como testigo privilegiada.
Vayamos ahora
con los hermanos macana. ¿Qué trascendió sobre ellos? Que habían estado presos
menos de tres años por delitos previos (robos, principalmente), que se les
había reducido la pena y que ambos tenían pedido de captura al momento del
crimen de Morena por haberse declarado en rebeldía y no haber asistido a la
audiencia de lectura de cargos por sus últimos delitos. Unos auténticos fuera
de ley. Reincidentes, además. Esto es lo mejor que leí: los sacan antes de la
cárcel, vuelven a delinquir obviamente y, en una especie de negociación entre
fiscales y defensa arreglan el número de años a cumplir en total ausencia de
los acusados, que seguían robando y sumando más delitos! Algo hablamos ya de la
corrupción del sistema judicial y de cómo termina siendo la pieza clave
para que todo el sistema desbarranque. El caso de Morena simplemente cristaliza
las fallas estructurales de todo el sistema, esas mismas que atentan contra la
disolución del mismo.
Quiero cerrar
con la siguiente reflexión: en el caso de Morena versus los motochorros es muy
fácil formar filas detrás de Morena y su familia, pero no hay que olvidar que
todos formamos parte de la misma sociedad. Hace unos meses decía que “sólo cuando entendamos y asumamos que no
hay un ellos y un nosotros, sino que somos todos parte de un mismo círculo,
vamos a poder pensar en conjunto y podrá hablarse verdaderamente de reinserción
social”. Yo sé que cuesta, que todos queremos vengar la muerte de la
nena, que nos da rabia la impunidad con la que se manejan, pero también sé que
Marcelo Alvarez tiene 14 años y es igual de víctima que Morena. Las infancias
no se miden en méritos y los años son los mismos para todos. El foco hay que ponerlo en cómo hacemos,
como sociedad, para garantizar que todos los niños estén en la escuela
estudiando, y no en la calle sufriendo. Esa es nuestra responsabilidad como
adultos, no cargar contra un pibe que mañana será otro y pasado otro.
Párrafo aparte
para mencionar, muy brevemente, la actuación de los medios en lo que ya forma
parte de una estrategia híper probada de espectacularización de la noticia: esa
saña forzada y autoimpuesta por construir a la víctima ideal, esa con la que la
gran mayoría de los televidentes va a empatizar. Georgina Babarossa le pregunta
a la abuela de Morena: ¿cómo era Morena? Que la describa le está pidiendo. Esta
misma pregunta se la escuché a varios presentadores. Hasta ahí estamos: recordar
a la víctima, hacer un perfil que promueva una identificación, enfatizar en el
ángulo emotivo de la historia; todo de manual. Ahora bien, forzar una pregunta
que busca vilmente re-victimizar a la víctima planteando “¿es verdad que quería ser abogada?”, es ir más allá si es que todavía
se puede. Lo hicieron con Fernando Baez Sosa, pero Fernando tenía 18 cuando lo
mataron y ya se había anotado al CBC de abogacía. Morena, con sus apenas 11
años, difícilmente sabía lo que quería ser de grande y ni chance le dieron. Pero
las historias emotivas garpan. No hay piedad ni de los políticos, que se
tiraban el muerto como si fuera una bandeja caliente, ni de los medios que usan
y abusan de este tipo de historias para potenciar el rating y vender anuncios. Un
asco todo. Pobre Morena. Que pase el que sigue.

Comentarios
Publicar un comentario