Mi análisis de cuando fui blanco de bullying en Twitter por 24 horas. “Aullando con la manada virtual”.
Hace pocos días me pasó algo muy curioso. Resulta que tengo
una cuenta de Twitter desde hace un año donde posteo, generalmente, los
artículos de este blog. Pero también utilizo esa red social para ver las
tendencias y opinar sobre temas de información general, bastante alejados de mi
área de estudio. Sí, soy cholula al mismo tiempo que me fascina analizar
crímenes. Esas dos dimensiones conviven en mí sin ningún tipo de prejuicio. No
estoy todo el día leyendo libros cultos ni soy una snob. Veo tele, veo series y
me entretengo como cualquiera.
La cuestión es que mi cuenta
de Twitter había sido
bastante anónima hasta el 14 de julio, día en el que recibí la primera
respuesta a un twit, seguida de 500 más. Voy a contar lo que pasó pero,
fundamentalmente, lo voy a analizar. El twit era sobre
Wanda Nara y su reciente diagnóstico de leucemia, del cual yo sabía
fehacientemente por un contacto. Como el domingo había visto toda la emisión de
los Martin Fierro y me sorprendió mucho su frase cuando subió a agradecer su
premio, en la que dijo abiertamente ser “poderosa
e indestructible”, no tardé en relacionarlo con su presente, tan sólo 48
horas después de ese anuncio. Una boludez, bah! Como tantas otras que habré
dicho. Pero, para mi sorpresa, este comentario en particular empezó a recibir
demasiada atención. Se convirtió en una especie de viral. Y ahí se puso
interesante.
Debo decir
que nunca me había pasado. Durante 24 horas no pararon de llegar notificaciones
con insultos de todo tipo y color, bastante subidos de tono. Twitearon toda la
noche. Lo primero que voy a decir, para desactivar cualquier
intento de desacreditación del análisis, es que aun cuando yo hubiera escrito,
literal y explícitamente “le deseo la muerte a Wanda Nara”, incluso en ese
supuesto, no hubiera dejado de ser una opinión personal expresada en total
libertad y no justificaría la agresión que le siguió.
Dicho esto, vamos a ir por partes, porque hay mucho material.
Voy a transcribir el twit para que se entienda de qué estamos hablando:
“Wanda Nara dijo el
domingo que era "poderosa e indestructible" y el miércoles le
diagnosticaron leucemia. ¿Viste por qué no hay que boquear?”
¿Es un comentario desafortunado? Sí. ¿Es de mal gusto? Sí.
¿La pregunta final está de más y embarra el sentido? Sí. ¿Es para tanto? No. Lo
que a mí más me sorprendió fue que la mayoría de los comentarios apuntaban a
tener la certeza de que yo era una mala persona que dije lo que dije con mala
intención y como si festejara el diagnóstico de leucemia. Intenté, sin éxito,
explicar que cuando pensé ese twit mi real intención era reflexionar sobre las
vueltas de la vida y sobre la necesidad de no creerse nunca más que un simple
humano. Me pareció paradójico que alguien que no tuvo ningún pudor en definirse
a sí misma casi como una divinidad, se encuentre, apenas horas después, con una
noticia tan desalentadora. Esa es la
verdad. Y, en tanto la única emisora de ese mensaje soy yo, es irrefutable.
Es decir, nadie más que el emisor conoce su intención comunicativa.
Sin embargo, la mayoría de las críticas apuntaban ahí. A que
yo estaba equivocada, a que había usado el doble sentido y procedían a
explicarme a mí lo que yo había querido decir. Una locura. Yo creo que el mayor
inconveniente en la decodificación de este mensaje tiene que ver con la
virtualidad. Con la mediatización. ¿Por qué? Porque si yo hubiera dicho esto
mismo, cara a cara, con la entonación y la emotividad que le di al mensaje y,
por supuesto, con la dimensión de lo gestual, estoy segura de que se hubiera
interpretado bastante más cerca de cómo yo lo pensé. Vale decir, en la
virtualidad de las redes sociales falta la comunicación no verbal, esa otra
mitad del lenguaje, que completa el sentido.
Pero eso no fue lo más interesante. Lo más interesante fue
ver, en vivo y en directo, cómo actúa una masa psicológica, en términos de
Freud, pero con una grandísima diferencia: esta masa es virtual. El mundo de lo
físico y de lo material no participa. Son personas que no comparten un espacio
más que el espacio intangible provisto por la red social, que funciona como
marco de contención y como plataforma. Twitter
fue el escenario de una batalla entre cientos de agresores y un blanco: yo.
No digo víctima (aunque lo fui) porque me llamó mucho la
atención cómo invertían el peso de la carga. Según estos usuarios, mi
comentario “merecía” que me agredan y, si yo me quejaba por el nivel ofensivo
de las respuestas, me victimizaba. Pasemos el limpio el razonamiento: “yo te
pego porque creo que te lo merecés y, si vos te quejás, te pego más”. Entonces,
la carga de la culpa no está puesta en quien agrede, sino en quien reclama por
esa agresión. Si los comentarios hubieran sido respetuosos, explicando con
argumentos por qué no estaban de acuerdo con lo que yo estaba diciendo: 1) no
estaría escribiendo este análisis y 2) probablemente no se hubiera hecho viral.
La
característica principal de este tipo de fenómenos virales, que podríamos
catalogar como “bullying virtual”, es la agresión. Ahí radica su especificidad. ¿Qué
forma tomaba esa agresión? Bastante variada, desde el insulto y la puteada a
secas hasta las más diversas formas de desacreditación. Uno de los mecanismos
más típicos exhibidos consiste en meterse a tu perfil para obtener información
con la cual chicanearte. En mi caso, la mayoría se agarraron de mi título
universitario en Comunicación para plantear ironías y sarcasmos varios. Luego
entendí por qué la mayoría de las “bios” de Twitter son la nada misma. Ejemplos
de bios: boludeces al estilo “me gusta el arroz pero no la papa”, “vengo a
disentir, amo el rock”, “de la tierra de nunca jamás”, etc. O sea, ningún dato
concreto. No publican nombre, mucho menos apellido y la gran mayoría eligen
foto de perfil de famosos o personajes, o cualquier otra cosa. Lo más insólito
es que me decían cagona a mí, que suscribo cada tweet con nombre, apellido y
una foto de mi cara. Me falta poner el DNI nada más. En fin…
Dije previamente que Twitter fue el escenario de una batalla
porque había un objetivo a lograr: que borre el twit. Como si su sola presencia
en una red social donde conviven millones de twits en simultáneo fuera
absolutamente inadmisible. Pero no sólo eso. Aparte de borrar el twit
pretendían que pida perdón y reconozca públicamente que estaba equivocada y
ellos en lo cierto. Un montón.
Ahora vamos a meternos concretamente en la mecánica de esto
que estoy relatando. Mi twit comenzó lentamente a obtener respuestas apenas
publicado y, en cuestión de pocas horas, esos comentarios iniciales empezaron a
multiplicarse en forma desproporcionada. Como si la existencia de una base de
comentarios que ya estaban publicados y que sancionaban fuertemente mi twit fuera
la condición de producción de los siguientes. En criollo: cuántos más comentarios había, más nuevos comentarios se sumaban.
Este fenómeno no es casual. No puedo no remitirme a Psicología de las masas y
análisis del yo de Freud, aunque hay que hacer los arreglos teóricos
pertinentes porque Freud trabajaba con masas co-presentes.
“Cuando se habla de
psicología social o de las masas se suele distinguir como objeto de la
indagación la influencia simultánea ejercida sobre el individuo por un
gran número de personas con quienes está ligado por algo, a la vez que en
muchos aspectos pueden serle ajenas. Por tanto, la psicología de las masas
trata del individuo como miembro de un linaje”. Yo hablaría, en este caso particular, de “manada virtual”.
Dice Freud, entonces, que para que se forme una masa tiene
que haber un ligue, algo que los una. En el caso de mi twit, ese objetivo en
común estaba dado por lograr que yo borre el twit y me retracte. Ese fue el
factor que los unió en un mismo y unísono reclamo. “La condición que se requiere para que los miembros de una multitud de
seres humanos agrupados por casualidad formen algo semejante a una masa en
sentido psicológico es que esos individuos tengan algo en común, un interés
común por un objeto y cierto grado de capacidad para influirse recíprocamente”.
Así, con un objetivo en común y la facilidad con la que se influyeron
recíprocamente a partir de leer los comentarios agresivos previos ya
publicados, el resto fue historia.
Un breve paréntesis. Esto lo voy a decir a título personal y
fuera de todo análisis conceptual. Por suerte, esto me pasó a mis 37 años, con
la suficiente experiencia como para entender, en todo momento, que nada de lo
que pasaba era relevante y, mucho menos, grave. Graves son otras cosas, como la
enfermedad de Wanda Nara. Pero me pregunto si le habrá pasado a gente joven o
demasiado sensible y si habrán podido tomárselo igual que yo. Un usuario
incluso fue tan lejos como para plantear como objetivo “no parar hasta que me ponga candado (haga privado mi perfil) y me
suicide”.
Por otro lado, les cuento que el final de esta historia es
que no borré el twit –no por terca ni soberbia-, sino porque considero que
cualquiera tiene derecho a expresarse, independientemente de los gustos o
disgustos ajenos y, además, porque consideré muy patotera la forma en la que
exigieron algo de mí. Pero, fundamentalmente, no borré el twit porque quería
comprobar hasta dónde estaban dispuestos a llegar con su presión, en forma de
insultos cada vez más agresivos, para lograr su objetivo. Luego de 24 horas de
constantes notificaciones y de constatar que no iba a ceder, la agresión se
apagó a sí misma. Un usuario me dijo algo muy elocuente: “Date cuenta que fuiste
seleccionada para bullear, putear y/o amenazar por tu mensaje. En Twitter es
habitual, en 24/48 hs la horda irá hacia otra presa”. Y tenía razón.
Así fue.
Una masa psicológica tiene dos características principales:
inhibición colectiva y aumento de la afectividad. Esto implica que cada
individuo, aisladamente pero como parte de un todo colectivo que actúa en
manada, se atreve a decir cosas que individualmente, quizá, no se atrevería.
Por eso decíamos que la existencia de comentarios agresivos previos eran la
condición y la invitación para nuevos comentarios. Es innegable, dice Freud, “opera ahí algo así como una compulsión a hacer lo mismo que los otros.
Y esta compulsión se vuelve tanto más fuerte cuantas más son
las personas en que se nota simultáneamente el mismo afecto”. Por
supuesto afecto no refiere al amor o a la afectividad sino a las emociones. En
este caso, enojo e indignación.
La otra característica que distingue a una masa psicológica
es que los sentimientos que exhibe son siempre muy simples y exaltados. “Sos mala”, me decían, y yo me sentía de
nuevo en jardín de infantes. Según Freud, una masa es: extremadamente excitable, impulsiva, apasionada, extraordinariamente
sugestionable, receptiva sólo para los razonamientos y argumentos más
elementales, fácil de conducir y de amedrentar, sin conciencia de sí, ni
sentimiento de responsabilidad. Por tanto, se
porta como un niño malcriado o como un salvaje apasionado”. Nada que
agregar.
Entonces, retomando la idea de masa psicológica de Freud, que
forzosamente estamos aplicando a las nuevas masas, que son 100% virtuales,
podemos decir que “cualesquiera que sean
los individuos que la componen y por diversos o semejantes que puedan ser sus
modos de vida, el mero hecho de hallarse transformados en una masa los dota de
una especie de alma colectiva en virtud de la cual sienten, piensan y actúan de
manera enteramente distinta de como sentiría, pensaría y actuaría cada uno de
ellos en forma aislada”. Todos manifestaban estar de acuerdo en lo mismo:
que yo era una mala persona y que mi twit era malicioso. Ese era el sentimiento
en común. Pude rescatar apenas 3 twits (de 500) que decían entender mi punto de
vista. Y ese es el dato más curioso de todos.
En paralelo a recibir notificaciones incesantes con
comentarios y citas que escalaban en agresividad verbal, sucedía algo por demás
interesante. Cientos de “me gusta” se amontonaban en mi twit, pero esa especie de apoyo silencioso no se
traducía en comentarios de apoyo. Toda esa enorme cantidad de personas que
gustaban de mi twit, e incluso lo retwiteaban, no se atrevían a ir más allá de
esas acciones, poniendo en palabras escritas mensajes de adhesión a lo que yo
decía. ¿Por qué creen? Simple: porque así como es difícil ir en contra de las
masas tradicionales y de los líderes, también es difícil ir en contra de las
masas virtuales. Probablemente por miedo o vergüenza a recibir las mismas
agresiones que estaba recibiendo yo, se limitaron a poner me gusta y ahí quedó
su participación.
“Evidentemente, es peligroso entrar
en contradicción con ella (con la masa psicológica); uno se siente seguro siguiendo el ejemplo de los demás y, llegado el
caso, aullando con la manada”. Esta es una cita textual de Freud.
“Aullando con la manada”, nunca mejor descrito.
“Dentro de la masa, el
individuo adquiere, por el solo hecho del número, un sentimiento de poder
invencible que le permite entregarse a instintos que, de estar solo, habría
sujetado forzosamente. Y tendrá tanto menos motivo para controlarse cuanto que,
por ser la masa anónima, desaparece totalmente el sentimiento de la
responsabilidad que frena de continuo a los individuos”. No había
ningún tipo de freno a la agresión. Dijeron lo que quisieron, lo vomitaron.
Cada comentario habilitaba al siguiente, más agresivo aún. Esta suerte de
potenciación colectiva, netamente virtual, es, a mi modo de ver, un fenómeno
comunicacional contemporáneo pero, ante todo, es un hecho social. Si lo expongo
en este blog es porque de continuo hablamos de la violencia extrema, esa que
lleva a alguien a matar a un otro por el solo hecho de matar. Pero es
importante tener en cuenta que el germen de esa violencia se encuentra en
hechos mucho más micro y casi imperceptibles. La violencia circula
permanentemente en nuestras sociedades de variadas formas. La agresión verbal y
el insulto es una de ellas. Y en la medida en que, no sólo no lo reconozcamos,
sino que lo justifiquemos, menos posibilidades tendremos de corregirlo. Se
podía decir lo mismo, pero mejor. Y eso vale para mí también, aunque yo no
agredí a nadie.

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