Los estudiantes votaron a Milei
Terminé de cursar la carrera de Comunicación Social
en la Universidad de Buenos Aires hace más de diez años. Sin embargo, esta
semana, inesperadamente y para mi propia sorpresa, sentí que tenía que volver.
Me había llegado la invitación por mail a la clase inaugural del primer
cuatrimestre de 2024 a cargo de Ricardo Forster titulada: “El pensamiento crítico, la
universidad pública y las amenazas del autoritarismo”. El título resumía a la perfección de qué trataría la charla, tenía
que escucharla. Pero, fundamentalmente, fui a corroborar, a constatar si todo
lo que pienso y siento respecto del actual gobierno está en consonancia con la
mirada de ellos: la de los profes. Los que me guiaron en mi búsqueda hacia el
pensamiento propio. Los que me enseñaron a ver el mismo tema desde diversos
ángulos, incluso desde perspectivas que ni siquiera hubiera creído verosímiles.
Y allí encontraba, muchas veces, respuestas inquietantes.
Tenía que presenciar esa charla. Más aún, tenía que
oírla. Tenía que escuchar con mis propios oídos las contundentes sentencias de
Forster, emérito profesor de la carrera, con una larguísima trayectoria en el
campo de la filosofía y de las ciencias sociales y, sin embargo, un profesor
más. Alguien que transitó lo que sería su última clase de grado previo a
jubilarse al borde de las lágrimas. Si uno tuviera que definir la envidia, se
equivocaría al plantearla en relación con cuestiones materiales. Envidia
profunda te tiene que provocar alguien que dedicó toda su vida a hacer gozando.
A emplear su tiempo haciendo lo que gustaba, disfrutándolo. Tanto así que a la
hora de despedirse de esa vocación a la cual encomendó su vida entera, solo
pueda sentir nostalgia e incluso remordimiento. En palabras de él: “me arrepiento de no poder seguir
para dar una batalla fundamental que comienza ahora y que tiene que ver
con el futuro de ustedes”. Porque
claro, esa charla inaugural no se dio en cualquier marco histórico. El día
anterior la Universidad de Buenos Aires había lanzado un spot
publicitario para sensibilizar a la población, apelando, casi rogando, la
firma de un petitorio para que no se continúe desfinanciando a la educación
pública.
“La
institución de la universidad pública es uno de los milagros argentinos del que
tenemos que estar orgullosos”,
comenzó diciendo Forster. Como si narrara un cuento, se dedicó a perfilar y
describir los primeros años del retorno de la democracia caracterizándolos de “carnavalescos”. “Se respiraba
otro aire, había una atmósfera festiva”, rememoró frente a la mirada atenta de decenas de estudiantes y de varios
de sus afectos personales que habían ido a acompañarlo en esta última etapa de
su carrera. “Las
sociedades siempre encuentran el modo de resistir, aunque los opresores
perfeccionen sus técnicas”, dijo.
Lo que en el fondo quería transmitir, creo yo, es que aquellos jóvenes de la
década del 80, como él, tuvieron el enorme desafío de atravesar la noche más
oscura de nuestra historia. La dictadura militar representó un desguase de la
cultura y personificó el más crudo horror. En la actualidad hay un “culto de la ignorancia”, según su propio diagnóstico, y un atropello de
las instituciones democráticas pero, ciertamente, no se compara con el abuso de
poder de las fuerzas paraestatales que la generación del 70 debió enfrentar. También
recordó a aquellos hippies de la década del 60 que tomaron a su cargo la tarea
de crear una identidad pacifista contraria a la guerra.
“No
dejen a los profesores solos”, imploró
Forster a su audiencia. “Ojalá
les interesen las mismas cosas que nos interesan a nosotros”. ¿A qué viene este pedido? A que, para sorpresa
de los docentes, los reclamos contra el recorte presupuestario a la universidad
no contaron con el apoyo masivo de los estudiantes, sus principales
beneficiarios. Incluso cuando la directora de la carrera desliza, muy
liviana de cuerpo y en clara provocación, que tienen dinero para funcionar
hasta mediados de año, tanteando la reacción de los pibes, del otro lado solo
se escucha el silencio. Ni una mueca. No hay hastío. No hay preocupación. No hay
bronca. No se huele el sentido de la injusticia de una juventud hambrienta de
futuro y de progreso. Nada.
Forster se refirió a una antigua potencia del
vínculo entre profesores y estudiantes. Ambos querían lo mismo. El mismo modelo
de país. Las causas eran compartidas. En esa suerte de consonancia de sentido
se construía un vínculo inquebrantable que hoy parece desvanecerse.
“No
le crean al que les dice que el mundo está ordenado detrás de un pensamiento
único”, instó Forster a los alumnos, en
clara referencia a las recientes acusaciones de Milei respecto de que en la UBA
se adoctrina y se le lava el cerebro a los estudiantes. El presidente se
lamentó públicamente de que no se enseñe en la carrera de Economía una tal
escuela austríaca de la cual él es fanático y considera la única teoría capaz
de explicar y de dar respuestas eficaces. La paja en el ojo ajeno consiste en
ver en el otro el defecto propio; así, el presidente Milei acusa a la
Universidad de Buenos Aires de aquello que él mismo representa: el culto del
pensamiento único, el creer que sólo una visión del mundo es la correcta y
adecuada. Ingenuamente cree poseer la solución a todos los problemas de la
Argentina que, casualmente, deben resolverse del modo único que él plantea
mediante sus decretos y leyes sábana. “No hay universidad sin pensamiento crítico”, resume Forster, porque “la universidad es hija de la
pregunta y del diálogo”.
Quien cree saber toda la verdad y tener todas las
respuestas no continúa estudiando, porque ya lo sabe todo. En la universidad se
construye y se actualiza el conocimiento constantemente. Eso es hacer ciencia. Y
también lo es trabajar en equipo. Entre pares pero también con los estudiantes.
Siempre fue un ida y vuelta, pero hoy algo cambió o está cambiando. Quería preguntarle
a Forster cómo ve él este fenómeno por demás sorpresivo que tiene que ver con
una lucha nada más ni nada menos que por la continuidad de la universidad
pública como institución y como derecho y que se encuentra con un interrogante
difícil de afrontar: ¿por qué los estudiantes no están ansiosos por saber si
van a poder seguir cursando o no? ¿No les interesa? ¿Todos cuentan con los
recursos económicos para pagar una universidad privada en caso de que la UBA
perezca? Todos estos escenarios me parecen improbables. Yo creo que el
silencio detrás de los estudiantes tiene que ver con una cuestión mucho más
obvia: los estudiantes votaron a Milei. Por eso callan, por eso no
acompañan. Quizás algunos pocos se arrepintieron y sienten incluso vergüenza de
asumirlo, pero quizás también muchos otros siguen creyendo y apoyando desde el
anonimato del voto. Por eso están imposibilitados para pronunciarse como “zurdos”,
porque hoy ser zurdo en Argentina está mal visto.
Lo más paradójico de toda esta cuestión está
relacionado con el diagnóstico de Forster: “hay un culto de la ignorancia”. Y esa
ignorancia generalizada se expresa de varias maneras, entre ellas no distinguir
con claridad que es ser “zurdo”, en qué consiste la ideología marxista, qué es
ser socialista, quién es comunista, qué es la anarquía, todos términos y
conceptos políticos teóricos que se usan en la actualidad indistintamente sin total
comprensión de lo que significan. Por eso quizás los estudiantes de la UBA,
señalados injustamente como zurdos solo por el hecho de cursar en esa casa de
estudios, no encontraron todavía la forma de revertir ese insulto fabricado
devolviéndoselo al ignorante que lo profesó. Los jóvenes libertarios, con su
discurso desfachatado de insultos y agravios cargados de violencia y
descalificación lograron copar las conversaciones juveniles, dominándolas. Lograron
correr por derecha, con altanería y falacias de las más burdas, a la juventud
pensante y con conciencia de clase.
Es eso o los estudiantes de la UBA son parte del
56% que le dio la presidencia a Milei. Me imagino que esta misma pregunta se
estarán haciendo los profesores universitarios, al comprobar la parálisis de
los jóvenes que, como ellos hace cuarenta años, tienen que enfrentar un
gobierno que pretende recortarle los sueños, la movilidad social ascendente, su
propio futuro.
Me quedo una frase de Forster que fue lo que fui a
buscar: un norte, una explicación de cómo seguir, por dónde ir. Comparto todo
lo que dijo y me reconforta saber que mi capacidad de pensamiento propio está
intacta. Puedo leer la realidad de la misma manera que la leen los que saben,
los que saben de verdad. Pero hay algo que me sumó, una premisa ordenadora: “CON
EL RACISMO NO SE PUEDE DISCUTIR. CON EL FASCISMO NO SE DISCUTE”. Esto lo
dijo Forster en relación a que podemos y debemos discutir con cualquier persona
que piense distinto a nosotros pero siempre dentro del marco del respeto. Se puede
discutir con un liberal, claro que sí, como también se puede discutir con un
anarquista, con un socialista, con un social demócrata, con un peronista, con
un kirchnerista, con un radical. Con quien no se puede discutir es con quien no
muestra un respeto hacia el pensamiento ajeno. No se puede y no se debe
discutir con el racismo, ese pensamiento que anula al otro, descalificándolo de
la peor manera. Y, definitivamente, no se puede y no se debe discutir con el
fascismo porque el fascismo no tiene entidad. El fascismo que representa Milei
y sus ideas liberales ultra ortodoxas de desprecio y destrato del otro es una
fuerza que se debe combatir, pero ya no con palabras. Nos vemos en la calle.

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