“Muerto el perro, acabada la rabia”. Contagio social.
Durkheim
relata, en El suicidio (1897), que en 1772 quince inválidos se ahorcaron
sucesivamente y en poco tiempo de un mismo gancho situado en un pasaje oscuro
del hospital. Y cuenta que, suprimido el gancho, finalizó la epidemia. En otro
ejemplo, un soldado se disparó un tiro en la cabeza en una garita y, luego,
hubo varios imitadores de él en el mismo sitio, en muy poco tiempo. Cuando se
decidió quemar la dichosa garita, el contagio se detuvo.
Como verán,
hablamos de contagio y de imitación. Ya abordamos este tema desde la
psicología freudiana con Totem y Tabú y, ahora, veremos la aproximación de
Durkheim a este tema; desde la sociología, por supuesto. Lo interesante es que
ambos autores comparten dos ideas clave, aunque las presentan con distinta
terminología: cuando Durkheim observa los casos de epidemias de suicidios,
advierte que el objeto material (en los ejemplos mencionados, serían el gancho
y la garita) es de alguna manera el vehículo del contagio. Es lo que posibilita
la imitación de un modelo. Este modelo, en el caso específico de los suicidios,
es ni más ni menos que el método de suicidio.
Entonces,
al suprimir el objeto material que “evoca
la idea de suicidio”, cesan las muertes voluntarias. ¿Qué podemos pensar de
este fenómeno por demás curioso? En primer lugar, interpreto que el signo
(gancho, garita) pasa a representar –para quienes se suicidaron-, un nuevo
significado: ya no algo para colgar o un lugar para vigilar, sino la idea de
suicidio. Por eso Durkheim dice que el objeto material (el significante)
“evoca” la idea de suicidio, porque evocar es representarse.
En segundo
lugar, me remite a la observación
de Freud respecto de las tribus totémicas. En su investigación de
dichos pueblos primitivos, Freud se encontró con que “las restricciones tabú recaían,
en su mayoría, sobre la absorción de alimentos, la realización de ciertos actos
y la comunicación con ciertas personas. Y todas ellas parecen reposar sobre una teoría: que
determinadas personas o cosas entrañarían una fuerza peligrosa, transmisible por el contacto como un contagio”.
Aquí aparece nuevamente la dimensión física, lo material: Durkheim habla de
objeto, Freud de contacto. Es decir, tocar un alimento prohibido, hablar con
una persona prohibida, todos escenarios de la dimensión de lo real y tangible que
se creían con el poder suficiente para contagiar. ¿Contagiar qué? Una idea.
Prohibida, por supuesto.
“La imitación es un fenómeno puramente
psicológico”, afirma Durkheim. Y compara un estornudo con una impulsión
homicida, en la medida en que ambos, para él, pueden transferirse de un sujeto
a otro sin que se dé entre ellos otro vínculo que una aproximación fortuita y
pasajera. ¿Será así de automático? ¿Qué piensan? Durkheim afirma que, así como
bailamos, reímos y lloramos cuando vemos a otro bailar, reír y llorar; de la
misma manera, la idea homicida pasa de una conciencia a otra. A mí me hace
ruido lo siguiente: que no haya ninguna operación intelectual, como afirma
Durkheim, entre lo que veo y lo que imito. Esta suerte de reflejo automático
que involucraría decisiones tan importantes como matar o matarse me resulta
dudosa. Porque justamente toman la forma de decisiones, conscientes o no. Se
decide matar, aunque sólo suceda en un microsegundo. Hay una operación
intelectual que habilita ese paso a una acción tan drástica.
Así y todo,
lo que resulta invaluable de la teoría de Durkheim es la afirmación que con
toda certeza nos permite construir una base epistemológica para hablar de
contagio social: “no puede haber
imitación si no existe un modelo que imitar, pues es claro que no se puede
imitar lo que no se ve”. ¿Por qué los primitivos restringían el “contacto”
con elementos o personas tabúes? Porque sabían que, en esa toma de contacto, se
podía producir el contagio. ¿Por qué, después de 15 suicidios idénticos, los
directivos del hospital que menciona Durkheim retiraron el famoso gancho?
Porque se dieron cuenta de que todas esas muertes habían procedido por contagio
imitativo. Es el signo que se vuelve símbolo.
El segundo
concepto teórico que encuentro similar en las teorías de Freud y Durkheim
remite a la idea de “lo exterior”, pero en sentido inverso. La semana pasada
hablábamos de las tres
corrientes sociales que identificaba Durkheim –egoísmo, altruismo y
anomia-, y de cómo determinaban nuestras acciones. El sociólogo asemeja las
tendencias colectivas a las fuerzas cósmicas, en tanto actúan sobre nosotros
desde el exterior, con una presión más o menos acentuada de acuerdo a múltiples
circunstancias. Son esas “olas” de tristeza o alegría que sobrevuelan la
sociedad y que, cuando se individualizan ganando preponderancia sobre las otras,
determinan la mayor cantidad de suicidios. Así lo observó Durkheim en la
sociedad de su época respecto de la corriente egoísta.
Por su
parte, Freud se dedicó a estudiar el tabú en las sociedades totémicas y observó
que funcionaba como una prohibición impuesta desde el exterior por una
autoridad y que determinaba (en forma de coacción) toda la acción individual y
la vida social.
En estos
dos tipos de escenarios, los autores ubican a la sociedad en el centro siendo
determinada exteriormente por fuerzas disímiles. En el caso de Durkheim, son
las tendencias o corrientes colectivas las causantes de la acción individual.
En el otro caso, las pautas de conducta están fijadas fuera individuo;
provienen de la autoridad moral o tabú (altruismo). Fíjense
cómo en el primer esquema, la acción está liberada y dispuesta a ser
determinada. En cambio, en el segundo escenario, la acción está impedida
(prohibida).
Freud
estudió a las tribus totémicas porque eran representantes vivos de un pasado
que ya no existe. Los pueblos primitivos tenían otra lógica de pensamiento y de
acción y, ciertamente, sus sociedades estaban estructuradas de otra manera. Por
su parte, el presunto libre albedrío de la sociedad moderna no deja ver las
tendencias que muy bien identificó Durkheim y que nos determinan más de lo que
quisiéramos asumir.
Pensemos
hipotéticamente: alguien ve en la tele que un padrastro asesinó a golpes al
bebé de dos años de su pareja. Observa las entrevistas, lee los textuales, ve
imágenes de los moretones y escucha atentamente sobre la mecánica de muerte.
Suponiendo que sea un individuo fuertemente predispuesto al homicidio y con un
contexto similar a lo que está viendo, si lo pensamos desde Durkheim, podríamos
decir que “ese acto exterior, penetrando
en él en forma de representación, se reproduce por sí mismo”, y hace lo
mismo con su hijastro. Esto es lo que podría haber pasado en la seguidilla
de casos similares luego del asesinato de Lucio Dupuy.
Esta suerte
de “repetir automáticamente lo que los
demás han hecho”, deja al sujeto sin ningún tipo de responsabilidad sobre
sus acciones (ni individual ni jurídica). Le extirpa su autonomía. Si el acto
nuevo “no es más que el eco del acto
inicial”, ¿dónde queda lo cultural? Todo el sistema de creencias y normas
que nos imponen desde pequeños y que actúan como freno de mano, muchas veces,
para torcer voluntades. Yo no creo que el sujeto en el que opera un efecto
contagio sea un autómata. Definitivamente creo que, entre la visualización del
modelo a imitar, y la propia acción, media una instancia decisiva: la toma de
decisiones.
Si lo
llevamos al otro extremo, en el caso que analizamos de la seguidilla
de bebés olvidados en el auto por sus padres de 2018, podemos ver cómo un caso que
sucede en España en octubre de 2018 y que se informa en los medios
internacionales, tiene un eco exacto en Argentina…un mes después! Demasiado
tiempo para ser un acto reflejo. Hubo tiempo de pensar, de analizar, de
sopesar, de sentir, incluso de arrepentirse. Lo mismo con los casos que
siguieron a Lucio Dupuy: el primer eco sucede una semana después y, el segundo,
dos semanas posteriores a éste.
¿Y si no es
contagio? ¿Y si es otro tipo de fenómeno social el que está provocando muertes
idénticas sin causa ni razón aparente? Me quedo con la pregunta para seguir
pensando.

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