La justicia que nos condena

“El hombre ha nacido libre y, sin embargo, por todas partes se encuentra
encadenado”, dice Rousseau en “El contrato social”. ¿Qué implican estas
cadenas? En primer lugar, siguiendo a Rousseau, suscribir el pacto social es un
acto voluntario. Pensémoslo un poco: nos dice que el sólo hecho de habitar el
territorio es someterse a la soberanía.
Vendría a ser como “el lugar se
reserva el derecho de admisión”. Algo muy parecido. Vale decir, si residís en
un espacio con ciertas normas, tenés que cumplirlas. Si alguien osa desobedecer
la voluntad general, será obligado a cumplir con las reglas o bien, castigado.
¿Cómo se castiga a un infractor,
según Rousseau? “Debe ser separado por el
destierro, como infractor del pacto, o por la muerte, como enemigo público”.
Bien contundentes las opciones, como verán. No hay alternativas intermedias.
Luego volveremos sobre la muerte y el destierro.
O sea que, siguiendo el
razonamiento, cada ser humano que nace, desde el mismo momento en que sale del
vientre de su madre y comienza a habitar el espacio social, tan sólo por ese
mismo hecho, ya está suscribiendo al pacto social. ¿Pero cómo podría hacerlo si
no tiene ni consciencia? Entonces, decir que se trata del “acto más voluntario del mundo” no tiene mucho de cierto, ¿no? Hete
aquí el primer engaño o imposición.
Queda clarísimo que someterse a
las leyes culturales y sociales no es una opción, algo que alguien pueda
replantearse, mucho menos antes de alcanzar cierta adultez. Por ende, cada
persona que ingresa a la lista de habitantes de un territorio, con su número de
dni o cédula, ya ingresa con el voto emitido.
¿Qué pasaría si más adelante
decidiese ir en contra de alguna o varias de las normas o leyes establecidas?
Bueno, ahí lo dice Rousseau: destierro o muerte.
Traigámoslo a la actualidad.
Dependiendo de la gravedad del ilícito, podrá ir a la cárcel o no. Y ahí
termina su aventura de rebeldía.
Básicamente tenemos que pensar en
dos momentos. Un primer momento, muy antiguo, en el que el hombre era un ser
solo. Solo porque, al no formar parte de una comunidad más grande que lo
contenga, se valía de sus propias reglas, en vista de sus propios objetivos.
Justamente el propósito del
contrato social tiene que ver con transformar a ese ser individual en parte de
un todo mucho más grande que él, y enseñarle a ver el interés general por sobre
el interés personal. ¿Qué difícil, no? Un acto altruista en su máxima
expresión.
Pero no todo es tan negativo,
algún beneficio tiene que tener, sino se cae el trato. ¿Cuál es el mayor
beneficio? Ya hablamos en anteriores posts de la seguridad y la protección que
la cultura y sus leyes le proveen al individuo, y esto se traduce en la
creación de un sistema de justicia que va a impartir estas leyes, y que va a
aplicar las sanciones correspondientes a quienes las incumplan.
También implica que, por la mera
suscripción al pacto social, que viene simplemente dada, como vimos, por el
hecho de residir o habitar una comunidad, todos los habitantes gozan de los
mismos derechos. En contrapartida, todos absolutamente también, se someten a
las mismas condiciones. Principio de igualdad ante la ley.
Y esta suerte de hermandad o
complicidad asimismo implica que, si hay alguien que desafía estas normas de
convivencia establecidas y acordadas, será obligado a cumplirlas por todo el
cuerpo social. Es decir, no sólo meten el voto en la urna por mí, sin
consultarme, adhiriendo y firmando figurativamente un contrato en mi nombre
(siendo un bebé sin capacidad legal), sino que además, cuando crezca deberé, no
sólo cumplir cada una de las reglas que no adherí, sino también convertirme en
policía de las personas que me rodean, juzgando, acusando y denunciando a los
infractores.
Semejante profesión de fé ciega
sólo se le puede pedir a un religioso. ¿No sería mejor si las normas que nos
diéramos fueran REALMENTE voluntarias? Es decir, si cada uno de nosotros
pudiera, llegada la mayoría de edad suscribir sin peros o sugerir cambios,
buscar apoyos, para cambiar o modificar algo con lo que no esté de acuerdo.
Capaz es imposible pensarlo en términos prácticos (por la densidad poblacional
obviamente), pero qué justo sería que así fuera.
Todos nosotros nacemos en un
escenario que no podemos cambiar. Estemos o no de acuerdo. Vivimos bajo reglas
que nuestros antepasados suscribieron y se arrastran generación tras
generación. Pero eso no es lo más grave. Lo más grave es que NADIE se lo
cuestiona. Nacemos y morimos bajo condiciones, que podrán ser muy justas o no,
pero las heredamos, y nada hicimos para reflexionar sobre ellas, pensar si
estamos de acuerdo o no, si queremos cumplirlas o no. Hablo de los usos y
costumbres a nivel general. Por supuesto que hay proyectos de ley que se
piensan y se proponen buscando adhesión, para cambiar algo. Pero me refiero a
algo que está más en la base, casi imperceptible, que tiene que ver con el
sistema como un todo.
¿Podrá ser ese uno de los motivos
por los cuales cada vez más personas rompen el pacto? Un pacto que pareciera
quebrarse por todos lados. La fuerza de un acuerdo mayoritario reside
justamente en el quorum. Pero si cada vez son más las personas que se salen de
ese quorum, lo que pierde fuerza y legitimidad es el pacto mismo.
Es decir, si cada día hay más y
más crímenes que desafían por completo las normas sociales, las chocan de
frente, ¿ante qué nos encontramos? Sé que suena tremendista pero les cuento que
el anarquismo va por ahí. Ausencia total de leyes. Porque ¿para qué va a haber
leyes si no hay mayoría que las cumpla? Cada paso que damos, como conjunto,
fuera del pacto atenta contra la disolución del mismo.
Por eso es clave el rol de la
justicia. La justicia, como institución, se crea precisamente para GARANTIZAR
que todos tengamos los mismos derechos y para sancionar a aquellos que
infrinjan la ley. Es un requisito cultural decisivo, dice Freud. El individuo
hace un montón de sacrificios pulsionales, como ya vimos, y esa ofrenda costosa
se entrega para obtener a cambio protección y seguridad de la cultura en la que
habita, función que debe ser ejercida por la justicia.
No es una tarea menor, es LA
tarea. Sin ella, no hay leyes que valgan. Si no existe un organismo que
controle que el pacto se cumpla, no es difícil imaginar el desenlace. ¿Será eso
lo que estamos asistiendo a día de hoy? Parece una obviedad, todos coincidimos
en que la justicia es floja, que falla, que hace agua, que es corrupta. Pero
¿realmente nos detuvimos a pensar en la magnitud de que justamente esa
institución falle? De veras que está en la base de todo el sistema. Es la
piedra angular.
La justicia tiene la obligación
de exigir que NADIE escape a las limitaciones que la cultura impone. ¿Lo está
haciendo? ¿Qué opinan? ¿Hay excepciones, o hay más bien excepciones que se
convierten en regla? Si nuestra justicia, con cada error, con cada omisión, se
auto agujerea, ¿cuánto tiempo nos quedará antes de que nos tape el agua?
Vuelvo sobre dos temas: Rousseau
dice que “el ciudadano consiente en todas
las leyes, aún en aquellas que han pasado a pesar suyo, y hasta en aquellas que
le castigan cuando se atreve a violar alguna”. ¿Realmente es así? ¿Cómo
puede alguien dar su consentimiento de que no hará algo que no se supone que
debe hacer, y para lo cual no fue consultado? No estoy defendiendo a los
criminales, ni dándoles justificaciones. Estoy tratando de re pensar todo el
sistema desde el inicio, para encontrar en qué lugares falla, porque es claro
que está fallando.
Se dice que toda persona que vive
en sociedad debe acatar sus normas, aún sin conocerlas todas e incluso sin
estar de acuerdo con alguna o algunas de ellas. ¿Por qué? Suena a imposición. Y
no hay nada que provoque más rebeldía que el autoritarismo.
No creo que tengamos reglas muy
difíciles de cumplir, pero sí tengo claro que cada día hay más personas a las
que les cuesta muchísimo mantenerse a regla. Y me pregunto por qué será. Si
está fallando el código, o está pidiendo cambios, o están fallando los
individuos, o las circunstancias.
Por último, Freud nos dice que “la cultura espera prevenir los excesos más groseros de la fuerza bruta
arrogándose el derecho de ejercer ella misma una violencia sobre los
criminales, pero la ley no alcanza a las exteriorizaciones más cautelosas y
refinadas de la agresión humana”.
Varias cosas para responder aquí:
1. 1) Si
la ley, que es lo único que tenemos, nuestra única arma, herramienta,
¿solución?, anternativa, no alcanza…¿entonces qué?
2. 2) Las
exteriorizaciones más cautelosas y refinadas de la agresión humana nos
abandonaron hace años. Antes, los criminales o psicópatas tenían que trabajar y
mucho para elegir a su víctima, interceptarla, asesinarla, esconderla. Hoy no
vemos nada de eso, sino lisa y llana violencia bruta, de la más cruel, de lo
más escabroso. No hay refinamiento. Vale decir, que las exteriorizaciones de la
agresión humana no son excepciones, ante las cuales horrorizarse, se están
convirtiendo en la regla.
3. 3) Ya
hubo una época (que vamos a analizar en profundidad en los próximos posts) en
la cual el Estado ejercía el derecho de castigar con mucha más violencia a los
criminales, a través de lo que se denominó el suplicio. Vamos a ver cómo este
método rendía ciertas utilidades pero, ya les adelanto, que no fue la solución
de máxima que estamos buscando.
¿Saben lo que es, en términos de la
teoría freudiana, una “libido de meta inhibida”? Es lo que la cultura moviliza
para fortalecer los lazos comunitarios mediante vínculos de amistad. Es decir,
se limita la vida sexual para que las personas sean amigas, sean fraternas, y
no se agredan. Un desarrollo basado en el individuo, que se podría caracterizar
como egoísta, tiene como afán alcanzar la felicidad, al costo que sea. Por el
contrario, volviendo al inicio de este post, si dejamos de lado los intereses
personales y pensamos en el bien común, podremos exhibir una aspiración más
bien altruista que nos permitirá reunirnos en comunidad.
¿Suena muy lindo, no? Muy tierno
sin duda. Me pregunto si, a esta altura, con todo lo que pasó y está pasando,
será posible. Porque el problema es que, lo anteriormente referido, vendría a
ser la condición para que podamos vivir armoniosamente en sociedad. Yo veo más
una contramarcha a toda velocidad. Si no logramos frenar a tiempo y cambiar el
rumbo, ¿qué será de todos nosotros? ¿Habrá próximas generaciones? ¿Nos
extinguiremos como especie? Es válido preguntárselo. Aunque es mucho más fácil
seguir mirando para adelante y que venga lo que venga. Son decisiones.
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