Todos estamos hablando de lo mismo

Alejandro Lerner escribió una carta abierta muy conmovedora, como sólo un artista como él puede hacer. ¿La leyeron? La voy a retomar por fragmentos en este post porque él habla de lo mismo que yo, pero con otras palabras. Es realmente envidiable la extrema sensibilidad con la que nacen aquellas personas que dedicarán su existencia a lo artístico; tienen como unas gafas de visión nocturna que todo lo ven, todo lo sienten.

Arranca diciendo “hace rato que algo en mí viene haciendo ruido”. Y remata confesando “escribo porque no puedo dejar de hacerlo”. Claro que no puede, porque las palabras le brotan, le descubren lo real antes de que él pueda siquiera terminar de comprender lo que está diciendo. El cantante viajó a Europa y, al tomar contacto con otras sociedades, pudo hacer una especie de comparación y paralelismo entre su amado país y el modo de vida fuera de nuestras fronteras. En lo único que voy a disentir categóricamente con la carta de Lerner es cuando dice que en España se puede vivir en un clima de normalidad y de convivencia, y que te pueden robar pero no agredirte. Señor Lerner: no hace falta cruzar el Oceáno Atlántico para encontrar una realidad así. Tan sólo basta alejarse unos cuantos kilómetros de la Ciudad de Buenos Aires para encontrar cientos de pueblos y ciudades hermosas donde no conocen la inseguridad. Y son argentinos. El problema –uno de los tantos que tenemos-, es que después de más de 200 años de historia independiente seguimos siendo unitarios y seguimos equiparando el país con la capital, cuando Argentina es mucho, muchísimo más que Buenos Aires.

Acierta, por otro lado, en decir que la diferencia entre un país más avanzado y uno más empobrecido es la conciencia. Yo agregaría “conciencia moral”. Ese mecanismo del cual hablamos siempre que opera reprimiendo pulsiones agresivas para que podamos convivir pacíficamente en sociedad. La cultura sirve a dos fines, según Freud: “la protección del ser humano frente a la naturaleza y la regulación de los vínculos recíprocos entre los hombres”. Es decir, la cultura, ese capital inmenso de propiedad exclusiva de los seres humanos, es lo que nos distingue de los animales en cuanto nos permite, entre otras cosas, convivir en forma ordenada con una superestructura de instituciones de todo tipo. Eso de lo que habla Lerner, que vio en Europa. Convivencia.

Y, aunque él no lo nombre, está hablando intrínsecamente del pacto social: “La Justicia no son sólo las personas, son las leyes y entre todos hemos acordado cumplirlas y defenderlas”, dice. Es la definición de pacto social de Rousseau. Es justamente lo que está fallando en nuestra sociedad y lo que vengo sosteniendo desde el inicio. Me alegra ver que cada día más personas de diversos ámbitos toman contacto con esta realidad y deciden hablar, “porque no pueden dejar de hacerlo”. Eso es tener conciencia moral.

Como una psicóloga de crianza que sigo que, en lugar de hablar de los chicos, debe volcarse cada vez más a hablar de los padres. De los adultos sin límites ni inteligencia emocional. De la falta de contención de nuestras emociones y reacciones que se ve luego reflejado en nuestros hijos. Ella también lo ve y lo está notando. Y ella tampoco puede dejar de decirlo.

Lerner se pregunta, con toda franqueza, “cuándo fue que aceptamos que elegir lo menos peor es lo que nos merecemos”. Hace un par de semanas cuando toqué el tema del asesinato del colectivero Daniel Barrientos, planteaba justamente esto. Que siempre hay que apostar a lo mejor, nunca conformarse. Que si nos guiamos únicamente por el sentido común -que es común a todos-, no podemos volver a poner en el poder a quienes ya demostraron su incapacidad y su falta de ética. La resignación sólo lleva a más resignación. Está en nuestras manos cambiar nuestro destino. “No desaprovechemos la democracia”, dice Lerner. Y tiene razón.

Lo mismo sucede cuando somos constantemente testigos de corrupción en todos los ámbitos de lo social y no hacemos nada para condenar esos hechos. Como cuando la policía fue rápidamente -presionados por la difusión mediática del crimen del colectivero-, a buscar a los ladrones del auto que tenían identificados y dejaban operar en la zona de Virrey del Pino. ¿Saben en qué nos convertimos automáticamente, en tanto espectadores inmóviles? En cómplices.

Siguiendo con la carta de Lerner, seguidamente habla de normalidad y anormalidad, y ahí se pone aún más interesante. “Los niveles de inseguridad, crimen, desorden y desidia son más que alarmantes, son patológicos”. "No es normal –dice-, que asesinen a colectiveros, que ataquen a mujeres embarazadas, no es para nada normal". Yo agregaría una pieza más: no es normal que los padres asesinen a sus propios hijos a golpes. Es el crimen más anormal que puede existir. Y existe, lo vemos a diario. Eso patológico que Alejandro Lerner ve en nuestra sociedad son los síntomas de nuestra enfermedad.

Escuchar voces de reconocimiento, de personas que tienen amplificación, cuyas palabras resuenan, son rescatadas y puestas en circulación, es una gran noticia. Significa que estamos en proceso de empezar, tímidamente, a reconocer que tenemos delante un gran obstáculo: la decadencia de nuestra humanidad. Lo más esencial con lo que contamos. Eso que nos hace seres únicos y super desarrollados. Si no logramos controlar primero, y revertir después, las tendencias agresivas que nos hacen autodestruirnos, poco importará cuánto vale el dólar o los índices de trabajo y de pobreza. Sin vida, no hay proyecto. Y la crisis más profunda que tenemos es con nosotros mismos.

Quiero cerrar con dos reflexiones que surgen de la carta que valiosamente escribió y compartió Alejandro Lerner. En primer lugar, una buena noticia. Que no la digo yo, sino Erich Fromm, filósofo y psiquiatra: “Donde hay síntomas, hay conflicto, y el conflicto siempre indica que las fuerzas vitales que luchan por la integración siguen combatiendo todavía”. No está todo perdido. Que haya síntomas patológicos llamando la atención de las personas más receptivas indica que esos desgarradores pedidos de ayuda tienen un cierto destino: ser escuchados y, presumiblemente, atendidos.

En segundo lugar, reivindico absolutamente el paso al frente que dio Lerner, y ojalá muchos lo sigan. “Escribo porque no puedo dejar de hacerlo”, significa, también, intervenir. Participar. Hacer. Algo, lo que sea. Lo que esté a mi alcance. Así sea escribir una carta, una canción, una obra de teatro, una pancarta, un blog. Porque –y de nuevo me voy a citar a mí misma impunemente-, “el que no proteste contra este sistema corrupto, lo sepa o no, es cómplice. Dejemos de lado las excusas y empecemos a pensar en serio, con gente idónea a la cabeza, en una reforma total y absoluta del sistema penal, para que la vida en sociedad pueda volver a suceder dentro de circunstancias aceptables, y donde la delincuencia sea la excepción y no la regla”. Esto decía cuando hablaba, justamente, del pacto social.

Se trata, en definitiva, ni más ni menos, de nuestra defensa, como sociedad, de los peligros que provienen de nuestro propio interior. Sólo cuando entendamos y asumamos que no hay un “ellos y nosotros”, sino que somos todos parte de un mismo círculo, vamos a poder pensar en conjunto y podrá hablarse verdaderamente de reinserción social.

Eso es lo que espero ansiosamente. Más voces, más conciencia del peligro en el que estamos insertos, más iniciativa.

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