Otro bebé brutalmente asesinado por sus padres
Se llamaba Lázaro, tenía tan sólo cuatro meses de vida y presentaba, según los informes forenses, signos de maltrato infantil de larga data. Yo me pregunto, ¿en qué momento empezaron los golpes? ¿Cuándo salió de la panza de su mamá?
Tenía traumatismos en el
cráneo, hemorragia interna cerebral, cuadro de asfixia, lesiones en los ojos,
mordeduras en los brazitos, ¿sigo? Entendamos esto: se trata de un bebé de
cuatro meses, ni siquiera puede permanecer sentado.
Los pediatras que lo
recibieron hablaron de “síndrome del bebé
sacudido”. Lázaro murió de muerte cerebral, su estado era crítico e
irreversible. Los médicos no pudieron hacer nada para deshacer el daño que sus
propios progenitores le habían infligido.
Les juro que yo quiero
avanzar con la parte teórica, tengo un montón de material para exponer y
desandar, pero la realidad es aplastante. Es tal cual afirmo en este blog, es
cuestión de mirar el noticiero un rato cada día para encontrarte con nuevos y
más macabros casos que confirman y reafirman la teoría que intento plantear; no
para ganarme un premio o reconocimiento, sino para intentar hacer algo para
salvar vidas.
Vayamos a los hechos. El
papá de Lázaro es un hombre violento. Tiene una hija con una ex pareja a la
cual intentó asesinar cuando tenía tres años. Esa criatura tuvo suerte, la salvaron
a tiempo. Hoy tiene siete años y vive con su mamá, quién logró que este señor
tuviera una restricción perimetral hacia ella y su nena.
Los vecinos de Villa María,
Córdoba -el lugar donde sucedió el hecho-, tuvieron que intervenir y entrar a
la vivienda alarmados por el llanto del bebé. Imaginemos cuán llamativo debe
haber sido lo que escucharon para que irrumpan en la casa de esta pareja, ya
que no hay nada más normal, que un bebé de ese tiempo, llore. Es normal y
esperable. Lloran porque tienen hambre, sueño, cólicos. Lloran día y noche. Los
que tenemos hijos sabemos que es así. Ahora bien, es muy difícil pensar que
porque un bebé recién nacido llora, le vas a pegar un palazo en la cabeza o lo
vas a sacudir, arrojarlo de la cuna, golpearlo, o incluso morderlo. Tendrías
que estar loco, ¿no? Sí y no. Mi teoría es que más que loco, tenés que estar
suelto. Suelto de normas, de límites, de freno, de represión. De ese mecanismo
que hace que cuando nuestros instintos más violentos y salvajes emergen, porque
lo hacen, en todos nosotros –en mayor o menor medida-, puedas justamente
aplacarlos, dominarlos. Pero, ¿qué pasa cuando, no una, sino cada vez más y más
personas, no logran dominar sus impulsos violentos? Bueno, pasa esto, entre
otras cosas. No hay freno, no hay barrera, no hay vida en sociedad, NO HAY
CULTURA.
La vida comunitaria
establece una serie de pautas que permiten que no prevalezca, como en la
naturaleza, la ley del más fuerte. Sería algo así como el famoso pacto social.
Todos nosotros suscribimos y aceptamos el contrato por el cual se va a regir
nuestra vida en relación a los otros, con quienes convivimos. Esas reglas son
la base de cualquier comunidad, no importa el tamaño. Si vale todo, no hay
orden. A lo largo de los años se desarrollaron y perfeccionaron centenares de
instituciones tendientes a mantener ese orden: llámese policía, poder judicial,
juzgados, escuela, trabajo, asistencia social, abogados, etc. Toda la
estructura social se apoya sobre la necesidad de un cierto orden. Quien se
escape por fuera de las leyes de lo permitido, debe obtener una sanción que, de
acuerdo con la gravedad del hecho, puede terminar con su afamada libertad. Es
decir, va preso. Pero hete aquí que -nuevamente refiriéndonos nada más ni nada
menos que al título de este blog que nos convoca-, la cárcel, como tal, ya no
cumple ninguna función. Es un hotel de delincuentes. Que no sólo no reforma ni
intenta reinsertar socialmente a los desviados, sino que los corrompe aún más,
ya lo vimos. Entonces, ¿qué hacemos?
Los padres de Lázaro
probablemente obtengan la pena de cadena perpetua, que ronda los 35 años, pero
puede ser menos por supuesto. Yo me pregunto francamente, ¿qué importa? Lázaro
vino al mundo, vivió lastimosamente cuatro meses, y fue torturado y asesinado
por sus propios padres, quienes “se supone” son los encargados de darle amor y
cuidados. ¿Se entiende la gravedad de lo que está pasando? Ustedes dirán “siempre hubo asesinatos y muertes, no es la
primera vez que mueren niños por maltrato infantil”. No, claro que no. Me
refiero a la tendencia en alza, a las estadísticas, al crecimiento exponencial
de este tipo de hechos. Algo está pasando, y creo saber qué es. No es una
epidemia de salud mental, no es un virus que corrompe el comportamiento humano.
Es la emergencia de un gen muy oculto en nuestra especie que tiene que ver con
nuestro lado más salvaje. Ese que, durante milenios, logramos reprimir. Y hoy ya
no.
Hablé varias veces de la ley
del más fuerte…no hay mejor caso que éste para evidenciarlo. No existe sobre la
faz de la tierra criatura más indefensa que un bebé. No tiene ni la más remota
chance de defenderse. Sólo puede llorar, inmóvil, impávido, horrorizado. Estas
criaturas pequeñitas e inocentes están quedando en manos de sus asesinos. ¿Cómo
va a hacer el estado –y por estado me refiero al estado social- para entrar en
las viviendas personales y certificar que allí no se producirá un crimen violento
e impune? En el día a día, en lo cotidiano, en la explosión de una pelea, una
discusión, un ataque de nervios o estrés que puede desencadenar la furia más
imparable. Porque, lo digo una vez más: los padres de Lázaro son uno de
nosotros. No son monstruos, aunque lo parecen. Son dos personas encerradas en
un círculo de violencia extrema del cual no pudieron sobreponerse.
Cuando un hombre de 32 años
hiere violentamente a su hijo de cuatro meses de vida, él sabe que no habrá
respuesta. Por supuesto que lo sabe. No se va a cagar a trompadas con el bebé.
Tiene el 100% de probabilidades de ganar, no habrá resistencia alguna. Del otro
lado, enfrente, la debilidad más extrema. Es su presa. Él es todopoderoso.
Perdón si alguien se ofende pero yo creo, y es una hipótesis, porque nunca herí
a nadie, que esa escena de violencia le aporta al atacante una sensación de
extremo placer y éxtasis en su estado más puro. No puede, y no quiere, parar.
Es el morbo drenando en forma de catarata. Es una liberación pulsional. Es una
descarga, del orden de lo placentero.
¿Y el amor por tu hijo?
Bueno, claramente ese sentimiento queda relegado. La represión actúa,
inversamente, anulando la norma, lo esperado, lo deseable, y dando vía libre a
lo reprimido, al lado más oscuro y salvaje del ser humano, ese que todos
tenemos, muy escondido, muy en el fondo, y que, a la luz de los hechos, está
emergiendo cada día en más y más personas. Seres humanos, como nosotros.

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