Restricciones de la cultura y de la vida en sociedad. ¿Todos pueden con ellas?
Decíamos en el anterior post que el contrato social tiene por fin la conservación de los contratantes. Así tal cual lo planteó Rousseau en su obra fundacional de 1762.
¿Y cómo logra este cometido? De
la siguiente manera: “El pacto social
sustituye, con una igualdad moral y legítima, lo que la naturaleza había podido
poner de desigualdad física entre los hombres. Pudiendo ser desiguales en
fuerza o en talento, advienen todos iguales por convención y derecho”.
Esto quiere decir que las leyes
fueron creadas para tener un ordenamiento social, establecer qué se puede hacer
y qué no, fijar pautas y normas de convivencia. Y fundamentalmente, dejar por
fuera del pacto toda acción que lo desafíe o lo rompa, como los crímenes, entre
otros.
Las implicancias de este cambio
son muy grandes. Significa que ya no vale la ley del más fuerte. El orden
social, claro está, no viene de la naturaleza, sino que está fundado sobre
convenciones. Fue necesario armar todo este sistema de reglas civiles y
políticas para que los seres humanos puedan aglutinarse en grandes sociedades y
reprimir sus instintos naturales.
La cultura es un aspiracional. Se
dice que ella nos diferencia de los animales. Pero, ¿cuánto nos cuesta nuestra
cultura? Mucha felicidad diría Freud.
Hay muchas formas de definir y
caracterizar a la cultura. Es un todo que nos abarca y nos define como especie.
Pero centrémonos en sus supuestos objetivos:
“La cultura sirve a dos fines: la protección del ser humano frente a la
naturaleza y la regulación de los vínculos recíprocos entre los hombres”.
Para que acabe la ley del más
fuerte, es necesario que TODOS nos sometamos a este pacto, que implica
básicamente que, dado un problema o situación, usaremos el código civil, penal
o de los usos y costumbres establecidos, para dirimir el asunto.
Miren que interesante lo que dice
Rousseau: “Si respecto al pacto social se
encuentra quienes se opongan, su oposición no invalida el contrato. Impide
solamente que sean comprendidos en él”.
¿Cómo nos oponemos al pacto
social? Cuando hacemos algo que está prohibido o penado por la ley, vale decir
cuando cometemos un ilícito. Eso nos deja automáticamente fuera del círculo
social. Después vamos a ver, a lo largo de la historia, cómo se manejó a estas
personas que se salían de las normas, cómo se las castigó, cómo se las
concibió, vamos a ir viendo marcadas diferencias y cambios.
Pero lo que me interesa puntualizar
en este post en particular es que, para vivir en sociedad, en una comunidad más
grande que uno solo, es necesario suprimir, sofocar, reprimir la agresividad.
Porque si esa cuota de hostilidad, que todos tenemos en nuestra esencia (ya lo
vimos), no es correctamente diligenciada, va a terminar acabando con la vida de
otra persona. Y con la mía, acto seguido.
Imagínense si cada uno de
nosotros decidiera liberar sus instintos, sacar hacia afuera sus frustraciones,
angustias, enojos, y en lugar de introyectar esa agresividad, y manejarla a
través del principio de realidad y la conciencia moral, la dirigiera hacia el
objeto exterior, como le sucedía a nuestros antepasados. ¿Qué clase de vida
comunitaria tendríamos? Sería una guerra civil.
Me preocupa el efecto contagio
también. Cada vez que los medios eufóricamente cubren y relatan hasta el
hartazgo, con la mayor cantidad de detalles morbosos, una violación seguida de
muerte, un asesinato cruel y espantoso, siempre pienso lo mismo: ¿y si esto lo
está viendo alguien que comprueba que eso que también está en sus planes
secretos, en lo más profundo y oscuro de su mente, se puede realizar? Y no sólo
eso, sino que hasta le dan ideas!
Esto sería equiparable a cómo se
maneja el tema de los terroristas. Cuánta más difusión se le dé al hecho, más
peligroso y contagioso se vuelve. ¿Esto significa que no hay que informar los
crímenes? No, claro que no. Pero sí estaría bueno no hacer un show al respecto.
Sabemos que la morbosidad vende, y que los noticieros viven del rating, pero
por una vez alguien tendría que ser consciente y responsable de lo que genera
cada uno de nuestros actos.
Los asesinatos van a seguir
ocurriendo, las violaciones en manada también. Las brutales golpizas a niños y
el maltrato en general, van a seguir ahí. Tenemos que empezar a pensar un plan
de contingencia, no para bajar los casos, pero al menos para empezar a bajarles
la difusión. No hay que tapar la realidad, pero sí tomar consciencia de que del
otro lado de las pantallas, está lleno de personas con una llamita interna a
punto de prenderse. Sólo necesitan el disparador, para que toda esa catarata de
agresividad se vuelque sobre una presa humana más débil, más indefensa,
perfecta para su ataque.
No demos ideas, no mostremos
ejemplos. No cubramos un caso que roza lo diabólico y al minuto siguiente
pasamos a la nota de color. Eso le quita seriedad, le quita solemnidad. Es como
si todo valiera. Dura un instante, en el que todos nos horrorizamos, y la vida
sigue hasta el próximo caso.
Para que nadie pueda resultar
víctima de la violencia bruta, es necesario que TODOS contribuyamos con el
sacrificio de nuestras pulsiones. Pero atención a la aclaración: “todos los
capaces de vida comunitaria”.
¿Somos todos capaces, en el siglo
XXI, de vivir en sociedad? Mi pregunta sigue siendo la misma: ¿por qué vemos
día tras día crecer la cantidad de personas que deciden cruzar la línea de lo
prohibido y vomitar toda su violencia sobre un otro?
Y voy un poco más allá y me
pregunto, ¿será que este acto de liberación de una pulsión tan poderosa y
originaria aporta un placer más grande y nunca experimentado? ¿Será que vale la
pena, para la gran mayoría de estos individuos, que ni siquiera experimentan
culpa, remordimiento, ni temor por lo que viene después?
El título de este blog remite a
esta idea: “la cárcel ya no da miedo” refiere al hecho de que, en la evaluación
de costo-beneficio que alguien puede llegar a hacer antes de lanzarse a cometer
un crimen, evidentemente el costo es muy bajo, o el beneficio muy alto en comparación.
Sofocar ese estímulo doloroso que
puede ser: un bebé llorando, una hija no amada, una ex pareja que no quiere
volver conmigo, una mujer que no me elige, un padre o madre que me tortura, y
tantos ejemplos más, pienso, puede ser más necesario que cualquier otra cosa. Y
no sólo eso, sino que acabar con ese sufrimiento, vale la pena. Lo que venga
después no pesa tanto como acabar con ese martirio. Y en el medio de ese
proceso, liberar una pulsión que me sofoca, me ahoga, y en esa liberación,
encontrar ¿la paz?
Son sólo ideas, conjeturas como
les dije en el primer post. Es necesario tratar de entender lo que está
pasando, porque no son casos aislados. Son síntomas de una sociedad enferma.
Comentarios
Publicar un comentario