Periodistas cortesanos

“Los gobiernos del mundo Occidental de fines del siglo XIX y comienzos del XX tomaron control de la educación, de las mentes de los hombres: no sólo de las universidades sino de la educación en general, mediante leyes de asistencia escolar obligatoria y una red de escuelas públicas. Éstas se usaban para inculcar a sus jóvenes huestes la obediencia hacia el Estado y otras virtudes civiles”. Esto postula el famoso Manifiesto Libertario escrito por Murray Rothbard y reivindicado constantemente por el presidente Milei y todo su séquito. Si queremos entender hacia dónde vamos, tenemos que ir a las fuentes. Les voy a transcribir la idea de educación que tiene este gobierno y luego entenderán por qué ni en la Ley Bases ni en el Pacto de Mayo se incluye nada alusivo a ella. No se trata de un descuido sino de una omisión consciente.

Según el credo libertario, los intelectuales jugaron un rol clave en la consolidación del poderío del Estado nación. Fueron como una especie de promotores o publicistas de las virtudes del Estado y ayudaron a imponer algo así como una obediencia debida a sus mandatos. Estos supuestos intelectuales estatistas habrían manipulado a un público estúpido e irracional para que sintieran apego y respeto por los rótulos patrios. De esta manera, las connotaciones emocionales atribuidas con éxito al plan nacional convertirían a los intelectuales en cómplices y, directamente, en herramientas de una estrategia deliberada para imponer la hegemonía y supremacía del Estado.

“En siglos pasados, los intelectuales afirmaban al público que el Estado o sus gobernantes eran divinos o, al menos, investidos de autoridad divina. En las últimas décadas, como lo de la sanción divina era algo trillado, los intelectuales cortesanos del emperador concibieron una apología cada vez más sofisticada: informaron al público que aquello que hace el gobierno es para el bien común y el bienestar público, que el proceso de imponer contribuciones y de gastar funciona a través del misterioso proceso multiplicador concebido para mantener a la economía en un punto de equilibrio, y que, en todo caso, una amplia variedad de servicios gubernamentales no podrían ser realizados de ninguna manera por ciudadanos que actuaran voluntariamente en el mercado o en la sociedad”. Aquí se ve un poco más de lo mismo: el desprecio absoluto hacia la función del Estado, su caracterización como agente inmoral, corrupto y manipulador; pero hay algo más: se denuncia una supuesta alianza del Estado con la clase intelectual de la sociedad que funcionaría como auxiliar necesario de gobierno y, además, se les atribuye el despectivo nombre de “intelectuales cortesanos”, haciendo referencia a una otrora casta sacerdotal.

Realmente los libertarios no escatiman a la hora de insultar y ofender. No reculan un centímentro en la afrenta contra quienes ellos mismos construyen como sus enemigos. Ahora bien, decir que un intelectual, un investigador, un docente, un escritor o un artista es un sicario mental contratado por el Estado con el único objetivo de captar la mente de los súbditos pagadores de impuestos implica, al menos, dos cuestiones graves:

1.       Desconocer y agredir el trabajo de personas preparadas y abocadas a funciones nobles y absolutamente necesarias en cualquier sociedad;

2.       Suponer que la ciudadanía en general no tiene criterio propio y no sabe diferenciar conceptos a menos que se los impongan por mera manipulación ideológica.

Desde este lugar piensan y se presentan los libertarios, cuestión que los define más bien a ellos que a quienes pretenden definir. Pero sigamos con su escupidera de prejuicios porque esto no termina acá. Vean qué opinan del rol de las escuelas públicas: “la escolaridad pública y compulsiva es un vasto sistema de encarcelación”. Es decir, según la visión libertaria, la escuela sería una cárcel a la cual los niños asisten en forma obligatoria y contra su voluntad. A mí lo que me queda claro es que esta gente, o bien no tiene hijos ni sobrinos, o directamente odia a los niños. Aseguran que “la mayoría de los niños estaría mucho mejor si se le permitiese trabajar a edad temprana, aprender a ejercer actividades comerciales y comenzar a hacer aquello para lo que son más aptos”. Me salteo la parte en que el trabajo infantil está abolido y es ilegal para no discutir sandeces y voy a una cuestión más práctica: si les devolvemos a los niños su libertad intelectual, como plantean los libertarios, ¿saben para qué la usarían? Yo sí, porque tengo hijos: se quedarían en casa jugando video juegos todo el día y comiendo chocolates! Un niño, por el sólo hecho de ser niño, no puede saber, mucho menos decidir, qué es lo mejor para él. Para eso están sus adultos cuidadores. Pero claro, atención, porque desde la mirada racista y clasista de los libertarios, los niños pertenecientes a la clase trabajadora estarían mucho mejor en el taller, como argumentó Bertie Benegas Lynch, diputado libertario del núcleo duro de Milei.

En el Manifiesto Libertario se acusa a la clase media de “obligar a los hijos de la clase trabajadora, muchos de los cuales tienen valores y aptitudes completamente diferentes, a ingresar a un sistema de educación pública diseñado para introducirlos en un molde de clase media”. O sea que es nuestra culpa pretender que los hijos de los obreros sean alfabetizados y tengan las mismas oportunidades que el resto de la sociedad mediante el acceso a la universidad pública. Este discurso de tipo racista no difiere de aquél que se utiliza para segregar a otro conjunto de la población: el de los empleados públicos parasitarios y ñoquis a los que se somete al fusilamiento del despido arbitrario bajo la excusa de ser los responsables de la inflación por el exceso del gasto público que implican sus salarios.

Decir, sin sonrojarse, que “se está forzando a un sinnúmero de niños a asistir a una institución para la cual carecen de aptitud o que no les interesa” es un atropello que no debería pasar desapercibido. En primer lugar, ya establecimos que el interés de cualquier niño, independientemente de su clase social, es jugar. En eso somos todos iguales. Pretender dividir y segmentar a los niños diciendo que aquellos de clases más humildes no tienen interés en la educación es directamente una discriminación sin relación con ninguna base empírica. Por otro lado, afirmar con total seguridad que los niños de clases bajas carecen de aptitud para el aprendizaje, plantea varias objeciones:

·         ¿Quién define si los niños son aptos para el aprendizaje o no? ¿El maestro? ¿Los padres? ¿La sociedad?

·         La escuela es precisamente el lugar para adquirir conocimiento, esa es su función. Por lo tanto, privar de educación a quienes se prejuzga sin interés y sin aptitudes para la misma, es antes una prohibición que una bondadosa sugerencia.

·         Por último, decir que un niño carece de aptitudes para el aprendizaje es una incoherencia en sí misma porque justamente la tarea del educador es vencer esa barrera.

Entre las tantas directrices a seguir formuladas por el proyecto libertario se encuentra el famoso plan de vouchers educativos que cubriría solo una parte del costo, dejando afuera a numerosos sectores de la población cuya única opción es la escuela pública. También se insiste, por supuesto, en un esquema enteramente privado y variado con decenas de opciones de institutos educativos para la libre elección de los aspirantes, sin aclarar que sólo aquellos que cuenten con prespuesto suficiente pueden considerar esta vía. E incluso una propuesta más disruptiva y un tanto paleontológica: que sean los padres quienes encaren la educación de sus hijos en sus hogares. Esa clase trabajadora y pobre, que necesita trabajar catorce horas por día en el taller para comer, tendría, según los libertarios, tiempo para sentarse a darle clases a sus hijos. Como verán, sólo quienes no tengan la intención ni las ganas de escarbar un poco en el discurso libertario pueden dejarse convencer por él sin ver las atrocidades que esconde.

Habría que decirle a los profesionales de la educación que seguramente no intervinieron en la redacción del Manifiesto Libertario que la escuela no es solamente un lugar de aprendizaje de contenidos. Es, además de eso, un lugar de socializacion primaria donde se aprenden habilidades sociales que difícilmente puedan incorporarse en la soledad de los hogares. En la escuela se aprende algo muy importante y fundacional: se aprender a vivir en comunidad, a la vez que se integra y se contiene a las familias.

En definitiva, lo que tiene que quedar claro es que el modelo de educación que plantea la visión libertaria es segmentado: de orientación intelectual para las clases medias y altas y de orientación técnica y laboral para las clases trajabadoras. En resumen, un modelo elitista y restringido en clara oposición a la trayectoria emancipadora que venimos teniendo como nación hace doscientos años. En eso nos quieren convertir. En un modelo de país para unos pocos con muchos beneficios, sobre unos tantos totalmente desposeídos, incluso de lo más básico que se puede poseer que es la palabra.

Y si tuviera que parafrasear a Murray Rothbard diría que hoy, para la nueva hegemonía que pretenden instalar los gobiernos de ultra derecha en todo el mundo, resultan indispensables unos actores sociales con amplia llegada y poder de convencimiento, con dotes para la manipulación y la instalación de sentidos y discursos oficialistas y que no son precisamente los intelectuales -desterrados de cualquier proyecto de tipo fascista por el simple hecho de ser seres pensantes-, sino los periodistas, representantes y voceros de medios de comunicación alineados con las políticas económicas neoliberales de sus países por mutuos beneficios.

Los Johny Viale, los Eduardo Feinmann, los Luis Majul, entre otros, son los periodistas cortesanos dispuestos a adornar y engrandecer las políticas llevadas a cabo por el oficialismo, justificar los errores, cambiar la agenda cuando el tema no convenga a los intereses recíprocos, atacar a la oposición, incluso mentir y exponer mentiras de otros (por ejemplo, la supuesta denuncia de la ministra Petovello de que habían irrumpido en su casa, los supuestos infiltrados kirchneristas de la marcha contra la Ley Bases que resultaron ser mileístas registrados por las cámaras, etc). Y algo, si se puede, mucho peor: los periodistas cortesanos al servicio de la construcción de la nueva hegemonía de ultra derecha son capaces de no incluir en la agenda de temas aquellas noticias que claramente implican al gobierno libertario como un gobierno racista y promovedor de discursos de odio racial que decantan en hechos de violencia real en la sociedad. Ejemplos de ello son la pelea que se llevó a cabo en Tucumán entre estudiantes libertarios de una escuela privada que pedían se cancele el presupuesto de una escuela pública técnica y alumnos de ésta última, y el asesinato de tres mujeres lesbianas en el barrio porteño de Barracas a manos de un vecino homofóbico. Hechos como éstos, altamente noticiables desde cualquier teoría del periodismo que quieran considerar, no fueron, sin embargo, cubiertos con el énfasis con el que deberían haberlo sido. ¿Por qué creen?  Es muy simple: porque no convienen. ¿A quién? Al gobierno y a sus cortesanos.

Va siendo hora de que la gente comprenda de dónde proviene este odio visceral al Estado de las ideologías que pretenden volver a instalar una sociedad de tipo aristocrática. ¿Cuál es el origen y la principal motivación de este odio? Odian al Estado porque es el único garante de las clases populares frente a la opresión de la clase alta. El Estado, en su rol de mediador siempre inclinado hacia el sector más desfavorecido para igualar la balanza y las condiciones de negociación, resulta así un estorbo y un obstáculo a la hora de imponer las políticas tan beneficiosas que, hace cien años, permitían a la oligarquía tener las cuantiosas ganancias y beneficios de una sociedad casi esclavista. Por eso la consigna es eliminar al Estado, el único que te va a defender cuando te dejen sin nada.

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