Yo vi inmigrantes encadenados

El título pretende ser un testimonio para la posteridad. Hoy, año 2025, se están llevando a cabo razias en plena ciudad de Los Ángeles, Estados Unidos. Al mejor estilo Gestapo de la Alemani Nazi, los agentes de ICE (Inmigración y Control de Aduanas) comandan redadas en lugares públicos de la ciudad con el objetivo de detectar a los inmigrantes ilegales y deportarlos violentamente a sus países de origen.

¿Realmente hace falta decir que nada de esto es democrático y que todo remite, inevitablemente, a las peores prácticas fascistas de mediados del siglo XX? A los judíos de la Alemania de la pos Primera Guerra Mundial también se los acusaba de ser los culpables de la crisis económica y Hitler, puntualmente, los señalaba como los responsables de la debacle de su amada nación que quedó humillada al perder frente a los Aliados y pagando las costas. Tal como lo hace Donald Trump, quien asegura que, una vez deportados todos los inmigrantes -que además de delincuentes son come gatos- , los Estados Unidos recuperarán la gloria del sueño americano. Make America Great Again fue su promesa de campaña y el lema ganador. El pueblo americano compró la excusa de los inmigrantes, tanto como los alemanes compraron la idea criminal de Hitler de acabar con los judíos para depurar la raza aria.

No es exagerado compararlos. No tengamos miedo de llamar a las cosas por su nombre . Si, como dice el sociólogo Daniel Feierstein en La construcción del enano fascista (2019), “para formar un frente antifascista necesitamos constatar que ha llegado una persona de bigotes que alza el brazo y grita en alemán; si necesitamos además que cree un partido único que se identifique con una cruz esvástica, poco habremos entendido acerca de la complejidad de las relaciones sociales y de la variabilidad de sus formas a través del tiempo ”. Con lo que estamos viendo en las calles de Los Ángeles ya no pueden caber dudas de que estamos frente a límites que creímos no se volverían a cruzar. Y, sin embargo, aquí estamos. Tratando de gritar a viva voz “es el fascismo, estúpido”, mientras la academia y los intelectuales siguen debatiendo en tribunales intrascendentes sobre la pertinencia o no de la comparación y del término. Mientras tanto, miles de personas, que son inmigrantes pero primero son ciudadanos, son raptados en plena vía pública por personajes que además van encapuchados y no dejan ver su rostro, arrastrados a centros de detención como si fueran criminales de guerra, vejados, violentados, separados de sus familias, sus vidas desmembradas. Y todo esto pasa frente a nuestros ojos mediatizados por las redes sociales. No hace falta estar ahí para saber lo que está pasando. No sirve la excusa de “yo no vi”, cuando cientos de celulares de testigos transmiten en vivo el horror.

Sigo a varios estadounidenses latinos y me asombra leer frases de advertencia como: “no salgan de sus casas; ICE está en tal lugar; no lleven a sus hijos al colegio”. Incluso algunos evitan acudir a los hospitales frente a algún problema de salud o para continuar con algún tratamiento porque allí también opera ICE. Raptan inmigrantes en el consultorio del médico, a la salida de los jardines de infantes. La locura es total. Y lo vuelvo a repetir: la culpa no es del demente de Trump, porque él ganó las elecciones diciendo expresamente el daño que iba a hacer y la mayoría de la población lo refrendó con su voto. Salvando las diferencias, es lo mismo que pasó en nuestro país con el loco de la motosierra y el ajuste brutal. Es decir, es la población civil, ahogada en deudas y presa del temor de descender en la escala social, la que compra el discurso tan gastado y cliché del chivo expiatorio. En el siglo pasado, le tocó sentarse en el banquillo de los acusados a los denostados judíos. En este siglo, que apenas empieza, todas las miradas recaen sobre los odiados inmigrantes, que salen de sus países con el atrevido sueño de buscar una vida mejor. ¿A nadie se le ocurre pensar que las causas de la pobreza y la debacle de la economía mundial son estructurales? ¿Que no dependen de un sector religioso y su estilo de vida ni de un conjunto migratorio? No, claro, nadie señala en esa dirección. El sistema no se toca. El sistema que permite que los ricos y poderosos sigan defendiendo sus quintitas y sus negocios financieros, a expensas de una cada vez mayor y cruel desigualdad, debe pasar desapercibido y libre de culpa. Una vez más, qué fácil les resulta engañar e influenciar en la dirección equivocada.

De manera que los inmigrantes son los judíos del siglo XXI. Yo, al menos, no tengo dudas de eso. Lo veo en cada video, en cada noticia, en cada discurso. Son expresamente señalados como los culpables y responsables de las crisis económicas y, por ese motivo, deben desaparecer (ser deportados, asesinados, desaparecidos, a efectos prácticos es lo mismo). La pregunta es ¿qué explicación se brindará cuando se acabe con la maldita inmigración, tal como se aniquiló a los malditos judíos, y las crisis económicas persistan? ¿Quién será el próximo acusado?

Ahora bien, en este contexto mundial y local de violencia sin freno -en el ámbito político, en el ámbito social y, por supuesto también, en el ámbito militar con las guerras creciendo exponencialmente-, ¿dónde podemos encontrar el origen o las múltiples causas que están detrás de este fenómeno social por demás característico de nuestra época actual? Bien, tenemos varios indicios para indagar de acuerdo a la ciencia o autor que elijamos para tratar de entender de qué va la cosa. Por ejemplo, Francis Fukuyama habla de problemas de identidad como categoría central para analizar el presente contemporáneo. Dice en su reciente obra (2018) que “no la habría escrito si Donald Trump no hubiera sido elegido presidente en noviembre de 2016”. De manera que, al igual que muchos otros autores, marca la primera presidencia de un personaje tan siniestro como atípico en la democracia más importante de Occidente como un punto de inflexión. No olvidemos que, apenas ocho años atrás, la última crisis económica global (la de las burbujas financieras de las hipotecas que volaron por el aire) había implosionado el sistema financiero capitalista globalizado, empezando a generar las esquirlas que no tardarían en causar estragos en la población trabajadora. De ese resultado es hijo Trump. Del resentimiento por el estatus perdido, por las dificultades económicas vividas como injustas, del odio al de al lado que la lleva mejor. Dice Fukuyama, parodiando a Trump y al nacionalismo extremo que se esconde detrás de él: “siempre has sido un miembro central de nuestra gran nación, pero los extranjeros, los inmigrantes y tus propios compatriotas de elite han conspirado para reprimirte, tu país ya no te pertenece y se te falta el respeto en tu propia tierra”. Este sería, en palabras de Fukuyama, el mensaje subliminal con el que Trump convenció a sus votantes para que puedan canalizar sus demandas de identidad que son, más en el fondo, según él, demandas de dignidad. De esta manera, la derecha (representada por el partido republicano en Estados Unidos) “se redefine como patriotas que buscan proteger la identidad nacional tradicional, una identidad que a menudo está explícitamente relacionada con la raza, el origen étnico o la religión. En una amplia variedad de casos, un líder político ha movilizado a sus seguidores en torno a la percepción de que la dignidad del grupo había sido ofendida, desprestigiada o ignorada” (leáse el sueño americano en tierra yanqui y/o “los argentinos de bien” en la Argentina del primer gobierno libertario).

Si lo llevamos al plano mundial, Fukuyama encuentra que países enteros pueden sentir que no son respetados, lo que ha impulsado al nacionalismo agresivo como el del islam, por ejemplo. El autor presenta dos categorías: la isotimia se define como la exigencia de ser respetado en igualdad de condiciones que los demás e impulsa demandas de reconocimiento igualitario; la megalotimia, por otro lado, es el deseo de ser reconocido como superior, aquello que Fukuyama identifica en naciones como Estados Unidos e Israel. En este cruce de demandas por el reconocimiento de la identidad perdida se emplazan guerras locales y mundiales en las cuales siempre se culpa a un otro ajeno, externo, al mismo tiempo que se victimiza al grupo de pertenencia. El nacionalismo extremo, que peligrosamente vemos resurgir en varios países de Europa y América, representa la búsqueda de una identidad común que une al individuo con un grupo social determinado. Es, según Fukuyama, una doctrina que defiende que las fronteras políticas deben corresponderse con las comunidades culturales. Esta clase de política, coincido con el autor, es retrógrada desde todo punto de vista porque nos invita a volver a una versión de la identidad basada en características fijas como la raza, el origen étnico y la religión que tanto costó derrotar.

Para sumar voces que no temen llamar a las cosas por su nombre, Fukuyama dice explícitamente que, a pesar de la derrota de la Segunda Guerra Mundial, el nacionalismo nunca fue desacreditado por completo y que ha resurgido como una nueva fuerza en el siglo XXI. Y agrega que “la idea de que los 12 millones de extranjeros indocumentados que viven en Estados Unidos son delincuentes y de que pueden ser expulsados del país es ridícula. Un proyecto a tal escala sería digno de la Unión Soviética de Stalin o de la Alemania nazi”. Piensen que esribió este libro en 2018, antes del ataque al Capitolio de 2021 y antes de las razias de Los Ángeles; por tanto, no hace falta ver para creer. Los indicios están alarmantemente disponibles y, me atrevo a decir, que parecieran generar una especie de inercia; como si el curso de la historia, una vez más, no pudiera reencauzarse antes de que sea demasiado tarde. Lo que era inesperado, dice Fuyukama en 2018, era que las amenazas a la democracia surgieran dentro de las propias democracias consolidadas. Eso sí que no lo vimos venir y estamos todavía tratando de elaborar una respuesta (¿o reacción?).

Si cruzamos el Atlántico y nos vamos a Europa tenemos otra posible explicación, totalmente diversa, de las causas del malestar de nuestra sociedad contemporánea. Desde el ámbito de la sociología, el autor Luigi Zoja nos propone una teoría conectada con la caída del patriarcado. En su libro, El gesto de Héctor (2018), Zoja hace un racconto de los distintos estadios de la humanidad en conexión con la autoridad del padre (como principio psicológico) y se vale de la mitología griega y sus grandes obras para apoyar sus argumentos. Es una idea interesante y arriesgada, digna de considerar, con mucho más desarrollo por delante si se me permite una opinión. Para sintetizar, en palabras del autor, somos una sociedad pospatriarcal en proceso (no aún así en nuestro inconsciente colectivo). Esto implica que la autoridad del padre, como principio ordenador de las normas y como símbolo de autoridad, se ha democratizado y su fuerza se ha desintegrado en muchos aspectos. Como resultado, dice Zoja, tenemos una sociedad de adultos que no quieren serlo, abandonados a la presión asfixiante del super yo sin una autoridad mediadora externa a la cual remitirse. Hoy “falta la buena autoridad en el interior de la psique”, dice el autor, y ese vacío se combate buscándola en el exterior, por eso no debe sorprendernos el auge de los neoautoritarismos, esa consigna de “mano dura” tan invocada. Detrás de la necesidad de una política fuerte, afirma Zoja, habría una necesidad de un padre fuerte.

El autor ubica el nacimiento de la sociedad Occidental tal como la conocemos en un hito decisivo: el padre, en tanto asume la responsabilidad hacia otro ser de manera voluntaria y no instintiva, constituye el principio de la civilización, el umbral a partir del cual se edifica la cultura (todo lo anterior sería la vida pre-humana o directamente animal). La civilización griega, tal como lo ve Zoja, coronó la centralidad del padre y, con él, dió inicio a la sociedad occidental. La paradoja de la actualidad es que estaríamos viviendo, con la caída del patriarcado, producida por todos los movimientos democratizadores justos y necesarios, un retroceso hacia el macho fecundador, el prototipo simbólico anterior al padre, que Zoja identifica en la figura mítica de Aquiles. La figura del padre, entonces, en tanto símbolo de la cultura occidental patriarcal, se derrumba y con ella se provoca un regreso a un estado precivilizado. Lo que se observa, en palabras del autor, es “un flujo de retorno a lo prehumano: los padres disminuyen mientras crece la horda de machos dispuestos a combatir entre sí”.

¿Podrá explicarse el aumento de la violencia indiscriminada siguiendo esta teoría? ¿Será, en efecto, uno de los factores determinantes? ¿Qué opinan? Me quedo con una frase de Zoja que me parece que ilustra muy bien nuestro presente: “nadie ofrece al niño los colores para pintar mentalmente la fantasía del hombre adulto”. Es decir, los padres (ambos) ocupados todo el día trabajando para garantizar la supervivencia o para garantizar el estatus, de acuerdo a qué clase social miremos, se borran de la vida de los niños, ya no ofrecen los modelos a seguir, excepto aquel que identifica la persecución del dinero como objetivo principalísimo por los motivos que fueran. En ese sentido, se pregunta con toda razón el autor: “¿pueden estos padres que viven sólo de cosas materiales reprochar a los hijos que hayan perdido el respeto por la autoridad y que hayan regresado a la manada?”. En efecto, hay mucho de la cultura tradicional que está en un franco proceso de cambio de paradigma y eso, evidentemente, no puede escatimar en consecuencias. También creo que muchas de las conquistas democratizadoras eran aspirables y fueron justamente perseguidas. La pregunta es: si la contracara del progreso democratizador es la cara violenta del macho cabrío, ¿cómo nos plantamos para hacer frente a este nuevo desafío? “Antaño, los padres tranquilizaban la psicología colectiva”, afirma Zoja y esto es algo en lo que creo profundamente. Como lo expresé alguna vez, considero que la familia como unidad básica es la primera escala de una socialización exitosa en términos de adaptación al pacto social teniendo en cuentas las necesidades de convivencia pacífica. Ahora bien, los excesos en los encargos del padre, los sobrantes de violencia misógina y autoritaria debían necesariamente encontrar un límite y un freno pero, lo en extremo opuesto, que consiste en aplastar la autoridad paterna en tanto símbolo que lo excede, no parece estar resultando como se pensaba. Si las funciones psicológicas tradicionales del padre se ejercen cada vez menos, ¿cómo reemplazaremos ese rol? ¿Con los machos nacionalistas xenófobos? ¿Con las mujeres feminazis? ¿Qué patrón psicológico ordenará a las masas asustadas? ¿Son estas, acaso, preguntas pertinentes?

Zoja afirma que su teoría se puede evidenciar en la familia china, en la que tradicionalmente el padre se encuentra mucho más presente como garantía de la ley y el orden. Vayamos a ver cómo anda China con respecto a la violencia: pinche aquí (2023) y aquí (2024). Bueno, mejor no indaguemos más. Parece que la familia patriarcal china tampoco escapa a la ola de violencia sin freno, violencia por que sí. No para robar, no como consecuencia de la pobreza o de las necesidades económicas. No, crimininólogos y sociólogos, nos busquen más allí los motivos. Las clásicas teorías ya no pueden explicar el fenómeno actual.

¿Qué nos queda? El sistema económico hegemónico en Occidente hace siglos, el capitalismo, pareciera haber entrado en una crisis sin retorno hacia dos posibles vías de resolución: disolución o transformación. Es decir, reemplazo por otro modelo (la autarquía china, claramente) o bien su capacidad de metamorfosis ya evidenciada en otras oportunidades. ¿Será capaz el capitalismo junto con su modelo político de democracias republicanas de reformularse para sortear la crisis que lo azota en varios frentes? En este sentido, observo una tendencia llamativa, no casualmente en el país en el cual se dió inicio a la edad contemporánea. En el futbol seremos campeones pero en política, siempre, Francia primero. Como cuando frente al avance casi consolidado de la derecha de Le Pen, los franceses salieron a las calles con una consigna concreta, fiel a su estilo: “no pasarán”. Y no solo no pasaron sino que los humillaron con el desfile más gay y trans de la historia en lo que fue la apertura de los Juegos Olímpicos 2024 con sede en París. Todo un derroche de orgullo por la identidad y las minorías pero, sobre todo, de respeto y tolerancia a la diversidad, algo que las derechas nacionalistas están dispuestas a llevarse por delante. Pues en Francia, por ahora, no podrán.

Y hay otro dato más que interesante sucediendo también en Francia. Frente al derrape de un consumismo global que no encuentra techo, que todo lo descarta, que no permite los tiempos sensatos de un consumo responsable, Francia acaba de sacar una “ley anti-derroche” dirigida puntualmente a la industria textil del gigante asiático Shein. El texto de la norma se propone combatir el impacto ambiental de la moda rápida y busca, además, regular y penalizar la producción y venta de ropa de baja calidad a precios muy bajos que afecta a la industria textil local. Es decir, no sólo barreras proteccionistas para las industrias locales sino, fundamentalmente, el objetivo que persiguen los legisladores franceses va más allá; ellos se proponen “cambiar nuestra forma de pensar y de consumir”. Y me encuentro con que este tipo de iniciativas se inscriben en legislaciones anteriores que buscaron aplicar los mismos principios a los derroches de comida o productos no usados. Con toda sensatez, ya no podemos permitirnos el “use y tire” en un mundo donde la mitad de las personas pasa hambre y frío. Es, de hecho, lo que planteó Pepe Mujica toda su vida: “yo no hago apología de la pobreza, los invito a tener tiempo libre para vivir la vida y no para vivir para trabajar y pagar cuentas”. Quizás, así, con esa vacancia el padre podrá pasar más tiempo con el hijo transmitiendo valores y modelos, tal como plantea la teoría de Zoja…

A propósito, Mujica también dijo, antes de morir: “una derecha que no es derecha, pero que sí es fascista, está florenciendo de nuevo en el corazón de un continente tan avanzado como lo es Europa; esto tiene que representar una verdadera alarma para todos nosotros”.

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