“Genocidio” de bebés en Córdoba: el contraejemplo


Primero quiero decir que la calificación de genocidio me parece un poco mucho. Máxime cuando lo dice la jefa de enfermería del Hospital Neonatal Doctor Ramón Carrillo de Córdoba, el lugar donde fallecieron en los últimos dos años, al menos 11 bebés provenientes de embarazos sin complicaciones, y donde se sospecha, justamente, de una enfermera. Una trabajadora que tenía que ser supervisada por esta señora que muy livianamente califica el hecho de “genocidio”. No sólo no corresponde el calificativo, porque no acompaña la cantidad de muertes -que debería ser muchísimo más elevada-, sino que, en boca de los propios directivos, suena aún más sospechoso. Es como asumir la responsabilidad plena por esas muertes.

Más allá de este circunloquio semántico, el objetivo de este post, y de tratar este caso, es plantearlo -como dice el título-, como un contraejemplo de la teoría que intento sostener en este blog. Veamos por qué. Hay bebés muertos, posiblemente asesinados: sí. Pero no todas las muertes de bebés, en forma de homicidio, claro está, se encuadran en el universo de análisis que intento delimitar. Primera diferencia: el lugar. Murieron en un hospital “público”. Un espacio público. Las muertes de menores que yo analizo suceden en espacios privados, “intra-hogar”. Segunda diferencia: el asesino tiene relación directa con la víctima. Es un familiar, tutor, padrastro o allegado. Es decir, hay un lazo afectivo, lo cual no implica necesariamente que se sienta amor por la criatura. Pero el lazo existe, independientemente de las emociones o sentimientos de los involucrados. Hay un vínculo familiar. En el caso del hospital, la hipótesis más fuerte sobre el posible asesino recae sobre una enfermera, alguien sin ningún tipo de vínculo con los bebés.

Como verán, este hecho, atroz por supuesto, sí se encuadra en lo que comúnmente conocemos como “mente criminal” o “psicópata”. ¿Por qué? Si efectivamente la enfermera en cuestión inyectó, como se cree, potasio en exceso a los bebés recién nacidos, para provocarles una descompensación que conduzca a su muerte, estamos hablando de alguien que:

1) premeditadamente planeó ese modus operandi;

2) se esforzó por encubrir su accionar (por ese motivo, las sospechas comienzan luego de varios decesos, y no antes).

Todo esto es digno de una película de Hollywood. Sería, tranquilamente, una de esas taquilleras con asesinos seriales, súper inteligentes y calculadores, con detectives detrás de ellos intentando descubrirlos y arrestarlos antes de que sigan cometiendo crímenes. Quiero decirles que una mente criminal de este tipo no se ve todos los días. En cambio, los asesinatos de menores a manos de sus propios padres o cuidadores, son moneda corriente. Otra diferencia que olvidé remarcar: esta enfermera del terror  mató a más de 10 bebés, antes de que se empiece a sospechar de ella. En los casos de crímenes intra-hogar, en el 99,9% de ellos, el asesino mata por primera y única vez. Esa muerte, violenta, es el resultado de una emoción imposible de reprimir para esa persona que, posiblemente sin planearlo ni desearlo, se convierte, en ese mismo momento, en asesino. Esos son los hechos que me interesa investigar. Porque son la novedad. No porque no hayan ocurrido antes, sino por la estadística. Ya lo dije y lo repito: lo novedoso de esta época es la creciente cantidad de muertes violentas intra-familiares, que ya no responden únicamente, como antaño, a crímenes pasionales de un esposo o una esposa que se encuentra siendo engañado/a por su pareja y, preso de celos feroces, acaba con la vida de los amantes. Ese universo se amplió. Hoy incluye y abarca padres que matan a sus bebés porque lloran demasiado, padrastros que violan y golpean hasta la muerte a sus hijastros, los tan nombrados femicidios, incluso personas que acribillan a sus vecinos por ruidos molestos o cualquier otra yerba. Porque ahí también hay vínculo, aunque no sea familiar. Conozco de cerca a una persona que me crispa los nervios, saca lo peor de mí, y como no puedo contenerlo, acabo con ese estímulo insoportable que está impreso en ese ser humano que no tolero más. Lo elimino. Y si voy preso, ¿quién me quita el desahogo? Y si no quiero ir preso, me mato. Así está funcionando, en líneas generales, una gran parte de nuestra sociedad. Y es todo un enigma y un gran campo de estudio para fanáticos como yo que no dejan de ver en todos estos hechos, “signos de una época en plena transición”, un cambio de paradigma en materia de criminalidad.

Para ir cerrando, déjenme recordarles que hay una línea que divide lo patológico de lo instintivo. Y esa línea se llama “placer”. Por definición, el psicópata no siente ni padece. Se trata de una mente criminal fría y calculadora.  En cambio, los asesinatos impulsivos en los cuales hay un vínculo, de cualquier tipo, con la víctima, están cargados de emoción. Emoción violenta, por supuesto. Ahí pasa de todo. Esta enfermera que asesinó de forma fría y calculadora, a una decena de bebés recién nacidos, a quienes no conocía –ni a ellos ni a sus familias-, sería una clásica psicópata. Por todos los motivos mencionados, estos homicidios de bebés en Córdoba no se encuadran en el fenómeno que intento abordar.

Una última cosa: la otra hipótesis que maneja el fiscal, tiene que ver con una posible mala praxis. En ese caso, no se constituye un asesino como tal. Se trataría de muertes producto de una impericia o negligencia por parte del personal médico. Homicidio culposo = sin intención. Ya ven como cada cosa en su lugar permite ver con claridad y diferenciar; porque no todo es lo mismo, ni todo entra en la misma bolsa. Muertes hay muchas, miles, a diario, pero las que me encargo de dotar de un funcionamiento único y propio, son específicas. Son joyas en bruto, que nos hablan, nos interpelan, directamente. Como yo lo veo, son un pedido de ayuda, de nosotros, hacia nosotros.

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