La última generación analógica

Nací el 9 de noviembre de 1985, por ende mientras escribo este posteo tengo 37 años. Vengo de una época no muy lejana y, sin embargo, totalmente diferente a la actual. Soy del siglo XX, un siglo que nos dejó de todo; desde dos guerras mundiales hasta los mejores artistas de la historia mundial en varias áreas. Nací casi sobre el final del siglo, apenas quince años antes. Mi abuela, una italiana emigrada a Argentina, nació en 1922, bien arrancado el siglo. Ella y yo vivimos realidades muy diferentes. Ella vivió la segunda guerra mundial, yo no. Ella perdió a su esposo de un ataque cardíaco mientras dormía, a los 45 años, resabio de haber luchado por su país y de haber visto el horror, yo no. Ella apenas terminó la primaria, yo me gradué en la facultad.

Como verán, las generaciones van cambiando sus contextos. Yo tengo dos hijos, de 5 y 7 años. Yo jugué a la mancha y a la rayuela en la calle todas las tardes de verano mientras era chica, ellos no. Yo anduve en bicicleta con mis amigos por todo el barrio sin que nos roben ni nos pase nada malo, ellos no. Yo pasé las fiestas en la vereda brindando con los vecinos, sentados en reposeras y viendo fuegos artificiales, ellos no. Yo hice travesuras como jugar al ring raje o arrojar bombuchas de agua a las personas que pasaban en los días de mucho calor, ellos no. La única pantalla que yo veía era la tele, a las 3 de la tarde cuando pasaban La Niñera por Telefé, o en cable en maratones de Friends por Warner Channel. También veía, a veces, los dibujitos a la mañana por Canal 13 o Canal 9, como la pantera rosa o los power rangers.

Mis hijos nacieron en la era digital. Yo, como todos los de mi generación, somos la “última generación analógica”. Analógico quiere decir que tiene una relación de semejanza o continuidad con el objeto. Los antiguos aparatos analógicos contenían información a través de una magnitud física continua que era proporcional al valor de la propia información. Entonces, si vos tenías un cassette o un cd regrabable y llegabas al tope de canciones, tenías que borrarlo para volver a grabar nuevas canciones. Hoy, no hace falta. Está todo en la nube. ¿Qué carajo es la nube? Un no espacio donde todo queda grabado, registrado, y donde no hay límites de almacenamiento, justamente porque no hay relación de continuidad física.

La generación analógica era puramente física. Había cables por todos lados. Conectarse a internet implicaba: tener una línea telefónica tradicional, de esas que ya no se usan, conectadas con un cable a la pared; un modem, también cableado obvio, y esperar. Ese ruidito del modem llamando y pidiendo pista para descargar internet en la computadora del hogar o la oficina, con teclado, mouse, gabinete y monitor, todo el kit completo, y esa emoción de entrar a Messenger para ver quién estaba en línea para chatear…eso era ser analógico.

Aclaro que este post no va de nostalgia por el pasado ni es un intento romanticista de decir que todo lo anterior fue mejor. No. Va por otro lado, tengan paciencia.

Mi primer celular me lo compré a los 20 años, con mi sueldo. Era un Movicom gris con teclas que se iluminaban en celeste, bastante pesado, tipo bodoque, con antena y grueso como un ladrillo. Recuerdo la insistencia para que nuestros padres se animaran a comprarse un celular y aprender a usarlo. Hoy, ¿quién no tiene un celular? También me acuerdo que mi papá se iba a caminar todos los días, una hora al menos, y lograba algo que hoy no está disponible: desconectarse por completo del mundo. Él no tenía celular. Si mi mamá quería ubicarlo podía, por supuesto, llamar al teléfono de la oficina, pero cuando él no estaba en la oficina, ¿adónde lo llamaba? Se podía caer el mundo abajo y él sólo se iba a enterar cuando volviera a casa. Esa libertad hoy no la tenemos. Vamos a todos lados con el celular en la mano. Ni se nos ocurriría salir de casa sin el celular, como tampoco estar en casa sin el celular. Tenemos que estar siempre disponibles y siempre ubicables.

Así funciona la hegemonía, cuando funciona bien. Creés que la decisión de cargar un gps las 24 horas del día es una decisión tuya y solo tuya, cuando en realidad no lo es. Ni siquiera es un chip inmiscuido secretamente mediante una vacuna. No, nada eso. Es un apéndice de nuestro cuerpo. No va esposado a nosotros. Lo llevamos porque queremos, o eso creemos. No nos obligan, y eso es lo más sorprendente.

Mis hijos viven de pantallas. No tengo culpa de decirlo. Y no soy una mala madre. Ese es su entretenimiento. Pensémoslo: ¿qué juguete va a competir contra una realidad virtual llena de luces, colores, sonidos envolventes, donde yo puedo ser un superhéroe que salva al mundo y muele a golpes a los malos? Donde puedo crear mis propias armas y atravesar los más difíciles obstáculos alzándome con la victoria y pasando de nivel. No hay chance. La tele disponible 24 horas con Youtube y Netflix, repleta de dibujitos, películas, videos de youtubers haciendo payasadas y qué se yo cuántas cosas más. Mi hijo se sorprende de que no me guste la Playstation. Y no, la verdad que no me divierte una violencia extrema fingida donde puedo matar a alguien con un joystick. A mí dame un libro: soy analógica.

Me encantaría que mis hijos pudieran vivir algo de lo que yo viví en mi infancia. Pero no es posible. En mi época te robaban, pero difícilmente te mataban. Se podía transitar la calle sin miedo. Había más límites en los delincuentes.  En la sociedad toda. De eso hablo justamente. De cómo nuestra sociedad actual, la digital, atraviesa un contexto novedoso, sin precedentes. Al principio del siglo XX había guerras, la gente moría luchando una pelea de otros. Hoy también se muere mucha gente, pero en otro contexto. También son muertes violentas, son asesinatos. Pero hoy, el que te mata, no es tu enemigo. Es tu propia familia. Tu padrastro, tu mamá, tu tío, tu abuela, tu vecino, tu ex, tu pareja, tu amigo. Son crímenes intra hogar, perpetrados por personas que no pueden (o no quieren, no lo sé) contener su violencia. Que eligen y deciden perder el control, dejarse llevar por sus impulsos más salvajes, sin pensar en las consecuencias, como si estuvieran jugando un jueguito de la Play, pero con resultados reales.

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